Resulta que ayer, al volver del trabajo, me encuentro al Toni en el sofá practicando la asana del cadáver pero en su versión roncante. Le despierto sin contemplaciones: ¿qué haces aquí a estas horas, te han dado la tarde libre o es que te han echado? Pero para qué me despiertas -se pone-, con lo a gusto que estaba, por fin había conseguido relajarme un poco. Otro con las relajaciones, por si no tuviera bastante con la Patricia. Pero bueno, que me digas qué ha pasado, le insisto. Pues ha pasado que no me encuentro bien y me he venido para casa. ¿Y de qué no te encuentras bien?, yo te veo con muy buena cara, la de siempre, vamos. Pues tendré muy buena cara pero me duele la cabeza y el estómago lo tengo revuelto y las piernas me pesan y los ojos me pican y tengo un nudo en la garganta. Pues tendrás que ir al médico, Toni. Sí, sí, me contesta, eso mañana, voy a ir a que me de la baja.
¿La baja, pero qué baja si a ti no te pasa nada? Pues claro que me pasa, me pasan muchas cosas y no estoy bien y el que no está bien no puede ir a trabajar. Pues no están los tiempos para tonterías, me pongo. Pues los tiempos estarán como quieran estar pero el que se pone enfermo tiene derecho a la salud, que viene en la Constitución. Así me dijo, como si fuera un abogado de los de las películas, pero yo no me iba a callar tan fácilmente que a mí el Toni no me intimida. Pues, a ver, cuéntame qué enfermedad tienes. Eso lo tendrá que decir el médico, no yo, me responde. Seguramente lo que tengo son nervios acumulados porque el trabajo en el bar es muy duro, son muchas horas de pie aguantando a la gente porque la gente es de lo peorcito que hay en este mundo, que si el café corto, que si con la leche fría, que si americano, que si mucho que si poco y hoy, ya el colmo, que si tenía leche de soja. No puedo más y necesito descansar porque uno también es un ser humano.
Pues no me parece motivo suficiente para no ir a trabajar, le digo. Que te van a echar, Toni, que en cuanto vean que eres un pupas y que no aguantas ná pues a la calle y entonces a ver, no nos va a dar para pagar el alquiler, nos vamos a tener que volver al pueblo con el rabo entre las piernas.
Eso no estaría mal, lo del pueblo, digo. Por ahí me sale, qué miedo me ha dado. Yo seguí dándole la charla pero ya no me hacía caso, ni me contestaba, se volvió a tumbar en el sofá y, al cabo de un rato, me pidió que por favor me callara que la cabeza estaba a punto de estallarle y que si no tenía consideración con un enfermo y de los graves. Ay, Dios mío, que se me apalanca en casa, lo veo venir, la vagancia del Toni era bastante famosa en el pueblo, pero de siempre. Hoy ha ido al médico y yo no sé que penurias le habrá contado con esa invención que tiene, que le ha dado la baja por depresión. Este no vuelve al bar, os lo digo yo. Primero porque no le da la gana y segundo porque con tanta tontería ya no le van a querer sus jefes. ¿Alguien con depresión es normal que esté todo el día silbando y cantando?, le he preguntado a la Esme. Que algunos casos se han visto pero que tenga cuidado, me dice, que le parece que el Toni es un farsante que quiere vivir a mi costa.