Venía yo de casa al trabajo un poco preocupada por cómo tengo al Toni aunque, debo reconocer, que un poco de razón sí que lleva, Madrid está asqueroso, eso no lo puedo negar y mira que yo soy positiva, que de pequeña me llamaban la Pollyana, por el cuento ese de la niña que lo veía siempre todo estupendo. Pero bueno, a lo que iba, que la Patricia, como el Jacobín estaba dormido, me ha puesto a limpiar el polvo de los libros de la estantería grande, la que tienen en el salón. Para no aburrirme, de vez en cuando leo los títulos, a mí me gusta leer, os lo confieso, pero el Toni se pone nervioso si leo mucho. No te creerás que eres la ministra del Interior, con tantos libros en la mesilla, me dijo un día. Así las gasta.
Pues voy mirando este título y este otro y algunos los conozco del colegio que nos hacían leer libros para nuestra propia formación y otros me suenan porque los he leído sacándolos de la biblioteca del pueblo y otros me llaman la atención y me gustaría leerlos pero no me atrevo yo a pedirle préstamos a mi jefa, que es muy suya. Muy suya y algo más porque lo que he descubierto y me ha dejado de piedra, pero pómez, es de la Patricia. Resulta que es escritora pero no una escritora cualquiera, la Patri es una escritora maldita. Pasaba yo el trapo por el segundo tramo de la estantería cuando me sorprende, por decirlo de alguna manera, un libro titulado «Historias de la guarra noche».
Huy, ¿de qué irá esto?, de algo malo seguro porque con ese título… lo mismo es porno que los ricos son muy depravados. Y tanto. Lo abro para comprobar si el contenido se ajusta al continente y ¡su padre con lo que me encuentro en la solapa!, con una foto de la mismísima Patricia en sus años mozos, toda guapetona ella pero con una cara como de atravesá, como de persona que ha tenido mu mala vida o que ha vivido experiencias demasiado intensas. Doy la vuelta al libro para leer la parte de atrás, a ver si explica un poco de qué va pero en ese momento me aparece la susodicha autora con el Jacobín de la mano.
Ya se ha despertado el niño, deja el polvo para otro día que quiero que salga de paseo al parque. ¡Qué susto!, como no sabía que hacer con el libro me lo metí en el bolsillo del delantal y de ahí me lo eché al bolso con la sana intención de volver a ponerlo en su sitio antes de marcharme. Lo malo es que no tuve ocasión porque la Patricia, que también es muy dada a atrincherarse, se apalancó en el salón. A ver qué hago yo ahora, me meto en cada lío…