Y cuando digo así me refiero a con la doña Perfect a cuestas. Lo que no se le puede negar es que es una mujer de palabra, ella dijo que venía conmigo al parque y así ha sido, por mucho que le hablé de peligrosos virus, fríos extremos, empinadas cuestas y aburrimientos sumos, ella se mantuvo firme. Ya por el camino iba yo rumiando cómo solucionar semejante papeleta: hacerle entender a la Esme, sin que la sado-madre se percate de nuestra relación, que no puedo ocupar mi puesto de trabajo porque vengo acompañada y, del enemigo, por si fuera poco. La Esme, pese a ser amiga íntima, es una jefa muy estricta y no le gusta que se juegue con los emprendimientos. Resumiendo, un lío de los buenos. ¿Se puede saber qué mascullas, Tati?, va y me suelta la abuela del Jacobín por el camino. ¿Tati?, me parece que se confunde, me llamo Eva. Eso ya lo sé, guapita, me responde muy altiva, pero de siempre hemos llamado Tati a todas las chicas de servicio, así no nos hacíamos líos con los nombres. Para mí eres Tati y te estoy preguntando qué hablas por lo bajo.
O sea, que me ha rebautizado por el camino. Tati, se pone, como si yo no tuviera un nombre propio. La hija que si me llamo Evarista y la madre que para ella soy Tati, lo que tiene una que aguantar no está escrito. Bueno, ahora sí lo está. Nada, le respondo, repasando la lista de la compra que luego se me olvida algo y tengo que volver y eso da mucha rabia. No dijo ni que sí ni que no porque es de esas mujeres que tan pronto te presta atención como que te has vuelto invisible para ella.
Nada más entrar al parque la conduje hasta el área de columpios, lo más alejada posible del quiosco esmeraldiense. Mientras ella observaba complacida los salvajes juegos de su nieto, yo miraba de reojo hacia mi incipiente negocio donde la Esme no paraba de hacerme aspas con los brazos, señalarse el reloj y lanzarme malas caras. Al cabo de un rato, va y me dice la Perfect: Tati, la mujer esa tan ordinaria del quiosco te está llamando, ¿es que la conoces de algo? De comprarme un agua de vez en cuando, se ve que me debí de dejar olvidadas las vueltas o algo el otro día. Pues sí que es honrada, sí, y eso que más bien tiene pinta de timadora. Anda, anda, acércate un momento que ya vigilo yo al niño pero no tardes…
¿Tú te crees que así se puede emprender?, me amonesta la Esme, tienes que estar aquí a primera hora, nada de columpios, ya lo hemos hablado. ¿Pero no ves que se me ha pegado la abuela del niño? Ah, pues no, desde aquí no me había dado cuenta. Pues ahora ya lo sabes y me voy, que sospecha. Esto no es serio, Evi, así no despegamos, así no hay quién emprenda, la dejé diciendo con muy malos humos. Tatiii, Tatiii, me gritaba la otra desde los columpios toda alterada, corre que el niño está comiendo tierra y dando con la pala a otro niño en la cabeza. Hay días que ni yo misma entiendo cómo los supero sin inmutarme, ¿será por mis nociones básicas de yoga o por mi pachorra congénita?
Si es que la función que persigue el yoga, aunque se pueda adornar de mil maneras, es, en el fondo: que se te pasee el alma por el cuerpo.