El Jacobín va a ser un niño ilustrado, un niño del Renacimiento como quién dice, con todas esas materias tan variadas que le van a impartir en la guardería entremezcladas de virus, mocos y piojos muy instruídos también. Eso no lo niego, el muchachín va a aprender y se va a formar y se va a preparar para eso del mundo competitivo del mañana, pero lo que no me gustaría que se olvidara es que él ya llevaba un bagaje propio antes de ingresar en esa institución tan ilustre. No me quiero dar importancia pero yo, su cuidadora-institutriz, le he enseñado unas cuantas cosillas.
Que esas cosillas tengan interés o no, que le puedan servir en el futuro o no, que hagan de él alguien de éxito o de fracaso (yo personalmete considero mucho más instructivo el fracaso) no me atrevería a afirmarlo pero, lo que está claro, es que algo le he enseñado. Por ejemplo, ¿qué niño actual de nuestro tiempo contemporáneo sabe distinguir de un simple vistazo y sin equivocarse los arcanos del tarot? Pues el Jacobín sí y eso tiene su mérito que hay arcanos muy parecidos, como la emperatriz o la sacerdotisa, por ejemplo. Ya imagino que no va a enfocar su futuro profesional hacia la cartomancia pero puede haberle servido para mantener la atención y reforzar la concentración, áreas en las que presentaba graves carencias cuando yo le conocí.
¿Qué niño de todos esos trilingues de su futura guardería sabe decir unas cuantas expresiones en guaraní y entender unas cuantas más? Podría asegurar casi con toda certeza que solo él. Y estos conocimientos lo distinguen y destacan de entre la masa de niños uniformes y altamente globalizados, lo que no es poca ventaja.
Y luego están los, digamos, conocimientos morales. Cuando empecé a llevarlo al parque, el Jacobín era un infante muy iracundo que daba rienda suelta a su testosterona emprendiéndola a palazos con sus congéneres, especialmente si éstos eran del sexo femenino. También le gustaba mucho arrojar tierra a los ojos sin motivo. Pues ambos comportamientos he conseguido erradicarlos, ahora solo amenaza con la pala pero no atiza, se hace respetar y temer, habilidad que le va a venir muy bien, pues el mundo de la infancia es un lugar muy hostil, pero sin ejercer la violencia.
Además, he promovido su afición a la lectura – ya no se come las páginas de los libros, solo las chupetea- leyéndole en voz alta con frecuencia y no sólo libros infantiles. Le he leído a Proust, a Pessoa y también a Joyce aunque con este último llora, (no le culpo).
Resumiendo y por no alargarme más que es viernes y empieza la estampida, que no quiero yo que la guardería esa se atribuya después todos los méritos educativos y formativos. Algo de mi impronta lleva y lo que se aprende en los primeros años de infancia queda para siempre o eso dicen.