¿Quién tiene el paraguas azul?
Nadie contesta
¿Quién tiene la taza roja?
Un susurro leve, como de hoja moviéndose
¿Quién tiene el perro y el niño?
Aquí, dice una voz a la que le ha costado mucho salir.
Muy bien!, exclama la misma que pregunta.
¿Quién tiene el monedero?
Silencio. El que lo tiene no lo reconoce o se ha dormido o no le da la gana decir que lo tiene.
Es el colegio del don Margarito, lo han apuntado para tenerlo a buen recaudo y que no le de por vagar por las calles y confraternizar con mendigos aunque en un cartel en la puerta dice : clases de memoria. Por decir que no quede. A mí me toca ir a buscarlo a las cuatro y llevarlo de vuelta a casa donde le aguarda su madre.
La profesora del don Margarito no se parece en nada a la del Jacobín, ni es guapa, ni es joven ni le importa un pito el trazo.
Venga, venga, Cecilio, mire que bien, han venido a buscarle. Lleva queriendo irse desde que entró esta mañana, ha estado muy inquieto, me dice en un aparte. Nos vemos mañana, ¿verdad, guapo?, le suelta con el mismo tono de voz con el que se habla a los niños.
¿Quién tiene la mesa?, sigue ella dando palmas para que no se le duerman los tres que quedan despiertos.
Esos tres dejan vagar la mirada por unas fichas con dibujos de objetos que tienen delante pero ninguno ve la mesa, parecen estar perdidos en mundos muy lejanos aunque sus cuerpos se hallen en este.
Debe ser terrible quedarse sin memoria. Aunque debe ser mucho peor acordarse de todo. De todo.
Hombre, ese “de todo” que has escrito tan absoluto sí que da miedo, que hay ciertas experiencias que es mejor tenerlas por lo menos borrosas. De todas formas y afortunadamente, creo que no es posible.
No, claro.
Solo puede ocurrir en la ficción. Como en aquel cuento de Borges -“Funes el memorioso”- en el que el pobre protagonista se acordaba de todo -sí, de todo. Recordaba perfectamente cómo era una nube que vio hace tres años, un día concreto a las cuatro y cinco de la tarde.
Pues imagina si a ser memorioso se le suma la inmortalidad, qué pesadilla entonces!
yo creo que solo es terrible para nosotros que miramos desde fuera, porque fuera parece terrible perder de una vez este mundo de memorias que tanto “odiamos” Un saludo, Eva
Puede ser y ojalá que visto desde fuera sea peor que vivido pero la sensación de que te olvidas y te desconectas, antes de desconectarte del todo, tiene que ser muy angustiosa. Un saludo y gracias por comentar.
La verdad que tener memoria es un regalo..de los que apreciamos para toda la vida….un besito Eva.
Es verdad, Cris. Un beso 🙂
“Nos vemos mañana, ¿verdad, guapo?, le suelta con el mismo tono de voz con el que se habla a los niños.”
Jajaja, esto es una de las cosas que me da una ‘innnnrrrritación’, ese tono crea, al instante una relación emocional asimétrica, a partir de allí te infantilizan y te demencian por completo, ni puedes protestar ante ello porque lo debes percibir como cariñoso, cuando es totalmente p@ternalista (y eso en el mejor de los casos). En general, el cuchi cuchi language, ni para mayores, ni para personas con una enfermedad, ni para niños, nisquiera para bebes. Y tampoco para gatos y perros ( lo digo a mi misma). 🙂
Opino igual, a mí tampoco me gusta aunque sea con buena intención el “cuchi cuhi language”. Qué buena definición!
Pues yo opino que debe ser terrible no tener la memoria de lo que somos, lo que fuimos o lo que hicimos.
Claro que… acordarnos de todo, pues no sé, no sé.
Besetes Eva, guapa.
Cierto, sin memoria no somos nosotros, claro que un exceso de memoria tampoco tiene que ser agradable. Otro beso para ti, María
El olvido al final del camino…
Odió el cuchicuchi lenguaje. Me parece una denigración total, esperemos que nunca nos toque.
Y si en vez de tanta pérdida de memoria, lo hicieran aposta. Y si hubieran comenzado a pasar de todo voluntariamente y luego le hubiesen cogido gusto. A lo mejor el razonamiento les ha llevado a eso. A mí de pequeño me decían que no había que aprender las cosas de memoria sino razonándolas. Llégate a viejo para que te digan lo contrario.