Hay hombres a los que la vida se les hace muy larga. Esos hombres se apoyan en los coches aparcados en la calle o se recuestan contra cualquier poyete o se acodan frente a unas obras y como si estuvieran ensimismados mirando al mar que no tiene su ciudad, pasan así sus mañanas y sus tardes, lo que les queda de sus días pasan porque la vida, aún siendo corta, se les hace larga.
Los primeros días, los primeros meses, el primer año, esos hombres sienten un poco de vergüenza de hacer lo que hacen, de vivir como viven, de ser como son. Por eso tratan de ser discretos, de pasar desapercibidos, de esconderse entre el barullo, el ruido, la actividad pero, a base de repetir conductas, se acostumbran a ellos mismos y pierden el pudor. Entonces se atreven a salir a la calle en zapatillas o con la parte superior del pijama o sin la dentadura puesta. Pierden la compostura esos hombres, increpan a las mujeres guapas y a las que no lo son. Gritan cosas a los niños, intervienen en las conversaciones ajenas, saludan a los desconocidos, silban, cantan, se ríen, gruñen, protestan solos. Comentan en voz alta y para nadie la película de la vida que pasa por delante.
A veces quieren participar, formar parte del elenco pero los papeles ya están dados. Meten el pie pero la corriente es demasiado rápida, no hallan el hueco y, por otra parte, carecen de verdadero interes, del empuje necesario para lograrlo. Algún ser piadoso se compadece a veces, se detiene un instante y les otorga una breve limosna verbal. El resto del día lo pasan acodados frente a las obras, observando el desplazamiento de las máquinas, respirando polvo, contemplando el sudor ajeno.
Cuando se cansan se recuestan sobre algún coche aparcado y miran pasar a los transeúntes con algo de burlón escepticismo. Ya saben en qué acaba tanto afán. Qué corta es la vida y qué larga se hace a veces, ya les ha expulsado pero no les deja irse, les mantiene por las esquinas, por los rincones, en los márgenes como anotaciones escritas en una letra tan pequeña que nadie va a molestarse en leer. Hay bastantes de esos hombres. Parecen borrachos sin estarlo, locos sin serlo.
(Del cuaderno de doña Marga)
Lástima que no todos tengan una buena jubilación para irse a jugar al golf y rascarse la panza en un spa. Circunstancias, oportunidades… El juego de la vida, a veces macabro.
O un mar o un río o un horizonte al que mirar
También. Hay muchas más cosas
Y gratis pero no siempre al alcance
Me estoy haciendo fan de doña Marga porque nos habla con valentía de “las vidas” que no queremos ver por miedo a que en algún momento puedan ser las nuestras
Es muy observadora la doña Marga, sobre todo para lo que se sale de la norma, seguro que le va a gustar tu interpretación.
Que arte tiene doña margarita!
Maravilloso análisis y muy bien escrito.
Muchas gracias, Rosa. Un beso
Cuánta razón tiene doña Marga. El aislamiento hace a muchos perder el pudor y la discreción con tal de hablar con alguien, de sentirse alguien, de contar algo a alguien. La vejez es otro tipo de indigencia.