Ahora el Jacobín se ha empeñado en ir cada mañana a su guardería multilingue último modelo empujando un carrito para muñecos que le trajeron los Reyes. Qué mono, dice su madre mirando con arrobo a su tierno infante ataviado con un gorrito de orejas y sujetando el carrito con aires de gran responsabilidad.
La pobre cree que su hijo se está preparando para ejercer en el futuro una paternidad responsable y conciliadora. No la quiero desengañar pero mucho me temo que sus intenciones son otras.
Ya en el ascensor y libre de la mirada materna, arroja con saña al suelo el muñeco que la Patricia le ha colocado dentro del carro y lo pisa con sus botitas una y otra vez, con método. Una vez que salimos a la calle, yo portando el muñeco maltratado en brazos, el Jacobín se pone a practicar sus verdaderas aficiones: lanzamiento de bólido cuesta abajo, simulación de accidentes haciéndolo chocar contra los coches aparcados, estampamiento contra muros y paredes, atropellamientos de piernas y aplastamiento de excrementos caninos al grito de «otra caca, ¡biennnn!
Cuando sumamente estresada yo y adrenalínico perdido él llegamos a la puerta de su centro educativo de élite, tengo que luchar fieramente por arrebatarle su juguete al que se aferra como un niño poseído. Es tan agotador el trayecto que me veo obligada a recalar en el parque para recobrar las fuerzas.
En esas estaba hoy, en lo de ir a quejarme un rato de lo dura que es la vida de cuidadora de niños altamente testosterónicos, cuando veo a mi amiga, hoy sí era ella y no su padre, machacándose a selfis.
¿Qué haces, Esme, y por qué pones esa cara tan rara?
Pues qué voy a hacer, lo que todo el mundo, inflingirme un selfi, la penitencia moderna . Y no es cara rara, es de sorpresa, lo que se lleva. Atrás quedaron los morritos de adolescente tontorrona, afortunadamente. Esta cara tiene la ventaja de que te hace los ojos muy grandes y con la boca abierta se te borran las arrugas. Mira, así, me voy a hacer otro aquí delante de nuestro castaño de referencia. Ahora otro desde dentro del quiosco, ahora sentada en el banco, ahora….
Bueno sí, para, para, que las posibilidades son infinitas pero yo venía a contarte que menudos trayectos a la guardería me da el Jacobín, mira que yo no soy nerviosa pero es que este niño consigue alterarme.
Como todos, los diseñan para causar alteración, te lo dice una madre experimentada, y lo malo es que perdura en el tiempo, y en el espacio. Vamos, que no se pasa. Te alteran y te alteran y te siguen alterando. Pero no me hagas hablar de hijos que vengo calentita, ya les he dicho, seguid así que cualquier día de estos me voy…..y no me volvéis a ver, me contestan terminándome la frase en toda la cara.
Voy a hacerme otro selfi de sorpresa total, como queriendo expresar: no doy crédito, ni a lo que te acabo de contar ni a nada. Y es que es verdad, refleja totalmente mi postura ante el mundo porque a ti, cuando sales a la calle por la mañana o cuando pones las noticias o cuando estás en tu casa con el Toni,¿no se te pone, aunque sea por dentro, esta misma cara de pero qué ven mis ojos, esto es increíble, alucino en colores, me pasmo y todo eso?
No sabría decirte, bueno a veces sí pero tampoco siempre.
Yo siempre pero siempre. Venga, no seas muermo y hazte uno conmigo poniendo la cara de que no nos podemos creer nada de lo que vemos y vivimos.
Mejor no, que llego tarde y la próxima vez avísame de que tienes un padre. Qué susto ayer.
¿Ves? Lo que te digo, se te puso la cara de máxima actualidad. Me voy a echar otro apoyada en la fuente. He salido tal cual, como me siento, como estoy: totalmente estupefacta.