Pese a mi estado febril y a un dolor de cabeza como si me fuera a explotar, accedí ayer por la tarde a uno de los deseos de doña Marga: visitar la Rosaleda. Como su mismo nombre indica es una zona del parque llena de rosas de todos los tipos y colores. Por arriba, por abajo y por el medio.
Rosas que trepan por pérgolas y torres, rosas alrededor de las fuentes, formando caminos simétricos y laberintos de rosas. Las hay blancas, rosas, moradas, amarillas, naranajas, rojas y de todos los colores posibles. Y huele, lógicamente, a rosas, aunque no si te acercas a oler una en concreto pegando la nariz, es un aroma que irrumpe de repente traído por la brisa y luego desaparece. A veces es fuerte, otras suave y otras se ha ido.
Por el camino nos pasamos por el quiosco de la Esme que está en el mismo parque por si se quería dar la vuelta con nosotras. Estaba recitando en voz alta esto: ¡Ay mísera de mí! ¡Y ay infelice! Apurar cielos pretendo ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo…. Y luego decía cada cierto tiempo después de unas parrafadas muy largas, «y yo con más albredío,¿ tengo menos libertad?, ¿y teniendo yo más alma tengo menos libertad?.
Pero, Esme, hija, ¿qué te acaece?, ¿una de tus tardes malas?
Aquí, la Segismunda, se pone su padre que también estaba allí. Que se tiene que leer mi nieto, Jonás, La vida es sueño, de Calderón, para la clase de lengua y como el muchacho no se entera de nada porque carece de comprensión lectora y de cualquier otra comprensión, pues se lo está leyendo Esmeralda primero, a ver si se lo puede explicar luego. Pero para mí que ella tampoco lo entiende.
Pues claro que lo entiendo, salta la Esme interrumpiendo su declamación, es un hombre que está encerrado en una prisión, como yo en este quiosco, y clama por su libertad. Me identifico, me identifico.
Venga, Esme, vente con nosotras a la Rosaleda y así te liberas un rato. Y se vino. Lo malo es que las rosas ya estaban empezando a secarse, no todas, pero sí muchas.
Qué pena, dice la doña Marga, teníamos que haber venido una semana antes o dos y las hubiéramos visto en todo su esplendor, algunas ya están ajadas. Como nosotras, añade luego con una risita señalándose a ella misma y a la Esme. A veces la doña Marga tiene su punto de mala leche, menos mal que la otra no la oyó porque estaba haciéndose la chula con la botánica.
Estas se llaman Tequila, iba diciendo en voz muy alta, estas Revolución Francesa, estas son las Comtesse du Barry. Hombre, mira, las Michelangelo de toda la vida y las Vélon d,Ingres y ahí están las Terracota.
Es impresionante lo que sabe de rosas, dice la doña Marga que a veces es muy inocente. Pero qué va a saber, doña Marga, le aclaro yo, si lo está leyendo de los carteles, no tiene ni idea, se sabe el genérico, rosa, y nada más.
Como hacía mucho calor nos sentamos en un banco, justo enfrente de una fuente, a descansar. ¡Ay mísera de mí!, suspiraba la Esme abanicándose. Y la doña Marga, desde su silla de ruedas y enredándose una trenza entre los dedos, va y salta sin venir a cuento o viniendo, no lo sé: «toda carne es como el heno y todo esplendor como la flor de los campos. El heno se seca, la flor se cae». Al parecer es de un tal Isaías.
Total ,que pasamos muy buena tarde en la Rosaleda, quitando el dolor de cabeza y la fiebre, que me empezó a subir.