La niña morena del pelo corto tiene envidia de su prima por su coleta larga y rubia adornada cada día con un pasador diferente. Envidia porque mueve muy bien las piernas largas y flacas saltando a la goma y llega a sextas sin caerse, enredarse ni tropezar. Envidia porque dibuja con destreza, con suma pulcritud y armonía en cuidados cuadernos cuyas hojas nunca están arrugadas ni sudadas ni emborronadas.
Envidia porque no se asusta con los problemas de matemáticas y se queda quieta en la silla, serena y concentrada hasta que los resuelve, sin llorar ni pegar a la mesa ni lanzar con desesperación la goma y el lápiz ni sentir deseos de matar a alguien, a ese que ha redactado el enunciado desde algún lugar recóndito.
Envidia porque dos hermanos mayores la protegen cuando niños hostiles se aproximan con intenciones aviesas. Porque su armario, siempre ordenado, contiene mucha ropa bonita nunca heredada de otro, organizada por colores y hasta una caja tapizada en tela llena de diademas, pasadores y gomas para el pelo.
Por todo eso y tal vez por algo más siente envidia. Y como la morena del pelo corto pasa todas las vacaciones de verano con su prima, son tres largos meses de envidia y sol ardiente y, a medida que su piel se va poniendo más y mas oscura, el deseo de ser como la otra se acrecienta hasta hacerse insoportable, como el picor de la piel reseca por el cloro y el sol.
Finalmente los días se acortan, un viento fresco y húmedo agita las hojas de los árboles que ya empiezan a amarillear y cada una se traslada a su ciudad de origen. Así, a medida que la luz mengua y su piel se descama y recupera su tono original, la envidia se va disolviendo. Sin la imagen ideal de la prima rubia en la litera de arriba, recupera la alegría de ser como es: morena, con un pelo tan corto que no admite adornos, torpe en matemáticas, y con unas botas de goma heredadas de una hermana mayor que la ignora con las que pisa feliz los charcos camino del colegio.
(Cuaderno de doña Marga)