Los más feos, los más raros del barrio viven en mi edificio, lo tengo más que comprobado. Cada vez que veo por la calle a alguien poco agraciado o desfigurado o muy anciano o estrafalario ya sé dónde va: al 35. Y también sé cómo entrará: con aire furtivo. Como si ese portal fuera, más que el acceso a un edificio cualquiera, el pasaje a una cueva o guarida de seres perseguidos y acosados.
Preferiría vivir en el 33 que siempre está muy limpio y cuya lámpara brillante lanza destellos amigables o en el 37 con esos techos altos y unas pulidas escaleras que invitan a subir. En cualquiera de los otros de la calle, en realidad. Menos en el 35, el del felpudo renegrido, las escaleras rotas, las cuatro moscas flotando y la puerta siempre abierta invitando a los ladrones. Entran, claro, pero no a robar, es que viven en el 35.
Feos, malencarados, desarrapados, estrafalarios, contrahechos y revirados cruzan a todas horas la puerta del 35, la que no tiene picaporte y luce un agujero mellado. Entran y salen de medio lado acarreando bolsas de supermercados baratos o tironeando de correas de perros. Perros que se les parecen. Perros del 35.
Procuro no coincidir con mis vecinos, los evito. Si veo que voy a entrar a la vez que alguno aminoro el paso y doy media vuelta a la manzana o me paro a mirar con fingido interés un escaparate mil veces visto. Mañas para no acceder en compañía al siniestro portal de los siniestros.
Cuando llego a mi casa lo primero que hago es mirarme en el espejo de la entrada para comprobar que no soy feo ni tullido ni estrafalario ni decrépito ni harapiento. Y me parece que no lo soy, me veo bastante normal, aceptable por lo menos. Pero después me asalta la duda de si los otros vecinos acabarán de hacer idénticas comprobaciones en sus espejos y, dándose por satisfechos, se habrán puesto a batir huevos como estoy haciendo yo justo ahora.
Abro un poco la ventana y oigo un batir de huevos que, escapando de cada cocina, asciende uniforme y hermanado por el patio de luces.
(Cuaderno de doña Marga)
No, si todo el mundo se cree normal hasta que se demuestra lo contrario… Ja! Muy buena entrada, como siempre.
Es verdad, nos vemos normales y puede que no lo seamos tanto. Que te aproveche el cornete 🙂
Siempre nos asalta esa pregunta, me verán los demás igual que me veo yo?. No lo creo, cada uno tiene su particular visión de las personas. Lo que me fastidia es pensar que soy como mi perro. Dicen que el perro se parece a su dueño y el mío se pelea con todos los perros. Seré yo una broncas y no me he enterado?.
Jajaja, no te pareces a Pincher, tú eres más guapa. En lo de broncas ya no lo sé, no te he visto en el cuerpo a cuerpo diario.
Pues no soy una broncas y no me lleves la contraria que te, que te, que te uhmmm.
Y qué es ser normal, querida Eva? Hummmm, no se sabe 😉 😉
Besetes de domingo…
La normalidad es de lo más anormal 🙂 Besos, María
y si le das una manita de pintura al portal y lo arreglas un poco?? igual consigues que todos los feos y raros con sus perros se muden…. si quieres te ayudo 😉
Qué maja. Yo creo que ni por esas, el número 35 no tiene remedio. Eso dice doña Marga, la autora de esta historia.
Yo creo que eso siempre pasa, que vemos lo nuestros peor que lo de los demás. Aunque en realidad, haya “feos” en todas partes, jajaja. Besicos
Abundan, eso es verdad y no conocen de edades, sexos ni razas.
En el 35 se hacen las mejores tortillas, seguro, las más bonitas.
Las más sonoras por lo menos 🙂
🙂 Ningún jorobado…
Jajaja, me has hecho mucha gracia.
😀 😀 😀
Ostras! Yo no tengo perro que se parezca a mí, y ahora me preguntaré constantemente cómo sería el animalito. Con el pelo rizado y se pintaría los labios de rojo pasión como yo? Nunca lo sabré. Me encantas. Mucho.
No lo tengas y eso que te evitas. Tú también me gustas a mí, Maricarmen. Besos
¿El cuaderno de doña Marga está encuadernado en oro verdad?
Eres único echando piropos, Cabre. No, es un cuaderno de los de hacer los deberes muy chuchurrío y con bastantes borratajos.
Es extraño que doña Marga hable en masculino. Pero sus razones tendrá en esta descripción. Los pensamientos de la doña son inquietantes a veces.
Vete a saber