K tiene miedo de su cuerpo y por eso lo espía continuamente. Su cuerpo es un traidor en potencia y aunque hasta el momento se ha ido portando relativamente bien, con algún que otro altibajo y algún que otro susto, K no se fía.
Conoce la historia de demasiados cuerpos como para fiarse y nada le hace suponer que el suyo sea distinto o mejor que el resto. Sabe, porque está harto de verlo y de oírlo que, pasado un tiempo determinado y sin motivo aparente, a muchos cuerpos les da por la maldad y, como si se hubieran aburrido de su anterior conducta suave y tranquila, comienzan a comportarse de forma grosera y desagradable causando dolor y angustia en sus dueños. Matándolos, bastantes veces.
Por eso K no deja de espiarlo, de analizarlo, de investigarlo, de seguir cualquier indicio que pueda ponerle sobre la pista de un desliz, de un mal comportamiento, de una desviación moral. Hay tantos órganos y son tan complejas las relaciones entre ellos, son tantos los frentes que atender que K se agota.
Porque además, desde que lo espía, parece que el cuerpo de K se divierte asustándolo, enviándole señales falsas, alarmas que luego no son nada, el ruido de una sirena disparada a destiempo, pero que tienen a K en un estado de ansiedad constante.
El mundo exterior apenas existe para él, salvo que tenga o pueda tener una relación directa con su cuerpo y no es que ese mundo no le interese. Le importa y mucho, es lo único que le importa, circular libre por él como hacía antes de las sospechas, pero ya se encarga su cuerpo de impedirle el acceso, de instalarle murallas y parapetos, de bajarle las persianas.
Por todo eso K odia su amado cuerpo. Querría hacerlo desaparecer, suprimirlo, pero sabe que sin ese traidor, sin ese infiel que después de un periodo de maltrato más o menos largo, va a terminar abandonádolo, él, K, no existiría.
(Cuaderno de doña Marga)
a mi el mío también me da mucho miedo….. y lo tengo vigilado de manera constante, aún así sé que como en tu historia, al final me la terminará jugando.
Lo mejor es darse por sano y no hacerle ni puñetero caso, si es que puedes. Yo a veces puedo y otras me da por la vigilancia.
Pues le recomiendo a K que se olvide de su cuerpo. Total, espiándolo o no, te la juega, así que…¿para qué obsesionarse?. Que se preocupe cuando le mande señales inequívocas. Mientras tanto, que no le haga ni caso, que se fije en lo de fuera….¡hoy hace un día precioso!
Si, sí, es una buena recomendación. Y en lo del día precioso coincido totalmente, solo con mirar al cielo ya te entra alegría por el cuerpo traidor. Saludos, Natalia.
Estoy como K, muy preocupado con él mío, Eva. Dile a K que no está solo.
Feliz tarde
PD: Escribes de maravilla
Ay, los cuerpos, qué pesaditos se ponen a veces. No te preocupes demasiado, Enrique. Gracias y un beso.
Ay el cuerpo! Hay que cuidarlo, pero… sin obsesionarse.
Un abrazote, Eva…
Todo en su justa medida, tienes razón. Besos, María
Yo desconfió mas de mi mente.
Jajaja, la mente tampoco es muy de fíar.
Ufff, alguna vez me ha dado por ahí y es un horror! Casi mejor ni mirarlo… Besicos!
La hipocondría es una cosa muy mala, vives sin vivir en ti.
El cuerpo suele ser listo, te avisa de cuándo tienes que comer, cuándo dormir y cuándo disfrutar. Aunque a veces te manda dolores desconocidos que te hacen estar alerta. El cuerpo si sabe lo que le pasa, pero tu no. Tiene carencias en cuanto a comunicación se refiere.
Y también te manda alertas innecesarias, a veces es un poco alarmista. Saludos, Sensi
A mí es que últimamente me anda cambiando cosas de sitio. Lo que estaba más arriba ahora está más abajo y, claro, eso da miedito. Jajajaja. Besotes!!!
Si, lo de la ley de la gravedad que los cuerpos lo siguen a rajatabla los muy asquerosos, jajaja. Besos y p,arriba!
Y además tenemos una relación de responsabilidad para con el cuerpo. Nos atosigan con los cuidados que le debemos. Hasta nos responsabilizan de las enfermedades que contraen. Nos hacen culpables de lo que le pase a nuestro cuerpo.
Del brazo de su esposa, un anciano entraba en el pabellón de oncología de un hospital. La mujer le repetía machaconamente:
-Lo ves, Ambrosio, si no hubieses fumado…, si no hubieses bebido…, si no te hubieses dado a tantos excesos…
Al llegar a la sala de espera, había varios niños con catéteres y unidos a extraños aparatos. Ambrosio les observó y le dijo a su mujer:
-Y estos, ¿qué han hecho?
Qué bueno!, es verdad, no siempre tenemos la culpa.