Hay un banco en el jardín donde me siento cuando estoy triste, cuando estoy aburrida, cuando estoy harta.
Me siento y veo la silueta de los montes, las ramas de los árboles, el cielo y sus ingredientes.
Los pájaros vienen a cantarme, preocupados por lo triste, lo aburrida, lo harta que me ven.
El viento me monta un espectáculo de caída de hojas solo para mí, me revuelve el pelo, lo descoloca como si quisiera así cambiarme el ánimo.
Las nubes se disfrazan en su viaje por el cielo: ahora de dragón, ahora de Juan con bigote, ahora de una mano que se estira y estira y luego se cierra en puño.
Yo me quedo muy quieta, en silencio, simplemente sentada en mi banco de estar triste, mirando, escuchando, estando y nada más.
Al rato me levanto, me sacudo los pantalones, me estiro hacia arriba y hacia abajo, doy unos cuantos pasos y me marcho por el sendero. Ya estoy menos triste, menos harta, casi nada aburrida. Me entran ganas de hacer cosas y hasta me río.
Lo malo es que no tengo jardín.
(Cuadernos de DM)