Mes: enero 2016

Nanai de la India

Que no, que dice la Esme que ella no va a la India ni jarta vino, en sus propias palabras literales pronunciadas a grito pelao desde la tribuna de su quiosco. Qué ordinaria es cuando quiere y esta mañana se ve que ha querido.

Con la ilusión que llevaba yo cuando he ido a contarle todo lo que le oí narrar ayer a la Poncho. Pues ella cerril perdida que no y que no, que se gusta mucho como está y no tiene ninguna necesidad de cambio, que para vuelcos y revuelcos ya tiene bastante con los que la vida le ha ido dando, que no han sido pocos, y que para ver miserias se queda en Villaverde, su barrio natal.

Si de eso tenemos a punta pala, guapa, ¿que en la India hay más y mejor? Pues no lo quiero ver y el calor que tiene que hacer por esos andurriales y el olor y los ruidos… nasti de plasti, monasti, me dice sacando del baul de los recuerdos antiguas expresiones de su lejana juventud.

Pero, Esme, ¿y qué me dices del componente exótico, no te apetece ver monos a pie de calle?, de eso no tenemos aquí.

Pues dice que no le gustan los monos, que le recuerdan demasiado a muchos de su congéneres y que en concreto tiene un vecino con el que coincide a diario de lo más simiesco.

Todavía si me hubieras propuesto como plan una expedición a los fiordos noruegos…te hubiera dicho que sí, por los fiordos y por los noruegos, se me pone ella, pero la India, no me veo en ese entorno, ahora que si te quieres llevar a mis hijos, te los presto. Conversación no te van a dar porque llevan los auriculares incrustados de forma permanente en las orejas pero como van muy raros vestidos pueden asustar a más de un malhechor. Sí, sí que se vayan y no tengas prisa por devolvérmelos, si se quieren quedar una temporadita de rule por ahí, que se queden, yo soy una madre muy liberal, que aprendan idiomas, aunque sea hindi, que aprendan algo, leches.

O sea, que no te quieres venir conmigo, pues qué desilusión, sería toda una experiencia, te hacía más aventurera, Esmeralda. Pero nada, ella a su bola, son otros sus objetivos.

Y si te quieres llevar también a mi padre no me opongo ,puedes usarlo para el regateo, a ese no le tima nadie, es experto en tirar a la baja, y por las comidas no te preocupes, fue niño de la guerra y está acostumbrado a las penurias. Bueno, te los llevas, ya está decidido, qué buena idea, voya a ir sacando los billetes que con tiempo te sale más barato. Menos de un mes no os vayáis que es mucho lo que hay ver. Cuando llegéis al Ganges, el río ese guarreras, os haceis un selfie. Ale, ale, todos a la India. Qué a gusto me voy a quedar, ya estoy haciendo planes para ese tiempo de libertad.

Y ahí la he dejado riéndose sola. Qué loca.

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Patas arriba

No sé si es que he comido muchos manjares acabados en «ón» durante estos festejos, pero hoy me pesaba el cuerpo. Lo que me ha costado sacarlo de la cama, vestirlo y no digamos ya ponerlo a entablar conversación con la autodenominada Miranda. Lo plasta que está con el significado de los nombres y sus seguras implicaciones en nuestras vidas diarias no os lo podéis imaginar. Pero eso otro día porque es largo.

He arrastrado  mi cuerpo hasta el metro y al llegar a casa de la Patricia que también parecía que iba arrastrando el suyo por el pasillo, los estragos navideños no distinguen de clases sociales por lo que veo, ¿con quién me he encontrado toda radiante y exultante? Lo digo ya dejándome la intriga para otra ocasión: con la Poncho en persona.

Resulta que acaba de volver de un viaje a la India, zona norte, para mayor precisión, y se lo estaba relantando en plan callejera viajera a su desnutrido auditorio: a la Patri con cara de recién resucitada y a la Salus con cara de máximo alucine. Se ve que la Salus es de estas personas que valoran mucho el movimiento y los desplazamientos y cuando alguien pronuncia, «viaje», entra en trance. Si a viaje le añades «lejano» ya es que pierde los papeles.

Ay, ay, la India, la India, qué maravilla, se pone alzando los ojos a la lámpara como si hubiera allí un mapa del lugar y necesitara orientarse. Y cuenta, cuenta, ¿cómo es?

Es otro mundo, suelta la Poncho  revolviendo el té y llevándose la cucharilla a la boca con gesto de sabiduría ancestral.

Menuda respuesta tan poco precisa, me hubiera gustado algo más descriptivo, aunque creo que a la Salus le ha bastado o es que no ha dicho nada por no quedar de ignorante.

Sí, claro, dice , es que nos creemos que no hay nada más que Europa, somos egocéntricos pero el mundo, el mundo es muy grande y diverso.

Tampoco hacía falta trasladarse de continente para llegar a esa conclusión. O sí,  yo que sé.

Luego, mientras yo iba quitando adornos navideños, la Poncho ha seguido perorando sobre las experiencias indianas. Dice que ya no es la que era porque un viaje a la India te trastoca, te remueve los cimientos y te deja del revés. Todos, pero todos, deberíamos ir una vez en nuestra vida como poco, ha dicho y a continuación se ha puesto a declamar agarrándose de los collares: mi querida Delhi, cuánto añoro tus olores, tus colores, tus sonidos, tus sabores, tu estallido de vida, tu autenticidad.

Y yo sin saberlo. Y la Salus, por la cara que ponía mordiéndose los labios, tampoco.

Pues sí que…Otra cosa que tengo pendiente para estar completa: el viaje a la India. Iba a llamar a la Esme para que ella también esté al tanto y vayamos ahorrando que yo sola no me atrevo, pero la Morganina se ha puesto a berrear en el mismo estilo del año anterior: muy fuerte.

Atiéndela tú, me ha ordenado mi jefa resurrecta, que nosotras estamos hablando y no te olvides de quitar el árbol, estoy de bolas y espumillón…

Menudo panorama, Morganina, a mí hoy me pesa el cuerpo y a ti, aunque eres muy liviana, algo te tiene que pesar para que llores tanto,  ¿te vienes tú también  a la India conmigo y con la Esme? Mira que nos van a remover de arriba abajo esas personas hindúes, nos van a poner patas arriba y vamos a volver como nuevas. Talmente otras, estoy convencida.

Propósitos, despropósitos

Bueno, majos, pues un nuevo año ha comenzado y aquí seguimos, más o menos en las mismas. Eso sí, tenemos propósitos y algún que otro despropósito. La Noe, por ejemplo, que le ha dado con que se va a cambiar el nombre, que ya no se identifica con Noemi y que se quiere llamar de otra manera. Dice ella que la denominación de origen no tiene por qué marcarle a uno de por vida.
Tampoco me parece a mí que un nombre influya tanto en lo que uno haga o deje de hacer con su vida y que se puede dar un giro nuevo a las cosas con el mismo nombre de siempre, pero ella dice que no, que si quieres que algo cambie tienes que empezar a lo bravo, como el río aquel, y que a partir de ahora pasa a llamarse Miranda, que percibe ella, nada más pronunciar todas esas aes que es un nombre con mucha más apertura y posibilidades. Lo que ella quiera pero para mí va a seguir siendo la Noe.

A la Esme también la tengo muy alteradita con el nuevo año y eso que ella decía y no sólo lo decía si no que lo ha escrito aquí, que eso del año nuevo es una tontería meramente artificial, que se trata sólo de un cambio de número y que todo sigue igual. Bueno, un poco es verdad, porque como ella siempre ha sido de emprender y de innovar pues así continúa.
Está buscando cursos de formación gratuitos porque se quiere reciclar profesionalmente y como ser humano, qué altura de miras se gasta. Hasta el momento no ha encontrado nada, ni los talleres de mindfullnes ni la iniciación a la rumba catalana terminan de seducirle. Digo, Esme, sin ánimo de criticar, ¿no será que empiezas muchas cosas y no terminas ninguna? Soy una gourmet del conocimiento, se me pone, y como buena gourmet tendré que hacer catas y catas y más catas. Ah, bueno, visto así…

Mi propósito para este año, aunque ya me lo hice el anterior, es estudiar algo pero sigo sin saber el qué. Dice la Esme y creo que es una venganza por llamarle pica-flor, que si tardo tanto en decidirme el que me va a estudiar a mí va a ser el propio algo. Qué graciosilla es cuando no se trata de sus propias indecisiones.

A veces tengo envidia de la Morganina y de la doña Marga que no tienen que hacerse ningún propósito ni necesitan autoperfeccionarse, la una porque acaba de llegar y está de tregua, que bastante tiene con irse adaptando al medio, y la otra porque con permancer y no dejar que el medio la expulse, ya lo tiene todo hecho.

Y digo yo, tantos propósitos y tantos despropósitos, ¿serán necesarios?

Gato en bisabuela

Más que harto está el gato Nicolai. La niña odiosa de las coletas le ha tomado por un peluche, lo sube en su carrito de muñecas y lo pasea por el pasillo dándonle conversación y llamándole hijito. Es humillante y aburrido, se marea de ver una y otra vez las mismas paredes, la misma alfombra de rayas azules y justo en la puerta de la cocina, donde está su acogedora cesta, giro y vuelta.

Pero peor es cuando llega el niño, aparta a la niña, le arrebata el carrito y lo empuja a toda velocidad hasta casi volcarlo, ya no es hijito si no un tal Alonso. Pasa miedo y se le revuelve el pienso en el estómago.

Y por si fuera poco, detrás va ese estúpido de perro nuevo, el tal Calcetos, ladrando y agitando el rabo, olisqueándole como si fuera comestible, si hasta ha tratado de lamerle. Idiota.
A este paso va a tener que ponerse un cartel que diga: soy un gato. Un respeto.

Menos mal que ha aparecido ella. Apenas puede moverse y eso es una ventaja. La sientan en un sillón en el rincón del sol, junto al radiador. Sus muslos son mullidos y calientes. En cuanto puede, huye a sus faldas y, desde allí, bien parapetado, nada más ver acercarse a alguno de los incordios, bufa.

Ella le acaricia el lomo, le hace cosquillas justo entre las dos orejas y no le llama por absurdos nombres. Sabe que es un gato y reconoce y valora su antigüedad, que es mucha. Como dos sabias esfinges se duermen la siesta a la par, entrecruzando sueños.

(Cuaderno de DM)

Ni sentada ni de pie

Vamos, no me fastidies, lo que acabo de leer, tienes un mal día, un día de esos ásperos y siesos que no te aguantas ni tú, ¿y se te pasa sentándote en un banco y mirando al tendido? Esto lo tengo que probar porque no me lo creo,  será por bancos en este parque en el que trabajo.

Vamos paso por paso siguiendo sus indicaciones: me siento, eso es fácil, ya estoy sentada. Y me mojo el culo, fácil también porque ha llovido. Bueno, no pongamos pegas nada más empezar.

Segundo paso: miro al cielo y a todos sus ingredientes. Aquí el único ingrediente que veo es un nubarrón bastante feúsco. Pasan nubes. Pues no, pasar no pasan, más bien se quedan fijas sobre mi cabeza y no me parece que alberguen muy buenas intenciones.
Pasan los runners,esos sí, esos pasan siempre y a todas horas, mira que son, todo el día corriendo sin sentido ni razón, pasan los de los patinetes a todo meter, esos también,  pasan las señoras que caminan en grupo intercambiándose recetas, los jubiletas hablando de políticos ladrones, pasa el del arcodeón camino de su esquina para darme la mañanita. Pasan los de los perros con sus perros . Pasan los perros. Pasa el tiempo y no se me pasa la mala leche que traía de casa. O de serie.

Los pájaros vienen a cantarme, no sé yo qué decirte. Aves han venido, sí, pero es un grupo de palomas y no me atrevo a llamar cántico a lo que hacen. Inflan el buche y me picotean los zapatos. Se creen las incautas que les voy a echar comida. Fuera, mugres, que no soy la loca de las palomas. Todavía, que todo se andará.

El viento me monta un espectáculo de hojas sólo para mí, dice ella. Un poco de número sí está organizando pero nada si se compara con el del jardinero del tubo aspirador. Qué ruido y qué polvareda está levantando. No sé qué le habrán hecho las pobres hojas para que se ensañe así. Pero vete a otro rincón con tu máquina del apoteosis, que estoy sentada en el banco de estar triste para ver si me pongo contenta y así no hay quién pueda transmutarse.

El viento me alborota el pelo, eso sí, verídico, menuda cabeza de aquelarre, si lo sé no me paso la plancha esta mañana.  Y la lluvia que también se ha personado para que no falte detalle, lo de llover no pasaba en su banco pero, por lo demás, he seguido casi al pie de la letra las instrucciones de su prospecto.

Me quedo quieta. Quieta estoy. Me quedo helada a consecuencia de tanta quietud. Me levanto, me sacudo, me estiro, me vuelvo por dónde he venido. Yo tampoco tengo jardín. Ni banco.

El banco de estar triste

Hay un banco en el jardín donde me siento cuando estoy triste, cuando estoy aburrida, cuando estoy harta.

Me siento y veo la silueta de los montes, las ramas de los árboles, el cielo y sus ingredientes.

Los pájaros vienen a cantarme, preocupados por lo triste, lo aburrida, lo harta que me ven.

El viento me monta un espectáculo de caída de hojas solo para mí, me revuelve el pelo, lo descoloca como si quisiera así cambiarme el ánimo.

Las nubes se disfrazan en su viaje por el cielo: ahora de dragón, ahora de Juan con bigote, ahora de una mano que se estira y estira y luego se cierra en puño.

Yo me quedo muy quieta, en silencio, simplemente sentada en mi banco de estar triste, mirando, escuchando, estando y nada más.

Al rato me levanto, me sacudo los pantalones, me estiro hacia arriba y hacia abajo, doy unos cuantos pasos y me marcho por el sendero. Ya estoy menos triste, menos harta, casi nada aburrida. Me entran ganas de hacer cosas y hasta me río.

Lo malo es que no tengo jardín.

(Cuadernos de DM)