Mes: febrero 2016

Crecimientos inesperados

En el anterior y apasionante capítulo: la autodenominada Miranda reprocha a Eva hacer más caso a sus amigos virtuales que a los reales y la acusa de tener una auténtica y peligrosa adicción al blog.

En el capítulo de hoy de esta historia sin aparente fin pero que el día menos pensado terminará, como todo: Eva se sorprende de los cambios acaecidos en los niños que cuida en tan solo dos días y reflexiona ,o por lo menos lo intenta, sobre el paso del tiempo y sus erosiones.

¿Cómo puede ser que en tan sólo un fin de semana dos niños hayan cambiado tanto? Pues pudiendo, no se me ocurre otra explicación. Normalmente el tiempo pasa despacio y va haciendo sus cambios de una manera tan lenta que no nos damos ni cuenta de las masacres que perpetra. Pero, en ocasiones, le da un arrebato y provoca cambios repentinos. Y eso, el arrebato, es lo que le ha dado en casa de la Patricia.

Cuando he vuelto a trabajar esta mañana me he encontrado dos cambios muy fundamentales: el Jacobín ha soltado a sus tres piedras y la Morganina a los chupetes. Petus, Lon y Vuris (que así se llaman las piedras amigas del niño y de las que era inseparable) han sido abandonadas en la caja de los juguetes como un artículo inanimado más. Y todo el camino de ida al colegio el muchachín me ha ido hablando, no ya de la muerte ni de la luna, sino de un pieza llamado Pol y de todo lo que juntos hacen.

Pol hace así, se me pone dando una patada al aire, y entonces yo hago así y así, y lanza en dirección farola un puñetazo acompañado de fruncir de ceño. Y luego hacemos esto y esto y se enzarza en una lucha imaginaria cuerpo a cuerpo tras la que ríe a carcajdas con gran felicidad y contento.

O sea, traduzco yo, que tienes un amigo.

Sí, Pol, dice él y a continuación alza los puños al aire y ruge.

Madre mía, que le ha dado un brote súbito de testosterona y a ver ahora qué hacemos. No importa, creo, lo esencial es que socialice aunque sea a tortas. Se está haciendo mayor, la maduración pasa por esas etapas.

Bueno, pues que lo pases bien con el cafre de Pol, me he despedido y a continuación he ido rauda a la farmacia a por la provisión diaria de chupetes. Pero no han hecho falta, cuando he entrado otra vez en la casa esperando lloros desesperados no es eso lo que he encontrado. La Morganina se hallaba tan pancha en su cuna chupándose un pie. Como si se dijera, todo me importa un pito, hasta los chupetes. Y así ha sido porque al ir a introducirle uno en la boca, más por costumbre que por otra cosa, lo ha escupido con desdén y ha vuelto a su mucho más interesante exploración pinrélica.

Otra que tal. Sí, el tiempo ha aprovechado este fin de semana gélido, para darles a estos dos un buen empujón. Los noto mayores, distintos y evolucionados. Luego he ido a mirarme al espejo, por si acaso. El tiempo estará haciendo conmigo su labor de zapa, no te digo yo que no, pero sus efectos no se notan demasiado por el momento.

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El remedio

En un armario de la cocina, al lado de un frasco con hojas de laurel y de la caja del pimentón, había un bote de jarabe. No tenía nombre que lo identificara, el bote era de un marrón opaco con un tapón de rosca siempre pringoso que costaba mucho abrir y dentro un líquido viscoso y dulce de color rosa. Lo llamábamos el remedio.

Ese jarabe valía para todo y curaba cualquier tipo de mal. Si alguno se ponía malo, ya fuera con dolor de tripa o con fiebre, mi madre decía: una cucharada del jarabe y como nuevo. Está muy bueno, sabe a fresa. Nos administraba el pringue mágico con un empujón rápido de cuchara y volvía corriendo a sus tareas porque siempre estaba muy ocupada.

Cuando crecimos un poco, los hermanos mayores se encargaban de darnos el jarabe a los pequeños y de tomárselo ellos mismos cuando se encontraban mal, sin consultar a nadie. Bastantes veces, sin necesidad, íbamos furtivamente hasta el armario y tomábamos una cucharada. Como preventivo. O por que sí. Porque estaba bueno y servía para problemas sin determinar.

Nunca fuimos al médico hasta que mi madre perdió la fe en el remedio y eso ocurrió cuando la abuela flaca, que era su madre, empezó a morirse. Por mucho mejunje que le hizo tomar no mejoraba y un día del mes de abril se dio media vuelta en la cama, dijo que se iba por un camino verde y se murió con el bote pegajoso dejando un cerco en la mesilla.

A partir de ese momento empezaron a llevarnos al médico cuando nos dolía algo o enfermábamos. El médico vivía en la casa de al lado y allí también pasaba consulta. Se llamaba don Santiago, nos escuchaba por dentro con el estetoscopio, estaba muy frío cuando nos lo apoyaba en el pecho o en la espalda, nos empujaba la lengua con palos de polo sin polo para mirarnos la garganta y nos recetaba medicinas con nombre, de espantoso sabor. Mi madre, contradiciéndose a sí misma, decía que si sabían mal era porque curaban más y mejor.

Una tarde, aburrida de que no me salieran los problemas de matemáticas, fui a tomarme una cucharada de jarabe con la esperanza de que después me brotaran las soluciones sin tener que pensar,yo aún creía en los poderes del remedio, pero el bote ya no estaba.

Durante mucho tiempo, y no solo para las matemáticas, lamenté no tener a mano ese mágico líquidito rosa de origen desconocido.

(Cuaderno de DM)

Vida simple

Llevo una vida muy simple, tan simple que cuando me encuentro por casualidad a alguien de mi pasado y me pregunta, ¿qué tal, qué haces?, yo sólo puedo contestar: bien, nada.
Ese «nada» incomoda mucho a mis encuentros del pasado, lo sé y me gustaría evitarlo porque no es mi intención incomodar a nadie y porque ahora también estoy incómoda yo. Quisiera poder rellenar esa nada con acontecimientos fabulosos o simplemente con algún aconteciminento, aunque fuera vulgar, pero es que no tengo ninguno a mano, podría fabricármelos pero necesitaría tiempo, se me da mal mentir sobre la marcha y siempre me pillan desprevenida.

Entonces, para pasar el mal trago, pregunto yo. Y tú qué tal, qué haces tú. Me sorprendo, esa gente de mi pasado sí que ha sabido construirse vidas interesantes. Al lado de todo lo que me cuentan, la mía parece una vida falsa, una vida en la sombra, un embrión de vida, como si no se hubiera desarrollado plenamente y se hubiera quedado enganchada en una esquina del mundo, sin atreverse a entrar.

Después de estos encuentros, me paso unos días pensando con bastante culpabilidad qué podría hacer para cambiar eso, para tener una vida intensa y plena de sucesos que poder relatar, una vida que parezca de verdad y no un remedo. Y hago planes en los que me veo empleando mucha fuerza de voluntad, proyectos en los que me imagino involucrándome con mucho afán y dedicación. Y sólo de pensarlo me entra una ansiedad terrible, una angustia descomunal y mucho dolor de cabeza.

Hasta que comprendo, comprendo que yo hago lo que me gusta, para lo que sirvo, que es, precisamente, vivir una vida muy simple, y que soy bastante feliz en ella, sin apenas nada digno de destacar y que me he instalado ahí voluntariamente, en ese hueco libre que, al parecer ninguno quería y por eso estaba libre.

Sólo espero no encontrarme a nadie del pasado en una buena temporada, lamento decepcionarlos con mi nada cuando lo que quieren son resultados concretos, hechos, cosas sólidas, conclusiones, fotos de viajes exóticos, algún premio Nóbel, el bote de Pasa palabra, justo de lo que no tengo.

(Cuaderno de DM

La loca del blog

En el anterior capítulo, por llamarlo de alguna manera: (el Jacobín, impactado por la muerte de Manchitas, la cobaya mascota de su clase, interroga a Eva sobre tan común y extendido fenónemo. El niño cree que la muerte es reversible. Eva, cobarde, calla.)

En el capítulo de hoy: (la antes llamada Noe y ahora autodenominada Miranda, compañera de piso de Eva, se enfada porque ésta no la escucha y sólo hace caso al blog. La Noe-Miranda cree que su amiga puede estar enloqueciendo y que debe cerrar el blog sin más miramientos y alejarse para siempre de lo virtual.)

No sé de qué me estaba hablando la Noe porque como habla mucho y en todo momento, tiendo a desconectar de su discurso para poder conservar mi paz interior. A veces le hago caso, tampoco soy tan mala amiga, pero otras, como anoche, me adentro en lo virtual y por allí campo feliz. Pues campando feliz me hallaba y, según dice ella hasta riéndome sola, cuando de un manotazo me arrebata mi cacharro de jugar y una voz de amiga no muy amistosa me traslada de golpe a la realidad.

A ver, se me pone, que te estoy hablando, que alucino con el poco caso que me haces, si somos compañeras de piso y amigas desde los cuatro años será para escucharnos como mínimo, digo yo, ¿no?, es que estás todo el día dale que dale a ese trasto y además te estabas riendo sola, que lo sepas, como la Profiden. (Es una loca de nuestro pueblo que siempre va riéndose por los caminos y veredas sin motivo ni razón).

Le tuve que explicar que no me reía sola, que me reía de una cosa muy graciosa que había leído en otro blog. Pues sola, salta ella meneando la cabeza con desaprobación, si ahí no hay nadie, esa gente de la que me hablas a veces como si fueran tus amigos íntimos de toda la vida de Dios ni existen ni nada. Es como si hablaras con, yo que sé, con los de la tele, como la Profidén también, ¿te acuerdas que se sentaba en el bar y hablaba con los de la telenovela de después de comer? Ya te digo, te estás volviendo loca y, lo peor, ni te estás dando cuenta.

Traté de explicarle que no era lo mismo, que es gente real la que está detrás de eso que leo, sois reales, ¿verdad?, pero ella no lo entiende o no se lo cree.

Que no, no trates de convencerme, si no los ves, no los hueles y no los oyes, no son reales. A ti te está pasando ya sé cómo a quién, como al don Cervantes de la Mancha.

Querrás decir a Don Quijote, le corrijo a la vez que contesto a un comentario.

Pues eso,lo que he dicho, el que se volvió loco por leer muchas novelas de amor.

No eran de amor, maja, eran de caballerías.

Tanto apunte al margen ya le estaba sentando mal, es que la Noe-Miranda es muy picona.

Además de loca, sabihonda, pues sí que estamos apañadas con la amiga culterana. Y ahora me vas a escuchar. Mírame a los ojos. Te estaba diciendo que es la feria de arte contemporáneo, que está Madrid lleno de ese mismo arte contemporáneo y que he pensado que este fin de semana nos podríamos dar una vuelta por ahí para…para eso.

Para ver arte contemporáneo, sí, lo que tú quieras.

Bueno sí, algo veremos pero lo digo por lo del musero, tiene que haber muchos que busquen musa, tiene que estar eso lleno de museros. Y eso te estaba diciendo, que qué me pongo que me quede bien, claro, porque de adefesio no me voy a poner por muy contemporánea que quiera ir. Y tú no me hacías caso y sigues sin hacérmelo. Ya estás otra vez dentro del blog, eso es como un agujero negro del espacio, te chupa, te chupa y algún día vas a querer salir y no vas a poder y entonces llamarás a tu amiga Miranda pero yo estaré con mi musero inspirándole mucho arte contemporáneo y no te oiré. Yo que tú cerraba el blog antes de que sea tarde.

Entonces me puse a rumiar cual vaca de los prados, ¿será verdad que esto es como un agujero negro? Creo que una vez que entras hay muy pocas posibilidades de salir intacta. No quiero ser la Profiden del blog, no quiero estar loca pero tampoco quiero abandonar mi diversión, no quiero pero sí quiero.

Oye, ahora que lo pienso, me dice la Noe-Miranda propinándome un codazo aterrizador, ¿qué quiere decir exactamente contemporáneo?

Cuerpo abandonado en la basura

Una mujer abandona su cuerpo en las inmediaciones de un contenedor y después se da a la fuga. La mujer lo arrojó entre medias del contenedor de vidrio y el de papel, junto a un peluche roñoso de Bob Esponja y una silla a la que faltaba una pata.

El cuerpo no se hallaba en mal estado, sólo un poco gastado por los bordes, pero aún era muy válido para vivir. Los encargados del servicio de limpieza, que lo encontraron de madrugada cuando procedían a vacíar los contenedores, no se mostraron extrañados por el hallazgo: «estamos acostumbrados, la gente tira de todo y no recicla ni así la maten, lo que no hayamos visto…si es que somos de lo que no hay», manifestaron con indiferencia.

La policía ha localizado a un testigo presencial del abandono. Se trata de una vecina del barrio que estaba paseando al perro » vi a una mujer tirar el cuerpo justo entre los dos contenedores, iba hablando sola, decía que la tenía harta, que cuando no era la muela era el metatarso y cuando no el músculo piramidal o la dermatitis atópica. Ahí te quedas, pesado, la oí decir justo antes de lanzarlo al suelo y salir luego corriendo incorpóreamente. Me resultó extraño, pero yo siempre voy a lo mío, no quiero líos, que bastante tengo con lo que tengo, cualquier día abandono a este yo también», declaró señalándose.

El cuerpo ha sido trasladado a dependencias policiales mientras las autoridades estudian qué hacer con él. Es el primer caso de auto abandono corporal que se conoce pero no descartan que se produzcan más, en parte por el efecto llamada y en parte también porque hay mucho hartazgo y mucho descontento entre la población en lo que a la obsolescencia programada de sus propios cuerpos se refiere.

(Cuaderno de Esme)

El tío Juan

El tío Juan se vino a vivir a nuestra casa, al cuarto de la plancha. Como éramos muchos no importaba, apenas notábamos una presencia más en medio del jaleo que había siempre. Distinto hubiera sido de haber tenido amplitud y silencio, tal vez en ese caso no le hubiéramos acogido. Pero se vino porque estaba solo, porque tenía lo que mis padres llamaban «una depresión de caballo» y porque uno más, uno menos, lo mismo nos daba ya.

Se adpató muy bien al cuarto de la plancha y el cuarto de la plancha también se adaptó a él, igual que si se hubieran estado esperando y al fin se hubieran encontrado. Ese cuarto era la funda perfecta para el tío Juan y su depresión de caballo: pequeño, oscuro, con muchos trastos por los rincones. Nunca salía de ese caparazón excepto para ir al baño o para sentarse a la mesa a la hora de comer.

Ocupaba su sitio muy silenciosamente porque la depresión de caballo le quitaba las ganas de hablar, comía dos bocados porque tampoco tenía hambre, y luego hacia dibujitos con la comida en el plato. Dibujitos simétricos, pequeños mundos ordenados a la perfección que nos encantaba mirar.

A ver que dibuja hoy, nos decíamos unos a otros muy interesados. Esa atención creo que le gustaba porque cada día se esmeraba más y su arte se iba perfeccionando.

Después regresaba a su cuarto-funda y se tumbaba en la cama, estrecha y siempre llena de un lío de ropa para planchar que él colocaba cuidadosamente en la esquina inferior derecha.

Cuando entrábamos a planchar, lo que hacíamos por turnos porque éramos muchos y todos teníamos que colaborar, él se sentaba en la cama, derecho y con las piernas muy juntas y suspiraba al ritmo del vapor. Muy bien, muy bien, decía cuando ya habíamos terminado. Se ve que le gustaba el efecto de ropa planchada puesta en montones, el orden, la organización.

Se ve que le gustaba que el mundo estuviera bien trazado, que fuera simétrico, que todo conjugara, que no hubiera nada fuera de lugar, dispar o anómalo. Por devolverle el cumplido, empezamos a decirle también nosotros «muy bien, muy bien» cuando terminaba sus cuadros del plato.

Todos menos mi madre que lo que quería era que comiera porque pensaba que alimentándose saldría de la depresión de caballo y con un poco de suerte, del cuarto de la plancha. Como si todo en esta vida fuera comer y el arte no tuviera ninguna importancia.

(Cuaderno de DM)

A la luna, ida y vuelta

En la anterior entrada: Eva, doña Marga y el Jacobín pasan la tarde en el metro. Doña Marga se interesa por la hora punta y los colores y Jacobín por la muerte.

En la entrada de hoy: Eva descubre de dónde procede el repentino interés del niño por los temas fúnebres. Por el camino al colegio, Jacobín diserta sobre su nueva obsesión.

¿Te mueres?, me pregunta el Jacobín esta mañana saliendo al pasillo a recibirme. Pues sí que empezamos bien el día, majete, ¿no sería mejor un buenos días normalito? Tranquila, Eva, se pone la Patricia, nos lo está preguntando a todos, es que en clase tenían una cobaya en una jaula y se la encontraron por la mañana, ya sabes, así, me explica ella sin atreverse a pronunciar la palabra fatídica.

Sí, patitiesa, ya lo entiendo.

Pues en la India, salta la Poncho, la muerte se trata con naturalidad y no es un tema tabú como aquí, yo soy partidaria de afrontarla con claridad desde muy pequeños. A ver, Jacobo, la cobaya se ha muerto porque todos nos tenemos que morir algún día. Nacemos, estamos aquí un rato y…

Cállate, Poncho, le suelta la Patricia con cara de que ya no la considera tan su amiga íntima de la infancia. Le estás asustando.

¿Se muere Poncho?, pregunta el Jacobín apretando fuertemente las tres piedras amigas que siempre lleva en el puño o en el bolsillo.

Eso ya no le ha parecido tan natural y tan de afrontar de cara. No, guapito, no, estoy rebosante de vida. Mira, te hago la danza del vientre para que veas. Y se pone como una loca a agitar las caderas.

Todos, todos, estamos todos muy vivos y aquí no se muere nadie. La cobaya mascota de tu clase se murió porque era muy, muy viejecita, por eso. Los demás no somos viejecitos, zanja la Patricia con cara de estar ya harta del tema funerario. Y venga, al colegio que llegáis tarde.

Pero el Jacobín no las tenía todas consigo y por el camino ha seguido indagando sobre la misma cuestión: ¿se muere mamá, se muere papá, se muere Morgana, se muere la abuela, se muere la otra abuela, se muere la farola, se muere la pared, se muere el colegio?

Y yo a todo iba contestando, no, no se muere, respuesta que parecía dejarle bastante tranquilo, como si yo fuera la suma sacerdotisa.

Manchitas sí se ha muerto, me dice encogiendo los hombros.

Sobre la marcha he deducido que Manchitas era la cobaya que en paz descanse.

Pero ahora está en la luna y luego vuelve. Se queda un rato allí, mirando y vuelve mañana o luego, me suelta riéndose mucho.

Sí, claro, eso es precisamente. Te vas, te das una vuelta lunar y si tienes ganas, regresas. Qué bonita tiene que ser la luna y qué acogedora que a nadie le da por volver, he pensado pero, claro, eso no se lo he dicho.

Que le explique la Poncho las verdades verdaderas o su madre una media verdad edulcorada. Yo no me veo capaz, además, que lo del viaje de ida y vuelta a la luna, si no fuera por el jaleo de tráfico que se iba a montar, me ha parecido una buena idea, mejor que la de irás y no volverás que lo mires por dónde lo mires, es un apaño muy malo y bastante chapucero.

Palabras (1)

Cuando la vida no me gusta, no me basta o me asusta saco las palabras de la bolsa y me tiro al suelo a jugar.

Huyo subida en sus lomos de letras y a veces hasta creo que voy a poder escapar. Pero ella siempre está al final de cada texto, esperando paciente a que yo termine como si fuera una madre sentada en el banco de un parque, mirando distraída los graciosos e infantiles entretenimientos del hijo.

Es tarde, me dice dándome la mano para que me levante, hay que hacer los deberes, bañarse, cenar, dormir. Guarda las palabras aquí, en su bolsa, cada cosa en su lugar, se acabó por hoy.

Así es, no hay mucho más.

(Cuaderno de DM)

De muertes y hora punta

En el anterior episodio: (la Esme, pragmática ella, explica a Eva por qué tener envidia es una tontería que no conduce a nada)

En este mismito: (Eva vuelve al metro con doña Marga, les acompaña el Jacobín. El niño pregunta sobre la muerte, doña Marga sobre la hora punta)

Resulta que Patricia, mi jefa y señora, me ha pedido que me lleve al Jacobín algunas tardes. Dice que le parece muy bien que vayamos a casa de doña Marga o todos juntos de paseo al parque, que al niño le conviene tomar el aire fresco y convivir con otras generaciones. Lo que ella no sabe es que donde hemos ido es al metro. Aire fresco había poco pero generaciones sí, estaban prácticamente todas.

La doña Marga se ha emocionado mucho al ver al Jacobín.
Huy qué ilusión, se pone juntando las manos, ¿viene el niño al metro con nosotras? y qué trajecito tan mono lleva, con esa capucha verde, me encantaría tener uno igual, pregúntale a su madre que dónde se lo ha comprado y que si tienen más tallas.

Pero, doña Marga, le aclaro no sé para qué, si va vestido de dinosaurio, es un disfraz, eso no es una capucha, es la cabeza del bicho, como si dijéramos.

El verde es mi color preferido. Bueno y el azul y el rojo y el naranja, en realidad no podría quedarme sólo con uno, por eso me gusta tanto la naturaleza porque están todos y muy bien mezclados.

Pues podemos ir al parque a ver colores, digo a ver si cuela pero ella es de ideas tirando a fijas.

No, no, no. Quedamos en que volvíamos al metro.

Y allí que hemos vuelto. Por el camino, el Jacobín iba estudiando a la doña Marga con una cara muy seria, como si estuviera muy intrigado por algo y asustado al mismo tiempo.

Nada más sentarnos en el banco del andén, va y le pregunta, ¿te vas a morir?
Menos mal que ella, entre que está un poco sorda y que va a la suya, no se ha percatado de la pregunta.

¿Queda mucho para la hora punta?, me pregunta a mí a su vez.

Se va a morir, vuelve a la carga el Jacobín, se va morir esta tarde, precisa luego, porque está tan vieja, tan vieja… Y se encoge de hombros como diciendo, no tengo yo la culpa.

Eso sí lo ha oído la doña Marga y le ha hecho mucha gracia, tampoco sé muy bien por qué.
Qué rico es, se pone, no sabe que soy bastante inmortal, pero,¿queda mucho para la hora punta?, es que me chifla la hora punta.

¿Se muere ya?, vuelve a la carga el Jacobín. ¿Se muere ese?, pregunta señalando a un hombre más bien provecto que también estaba en el andén. Qué niño, menos mal que ha venido un tren y como todo lo que hace ruido y tiene ruedas le apasiona, se ha distraído de su obsesión fúnebre.

Otro día venimos más tarde, dice la doña Marga, hay gente pero me gusta que haya más, es mejor.

Mejor, mejor no lo tengo yo tan claro, porque la gente es muy maleducada y hasta dejaban de mirar sus pantallas, lo cual ya tiene mérito por nuestra parte, para mirarnos a nosotros y reírse. Pues ni que fuéramos los monos del circo.

Luego, el Jacobín, cuando se ha cansado de estudiar la mecánica de los trenes, ha inventado un juego nuevo, iba señalando a todos los que pasaban por delante de una edad que a él le parecía avanzada y ,casi todos se lo parecían porque cuando tienes tres años el resto del mundo es viejísimo, y decía muy solemne y dando cabezazos: te mueres, te mueres, te mueres.

Van de todos los colores, ¿verdad?, aunque predomina el negro que es justo el único que no me gusta, salta la otra muy atenta a lo para ella esencial.

Lluvia

Me he puesto a llover porque estaba llena de nubes y ya no podía más. Ahora, he dicho, no te contengas. Y sacudiendo los brazos, las piernas y la cabeza, sobre todo la cabeza porque es ahí donde más les gusta anidar, las he soltado. Qué felices han repiqueteado hechas gotas por todos mis cristales, tejados y alféizares. Liberadas.

Sentada en el sofá he estado lloviendo media tarde, escuchando muy atenta la música acuática, conmoviéndome con ella porque para eso lluevo, para emocionarme. Cada uno tiene sus propios motivos. Por un momento he temido no poder parar porque cuando una se pone a llover a veces descontrola y arrecia tanto que se inunda y se anega.

Pero no ha sido así, he llovido primero fiera, mansa después hasta amainar.
Saltando sobre mis propios charcos, he ido hasta la cocina para hacerme un café, mi cuerpo oliendo a carne mojada.

Ahora me siento bien, lavada y brillante como un día nuevo y limpio. Incluso diría que me está saliendo el sol por el lado derecho.

(Cuaderno de DM)