Algo que nos preocupaba bastante era saber con certeza y seguridad si éramos guapas o no. Y caso de serlo, en qué grado: guapas simplemente, muy guapas o las más guapas. La última opción estaba prácticamente descartada porque ya teníamos unas primas rubias que lo eran. Si ellas eran las más guapas, no podíamos serlo nosotras también.
Aunque el espejo te podía dar información, lo más importante era la opinión de alguien con autoridad y experiencia. Por ejemplo, una madre. Así que se lo preguntamos y obtuvimos un rápido diagnóstico: éramos normales. Esa respuesta no nos gustó demasiado, por lo que seguimos insistiendo
¿Cómo de normales?
Normales del montón, dijo ella con esa expresión suya de estar pensando en otra cosa. Éramos su ruido de fondo.
Del montón, yo no quería ser de ningun montón. Un montón era algo horrible en conjunto, incluso aunque estuviera formado por elementos buenos. Un montón estaba compuesto de cosas en desorden, tiradas unas encima de otras. Montón me recordaba a esas marañas de ropas de las rebajas en las que mil manos rebuscan. Yo no quería ser un trapo de rebajas que alguien, depués de mucho hurgar, se lleva a casa más por lo barato que es que porque le haya gustado de verdad. Ser del montón era una mierda y se me saltaron las lágrimas de pura rabia.
Cuando lloraba, mi hermana, que era dura y raramente manifestaba sus emociones, me señalaba con el dedo y se reía, lo que me hacía llorar más. Eso hizo en ese momento. Después me llamó idiota alargando mucho la a pero, a continuación, le siguió preguntando a mi madre. A ella tampoco le había gustado nada lo del montón, solo que no lo quería reconocer.
¿Pero estamos en la parte de arriba del montón, en la del medio o en la de abajo?
Lechuga, tomates, pollo…esas eran las típicas contestaciones de mi madre, vivía perdida entre alimentos y sus combinaciones.
Que si arriba o que si abajo, gritó mi hermana, enfadada. ¿Tirando a feas como las primas Mugidos o tirando a guapas como las rubias?
¿Qué?, dijo mi madre saliendo por un momento de su mundo alimentario. No me grites, siempre gritas. Y tú, pesada, deja de llorar, siempre lloras. Sois las dos normales, estáis sanas, qué más queréis.
Sanas, vaya consuelo era estar sanas, todo el mundo estaba sano, el estar sano iba con el cuerpo, hasta las primas Mugidos que eran horrorosas y parecían dos vacas estaban sanísimas. No pensaría que podíamos ser felices dentro de un montón, asfixiadas entre otras montoneras sanas, disfrutando de nuestra normalidad sin aspirar a nada más.
Al parecer sí lo pensaba aunque era muy difícil saber qué pensaba de verdad, sobre todo cuando se asomaba a la ventana y suspiraba mirando al cielo. Tal vez a ella tampoco le gustaba ser del montón, estaba harta de vivir en él y de vez en cuando necesitaba sacar la cabeza, sentirse única, respirar.
(Cuaderno de DM)