En la clínica de las máquinas curadoras no nos llaman por nuestro nombre, nos llaman precisamente por lo que tenemos estropeado, tiene su lógica. Yo soy el hombro y a mi derecha espera una rodilla, a la izquierda un tobillo y más allá una zona lumbar. Estamos sentados en una hilera de sillas negras muy feas mientras nuestros mecánicos corren de un lado a otro con sus pijamas verdes y sus zuecos de goma de colores y se pelean entre ellos por las máquinas milagrosas. No hay tantas como cuerpos estropeados.
Oigo decir a uno, imponiéndose: me quedo con el láser para el hombro, cabina tres. Me hace un gesto con la cabeza y yo, el hombro, me levanto mientras la rodilla, el tobillo y las lumbares me miran con envidia porque se quedan en las sillas feas, esperando. Iba a decirle a mi conductor, porque eso es lo que hace, conducirme por un pasillo gris hasta la cabina tres, que no creo en el rayo láser, que no creo en ninguna de esas máquinas que tienen, que no me parece que eso me vaya a curar pero como soy un hombro al que no le gusta crear polémicas innecesarias, no digo nada y entro.
Me siento en una silla todavía más fea que las negras de fuera, hundida por todos los averiados que se han sentado antes, muchos, visto el nivel de hundimiento. El mecánico me coloca la máquina sanadora, corre una cortinilla negra, también horrorosa y se va. Una luz roja se apoya temblorosa en mi hombro, no me gusta que tiemble, no la veo segura, es como si ella misma dudara de su fuerza y poder para sanar. Por encima de la cortina negra se ve un trozo de ventana y la parte de arriba de un árbol. Es una acacia urbana. Las hojas se mueven suavemente y la luz del sol ilumina por dentro las hojas. Me quedo mirándola, estoy bien así, sin hacer nada, mirando el árbol y la luz, a veces amarilla, otras verde.
Cuando vuelve mi conductor de pasillos lo lamento, me hubiera quedado bastante más rato en esa misma posición mirando la luz de la ventana pero tiene que entrar la rodilla, ya está fuera, observándome con impaciencia. Es antipática y habla todo el tiempo de sí misma. Ella sí cree en la eficacia del rayo láser.
Yo creo en la eficacia de la luz del sol que ilumina el árbol. Creo en el árbol y creo en estar sentada en esa cabina silenciosa, sola y quieta, mirándolo. En eso sí creo, en eso y en poder escapar un rato de mis obligaciones y recluirme en el monasterio llamado cabina 3. Al día siguiente estoy deseando que llegue la hora de la sesión aunque digo con voz de fastidio,para disimular, me voy a la fisioterapia, qué aburrimiento. Basta que sepan que algo me gusta para que me lo quieran estropear. Y la sesión me gusta. Espero en las sillas feas, me dejo conducir por el pasillo gris por el conductor que me han asignado, entro en la cabina y disfruto de mi rato de paz luminosa y árborea. Creyendo, con muchísima fe. El hombro cada vez me duele menos.
A la rodilla sí le duele la rodilla, me lo ha contado mientras esperábamos,se ha remontado al inicio de la lesión y me ha narrado su evolución con todo detalle.También me ha contado que antes de ser rodilla fue talón y ligamento del brazo, ni siquiera brazo entero. No nota ninguna mejoría y está enfadada. Pese a que no me agrada demasiado esa rodilla, le he dicho, por hacerle un favor, que se concentre en la luz y que mire el árbol que se ve por encima de la cortinilla negra, que se relaje, que ese tiempo es solo suyo, que lo disfrute.
No le ha gustado el consejo, se lo he notado, creo que ha pensado que soy un hombro loco, ella es una rodilla con cara de patata porque con la edad las caras pierden sus contornos, se desfondan y tienden a parecer tubérculos. Es una rodilla patata incrédula y por eso va a seguir siendo rodilla. Yo no, gracias a la fe que tengo en las propiedades de la luz y en las propiedades de que por un rato me dejen en paz,sobre todo en estas últimas, ya no soy el hombro. He recuperado mi identidad completa y al marcharme, mi conductor de pasillos me dice adiós y por primera vez me llama por mi nombre entregándome así al mundo de los enteros.
Salgo muy triunfal riéndome por dentro de la rodilla patata tonta pero al girar la esquina siento añoranza. Me hubiera gustado ser hombro una o dos semanas más, el mundo de los enteros es demasiado exigente. Quiero volver a la cabina número tres y a las sesiones de luz y ramas.