Mes: septiembre 2016

Cabina número 3

En la clínica de las máquinas curadoras no nos llaman por nuestro nombre, nos llaman precisamente por lo que tenemos estropeado, tiene su lógica. Yo soy el hombro y a mi derecha espera una rodilla, a la izquierda un tobillo y más allá una zona lumbar. Estamos sentados en una hilera de sillas negras muy feas mientras nuestros mecánicos corren de un lado a otro con sus pijamas verdes y sus zuecos de goma de colores y se pelean entre ellos por las máquinas milagrosas. No hay tantas como cuerpos estropeados.

Oigo decir a uno, imponiéndose: me quedo con el láser para el hombro, cabina tres. Me hace un gesto con la cabeza y yo, el hombro, me levanto mientras la rodilla, el tobillo y las lumbares me miran con envidia porque se quedan en las sillas feas, esperando. Iba a decirle a mi conductor, porque eso es lo que hace, conducirme por un pasillo gris hasta la cabina tres, que no creo en el rayo láser, que no creo en ninguna de esas máquinas que tienen, que no me parece que eso me vaya a curar pero como soy un hombro al que no le gusta crear polémicas innecesarias, no digo nada y entro.

Me siento en una silla todavía más fea que las negras de fuera, hundida por todos los averiados que se han sentado antes, muchos, visto el nivel de hundimiento. El mecánico me coloca la máquina sanadora, corre una cortinilla negra, también horrorosa y se va. Una luz roja se apoya temblorosa en mi hombro, no me gusta que tiemble, no la veo segura, es como si ella misma dudara de su fuerza y poder para sanar. Por encima de la cortina negra se ve un trozo de ventana y la parte de arriba de un árbol. Es una acacia urbana. Las hojas se mueven suavemente y la luz del sol ilumina por dentro las hojas. Me quedo mirándola, estoy bien así, sin hacer nada, mirando el árbol y la luz, a veces amarilla, otras verde.

Cuando vuelve mi conductor de pasillos lo lamento, me hubiera quedado bastante más rato en esa misma posición mirando la luz de la ventana pero tiene que entrar la rodilla, ya está fuera, observándome con impaciencia. Es antipática y habla todo el tiempo de sí misma. Ella sí cree en la eficacia del rayo láser.

Yo creo en la eficacia de la luz del sol que ilumina el árbol. Creo en el árbol y creo en estar sentada en esa cabina silenciosa, sola y quieta, mirándolo. En eso sí creo, en eso y en poder escapar un rato de mis obligaciones y recluirme en el monasterio llamado cabina 3. Al día siguiente estoy deseando que llegue la hora de la sesión aunque digo con voz de fastidio,para disimular, me voy a la fisioterapia, qué aburrimiento. Basta que sepan que algo me gusta para que me lo quieran estropear. Y la sesión me gusta. Espero en las sillas feas, me dejo conducir por el pasillo gris por el conductor que me han asignado, entro en la cabina y disfruto de mi rato de paz luminosa y árborea. Creyendo, con muchísima fe. El hombro cada vez me duele menos.

A la rodilla sí le duele la rodilla, me lo ha contado mientras esperábamos,se ha remontado al inicio de la lesión y me ha narrado su evolución con todo detalle.También me ha contado que antes de ser rodilla fue talón y ligamento del brazo, ni siquiera brazo entero. No nota ninguna mejoría y está enfadada. Pese a que no me agrada demasiado esa rodilla, le he dicho, por hacerle un favor, que se concentre en la luz y que mire el árbol que se ve por encima de la cortinilla negra, que se relaje, que ese tiempo es solo suyo, que lo disfrute.

No le ha gustado el consejo, se lo he notado, creo que ha pensado que soy un hombro loco, ella es una rodilla con cara de patata porque con la edad las caras pierden sus contornos, se desfondan y tienden a parecer tubérculos. Es una rodilla patata incrédula y por eso va a seguir siendo rodilla. Yo no, gracias a la fe que tengo en las propiedades de la luz y en las propiedades de que por un rato me dejen en paz,sobre todo en estas últimas, ya no soy el hombro. He recuperado mi identidad completa y al marcharme, mi conductor de pasillos me dice adiós y por primera vez me llama por mi nombre entregándome así al mundo de los enteros.

Salgo muy triunfal riéndome por dentro de la rodilla patata tonta pero al girar la esquina siento añoranza. Me hubiera gustado ser hombro una o dos semanas más, el mundo de los enteros es demasiado exigente. Quiero volver a la cabina número tres y a las sesiones de luz y ramas.

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Señor Li

En el parque he visto al señor Li haciendo la grulla debajo de los azulejos rojos. Ha levantado muy lentamente la pierna izquierda y ha extendido el brazo derecho. Justo en ese momento se han encendido las tres fuentes, el agua saltando hacia arriba impulsada por su magia.

El gato negro y blanco se ha asomado a través del seto con su cara gorda y recelosa, como si estuviera pensando, «no me lo trago, Li», los bigotes rezumando desconfianza.

Desde el suelo, el chico fotógrafo capturaba gotas de agua, flores, luz verde tamizada, alas de pato agitadas, la cara del gato, los azulejos rojos.

El señor Li ha abrazado la luna y luego, con admiración, ha sujetado el mundo.

(Cuaderno de DM)

Los negativistas

Ya he descubierto de dónde le viene la negación perpetua al Jacobín, si ya intuía yo que tanto no,no,no y nada más que no, tenía que tener un origen. El origen estaba pegado con un imán en la puerta del frigorífico de titanium antihuellas, total no frost y luz led interior, qué cosas, majos. Horarios de Jacobo, se leía en el papel causante de la desgracia. Y debajo, muy bien estructurado todo ello, una agenda que no tiene nada que envidiar a la del Barak Obama.

Así que por la mañana colegio y por las tardes piscina, predeporte, iniciación al lenguaje musical y chino. Y todavía le queda algún hueco libre los viernes por la tarde que será debidamente rellenado con algún otro quehacer no sea que el niño se aburra o incluso juegue.

Pobre criatura, qué pena me ha dado, ahora entiendo que se ensañe a patadas con las farolas, que ya no se interrogue sobre la luna ni sobre la muerte y que se haya apuntado al movimiento negativista como tabla de salvación. A mí si me llegan a quitar así la infancia hubiera hecho lo mismo. Luego se deprimirá o tendrá déficit de atención y en el hueco que le queda libre escribirá su señora madre: terapia psicológica.

Si es que…pues a eso le tengo yo que poner remedio,cualquier mañana de estas en vez de tomar la dirección del colegio, tomamos la del parque y ya se me ocurrirá alguna mentira. Ahora también entiendo que su hermana chupe paredes y coma corteza de árboles, está cogiendo fuerzas para lo que se le viene encima.

Si fuera hijo mío se lo pasaría mucho mejor, pero claro, no lo es. Me gustaría tener un hijo, creo que ya lo he dicho, a la Esme también se lo he dicho muchas veces, repitiéndome y poniéndome pesada como toda amiga que se precie de serlo. Ella también se repite con el grafeno, que se aguante. Hoy se lo he vuelto a decir, no quiero que se le olvide mi obsesión más primaria. Esme, mira qué bebé más mono, no hacen más que pasar bebés por aquí delante para ponerme los dientes largos, yo quiero uno…

No te fíes de los bebés, me dice la muy fastidia obsesiones, son muy traicioneros, se transforman en adolescentes toca narices a poco que te descuides. Eso es así, no te engañes. Por cierto, qué susto me he pegado esta mañana, creía que nos había desvalijado con nocturnidad la mafia georgiana, había cables y más cables tirados por el suelo,cargadores de todo tipo de artefactos, cajones abiertos exponiendo su revuelto interior, ropa esparcida por el suelo, vasos con restos de bebidas, envases de yogur. Esto último es lo que me ha dado la pista, ¿desde cuando los revienta pisos georgianos son aficionados al yogur griego con mermelada de fresa? Habían sido ellos, los ex bebés, por eso te digo..

Qué desinfla ilusiones es, no lo puede remediar. Y del Toni ya ni hablamos, dice que no es que no quiera tener un hijo conmigo, que sí, que le gustaría en un mundo ideal donde el tiempo no haga estragos pero que se ha puesto a imaginar a ese mismo hijo nonato siendo un señor calvo y le ha entrado un mal rollo que pa qué. Y que luego se lo ha imaginado en una silla de ruedas y luego muerto. Y que después de esa horrible visión está tan deprimido que probablemente no pueda ir por la tarde a trabajar y se tenga que quedar en casa leyendo o viendo el partido de la Champions,una de dos, más bien la dos, para distraer su mente de la espantosa realidad.

Y además este año no hay moras, solo moscas, campos agostados y ni rastro del otoño, otra señal más de que el mundo que habitamos va a la deriva.Y con este dato tan científico-apocalíptico ha cerrado la discusión sobre el hijo que nunca tendremos. Pues vaya, el Toni también es negativista puro, solo que creo que no lo sabe. Ay,qué monos esos que vienen por ahí con sus camisitas y sus canesús y encima gemelos, qué mañana llevo.

Comer pipas, esperar

Hubo una edad intermedia que ya no era del todo la infancia pero tampoco aún la adolescencia y que se caracterizó por la espera. Esperaba que pasara algo, creía que iba a pasar algo, tenía que pasar algo, quería que pasara algo pero no pasaba nada. Pasaba una mañana de colegio tras otra, siempre mirando por por la ventana y distraída, constantemente distraída. Pasaba una tarde tras otra. Y comía pipas, comía muchas pipas sin que me gustaran especialmente las pipas.

Esa era la principal diversión en esas tardes de la edad intermedia, sentarme con un grupo de amigas en un escalón a comer pipas y a esperar. Y mientras esperábamos, como no había nada mejor qué hacer, mirábamos y nos reíamos como si fuéramos las espectadoras de una función de teatro gratuita, no demasiado apasionante pero sí bastante cómica sin pretenderlo. Lo absurdo del mundo y de sus pobladores desfilando ante nuestros ojos. Estábamos seguras de que nunca formaríamos parte de ese teatro ni llegaríamos a ser como todas esas personas ridículas y patéticas que veíamos pasar.

Comíamos pipas esperando el gran acontecimiento, el tornado repentino que nos arrastraría en su remolino y nos llevaría lejos de ahí, del barrio, de la carretera de Andalucía con su incesante ruido de tráfico, canción de cuna de nuestras noches de infancia, del polvo que pisábamos con los zapatos del colegio, de los feos zapatos del colegio, de nuestras familias, de todo lo que era nuestro y conocíamos y queríamos pero nos asfixiaba a la vez.

Ya nos habíamos comido una bolsa entera de pipas cada una y ahí seguíamos, en el escalón hasta que se encendían las farolas, señal de que había que salir corriendo para subir a cenar. A esa hora también salían las cucarachas por debajo de los soportales vacíos. Entonces, Maite, una de esas amigas comedoras de pipas, se levantaba, pegaba un pisotón a una de las cucarachas que marchaban en siniestra fila, a la vez que soltaba un grito para que no se oyera el asqueroso crac y, haciendo una especie de danza tribal, decía, «se lo dedico a mi madre indígena». A continuación salíamos corriendo, cada una hacia su portal, riéndonos de la madre indígena de Maite que en realidad era una señora bajita, con moño y acento sevillano.

Al entrar en mi edificio, saludaba deprisa al portero, se llama Macario y cuando era pequeña, pequeña de verdad, me consolaba cuando se me saltaban las lágrimas porque mi madre tardaba en volver y yo pensaba que se había muerto. A la vez se reía y me llamaba «ojos aguanosos». En ese momento lo que me llamaba era,»tardulera» y me avisaba de que me iban a regañar porque había visto pasar ya a tres de mis hermanos. Macario era un gran inventor de palabras, tal vez porque se pasaba el día haciendo crucigramas y sopas de letras.

¿Acabaría yo también haciendo crucigramas para pasar el rato y ya sin esperar cataclismo ni conmoción ni tornado arrollador,con el pelo blanco como el suyo, transformada en una ridícula y patética más de las que pasan por la calle mientras los niños que comen pipas en un escalón se ríen cuando pasas?

Creía que no, que a mí eso no me pasaría nunca, yo iba a poder escapar y también mis amigas porque nos habíamos dado cuenta de la trampa y podríamos sortearla. Qué trampa era y cómo se evitaba ya no lo tenía tan claro pero eso no tenía importancia. Era la edad de la esperanza, todo era posible todavía y por eso entraba muy contenta en casa, dueña de todas las posibilidades y con la lengua hinchada por la sal de las pipas.

Hasta que al rato se oía la voz de mi padre preguntando, ¿ya estamos todos?, echad la llave. En mi casa era muy importante ese cierre final, un ritual que nunca se podía olvidar. El último daba las tres vueltas requeridas y en ese momento me venía un mal pensamiento, ¿y si nunca iba a pasar nada y si todo eso que esperaba y que ni yo misma sabía lo que era, no llegaba jamás?

Me inquietaba el ruido de la llave girando en la cerradura, como si lo que se estuviera encerrando con esos tres giros fueran todos mis sueños de felicidad.

Pantone 448C

Bueno, pues ya he tenido el gusto, porque de alguna manera hay que llamarlo, de conocer al doncel de la Esme. Estábamos tranquilamente debajo de nuestro castaño de referencia, charlando, cuando mi amiga y consejera espiritual, ha mostrado claros síntomas de nerviosismo y trastorno.

Como eso es bastante habitual en ella, no le he dado importancia y he seguido hablando de alguna que otra inquietud. Por ejemplo, de que me gustaría tener un hijo este año a lo más tardar dado que el tiempo pasa y los óvulos se agotan, pero el Toni no se aviene a reproducirse. Esperaba yo un consejo propio de la sabia tarada que es Esmeralda pero ha salido escopetada en dirección al quiosco, ha sacado la casita de muñecas victoriana y se ha puesto a hacer que jugaba con la familia habitanta.

Corre, corre, deja de hacer el pánfilo debajo del árbol y ven aquí que me tienes que decir si te parece guapo, ¿dónde leches habré puesto al muñeco padre?, eso me pasa por divorciar a lo loco, ahora no lo encuentro y la figura paterna es esencial en estos momentos. Menos mal, aquí está, lo voy a situar en la cocina para que vea que me gusta la igualdad de género.

Madre del amor hermoso, ya lo sabía pero mis sospechas se confirman: la Esme está como una cabra. A todo esto el doncel, sin corcel, eso no llevaba, se aproximaba andando y diría yo que cojeando un poco también. A medida que se iba acercando he podido comprobar lo peligroso que es no ponerse las gafas cuando son necesarias.

Esme, ya lo veo, es muy feo,te lo aviso por si quieres dejar de hacer el indio con la casita victoriana, relájate que da igual, este no te va a gustar.

¿Estás segura?, pero ¿cómo de feo es?, te doy tres opciones rápidas: un feíto encantador, un feo muy atractivo o mátame Dios…Sí esa, la C, la mátame Dios. Colócate las gafas y lo comprobarás que ya está cerca y te está saludando con la mano.

No doy crédito a mis lentes, si es peor que el pantone 448C.

Perdona mi ignorancia, Esme, pero no sé a qué te refieres.

Ahora no tengo tiempo de explicártelo, búscalo en google y sabrás de qué hablo. Esto ha sido cosa de la odiosa, ha tenido que ser ella, primero me enamora y luego, cuando ya me ha puesto el corazón a palpitar, la cabeza ida y las ilusiones desbordadas, me larga al maromo adefesio.Pues, ¿sabes lo que te digo? que me lo voy a quedar, aunque sea el tío más horroroso que he visto en mi vida, y mira que he visto espantos, vengo en metro todos los días…

El caso es que no voy a poder, es demasiado, por mucho que cierre los ojos o por mucho que no me ponga las gafas, ya lo he visto, se me ha quedado grabado, ¿no se te da un aire a Camilo Sexto?, ¿y ahora qué hago? Tampoco le quiero romper el corazón que bastante roto tiene ya todo lo demás.

Ya sé, se me acaba de ocurrir, le voy a presentar a mis hijos, no falla, en cuanto los ven, salen corriendo. Ahora mismo les mando un guasap y mientras tanto…lo primero quitarme las gafas. Y que sepas que si todavía no has tenido un hijo no es porque no quiera Toni si no porque esa, la destroza vidas, no quiere que quiera Toni, ¿lo captas?

No, no lo capto y el 448C te está diciendo algo muy gracioso al parecer,síguele la corriente y ríete, mujer, no seas grosera.

Ay, sí, jajaja, qué bueno.

Muero porque no muero, la he dejado musitando. Pobre, no está teniendo buena suerte.

La Eufrasia

Durante toda mi infancia me acompañó una muñeca muy fea. Era una muñeca con los pelos de punta, imposibles de peinar por estropajosos, y manca después de que mi hermana la tirase por la ventana en un ataque de furia. Mis hermanos la llamaban la piojosa o la Eufrasia, como una de las locas de nuestro barrio. La Eufrasia verdadera era una señora que se pasaba todas las mañanas sentada en la mesa de una cafetería con un despertador. Lo sacaba del bolso y lo ponía al lado de la taza de café. Si la mirabas, te llamaba puta pero solo moviendo los labios, sin voz.

Me daba tanta rabia que le hubieran puesto el nombre de esa loca a mi muñeca y se me notaba tanto que cada vez se lo llamaban más, hasta que se quedó con la Eufrasia por derecho consuetudinario.

Fue una muñeca muy maltratada. Cuando me querían fastidiar, por aburrimiento o porque sí, la secuestraban y solo la podía recuperar previo pago de rescate, pero antes la estrellaban contra las paredes o la lanzaban contra el techo para aumentar el precio de la extorsión. Y yo siempre pagaba, en especie porque no tenía dinero o con trabajos forzosos.Por avenirme a pagar desde el principio, el secuestro se repetía con frecuencia. Es que no sabía vivir sin mi muñeca fea.

La Eufrasia también era muy pobre, solo tenía un vestido de lana verde lleno de bolas y enganchones y no llevaba zapatos. La quería mucho,pero también me portaba mal con ella cuando estaba de mal humor y yo estaba bastantes veces de mal humor. La infancia no es necesariamente más feliz que otras etapas de la vida, también tiene sus rincones oscuros y sus penas por mucho que para un adulto parezcan tonterías. Ya desde pequeños la felicidad viene y va.

Cuando yo no era feliz, la Eufrasia tampoco lo era. La castigaba dentro de un cajón que cerraba con mucha violencia y ahí se quedaba sufriendo, medio ahogada, hasta que me compadecía. Si me dolía algo, a ella también le tenía que doler pero los remedios que le aplicaba para curarla eran mucho más crueles que los que me daban a mí. Le puse muchísimas y dolorosas inyecciones y también la operé de un ojo, el que me solía doler, de apendicitis y del corazón, como a mi abuelo.

Si me ponían deberes, la Eufrasia también los tenía que hacer, conmigo al lado dándole órdenes y espiando sus fallos.Las matemáticas se le daban fatal y por no saber resolver los problemas de la distancia entre dos trenes que se cruzan y de los sacos de trigo del odioso agricultor, se quedó muchas noches sin cenar y sin dormir, sentada en una silla con el libro abierto delante. Era tan chapucera con el lápiz y lo apretaba tanto para escribir que le salió un callo en el dedo medio. Por eso llevaba siempre una tirita, para que no se le viera ese defecto.

Cuando a una de las brutas de mi clase, Mari Luz, le dio por entretenerse en los recreos dándome empujones y quitándome el bocadillo, las otras muñecas empezaron a pegar a Eufrasia. La estuvieron pegando durante bastantes meses hasta que logró defenderse y mató a dos. Ya tenía historial delictivo, Eu, la asesina manca.

Claro que también tuvo sus momentos felices, leíamos juntas cuentos, se bañó en la piscina y en el mar,se columpió y bajó por el tobogán. Tuvo,por obra y gracia mía y sin necesidad de parto, un bebé mucho más grande que ella que siempre estaba durmiendo. Y atada con una cuerda subía y bajaba desde el balcón a la calle, haciendo algo así como puenting.

La Eufrasia se murió cuando nos cambiamos de barrio, mi madre la tiró a un contenedor y dijo, ¡por fin nos deshacemos de este zarrio! Falsamente me reí como si no me importara, porque ya era un poco mayor para jugar con muñecas. La verdad es que esa noche, en la casa nueva que además no me gustaba, lloré. Y a la siguiente y a la otra y hasta una semana entera. Luego empecé el curso en otro colegio, mixto por primera vez, y me olvidé de ella por completo. Una pena que se muriera sin saber lo bonito que es enamorarse del compañero de pupitre y pasarse la clase mirándole de reojo mientras el profesor habla de no se sabe qué, borracha sin haber bebido.

Pausa

Voy a sentarme a mirar la tarde, como si no hubiera nada más que mirar, como si yo también fuera tarde, una tarde que se mira.

El mundo es demasiado grande para mí, su tamaño, sus casi infinitas posibilidades me producen vértigo. Necesitaría muchos cuerpos para poder abarcarlo y solo tengo uno que empieza a estar gastado por las esquinas.

Por eso me voy a sentar un rato a mirar la tarde, diminuta mirada desde un rincón.
Deshilacho pensamientos por el cielo azul, son leves y poco consistentes, como nubes se deshacen.

Pero mis pies, inquietos, ya quieren salir a explorar caminos.
No saben nada de su estrecha vía ni de sus límites.
Enseguida se pondrán de nuevo en marcha,
par de tontos programados para andar hasta romperse.

(Cuaderno de DM)

Gallo congelado

A los buenos días, Esme, es lunes 19 de septiembre, san Jenaro, luce el sol y la luna mengua. Me gusta innovar un poco en los saludos para no resultar repetitiva pero esta modalidad no ha sido de su agrado, tiene un carácter muy difícil de contentar.

¿A qué juegas, a la agenda humana o al calendario carmelitano?, sabes de sobra que los lunes no son mi día aunque hoy es distinto, estoy contenta porque a lo mejor viene él. Voy a sacar la casita de muñecas para que me vea jugando, así es como se prendó de mí, cree que soy hogareña, cariñosa y amante de los niños. Cree que soy dulce y encantadora, cree, bueno, yo que sé lo que cree, el caso es que cree, es creyente.

Pero, ¿quién cree todo eso?,¿san Jenaro? Madre mía, qué cara de furia arrabalera me ha puesto. El miedo que me ha dado su morro torcido me ha espabilado al instante las neuronas y he recordado que había conocido a alguien pero…será pendona, si tiene novio de relativa reciente creación y ya lo está queriendo cambiar por otro. Esto me lo tiene que aclarar. Explícate, Esmeralda y cuéntame quién es ese y por qué te ilusiona tanto.

Ni idea, no sé nada concreto ni me interesa saberlo, en realidad. A estas alturas vitales cuanto menos sepamos, mejor. Lo importante es que me dice palabras bonitas y también me hace reír, es simpático y me adora. Eso es lo que quiero y lo demás me da lo mismo.

¿Y el Hipólito qué? Es tu pareja, te cuidó cuando el esguince, te lleva en el taxi de paseo a donde tú le dices, aguanta a tus adolescentes que tienen telita, por cierto, y a ti (esto lo he dicho entre dientes y sin vocalizar), es buena persona, te quiere. Ya es bastante, me parece a mí.

Sí, claro, admite ella sin despegar la vista de la lontananza, por donde se supone que va a aparecer el doncel envuelto en un halo luminoso, Hipólito tiene muchas virtudes pero, para que lo sepas, también un defecto muy grande, es un asesino del amor y eso no se lo puedo perdonar. Dice cosas tan letales como «Esme, acuérdate de sacar el gallo congelado para la cena» O, peor todavía, escucha que frase de destrucción masiva: «otra vez le ha vuelto a subir el colesterol a mi madre».

Pues lo normal, hija, las parejas tienen que hablar de todo, de lo elevado y de lo de a ras de tierra. Al Toni tampoco le gusta que le hable de comidas pero luego quiere comer como todos los seres humanos que no están en huelga de hambre.

Es muy bueno, sí pero también es bueno ese san Jenaro que has mencionado y no quiero nada con él. Me da muermo. Sin embargo, este… qué palabras más bien dichas, qué temas de conversación tan poco vulgares, cómo sabe estremecerme y divertirme, es que solo de pensar en lo que me dijo ayer, me río yo sola y también floto y me elevo.

Que se ríe sola es verdad pero eso siempre porque se le va ligeramente la pinza, pero lo de que flota y se eleva es mentira, ya os digo yo que estaba tan pegada al suelo como siempre, se tratará de una metáfora, en todo caso.

¿Y es apuesto y galano? porque el Hipólito no está mal, no lo vayas a cambiar por otro más feo.

Anda esta, resulta que no lo sabe porque como no se pone las gafas de cerca para no delatarse, la muy artera, dice que solo ha podido apreciar una cara más bien borrosa de la que sobresale una nariz. Que buena planta le parece que tiene pero que guapo…vete tú a saber y que si no me importa esperarme un rato hasta que llegue para hacerle de traductora de rasgos.

Pues eso será otro día porque hoy se me acabó el tiempo, tengo que preparar el puré de la Morganina aunque no le gusta y me lo escupe, armamos unos líos con el puré, a lo mejor si le cambio los ingredientes o le añado un poco de corteza de árbol…

Qué grosera, ha sido hablarle del puré y se ha puesto a cantar «se me enamora el alma, se me enamora» Y qué hortera, por añadidura. Por el camino iba yo pensando, ¿y si el de las palabras ingeniosas y elevadoras también está presbítico y tampoco se pone las gafas, artero él, y se cree, en su ceguera, que la Esme se da un aire a la Gisele Bundchen? Vaya chasco que se va a llevar.

Yo que ella sacaba el gallo del congelador pero, claro, yo soy prosaica. De eso siempre me está acusando el Toni, otro que también se pasa el día queriendo flotar y elevarse, metafóricamente hablando. Pues le voy a bajar del guindo con esta llamada, «Toni, majo, cuando salgas del bar pásate por el Día y compra leche, huevos y detergente marca blanca, que no queda». Sé que me la estoy jugando.

Traje viejo

En el callejón, como si fuera un traje viejo, me quité ese amor.

Lo tiré en la acera entre la tienda de juegos de ordenador y la de los abalorios para hacerse collares.

Relucían las cuentas de colores tras el cristal como pequeños ojos burlones. Uno de los jugadores salió a fumar. Era gordo, el humo de su cigarro ascendió en una voluta indiferente.

Arriba estaba la luna y por todas partes ese olor a fritos.

Despojada de él, caminé calle abajo. La gente entraba y salía de los bares, riendo y bebiendo, gritando, como si nada.

Arriba estaba la luna oliendo a calamares.

En el edificio gris de oficinas un único trabajador inclinaba la espalda sobre una pantalla.

Me subí en el 21, apoyé la cabeza contra el cristal y cerré los ojos.

Los peces locos de la M-30 nadando, nadando, nadando.

Las hermanas Catafalco

Nuestro barrio estaba formado en su mayor parte por familias jóvenes. Habían aterrizado ahí porque el dinero no les daba para otro lugar mejor pero, en cuanto prosperaban un poco, se trasladaban. Un par de años antes de que nosotros también nos fuéramos se marchó mi amiga. Me dolía mucho ver esa persiana bajada y ennegrecida. Un día se abrió de golpe y aparecieron las hermanas Catafalco. La vida casi siempre te ofrece sustituciones aunque a veces parezca una broma pesada por lo mucho que has salido perdiendo en el intercambio.

Las Catafalco eran dos señoras bastante prehistóricas cuyas vidas giraban en torno a su sobrino nieto, Pedrito. Si te preguntaban la edad y les dabas el dato, ellas decían, igual que Pedrito pero él está más alto. Si hacía frío, más frío hacía en la ciudad de Pedrito. Si estabas comiéndote un bocadillo, bocadillos más grandes y con más chorizo se comía Pedrito. Si sacabas un nueve, Pedrito sacaba todo dieces. O si te caías por las escaleras por bajarlas corriendo, eso no era nada comparado con el golpe que se había dado Pedrito. Era un niño insuperable tanto en lo bueno como en lo malo.

Enseguida odiamos a ese Pedrito invisible e invencible y también a sus tías, por pesadas y por gruñonas. Cuando les molestaba el ruido, que era casi siempre, se asomaban a la ventana del patio, y gritaban como si hablaran entre ellas, «Elvira, ¿crees que está habiendo un terremoto?, esa pregunta siempre la hacía la más alta que era la que dirigía. Y la otra, Aurora, le respondía, «me parece a mí que sí porque se oyen cosas cayendo y cayendo…» Las cosas cayendo y cayendo éramos nosotros, nuestra vida diaria, ruidosa, hay que reconocerlo, que no hacía más que caer y caer sobre las dos.

Con el paso de los meses y como el ruido no disminuía por mucho que aludieran a los movimientos telúricos, se volvieron obsesivas y empezaron a protestar por todo. Vivían prácticamente asomadas a la ventana, haciendo que hablaban entre ellas pero dirigiéndose a nosotros. En cuanto nos levantábamos por la mañana para ir al colegio, ya se oía a la voz maliciosa, «Escucha, Elvira, ya están en pie los matinales -ese mote nos lo pusieron ellas a nosotros-, sujeta la lámpara que tiembla toda la casa. Ya voy, Aurora, si es que no se derrumba antes el tabique, hay que ver qué poquita educación tienen algunos,les enseñaran a leer y a multiplicar pero buenos modales…¿llamamos a la guardia civil?» Después de esa pregunta, con la que pretendían intimidarnos, se quedaban un rato calladas esperando el efecto silencio, que nunca llegaba, por lo que, al rato, volvían a la carga con sus indirectas.

Casualmente hubo un terremoto de verdad una noche. Mi padre nos sacó de la cama y sin quitarnos el pijama nos subimos en el coche y nos alejamos de la zona habitada, no había que ir muy lejos porque el barrio estaba rodeado de descampados. Avisamos a varios vecinos, entre ellos a las Catafalco que no respondieron, siguieron dormidas en sus camas, tan ricamente mecidas por el seísmo verdadero. Cuando mi madre se lo contó al día siguiente no se lo creyeron hasta que lo oyeron en la radio. El epicentro del terremoto resultó provenir de la ciudad de Pedrito.