La playa de Alicia

Alicia, nuestra vecina y amiga que era hija única, tenía una casa en la playa. De la casa de la playa nos hablaba mucho su madre, su  intención era llevarnos unos días a mi hermana y a mí para que su hija no se aburriera pero  quería que apareciera antes nuestro deseo que su invitación ¿Sabéis que desde la cama de mi dormitorio veo el mar?, nos decía.Y extendía el brazo haciendo un movimiento de oleaje para tentarnos. Abras la ventana que abras,  hummmm, un olor a sal inunda las pituitarias. Y por la noche,¡ cómo se duerme!, al nivel del mar parece que la cama te absorba.

A mí eso de que se durmiera bien no me parecía interesante. Tampoco lo del olor salino inundando las pituitarias me emocionaba lo más mínimo, entre otras cosas porque no tenía ni idea de qué eran las pituitarias, sonaba a plantas rojas que crecían en las ventanas, justo las que abría para que se inundaran. Pero de una manera indirecta sí que consiguió despertar muestro deseo de ir a esa casa idílica rodeada de azul y sobre todo a la playa de Alicia, como ella la llamaba. Para confirmar que era tan maravillosa como su madre aseguraba le preguntábamos a nuestra amiga que solo nos contestaba con escuetos: sí, está bien, es muy larga. Solo vamos por la mañana, todos los días me compran helado.

Playa larga, helados a diario, suficiente con eso. Ya queríamos ir más que ninguna otra cosa en el mundo. Cuando nos invitó estábamos convencidas del todo y mi madre más, feliz de perdernos de vista unos días. Sin embargo,  en el coche me entró una inesperada angustia al dejar atrás mi casa, pensé que jamás regresaría  ni volvería a ver a mi familia,  tenía mucha facilidad para situarme mentalmente en dramas terribles, casi siempre relacionados con la orfandad.

Los malos pensamientos me los disipó la madre de Alicia, que viajaba delante con su perro cocker en brazos, con sus demostraciones cantoras. Ya veréis cómo canta Currito, venga, Currito, canta. Y entonces cantaba ella con una voz muy aguda y el perro ladraba excitadísimo dándole la réplica.Así se pasaron buena parte del viaje hasta la playa de Alicia que resultó estar en Castellón y no ser solo suya, como yo me había imaginado.

Tampoco la casa se ajustaba a mi fantasía, ni estaba llena de pituitarias rojas en cada ventana ni el mar entraba por la puerta; era un apartamento pequeño, sin flores y con muchas latas de atún dentro de los armarios. Desde el cuarto de los padres de Alicia sí se veía a lo lejos algo de mar detrás de otros edificios,  pero desde el nuestro lo que se veía era la parte trasera de un supermercado con sus camiones descargando alimentos. Qué pintoresco, ¿verdad?, nos dijo la señora cantora y Currito ladró corroborándolo.

Pese a la ligera decepción, estábamos contentas, la playa tenía mucha arena blanca para jugar, era larguísima  y, más que nada, estaba el mar donde nunca se podía ser infeliz. Pero tenía razón Alicia, sólo nos llevaban por las mañanas. Por las tardes, después de tenernos encerradas en el cuarto de las vistas pintorescas para que durmiéramos la siesta, lo que jamás hicimos, hacíamos supuestas excursiones. En realidad no nos bajábamos del coche, recorríamos pueblo tras pueblo hasta que nos hacíamos pis y parábamos en alguna gasolinera intermedia. La madre de Alicia se reservaba el canto para las distancias largas pero tenía otra costumbre molesta: ir leyendo en voz alta todos los carteles que veía.

Pescadería Vicente, Horno de Pan Ballester, Modas Jumar, Casa Mata, Peluquería María Luisa y así hasta que entrábamos en la carretera donde no había carteles y no le quedaba más remedio que dejar de leer. El padre, un señor enorme con los ojos verdes y unas cejas muy pobladas, no decía nada, solo conducía y sonreía, parecía muy feliz y relajado. A mí en esas excursiones por los pueblos de Castellón me brotaba de nuevo la angustia del principio. Quería volver a mi casa, añoraba todo, hasta lo que no me gustaba, pero no me atrevía a decirlo para no parecer una boba. Se suponía que nos lo estábamos pasando bien y nos compraban una bola de helado cada día después de cenar ensalada de atún o bocadillo de atún o tortilla con atún.

Por las noches, la cama que me había tocado y que no debía de estar al nivel del mar como las demás,  no me absorbía, más bien parecía que yo le caía mal y quería expulsarme,  en mi mente insomne seguía  viendo la larga cinta gris de la carretera. Ahí me di cuenta de que era una  pésima viajera,  que me adaptaba muy mal a las novedades y a los cambios de escenario y que aborrecía  el atún en lata pero también que al acercarme al mar se me olvidaban los males.

Porque cada mañana  me poseía una felicidad casi tan grande y enloquecida como la de Currito, que  se tiraba en marcha por la ventanilla del coche en cuanto lo veía asomar y tras correr ladrando y llorando por la arena, se lanzaba sobre él como un amante desesperado.

 

52 comentarios en “La playa de Alicia

  1. Recuerdo un personaje de un tebeo de mi infancia, Sir Tim Oteo, una especie de Sherlock Holmes cutre, creo que escoces por las ropas con las que ina ataviado, que cuando sospechaba de algo decía, me da a mi en la pituitaria y se tocaba la nariz. Por eso sabía el significado de tan curiosa acepción, Aunque mi adjetivo favorito para referirnos a la nariz es probostide. Lo escuche por primera y única vez en una película, Un Buen Año de Russel Crowe y se me quedó la palabra.

    Es curioso como de pequeños nos imaginamos las cosas que nos cuentan y las decepciones que nos llevamos, y lo exagerados que podemos llegar a ser para captar la atención de los demás.

    Un saludo

      1. Me quedé con la palabra. Si no has visto la película se deja ver. Nunca me ha gustado Russel Crowe como actor hasta que vi su vena cómica de esta peli. Una buena opción para una tarde de domingo como lluviosa como esta.
        Un besito, que tanto saludo ya queda hasta mal.

      1. Si te gusta la música, que ya se que si. Te recomiendo una película absolutamente deliciosa, Begin Again con una fantástica banda sonora.

  2. Y qué grande parece todo cuando somos pequeños, luego, con más años, visitamos aquellos lugares y ya no nos parece que todo tenga las mismas dimensiones. Adoro el mar (como muchos madrileños) y muchas veces me he comportado como currito, aunque mis pituitarias, minutos antes, hubieran detectado basuras, fritangas y olores no excesivamente evocadores. Saludos.

  3. Buenísimo, como digo muchas veces tu infancia parece un filón inagotable de experiencias y aventuras. Esta Alicia…¿es la misma que tenía aquel cuarto de muñecas para ella sola pero que al mismo tiempo se sentía muy sola? ¿la que era hija única y digamos que niña rica? Diría que sí.
    Pues ya te digo, me lo he podido imaginar todo, y aunque tus relatos son chulos y bonitos por muchas cosas, a veces destaca alguna frase o por una de ellas sola valdría ya la pena leerlo todo. Y para mí la frase a destacar hoy es…(inauguro nueva sección; no, es broma)…
    «…estaba el mar donde nunca se podía ser infeliz.» Tremenda.
    Y la frase con la que naturalmente me he partido de risa ha sido:
    «…cada día después de cenar ensalada de atún o bocadillo de atún o tortilla con atún.» Jajaja…
    Un poco pesada la señora leyendo, y un poco vacilones deformando las cosas para aumentar expectativas o deseos. Aunque como dicen los comentarios, en la infancia te llevas algunos chascos al catar tu mismo la realidad.
    Probostide…creí que era probóstide pero buscándolo en google -porque me parecía palabra esdrújula- veo que es probóscide…Pues me suena vaguísimamente, pero es de esas palabras que raramente recordarías.
    Y Currito todo un personaje, qué gracioso.

    1. Siiii, era esa misma Alicia, a la que mi hermana extorsionaba, ¡qué memorión!, me ha hecho ilusión que te acuerdes.
      La frase que te ha gustado se refiere más bien a la infancia, sobre todo a una infancia de secano. El mar era la felicidad total.
      Currito era un perro atacadísimo, tanto cantar a dúo con su dueña le tuvo que trastornar. O que también le darían mucho atún para comer.

      1. No, no tanto memorión, pero sí que tengo buena memoria. Es que esa historia me llamó mucho la atención, tanto Alicia como esa casa y cuarto de muñecas evocan ciertas escenas que hemos visto en películas yanquis. Recuerdo, aunque no con exactitud, que tu hermana se empezó a llevar objetos, no sé si lápices de colores, cuadernos, muñecas o todo a la vez. Y sí, la extorsionaba, hasta que se descubrió todo el pastel.
        Ya, se puede idealizar el mar y las playas, sobre todo si no lo ves casi nunca. De hecho el olor a salitre puede llegar a agobiar, así como la arena metiéndose por todas partes o los días de viento inaguantables. Pero el mar es hermoso.
        Perro atacadísimo…jajaja. ¿De verdad saltaba por la ventana? Mi madre, uno de los perros que ha tenido, lo hacía rabiar hasta volverlo «malo», no podías ni acercarle la mano porque te enseñaba los dientes. Ella se partía el culo y nosotros le pegábamos bronca por eso.

    2. A ver si lo que llevaba tu novia Carmen dentro de la maleta era un muerto, es lo típico de una maleta que pesa mucho y nunca se abre.
      Tu madre tiene sentido del humor, me parece.

      1. Es verdad, aunque lo dudo mucho. Carmen muy práctica, el amor es muy poético y bonito pero la manduca hay que asegurarla. Quién sabe, quizá era marchante de una ferretería, o llevaba un juego de metralletas…¿la mafia?

      1. Aunque lo de las flores rojas pituitarias en la ventana ha sido muy gracioso. Por cierto, esa señora, si hacía cantar casi a coro a Currito…imagínate si llega a tener un loro o cacatúa…¡¡la convierte en todo un Pavarotti!!
        Lo de las infinitas latas de atún me ha recordado cierta experiencia personal. Va, te la cuento. Aunque ya verás, lo que se dice confirmación del hecho nunca existió.
        En una temporada veraniega que estuve trabajando en Mallorca, me eché una novieta. Carmen se llamaba. El caso es que volví a BCN y mantuvimos la relación un tiempo. Todo muy ingenuo y lleno de factores en contra. El caso es que vino -con una compañera- a pasar unos días a mi casa. Mi casa…con mi madre y resto de familia. Dormíamos en camas separadas, todo muy puro y casto -jamás tuvimos sexo- y al cabo de unos días se marcharon. La cuestión es que Carmen llevaba una maleta que pesaba 3 toneladas. Jamás mostró el contenido. ¡¡Pero pesaba en verdad muchísimo!! Comentándolo con mi madre. me dijo que seguramente llevaría 400 latas de atún dentro…por si acaso pasaba hambre, digo yo. Jajaja, jamás llegué a saberlo ni tuve los cataplines de preguntárselo, y ahí se quedó la incógnita junto con nuestro amor que se fue al garete, obviously.
        Pero hubiera apostado un dineral A QUE ERAN LATAS DE MALDITO ATÚN.

  4. Me ha gustado como introduces el misterio de las latas de atún en los armarios y como lo resuelves….Y esa madre llenando los silencios leyendo los carteles….Creo que todos lo hacemos….Debiste tomar la pastilla equivocada y viste la otra casa de Alicia….saludos

  5. En el mar nunca se puede ser infeliz. Eso es cierto. No sé qué tiene pero es verdad. Yo, leyéndote, hasta he echado de menos eso viajes en coche, metidos como sardinas en lata, de mi infancia.
    Gracias por el grato (para mí) recuerdo.
    Un saludo

    1. Muchas gracias por tu comentario.
      En realidad, la frase la piensa una niña con su mente infantil. Ahora creo que se puede ser infeliz en cualquier sitio aunque tener naturaleza cerca -mar, árboles- ayuda a sobrellevar lo malo.
      Me alegro mucho de que la lectura te haya traído buenos recuerdos.
      Otro saludo para ti.

  6. 😀 😀 😀 Alucino. No sé si a todos los niños del mundo mundial les pasa, pero yo también imaginaba «cosas» según el sonido de las palabras. Lo de la pituitaria roja me ha encantado.
    Por otra parte, ir solo por la mañana a la playa es típico cuando el apartamento queda un poco lejos. ¡No vas a hacer la excursión dos veces al día hasta la arena! Vuelves a casa, te das una ducha, echas la siesta y por la tarde callejeas 😀 😀
    Lo que no has aclarado es si fuiste solo una vez o repetiste 😉

    1. Será por esa afición nuestra a jugar con las palabras.
      Lo de no ir por la tarde era para evitar la limpieza de arena por segunda vez, cuando he ido con niños ya he comprendido lo pesadito que puede ser.
      Fuimos más veces, pero la que más grabada se me quedó fue la primera. Las siguientes ya sabía más o menos en qué iba a consistir.

      1. Yo recuerdo, de pequeña, haber estado horas en un rincón repitiendo una misma palabra. La sonoridad, la extrañeza, el imaginar la forma al mismo tiempo que la pronunciaba… Era una especie de rito mágico, no sé cómo explicar la sensación 😂😂😂😂

  7. Todos los que por entonces tenían el mar a su alcance se deshacían en alabanzas hacia sus playas, apartamentos y comidad. Los que a mí me pusieron la cabeza como un bombo de mar, de playas y comidas, veraneaban en Santa Pola.
    -¡Qué vecinos! En cuento llegamos la gente emocionada, se abrazan, nos besan, cantan himnos, que han llegado los Martínez. Y, chico, que mariscadas, que zarzuelas de marisco, qué paellas…
    Cuando, por fin, fui un día a verles, la mujer estaba hasta los lorolos de ir a comprar y de hacer comidas y de limpiar como en casa. Y me dieron sardinas fritas porque ese día la lonja estaba por las nubes. O sea que ni zarzuela ni ópera ni nada.

    1. Lo siento por ti que te quedaste sin manjares pero a ella la entiendo. He pasado muchos veranos en una casa en la playa con visitas, muy majas todas, eso sí, cada semana y también acabé hasta los lorolos esos. Qué agotamiento y qué ganas de que se acabaran las supuestas vacaciones.

  8. El invitado es el agradecido receptor de los amargos regalos que tiene a bien obsequiar la señora del señor. Al menos el mar borra por la mañana las afrentas del día anterior y un helado diario compensa el mal estado del colchón. ¿Atún con algo? Dice el castellano que quien regala bien vende si el que lo recibe lo entiende. Un beso.

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