Dos viejos muñecos de cartón caminan por la acera.
Llevan sus ropas antiguas de muñecos gastados.
Él una gabardina que fue de color gabardina,
ella un vestido de flores ajadas y un bolso negro pegado al costado.
Van del brazo, avanzando con igual gesto de sufrimiento que si estuvieran corriendo la media maratón.
O la maratón entera.
Al llegar a la esquina, el viento, que está en todo, se asoma a aplaudir.
Les tira a los acartonados pies pétalos de flores rosadas,
microscópicos pólenes y un envoltorio de galletas.
Muy bien sabe lo difícil que es dar los últimos pasos.
Sopla y sopla compasivo empujándolos hacia la meta.