El motivo por el que pasábamos las tardes sentados en una valla con mucha cara de asco, no lo sé, pero el caso es que así era. Cuando yo llegaba ya estaban allí, en estado de máxima fusión con la valla, Álvaro y Francés, siempre los dos y nunca solo uno. Alguna vez, antes de llegar, pensaba que tal vez estaría únicamente Álvaro, lo cual me apetecía bastante pero eso nunca sucedió. Nada más girar la esquina los veía a los dos y entonces me daba cuenta de la tontería que había sido imaginar que no estuvieran juntos balanceando las piernas y fumando.
Allí, subidos, nos pasábamos buena parte de la tarde, mirando. No nos importaba que hiciera frío ni que lloviera. Si llovía nos mojábamos, ni si quiera nos cubríamos con las capuchas, era una norma no dicha entre nosotros el desentenderse de cuestiones tan tontas como una simple lluvia. Cuando ya estábamos cansados de la valla, de mirar con desprecio y distancia, bajábamos de un salto y nos metíamos en el bar bodega de los abuelos, el de los licores. Era un bar oscuro, húmedo y grasiento. Había licores de todos los tipos y colores, la mayoría con nombres muy imaginativos, los servían en vasos casi tan pequeños como dedales. Yo siempre pedía el de mariposa, más porque me parecía intrigante y bonito que existiera un licor llamado así que porque estuviera bueno. No estaba nada bueno.
Sentados en una de esas mesas de madera muy oscura y pegajosa sí podíamos hablar un poco, ahí sí estaba permitido por nuestras normas tácitas. Tampoco demasiado porque las personas que hablaban mucho, y más de cuatro o cinco frases juntas ya era mucho, no nos caían bien como no nos caían bien los que corrían a refugiarse de la lluvia o las que llevaban bolso. En realidad no nos caía bien casi nadie.
Por eso cuando conocí en clase a aquella chica de pelo corto y rubio me extrañó que me gustara de inmediato dado que hablaba bastante, llevaba bolso y además se reía todo el tiempo, lo cual era un espanto lo miraras por donde lo miraras puesto que había más bien pocos motivos en la vida para reírse. Y el que cuando yo estaba con ella me riera sin parar era algo misterioso que no me sabía explicar pero ahora pienso que se debía a que tenía la risa contenida de tantas tardes de valla, lluvia, seriedad y auto impuestas caras de desesperación vital. Y que ella, Anna, abría las compuertas de la presa.
Pero no me decidía a llevarla conmigo por las tardes y mantenía apartado su mundo del otro, del de los amigos sombríos que me importaban mucho, sobre todo Álvaro y que yo consideraba que eran los verdaderos. Sin embargo, una tarde la invité a venir, si es que pasar la tarde subida en una tapia con piedras que se te clavan en el culo puede considerarse una invitación.
Otra vez, por el camino, cometí el error de imaginar situaciones imposibles. Pensé que tal vez Anna y Francés podían congeniar y hasta gustarse. Y que tal vez, cuando se hubieran gustado, quedarían en otro lugar alguna tarde y Álvaro y yo seríamos los dueños y señores de la valla y de los silencios despreciativos y entre nosotros se crearía un vínculo de esos irrompibles. Aunque todo ese silencio y ese desprecio por todo, que era lo que nos iba a vincular por siempre jamás me daba miedo.
La realidad fue que no se gustaron en absoluto porque Anna hablaba y de los temas más dispares, a Anna cualquier cosa le servía para hablar y también para reír. Además, Anna llevaba bolso, un bolso grande de tela del que sacó dos agujas de punto y se puso a tejer allí mismo una bufanda de color verde.
Flipo, dijo Álvaro. Entonces supe que acababa de caer en desgracia porque tenía una amiga tonta que reunía todas las condiciones de los tontos de los que siempre nos habíamos burlado y para colmo tejía bufandas y eso acababa de hundir mi reputación de tía interesante.
Pero que se hundiera de golpe mi reputación y que coincidiera justo con el inicio de un chaparrón de esos buenos que inundan todo en un momento y forman charcos donde se refleja la ciudad me resultó un alivio y una liberación. Y cuando entramos en el bar bodega de los abuelos le pedí a la señora que me explicara cómo hacía el licor de mariposa, pregunta que llevaba mucho tiempo deseando hacer pero que no había hecho porque implicaba hablar demasiado.
Me lo explicó muy contenta, como si estuviera esperando y desando esa pregunta y creo que me mintió porque habló de alas de mariposa machacadas, no estoy segura, es lo de menos y además ya no me acuerdo.