El vaso marcado

Su casa olía a vapor de eucalipto y también a medicina. A veces olía a comida mezclada con esos otros dos ingredientes. A su familia le gustaba que la casa oliese a comida, en la mía era al contrario. Si por casualidad el olor a guiso se expandía más allá de la cocina, abríamos rápidamente las ventanas para que se esfumara y dejara paso al otro, al de nuestra casa, neutro para nosotros pero no para los demás, todas las casas tenían su propio sello odorífero.

En su casa olía a medicina porque llevaban un tiempo conviviendo con una enfermedad. Algunos vasos estaban marcados con una gruesa raya roja y de ellos no se podía beber, estaban destinados a los enfermos. Dos de sus hermanos y su padre habían estado enfermos pero ya se habían curado. Me daban miedo esos vasos marcados con el color de la sangre y a la vez me atraían, deseaba beber de ellos para faltar a clase. Mi amiga bebía en uno de esos vasos y no iba al colegio desde hacía dos meses. No era posible el contagio solo por hablar con ella o por visitarla pero sí si las salivas se juntaban.

Hacía reposo. Cada tarde íbamos alguna compañera a llevarle los deberes y a explicarle los pormenores del día. Pasaba mucho tiempo tumbada en la cama o recostada en ella, eso era el reposo. Desde su cama podía ver la calle y a la gente que iba y venía. Me parecía envidiable su vida de descanso contemplando la calle, me gustaba ver pasar a los conocidos del barrio sin que se dieran cuenta de que los estaba observando, pero cuando le señalaba a alguno que conocíamos las dos, ella encogía los hombros con indiferencia.

Para que estuviera entretenida le habían regalado un libro de cuentos muy gordo, lo tenía encima de la mesilla, junto al vaso marcado con la raya roja. Una de las historias de ese libro trataba de un niño que no se bañaba porque odiaba frotarse con jabón pero para que no descubrieran su falta de higiene hacía mucha espuma desde fuera de la bañera, sin entrar. Un día una pompa de jabón creció demasiado, lo atrapó y se lo llevó en su interior. Recorrió medio mundo transportado por la burbuja vengativa pero en lugar de disfrutar del viaje y de las vistas, sufría y lloraba porque añoraba su hogar.
En otro libro que yo había leído también había un niño protagonista al que por portarse mal con los animales, un ave migratoria lo enganchaba con el pico y se lo llevaba sobre su lomo, muy lejos. Parecía existir una relación entre el mal comportamiento infantil y los exilios voladores.

A las dos nos fascinaba ese cuento pero por diferentes motivos. A mi amiga le gustaba para desplazarse imaginariamente, miraba con mucho interés las ciudades y paisajes que sobrevolaba el niño atrapado, viajero a la fuerza. A ella el niño le caía mal, decía que era idiota por no saber aprovechar la oportunidad que le estaban dando, no entendía que se trataba de un castigo. A mí me caía bien, comprendía que echara de menos su territorio, que tuviera vértigo y miedo y cuando la pompa jabonosa se pinchaba, justo encima de su casa, me quedaba muy aliviada, como si me estuviera pasando a mí.

Tenía fuertes tentaciones de beber del vaso marcado, de cualquiera de los vasos marcados, pero no me decidía. Cabía la posibilidad de que la enfermedad se desarrollara en mí de manera más dolorosa. Una tarde me decidí a tocar con la punta de los dedos el borde de uno de esos vasos,justo donde me imaginaba que se habían posado los labios. Los apoyé un segundo y los retiré deprisa.

Después estuvimos jugando a las entrevistas, ella era la famosa, viajaba sin parar porque así se lo exigía su profesión, una profesión sin determinar, y se quejaba, para darle credibilidad, de la vida tan ajetreada y nómada que llevaba. Mientras le hacía las preguntas, todas relativas a los sitios que había visitado o pensaba visitar, me dediqué a estudiar mi cuerpo por si la enfermedad se presentaba de repente pero mientras estuve en su cuarto no se presentó. Su madre sí, para avisarme de que me tenía que marchar ya. En el colegio decían que su madre era una mujer muy mística, condición que yo asociaba con la levitación.
La señora mística, caminando normalmente, sin hacer alardes de sus habilidades, me acompañó hasta la puerta y allí me dijo como si fuera una galleta de la suerte hecha mujer: para ser feliz no te busques a ti misma. Lo dijo muy sonriente y de forma natural, como si me hubiera dicho “saluda a tu madre de mi parte”.

Que yo supiera no me buscaba a mí misma porque ya me tenía, así que iba por el buen camino, directa a la felicidad. Por la noche empecé a tiritar, me dieron una aspirina triturada en una cuchara con agua y azúcar. Como al día siguiente seguía teniendo fiebre no fui a clase. Estaba convencida de que me había contagiado por tocar el borde del vaso. Una vida de reposo y relax me esperaba pero ahora ya no estaba tan segura de querer eso.

Desde mi ventana no se veía la calle con gente pasando sino la pared de un patio y cuerdas de tender la ropa. Cerré los ojos, los sonidos cotidianos me llegaban amplificados y molestos. Era extraño que todo siguiera sonando igual pero sin ser yo parte de esos sonidos, sin contribuir a ellos con los míos propios. Temí hallarme en una especie de burbuja como el niño del libro y no poder entrar otra vez a mi sitio habitual, que la burbuja no se pinchara y yo me quedara para siempre frente al patio de tender y escuchando a la fuerza los ruidos diarios, ya ajenos. Solo llevaba una mañana en reposo y ya estaba desesperada por abandonarlo, ¿para qué habría tocado el vaso de la raya? Eso me pasaba por haberme buscado a mí misma, a eso se refería la madre de mi amiga. Nunca sería feliz por haber querido vivir en reposo.

Confesé a mi familia que había tocado el vaso marcado y les avisé para que se fueran preparando porque ahora padecía lo que se llamaba una larga enfermedad y el vaso en el que yo bebiera tendría que estar señalado con algo. Las cosas se habían vuelto muy místicas porque se despegaban del suelo.  Escuché las palabras tonterías, anginas y fiebre. Si te operaban de anginas te daban polos para comer. Quería un polo y que la cama se colocara firme sobre el suelo.

46 comentarios en “El vaso marcado

  1. Querida Paloma:
    He vuelto a mi infancia, esos olores a eucalipto mezclados con el olor a comida, y sobre todo, los vasos marcados… para no contagiarnos de un simple catarro.
    Y del libro gordo lleno de cuentos, si volé mucho entre las páginas de aquellas historias.
    Que recuerde sólo estuve «de reposo » una semana, con tantas atenciones y sin ir al cole. No me acuerdo por qué fue.
    En fin, a veces, cuando alguna compañera está de baja porque se ha roto la falange del dedo pequeño del pie, se me pasa por la cabeza un algo de envidia que enseguida logro quitar… Muy buen ralato . Te dejo que ya he llegado al la estación de destino.
    Un beso

    1. Gracias, Maite.
      A través de los olores se presentan muchos recuerdos.
      Al final no era tan divertido estar malo y ahora pasa lo mismo. Siempre es preferible la salud aunque implique obligaciones

      Besos!

  2. Soberbia entrada, Paloma, en la que mezclas sensaciones. Esos olores a casa tan especiales y que sus habitantes ya han dejado de percibir.
    Los cuentos infantiles, que nos marcan tanto. Esas lecturas que nos acompañan el resto de nuestra vida. Me parece curiosa tu reflexión: «Parecía existir una relación entre el mal comportamiento infantil y los exilios voladores»… Tal vez el desarraigo de lo conocido es uno de los peores castigos a los que se puede someter a un ser humano.
    El deseo de cambiar las cosas cotidianas, aun y a riesgo de empeorar nuestra situación. Y cuando eso ocurre… el arrepentimiento y el miedo porque tus deseos se han cumplido…
    Y, para terminar, lo de «Galleta de la suerte hecha mujer…» me ha encantado 😀 😀 😀 ¡Tienes cada idea!
    ¿Te he dicho alguna vez que es un lujo leerte? ¡Sí!, claro que te lo he dicho. Pero me gusta repetírtelo. Puro egoísmo, no vaya a ser que si no te lo digo dejes de hacerlo 😉

    1. Al escribir esta entrada me he acordado dos veces de ti. En lo de los olores propios de cada casa porque creo recordar que me lo comentaste alguna vez pero,sobre todo, en ese libro lleno de cuentos 🙂
      Muchas gracias, Nona.
      Un piropo de vez en cuando no me viene nada mal.

      1. 🙂 ¡Me encanta saberme un poco en esos textos!
        No son piropos, que conste. Se trata de una valoración de un lectora profesional, uno de cuyos cometidos es leer y elegir buenos textos para publicar 😉

  3. Reposo obligado en el que mi hermano y yo saltamos en las camas durante dos meses y corrimos sin parar durante dos meses. Debíamos de guardar dieta y mi madre nos había lentejas porque le llorábamos y cuando venía el médico a vernos corríamos a la cama y montábamos el pequeño sanatorio.
    Dos meses de hepatitis interminables sin salir.
    Besos

      1. Lo imaginé, por lo de la vajilla a parte y recuerdo también las toallas y el baño.
        Éramos 4 y siempre pasábamos las enfermedades de dos en dos. Yo siempre con el mismo hermano… que cosas.
        Besos

  4. Se me ha puesto como mal cuerpo con eso de tanta gente enferma en una casa y esos vasos marcados (estigmatizados, casi).
    A mí también me cae mal el niño del cuento. Poder viajar por el mundo es uno de los mayores placeres de la vida y volar, un privilegio que nos está vetado.

    Besotes!!!

  5. De pequeño, tenía mi asiento (con mi nombre escrito por la parte inferior), mi vaso (era de diferente forma a los demás) y mi cuchara (era un poco más pequeña que el resto, a pesar de eso creo que pillé todas las enfermedades de la época. Y algunas de esas costumbres o manías todavía las conservo, por ejemplo soy algo maniático con las florituras de los cubiertos, depende de como sean las «noto» diferentes al tacto, el peso, el balanceo, etc. me gustan los vasos grandes, en cambio las cucharas me siguen gustando un poco más pequeñas… el mundo de las cuberterías ¡ese gran desconocido! 🙂

  6. Magnífico relato.

    Cuando yo era niña, quería estar enferma sin tener dolor. La enfermedad llevaba consigo visitas, libros de cuentos, postres especiales… Leer era, y es, mi pasión, aún hoy siento ese vacío que se produce cuando acabas de leer un libro, la alegría al tener uno nuevo entre las manos. La enfermedad suponía un tiempo de recogimiento, unos días de buscarte a ti misma, de fantasear sobre el mundo y los seres en ese momento alejados.

    Me encanta la visión que das de las cosas, es tan tuya…

    Un beso.

    1. Creo que no queríamos estar enfermas. Lo que queríamos era estar de vacaciones y que nos dejaran tranquilas con nuestras fantasías.
      Tú lo has descrito a la perfección en tu comentario.
      A mí también me gustaba mucho leer y me sigue gustando!
      Un beso, Ilduara.

  7. ¿Por qué nos darian todo lo que estsba bueno cuando estábamos enfermos?, justo cuando apenas teníamos apetito y la comida no sabía a nada. Mi madre siempre nos hacía sopa de cebolla, me encantaba. Recuerdo estar sola en el dormitorio y escuchar las voces que salían del comedor y sentirme muy sola. Estar enferma siempre me pone triste. Me ha encantado tu relato, por terminar el comentario con algo alegre 😁😁

  8. He recordado con ternura cuando operaron a mi hermana de anginas y le daban muchos helados…y ella,traviesa,se los comía uno detrás de otro.
    Voy a hablar con ella ahora y se lo voy a recordar.
    : )

    Espero que te dieran polos!
    Besos,Paloma.

  9. Delicioso!! Me has dejado tantas puertas abiertas en los recuerdos!!! Este relato iluminó mis días de niñez solitaria. Gracias por prestarme una parte de la tuya.

  10. Un relato excelente, de verdad, que me ha hecho recordar lo que siempre comenta un amigo (y no es precisamente un niño) en torno a lo bueno que resulta estar un poco enfermo (tampoco mucho), un catarro de esos con un poco de fiebre, que te impiden ir a trabajar pero que te permiten estar en casa viendo películas, tapado con una manta y con alguien a tu lado para que te cuide; a veces dan ganas de coger vasos de esos con rayas rojas. A mí me quitaron las amígdalas con cuatro o cinco años y, por supuesto, me dieron helados …Saludos.

  11. Uff me has recordado uno de mis traumas de niño: la operación de anginaaaaas. En esa época nos hacían unas cosas que era digna de Esparta para ser unos auténticos valientes de Termópilas…no sé si en ti fue igual. Te envolvían en una toalla. Luego te ponían una especie de forcex que te abría la boca tipo serpiente. Y luego se acercaba el médico carnicero con una cosa de metal que parecia el aparato que tienen los heladeros para coger bolas… y ras… dando un giro de 360 grados te arrancaban las anginas a lo vivo… Y luego con la boca sangrando te decían que debías comer helado…No sé si como propina o como choteo…
    Qué cabrones… Au auuu me hicieron un espartano y yo quería ser ateniense.
    Beeeeso

    1. Pobrecito niño ateniense, qué brutoooooss!!!
      No me extraña que lo recuerdes con tanto detalle.
      A mí no me operaron, pero había oído que a mis primos les dieron polos y me quedé con eso.
      No conocía los detalles truculentos.
      Besos, Manuel.

  12. Qué bien desarrollas y dosificas el cuento o la escena de la vida cotidiana. Tocas temas tan interesantes como la enfermedad salvadora o el deseo de volar, de despegarse de la prosaica realidad y conocer otros mundos o llorar porque has perdido el tuyo.
    Los detalles, como el de los olores, dan una profunda nota de verismo a la narración. En mi casa (la paterna) no gustaban las emanaciones procedentes de la cocina, en particular las que se originaban en la sartén.

  13. » Los relatos infantiles» es lo que más me fascina de toda tu escritura. Casi fisicamente siento el aura de mi infancia y no por tener las mismas situaciónes escritas sino por la delicada , finisima y acierta descripción psicológca . Besos.

    1. Pienso que es porque te puedes identificar de alguna manera. Aunque no hayas tenido las mismas experiencias, todos hemos sido niños y los sentimientos son parecidos.
      Gracias, Tatiana.
      Besos

  14. Un relato excelente donde plasmas muy bien las sensaciones de esa niña, los pensamientos, deseos, sueños y también miedos. Qué miedo y a la vez qué expectación esos vasos con la raya roja, porque invitan a la curiosidad y un poco el morbo de atreverse con lo prohibido…y también lo peligroso y desconocido, por lo de enfermar. Y claro, beber a propósito para poder enfermar, reposar y hacer campana del cole le da una connotación clara de travesura.
    El olor a eucaliptus me ha traído muchos recuerdos, es curioso porque veo por lo comentarios que a todos nos evoca situaciones personales o familiares. Yo durante muchos años tuve problemas de sinusitis, lo pasé fatal porque se me cargaba todo lo que es el puente de la nariz y la frente, zona de las cejas sobre todo. Te diré que agachaba la cabeza y el dolor se me acrecentaba. Entonces empecé a inhalar vahos de eucalipto, hervía un cazo de agua y le echaba unas gotas de un frasquito que se llama Sinus, seguro que aún existe. La verdad que te despejaba un montón, pero no era suficiente y acabaron inyectándome penicilina. Recuerdo que íbamos a la señora practicante, a la que llamábamos «la que punxa», y menudos banderillazos me pegaba en el culo…Augghh!! A veces la ponía mal y el dolor me duraba días. Yo creo que jamás hice limpio del todo de esa infección. Por otro lado jamás me operaron de pequeño de las típicas cosas, yo le tenía miedo a lo de la amigdalitis. Pero nada, aparte de lo típico…paperas, varicela…
    Ah, por cierto, algo a lo que le tenía mucho miedo y algo de neurosis era lo de tener la tenia o solitaria, ese gusano en el aparato digestivo. Daría para un relato estilo Alien, jajaja…

    1. La sinusitis duele mucho, conozco el frasquito del «Sinus»
      ¡La que punxa!, jajaja, me ha hecho mucha gracia.
      Pues lo de la tenia también me atormentaba un poco a mí, salía dibujada y muy bien explicada en el libro de Naturales, sección «parásitos». Había muchas leyendas sobre ese gusano, todas ellas entre asquerosas y terroríficas. Sí que daría para un relato alienesco, es verdad.
      Besos, What.

  15. Me encanta esa niña tan despierta, tan atenta al adentro y al afuera. Esa mezclilla exacta de angel y demonio. Esa soñadora levitando
    Comparto

  16. Ah, las enfermedades de la infancia… A mi me dieron todas menos las varicelas. Esas me dieron cuando le dieron a mi hijo mayor. Me ha encantado el relato porque me ha llevado directamente en la burbuja o en el pico del pájaro a esa etapa de mi vida que a veces parece olvidadas. Mi madre era enfermera y yo tenía muy buena atención. Además, el doctor amigo de ella iba a casa a visitarme. Yo me sentía muy importante viéndolo a él entrar con el bulto y todo. Me daban helado, eso era una maravilla, pues como yo siempre era gordita, mi madre me tenía en una dieta perpetua. Me aburría en la casa, eso sí. Me gustaba la escuela porque mi hermana mayor, me lleva bastante y era antipática, así que prefería ir a la escuela y divertirme allí. Gracias por ese viaje al pasado, Paloma querida. Un abrazo y muchos besos.

  17. Que bonito es leerte, Paloma! Has conseguido llevarme a muchos ratos de mi infancia. Mi hermana y yo, que solo nos llevamos año y medio, siempre nos poníamos enfermas a la vez. Y eso casi se convertia en una fiesta. Mimos y no ir al cole. La combinación perfecta!
    Besetes, guapa.

  18. Ay Palomita… tus relatos son como zancos que andas prestando para que podamos trepar a los olores, a los sonidos, a los rostros perdidos de la infancia, a los juegos solitarios, a las risas compartidas…

  19. Recuerdo que cuando la enfermedad afectaba a algún niño del barrio provocaba una profunda sensación de miedo. El cólera y la escarlatina eran de las más temidas, de alguna manera intuiamos que nuestro amigo se estaba jugando el tipo y la continuidad. Los antibióticos casi eran desconocidos y estaban reservados para las más graves. Si había penicilina por medio, para nosotros, aquello pintaba mal. Las anginas eran cosa de una semana, tres días de subida de fiebre y tres de bajada, por suerte no se pasaban frotando con estropajo y jabón lagarto. O las pompas de jabón del cuento, las íbamos a echar por la boca. Un abrazo.

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