Mes: enero 2018

Anabel Lee

Era tan densa la niebla que mientras cruzábamos el puente no veíamos su final. Me gustaría estar siempre así,  sin ver, dijo Sandra. Solía decir cosas de ese estilo, desconcertantes. No contestamos, la niebla nos volvía silenciosos y también un poco gaseosos. Seguimos avanzando en fila fantasmal, guiadas por Dorado, hasta que desembocamos en un barrio de grandes bloques rectangulares con muchas ventanas, cada una de un color, y balcones abarrotados por  los más diversos trastos, como si a las viviendas se les hubieran salido las tripas. Al girar la cabeza y mirar hacia atrás ya no se veía el puente, la niebla lo había borrado, y más allá de esos edificios tampoco se veía nada más.

Ahora vamos a pasar por un parque, mi casa está justo enfrente, ya falta menos para llegar a mi mansión, dijo riéndose. Al llegar al parque unos rayos de sol fueron haciéndole rayas a la niebla hasta disolverla casi del todo y como si se abriera un telón se nos mostró el territorio completo.

Unos viejos jugaban a la petanca y en uno de los bancos, rizos y guitarra, estaba Víctor, el amigo de Dorado. Me dio la impresión de que habitaba de forma mágica todos y cada uno de los parques por los que pasábamos.  Como hablaba muy poco no teníamos claro si era muy listo  o todo lo contrario. También podía ser un callado normal pero las opciones intermedias no solían gustarnos.

Dorado le dijo que íbamos a su casa a estudiar Historia para el examen.  Pringaos, contestó él y sin añadir más se puso a tocar «no woman, no cry». Cantaba y tocaba bastante mal pero la cara que ponía, de mucha concentración y ojos entrecerrados, correspondía a la de un virtuoso entregado a su arte. Si le quitabas el sonido era muy buen músico.

Cuando terminó hizo la siguiente declaración, «la música es mi vida, no sé hacer nada más».  A continuación miró hacia las acacias -eran de esas con muchas espinas y unas vainas negras colgando de las ramas- esperando nuestra reacción. Pensé que era tonto casi seguro o a lo mejor nos estaba tomando el pelo porque cuando ya nos alejábamos oí que nos volvía a llamar pringados y se reía.

Pues ya hemos llegado, aquí vivo yo, nos aclaró muy feliz Dorado abriendo la puerta de su «mansión». Me gustó que no se avergonzara de vivir en una casa pequeña y más bien fea y también que al pasar por delante del bar Jumar, llamado así por sus dos dueños,  Julián y Martín, hubiera dicho como si fuera algo muy natural,  y para mí lo era, que le deprimían mucho los nombres formados por la unión de otros dos.

Dentro de la casa, que se parecía en su mobiliario un poco a la mía, con uno de esos muebles centrales llenos de fotos familiares,  estaba su abuela sentada en un sillón viendo la tele.  Cuánta juventú, dijo con acento andaluz y luego sin apartar la vista de  su programa y moviendo la mano para que pasáramos rápido por delante, añadió, ¡ay,  la juventú, qué alegre y alocá!  A sus pies dormitaba un perrita negra que moviendo el rabo se vino con nosotros a la cocina,  alegre y alocada ella también.

Habíamos empezado a sentarnos alrededor de la mesa y a sacar los libros cuando llamaron a la puerta. Era Víctor que debía de haberse aburrido ya del banco y del silencio de las acacias espinosas. Al entrar en la cocina pisó sin querer a la perrita en una pata. Perdón, de verdad, perdón, Anabel,  es que no te he visto, se puso a decirle como si ella entendiera perfectamente sus disculpas verbales. Busqué la mirada de Maitena para reírnos juntas, era muy graciosa la situación.

Pero no me hizo caso ni compartió mi risa ¿Anabel?,  ¡Anabel Lee!, exclamó muy loca. Y sacando a relucir todo su dramatismo, se llevó una mano al corazón, echó hacia atrás la cabeza  y soltó una de sus risas ígneas. Es uno de mis poemas de amor preferidos…

Mentirosa…a mí nunca me había hablado de él y mira que me había recomendado lecturas, pero Dorado se lo había tragado, tenía a la Anabel canina en brazos y mientras ella le lamía  los dedos de la mano, miraba embobado a Maitena.

O a lo mejor era cierto que era su poema preferido, ella tenía inquietudes verdaderas, no como yo que sólo decía que las tenía pero muchas veces leyendo poesía me entraba sueño ¿Y Dorado ?, ¿las tendría?, ¿conocería también a Anabel Lee o el poema le daba lo mismo y era  la garganta de Maitena y su manera de reír y de apasionarse lo que hacía que no despegara sus ojos de ella?

Sandra se había puesto a pasar las hojas de su libro hacia delante y hacia atrás, hacia delante y hacia atrás y a resoplar diciendo, es mucho,  es mucho, qué tochaco, no nos va a dar tiempo ¿empezamos ya? Como no empezábamos se dedicó a arrancarse bolitas de la chaqueta y a comerse las ya muy comidas uñas. Víctor volvió a la carga con Bob Marley. Cuando cantaba, entre entrecerrado y entrecerrado de ojos,  me lanzaba miradas cargadas de ocultos significados. Para no tener que descifrarlos aunque en realidad ya los había descifrado, me concentré en los azulejos de flores marrones.

Mientras estudiaba su pauta,uno blanco, otro con flor grande, otro con flor pequeña , otro blanco, pensé que sería horrible que el amor que yo sintiera, que todos los amores que llegara a sentir, nunca acertaran a posarse sobre el destinatario adecuado y se quedaran vagando, dando tumbos, desgastándose hasta consumirse ellos solos por falta de correspondencia. Y que lo que yo recibiera fuera  el amor de otros, justo de todos aquellos que no me interesaban y lo tuviera que espantar y también se quedará vagando  sufriente y desamparado hasta extinguirse.

No sabía quién era Anabel Lee pero intuía que a ella no le había pasado eso porque si le hubiera pasado no sería la protagonista de un poema de amor.  Tuve envidia.

 

 

 

 

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Al 22 de enero le gustó un comentario

Anda, mira, por ahí viene Eva con un niño de cada mano y qué tarde, si ya casi está anocheciendo.

Uffff, qué ceporra está, pero no se lo voy a decir, ni mucho menos, voy a ser bondadosa. Y mentirosa.

-Hola, Eva, qué raro, tú por aquí a la caída de la tarde, si tú eres más de mañana,  te veo más fina y segura, como las compresas,  ¿has adelgazado?

¿Veis que cara de felicidad? No lo veis pero os lo digo yo, se ha puesto contenta.

Bueno, pues qué alegría estar juntas otra vez y justo ahora que empieza la puesta de sol. Nos sentamos aquí en este banco y mientras los niños juegan o se pegan pacíficamente, lo que quieran ellos,  nosotras admiramos el panorama.

Estás muy simpática esta tarde, Esme.

No te fíes mucho, pero sí. Qué preciosidad de ocaso, el día ha sido insoportable, un lunes de lo más prototípico, pero se ve que nos quiere resarcir y resarcirse a él mismo y está dándolo todo ahora que le queda poco. Toma y toma esas nubes rojas y observa, cuando pasan los pájaros se les ponen doradas las alas, ¿no te quedas con la boca abierta? Sí, ya veo que sí, pero cierra la boca, hija, que pareces lela.

Esto último es más de tu estilo, Esme, ya me encuentro más a gusto, como en casa. La verdad es que es bonita esta puesta de sol. Me has recordado a Doña Marga, con ella veía muchas desde su ventana, siento nostalgia.

¿Que yo te recuerdo a una vieja? Perdona, pero  por muy encantadora que esta sea, lo que has dicho es muy grosero y las puestas de sol que veas a mi lado siempre van a ser mejores que las  que viste al suyo,  faltaría más. Esta es tan, tan pero que tan alucinante que estoy empezando a desconfiar,  ese color del fondo parece artificial, ¿no estará hecha con una impresora 3D?

Qué cosas dices, Esme, esto es verdadero, es el propio día atardeciendo.

Pues vamos a dejarle un comentario, qué menos, ¿dónde se lo dejo?

Ay, calla, Esme, que estás estropeando el momento, no se puede comentar a un día, él no necesita interacción, solo, siendo lo que es,  se basta y se sobra.

Ya me extraña que exista algo tan soso, poco sociable y carente de ego, pero si tú lo dices…  Voy a abrir el blog para comprobar si en las entradas en que salimos nosotras hay más visitas o menos que en las otras, a ver, a ver…. ¡Menos!, qué bajona,  si lo sé no miro, no nos quieren. Un punto rojo, acaba de entrar un me gusta, ¿dónde está el botón de me gusta que te guste?

No, Esme, ese no existe.

¿Cómo que no?, lo deberían poner. Me gusta que te guste, ¡clin! Y el otro entoces pulsa al de «me gusta que te guste que me guste»,¡¡ clin!! Y tú le contestas, me gusta que te guste que me guste que te guste,¡¡¡ clin!!!y luego…

Estás entrando en bucle, Esme y te estás perdiendo la puesta de sol tan maravillosa de hoy y la de hoy no va ser nunca jamás.

Ahí te doy la razón, que manía tiene todo con pasar de largo, con desaparecer, hasta nuestras íntimas amigas las series se acaban cuando más cariño las tienes,  ¿tú por cuál temporada vas?

– ¿De cual?

De la que sea que estés viendo con el Toni y no me digas que ninguna porque no me lo creo, todo el mundo tiene una serie que echarse al coleto antes de irse a dormir, ya sea solo o en compañía.

Nosotros vamos por la segunda temporada de la nuestra. Está bien, nos ha enganchado.

¿Ves? Las parejas perduran gracias al momento serie. Que lo que Netflix ha unido no lo separe el hombre, amén. Cambiando de tema : los niños ya no se están pegando pacíficamente, se pegan sin adverbio, para que luego digan que la infancia es de una pureza sin igual…Jacobín le ha dado una patada a Morganina y ella a él un mordisco en la oreja, ¡qué bruta!,  si casi se la arranca. Ahora están los dos llorando, deberías intervenir, cuidadora pasmarota, pero veo que estás en modo ONU. Anda, deja,  sigue disfrutando del atardecer,  mejor voy yo, les voy a dejar un comentario que se van a enterar estos dos.

¿Qué les has dicho, Esme? Se han callado como muertos y están más blancos que la nieve.

Nada, una amenaza de las básicas. Y digas lo que digas yo al día le comento algo, no me quedo tranquila sin soltar lo mío. Se lo voy a poner aquí, pegado en la pared del quiosco, «es impresionante lo bien que te mueres, día lunes 22 de enero del 2018. He visto morir a muchos ya, caen como chinches, pero como tú, ninguno. Qué colores, qué belleza, soy tu fan, te admiro y te adoro, que lo sepas».

He exagerado un poco pero eso él no lo sabe. Ahora me quedo aquí quieta a ver si me dice que le gustó mi comentario, es lo mínimo. Ay, que sí, me ha contestado, he oído un ¡clin!

Ha sido un pájaro, Esme, ese de ahí.

Normal, los días tienen sus emisarios, ¿no lo sabías?

 

 

 

Sibila del 46

La portera del 46 parece saber algo que los demás no sabemos.

Asomada a la puerta nos mira pasar cada tarde como si esa función no fuera con ella, como si todos los apresurados de la calle le inspirásemos risa por lo absurdo de nuestros afanes, pero también una maternal compasión.

Criaturitas…

La portera del 46 es una sibila de jersey rojo que come pipas con lentitud y con igual parsimonia va tirando las cáscaras en un cucurucho de papel. Al acabar, se lo guarda en el bolsillo del delantal y suspira tomando impulso.

En breves momentos va a oficiar la solemne puesta de sol y a dar por clausurado el día. Desde la antena, vigila la corrección del proceso la urraca maestra de ceremonias.

Con las farolas ya encendidas, desciende a su cubículo misterioso, abre su libro de los conocimientos ocultos, lee. Una luz amarilla envuelve su secreto. Si acaso bosteza es porque conoce demasiado bien el final y la falta de intriga le da un poco de sueño.

Se ríen los gatos

A su madre no le dio tiempo a prepararle la ropa antes de irse a trabajar y su padre no sabe hacer bien los conjuntos. Por eso sale de morros, porque el color de  la falda no combina con los leotardos. En la calle se le olvida que estaba enfadada. Los leotardos tienen la cara de un gato en cada rodilla y al doblar las rodillas parece que  se ríen. A cada momento quiere doblar las rodillas para ver la risa de los gatos,  pero su padre le tira del brazo y dice, “venga, apúrate, Val, llegamos tarde”.

Hay niebla, así que no puede ver la colina de  los toboganes que está un poco más arriba pero sí ve, muy cerca, un pájaro  del revés en una rama, está colgado por las patas y parece de trapo. Se lo enseña a su padre y él dice, «no lo mires, está muerto,  espichó».

Lleva  la boca tapada con la bufanda  y los pelos de la lana al contacto con su respiración se humedecen, los escupe con asco,  se cuelan otros.  Su amiga Estefi va todos los domingos por la mañana a la colina de los toboganes y  se lleva los patines, ella tiene que ir al supermercado Día donde trabaja su padre, se lleva el furby en un bolso, pero está estropeado y ya no habla ni se mueve.  Los ojos del furby asoman por encima del bolso, igual que los suyos asoman por encima de la bufanda, también son redondos y están muy juntos.

En la caja de la derecha se sienta su padre y ella  en la que está al lado, esa no la abren los domingos porque entra poca gente. Venga, Val, ponte a dibujar, le dice nada más llegar.  Le gusta dibujar pero si se lo mandan ya no le gusta tanto y además hoy no tiene ganas.  Dibuja una casa con el tejado rojo y una chimenea torcida por donde sale humo, pone al humo a dar vueltas y más vueltas, lo hace dar  tantas que tapa la casa y la emborrona entera. Luego dibuja dos niñas en patines, una es Estefi y otra es ella.  Ella cumple ocho años en marzo y desde los cuatro pasa en esa tienda sus mañanas de domingo.

Ya se ha cansado de pintar,  así que se da un paseo por los pasillos.  No toques nada, Val. Ella no contesta. A veces sí toca cosas, los caramelos, las chocolatinas. Los saca de sus estantes y después los vuelve a colocar teniendo mucho cuidado de que queden como estaban.

Algunos de los que entran a comprar le regalan golosinas,  se las dan a la salida, cuando pagan. Otros no le dan nada pero le hacen preguntas, qué edad tiene, si le gusta el colegio. Le dicen que es muy guapa y que ayuda mucho. Cuando no le apetece contestar, agacha la cabeza y hace que pinta o se esconde debajo de la caja por donde hay muchos cables enredados.  Su padre entonces dice, «Valeria, no seas maleducada,   contesta,  te están hablando». Cuando la llama por el nombre entero es que está enfadado, si solo la llama Val, no hay peligro.

Como ya se ha recorrido la tienda  tres veces y no sabe qué hacer, va hasta donde están las cestas, levanta el asa de una y la deja caer. Suena un ruido parecido a clac. Levanta el asa, la deja caer, clac, clac, clac muchas veces hasta que oye  “ya vale, Vale”. Es un chiste con su nombre, todavía no está enfadado. Puede seguir haciendo ruido con el asa y sigue haciéndolo. Cada vez un  poco más fuerte y violento hasta que oye,  “Valeria,  para ya, siéntate a dibujar»

Se agacha de mal humor para colocar la cesta y los gatos se ríen sobre sus rodillas, las estira deprisa, no quiere que se rían ahora .  Se dibuja a ella en lo alto de una montaña, es la colina de los toboganes, encima  coloca un sol y también una luna. Ha visto que algunas mañanas, aunque ya sea de día, hay sol y luna a la vez. Le gusta que  los dibujos estén muy llenos, que no queden espacios en blanco, pinta árboles, perros, flores y al final nieve sobre la montaña, parece nata.

Si ya son las once, Estefi estará tirándose por los toboganes. Algunos son tubos y otros están descubiertos, ¿son ya las once?, pregunta a su padre. Son las doce. Estefi estará entonces patinando. Va hasta el final de la tienda haciendo que patina,  por algunos sitios se desliza bien, por otros se le quedan atascados los zapatos.  Cuando era más pequeña le gustaba ayudar a colocar los productos en los estantes o barrer, ahora ya no le gusta. Está aburrida.

Vuelve a la caja y se sienta. La cabeza del Furby asoma por encima del bolso, ¿te aburres? , le pregunta. Como no contesta, lo coloca del revés, igual que el pájaro muerto que vio en el árbol.  Ella sabe hacer el pino sin pared pero en la tienda no puede hacerlo. Sabe hacer la voltereta hacia delante y hacia atrás, la lateral y también el pino puente. Todo eso sabe hacer.  Dobla las rodillas,  se ríen los gatos.

 

 

Compañeras

Mi compañera María José se sienta entre la planta de plástico y la ventana. No me quiero parecer a ella, no por nada. O sí por algo, porque ella se empeña en que nos parezcamos. No me gusta tener que verla por obligación, su cara mi horizonte, pero está dentro de mi campo de visión y aunque no la enfoque, la veo. Lo mismo me pasa con la planta.  A las dos las tengo enfrente. Tampoco quiero verla,  no me gustan las plantas de plástico con polvo por encima, incluso aunque no tengan polvo no me gustan, si brillan casi peor. Es como si esas hojas brillantes fueran un reflejo de todo lo falso, de todo lo que por fuera parece bueno, hasta que te acercas y tocas y compruebas que no, que allí no hay vida, que allí no hay nada.

Tecleo muy rápido y con fuerza y sé que a mi compañera  le molesta porque  frunce la nariz, parece un conejo. Es un movimiento involuntario, una respuesta nerviosa de su cara a mi violento teclear. Cuando tengo la mañana considerada y compasiva suavizo el tecleado pero cuando no la tengo  sigo dándole a mi ritmo.  Si le molesta, que se aguante. A mí también me molestan otros comportamientos suyos, su carraspeo, por ejemplo. No tiene nada en la garganta,  carraspea por el puro afán de carraspear.

Yo muevo la pierna derecha. A veces muevo tanto la pierna que su ordenador tiembla, ¿tienes el baile de san Vito?, me dice ella. En ese momento sí la enfoco porque me está hablando y educada soy.  Veo sus rasgos con todo detalle, me los sé de memoria. Sus labios son lo que se denomina bembones, me hacen imaginarla comiendo chuletas pringosas y chupándose luego los dedos con un chasquido. Se  depila mucho las cejas, un arco perfecto enmarca sus ojos que son redondos y están juntos.  Se parece a un búho aunque cuando frunce la nariz es conejo, ¿me verá ella también a mí como algún animal, como a varios animales?

Me da mucha rabia cuando  me dice eso del baile de San Vito, no sé quién era san Vito ni por qué tenía un baile, pero la sola mención de su nombre me hace sentir más deseos de mover la pierna, no de pararla. Me ataco por casi cualquier cosa,  tengo que reconocerlo. Lo reconozco.

No quiero ser como María José y no lo quiero ser  sobre todo porque ella se empeña  en buscar puntos de coincidencia, en aunarse o hermanarse, en hacer conjunto como si fuéramos un mismo ente.  Esta mañana me ha dicho, ¿qué te duele hoy?, dando por hecho que me tenga que doler algo. La verdad es que ha acertado pero me he callado, a ti te lo voy a contar, María José de las narices, he pensado. Le ha dado igual mi silencio, ha pasado por encima y me ha contado que ella llevaba un mes con una tendinitis, se ha señalado el brazo por donde me ha parecido ver unas cuerdas muy estiradas y a punto de romperse   y luego ha añadido, “los cuerpos ya no son los que eran, el tiempo pasa, queremos abarcarlo todo pero no se puede, no se puede”.

Me ha fastidiado tanto que considerara que su cuerpo y el mío eran iguales, sujetos a la misma y penosa situación y que pensara que yo, al igual que ella, no me resigno y quiero abarcarlo todo,  que me he acordado de la estatua de la fuente,  la que veo cada mañana cuando paso por la plaza. Representa a una especie de demonio enfurecido que le mete la mano en la boca a un león, creo que le está arrancando la lengua. Le he arrancado la lengua a María José y ya más en paz he seguido tecleando.  Ella ha carraspeado unas cuantas veces y luego ha cantado por lo bajo, pero no tanto como para que yo no pudiera oírla, un anuncio de hace años, “Ajax pino, los poderes del pi-no»

Qué asquerosa, me lo ha pegado, no he podido dejar de canturrearlo en mi interior hasta la hora de salir. Y cuando ya nos íbamos, al retirar los abrigos de la percha que por cierto son los dos azules y de Zara, me ha dicho » ay, toma, te he traído un regalito. Es una muestra de mascarilla al aceite de argán, como las dos tenemos el pelo fosco…»

Gracias, pero nunca me pongo nada, ha sido mi respuesta. Es mentira, me unto todo tipo de potingues en el pelo con la intención de que se alise. La he visto fruncir la nariz de forma involuntaria y al verla así, con su pelo fosco, su desconcierto y su gesto de dolor al ponerse el abrigo a causa de la tendinitis, me ha dado mucha pena.

«Ajax pino, los poderes del pi-no»,  he vuelto a cantar ya en la calle hasta que me he colocado los auriculares. Ya bajo los efectos euforizantes de mi propia banda sonora he pensado que sí, que sí que nos parecemos en lo básico, las dos tenemos cuerpos biodegradables y mortales y estamos obligadas a desperdiciar gran parte de nuestra corta vida una enfrente de la otra con una planta artificial cerca de la ventana intentando darnos el pego, como si buscara una luz que no necesita.

He decidido conmovida que mañana iba a ser más simpática , que le iba a aceptar la mascarilla al aceite de argán y que iba a hablar con ella de los problemas del pelo fosco, que le iba a contar lo que me duele para lamentarnos juntas. Que iba a teclear más suave y a mover menos la pierna pero en mi fuero interno, esa especie de núcleo verdadero que todos tenemos dentro, he sabido que no, que volveré a ser la compañera habitual poco comunicativa, que me molestará tenerla delante con sus labios de comer chuletas, que me irritará su carraspeo y que cuando me diga, ¿tienes el baile de San Vito o qué? desearé arrancarle la lengua  como el demonio furioso al león de piedra.

Cada mochuelo a su hoyuelo

Hemos ido a tomar un café la Elo, la Menchu y yo. A la cafetería del mercado donde vamos siempre. Dice la Elo que para vernos sin carro a nosotras hay que hacer oposiciones y que qué poco estilo tenemos. Como si nos importara mucho el estilo a estas alturas, si ya estsmos echadas a perder. A mí no, desde luego, con que no me duela nada ya me apaño mejor que bien. A ella se ve que sí porque todo el tiempo te está preguntando, ¿esta falda es de estilo, esta mesa es de estilo? Yo, si no es de estilo, no lo quiero.

La Menchu se ha pedido roscón, que a ella el café a palo seco le da dolor de estómago. Sí, ya, ja. Con la boca llena ha dicho que como no se acabe ya la Navidad, se acaba ella, que no puede más de tanto festejo y que a puntito está de colapsar.

Pero mujer, céntrate en lo importante, que ha nacido el niño Jesús, que os juntáis la familia, que  te han venido los hijos, le dice la Elo revolviendo su café con mucha finura para que se sea de estilo el revolvimiento.

Ya ha nacido muchos años seguidos, muchos años lo he visto nacer a Jesús  en el pesebre de siempre y no me emociono lo mismo y de mis hijos estoy hasta aquí, ha dicho tocándose la parte alta del peinado. No se le ha hundido ni nada, la de laca que se echa, no se le mueve un pelo ni aunque lleguen las borrascas esas que ahora les ponen nombre de personas, no se para qué. Para asustar, me barrunto,  no es lo mismo decir «ya está aquí la borrasca que ya está aquí el Bruno».

Pues a mí sí me gusta que nazca Jesús cada año y que no se canse de nacer, me gusta mucho,  y que vengan todos a casa y nos juntemos, mis hijos me han salido buenísimos.

Igual que si los hubiera estado amasando como si fueran bollos, no te digo.

Y mis nietas tocan la flauta, míralas.

Lo que le gusta presumir a la Elo y enorgullecerse y ser la que más.

Ha sacado el móvil tan deprisa como el que saca un arma, qué peligro tiene ese teléfono, y nos ha puesto un vídeo venga de largo del festival navideño de las niñas…la Menchu me ha dado una patada por debajo de la mesa y yo a ella le he dado dos, por corresponder.

Si es que vienen con los perros, ha seguido desfogándose la Menchu, todo no se la entendía porque hablaba a la vez que el vídeo de las nietas con las flautas, la pequeña estaba graciosa pero la chiquilla mayor es fea con ganas y el soplido no le favorece, se me parecía a un pez globo.

Es que los perros no están bien, son perros con problemas. El del mayor, no os lo perdáis de vista, tiene lo mismo que el marido de la Pilar, el Alzheimer, y dice mi hijo que le tenemos que tener paciencia y no sacarle de sus rutinas para que no se descentre más de lo que está, tócate las narices con el animal. Yo también quiero volver a mis rutinas pero no me dejan.
Y el de mi hija, ojito ahí,  lo rescató de no sé dónde pero resulta que como antes vivía en el campo y corría libre y ahora lo han metido en un piso, el perro se ha deprimido. Que lo lleva al psicólogo de perros, guapas. Al psicólogo voy a tener que ir yo como no se vayan todos pronto,  pero como no tengo dinero me  voy a comer otro trozo de roscón y que sea lo que Dios quiera.

En este otro bailan, dice la Elo cascándonos el segundo video de las niñas, mirad que hermosas están, las faldas se las he hecho yo, ¿a que son de estilo?

Otra patada de la Menchu por debajo de la mesa y otras dos mías de vuelta, por cortesía, no se crea que la ignoro.

Las niñas bailan muy rebién, le he dicho a la Elo, pero apaga ya eso que te consume mucha batería. Solo así deja el teléfono, por el miedo de quedarse sin él, tiene vicio la que más de todas.

Mañana se acaba todo, seguía la Menchu como para darse ánimos, y que le tenga que poner un regalo de Reyes a los perros…les he comprado unos huesos de goma para que los muerdan, a ver, son perros, si les pones un libro no se lo van a leer.

Pues los perros de mis hijos… ha empezado a decir la Eloísa. Para mí que nos iba a decir que leen pero no ha podido porque la Menchu ha dado una palmada en la mesa y ha dicho, menos mal que  mañana se acaba todo y cada mochuelo…., otra palmada ha dado ahí, …a  su hoyuelo.