Irina

 

La primera semana del mes de agosto, Irina aterriza en una gran piscina azul rodeada de tres edificios blancos. No sabe nadar, no habla español. Lleva una trenza tiesa, como si estuviera sujeta por dentro con alambre, de un rubio casi blanco, y un bañador rojo deformado de puro viejo. Tiene la nariz respingona y los dientes delanteros negros y carcomidos de caries. Los primeros días solo se atreve a recorrer con cautela el empedrado gris que bordea el agua, a caminar despacio por la zona de césped sembrada de sombrillas multicolores, a abrir y cerrar muchas veces los grifos de las duchas y a mojarse la punta del pie en el charco que se forma debajo. Hay avispas. Se entretiene  espantándolas.

En la segunda semana, Irina ya corre por el césped simulando que compite con alguien invisible, sube y baja a saltos las escaleras, entra y sale del agua por la zona no profunda, hace volteretas laterales y se acerca a los otros niños, a los que no están solos, a los que untan de crema protectora, cambian el bañador cuando lo tienen húmedo o les dan zumo y galletas. Ya ha aprendido a decir hola y adiós, me llamo Irina, ¿tú cómo te llamas? Soy de Ucrania, déjame el juguete  y qué hora es. También ha aprendido a eludir preguntas molestas como ¿estás sola?, ¿dónde están tus padres?, ¿quién te da de comer? Como respuesta sonríe enseñando sus dientes negros. Cuando no los muestra, es una niña muy guapa, de cara pecosa y sonrosada.

No hace falta que conteste, algunos ya han investigado por su cuenta y saben qué hacen los padres de Irina: recorren con una furgoneta los pueblos de la sierra y limpian casas recién reformadas y oficinas. Los sábados y domingos también trabajan.  Han alquilado un piso, es ese balcón del  primero  donde se amontonan los trastos.

A primera hora hay clases de natación. Mario, el profesor y socorrista, se hace un largo buceando y todos los niños le  aplauden cuando saca la cabeza y se  sacude el pelo. Después de la exhibición empieza la clase.Para tirarse de cabeza hay que apuntar con las manos al agua y dar una patada a la luna, eso les dice,  pero la mayoría se da un planchazo y la luna sigue arriba, por la mitad pero intacta, enfrente del sol.  Irina, que solo mira desde lejos, se ríe muchísimo con cada planchazo ajeno, estirándose el bañador rojo. Mientras los otros aprenden las técnicas de los distintos estilos y a respirar correctamente, ella chapotea a su aire por donde no cubre. Continúa dentro  cuando la clase se acaba- labios morados, piel erizada- y los demás se marchan.  No cae demasiado simpática, es pesada, invade las toallas porque ella no lleva, se pega a las familias para conseguir helados,  abusa de los más pequeños y les quita los juguetes.

Un mediodía de mitad de mes,  Mario, aburrido, musculoso y bronceado, contempla la piscina entre bostezos. Ve unos brazos que salen y se hunden por la zona profunda, una cabeza rubia que asciende y desciende con aparatosas boqueadas. Se lanza al agua y saca a Irina medio ahogada. Después de unas cuantas toses ya está otra vez corriendo por el césped, la nariz pelada, la piel cuarteada de cloro y sol. Se ríe  cuando le preguntan  sobre su casi ahogamiento y solo contesta, “nadar, nadar, así, así” y da brazadas sobre el aire denso del verano

La cuarta semana de agosto,  Irina ha aprendido a nadar sin hundirse en un estilo indefinible inventado por ella misma. Es eficaz, le sirve para cruzarse la piscina primero a lo ancho y luego a lo largo. También sabe frases nuevas como, ¿me das merienda?, me gusta el chocolate, venga, vamos a jugar. Mientras los demás están en la clase de natación, ella se pasea por el borde de la piscina con la que debe de ser su única muñeca. La lleva en un carro de ruedas desequilibradas y lona desecha. La muñeca, que va vestida con un traje amarillo de fiesta, lleno de brillos,  rebota y trastabilla sobre el asiento debido al empuje desafiante con el que la traslada su dueña. Cuando alguien se acerca a tocarla, la defiende con fiereza. Solo la pasea dos días más, hasta que recibe los halagos suficientes. Restablecido su orgullo,  la muñeca del vestido brillante regresa a su encierro en el piso alquilado, junto al resto de los trastos que allí se amontonan.

Es esa misma semana cuando se le caen los dos dientes negros, uno por la mañana y por la tarde el otro. Por entre las encías apuntan ya los incisivos nuevos y blancos,  grandes, compactos. Con su nueva sonrisa camela a niños y padres. Sube a las casas, pide que le pongan películas de dibujos, se tumba en el sofá y abre sin permiso la nevera.

Los vecinos han preparado una competición infantil de fin de verano, han comprado medallas, han instalado una mesa con patatas fritas, refrescos y bocadillos.  Irina no está apuntada pero  le dejan participar. En su muy peculiar estilo y sin que nadie la anime gritando su nombre, consigue llegar la segunda.

Los días se van acortando, la sombra avanza por la piscina ganando terreno, un viento semi-frío bambolea las sombrillas como si quisiera expulsarlas de aquel territorio, las familias se marchan, Irina empieza a ir a un colegio de la zona. Por las tardes juega  a carreras con invisibles competidores en el césped vacío, la coleta rubia y tiesa, como si llevara alambre por dentro,  un jersey de lana sobre el vestido de verano, la medalla plateada siempre encima, rebotando.

55 comentarios en “Irina

  1. Cómo puedes captar estas instantáneas y pulirlas hasta la emoción?
    Como dice Toro Salvaje… vaya, qué don!
    Hiciste más amable mi húmeda mañana.
    Beso, Paloma.

  2. Maravilloso relato.

    Es increíble como te colocas en la piel de una niña, como enlazas los sucesos, no aludes a los afectos y sin embargo nos colocas en la piel de Irima, haces denuncia social del mismo modo en que lo hacían los grandes, limitándose a los hechos y cada cual que juzgue.

    Un beso

    1. Solo cuento lo que veo, de verdad, con alguna ligera variante.
      En realidad no tengo mucha imaginación.
      Empatía creo que sí, me resulta fácil trasladarme al interior de otro. Pero puede que me equivoque y su interior sea distinto a como yo lo imagino.
      Muchas gracias, Ilduara :))
      Otro beso

  3. Estupendo relato, hacía tiempo que no te leia, me ha recordado una película estupenda y de culto que vi hace poco «El Nadador» se sale de lo común seguro que te inspirara para nuevos relatos con piscinas… Saludos y voy a ver si saco tiempo para leerte más

    1. Hola, Vidal, sé a que película te refieres, el protagonista va pasando de casa en casa a través de las piscinas. No estoy segura pero creo que está basada en un relato
      Lee cuando quieras y te apetezca, Vidal
      Saludos y gracias!!

  4. Tu mirada y tu escritura se funden armoniosamente en el retrato de esta niña ucraniana que de tonta no tiene ni un pelo de su tiesa trenza. Seguro que llegará lejos.
    La descripción del cambio estacional es tan gráfica que se ve y se siente. Buen fin de semana.

    1. Desde luego que de tonta no tiene nada Irina. Puede que sus circunstancias le hayan hecho espabilar.
      Gracias por la lectura tan atenta a los detalles, Antonio.
      Y muy buen fin de semana también para ti.

  5. Lo he leído ensimismada y, además, tuve una alumna que se llamaba así y que vino de Ucrania. Me la recordaste.
    Era más mayor, 19 años, pero muchos rasgos coinciden.
    Me ha encantado. 🙂

    Un beso, Paloma.

    1. La del relato también tendrá ahora esa edad o puede que más. Irina creo que es nombre muy común por esas tierras del este.
      Me alegro de que te haya gustado y traído recuerdos.
      Muchos besos, Rosa

  6. Has hecho que me emocione con este relato de supervivencia infantil, he reído y … he estado a punto de llorar. Sigo viendo a los niños como seres frágiles, pero a menudo son más fuertes que los adultos. Saludos.

  7. Ay, gracias, Raúl. Me encanta que me lo digas.
    Lo cierto es que es una historia bonita, no por mi escrito si no porque es verdadera.
    Los niños sí son frágiles pero pienso que tienen la fortaleza de su entusiasmo y de tener una vida entera por delante.

  8. Los niños rubios, negros y amarillos es una imagen de España de hoy , más moderna, multicultural , tolerante y solidaria. Creo que la llegada masiva de los emigrantes juega un gran papel en los cámbios radicales de cualquier sociedad. Hay de todo , como positivo tanto negativo. Pero , lo negativo se arregla con el transcurso del tiempo , lo positivo se queda para siempre transformando y enriqueciendo la sociedad. No me gusta mucho como he escrito , ( como si fueran las frases de un discurso político que se hacen por encargo.) Pero creo que me entiendes, aunque tu precioso relato no habla directamente de ello,sino de la sobrevivencia de una niña cualquiera. Sin embargo, de tal o de otra manera, hablas de la emigración. Ser un emigrante es una experiencia durísima. Un abrazo , Paloma.

    1. A mí sí me gusta como lo has escrito y pienso muy parecido.
      Y en la parte final de tu comentario también coincido, no trataba de hablar sobre la inmigración aunque lo haya hecho. Me imagino lo duro que tiene que ser, eso sí que es salir de la famosa zona de confort.
      Otro abrazo para ti, Tatiana.

  9. Me encantó, esta niña tiene algo mágico, la chispa viva de la infancia late con fuerza en ella, con todo y sus imprudencias. Quisiera tomar prestado algo de fu fiereza, desplante y ganas de vivir. Esa facilidad de llevar tu propio compás, de ir a tus anchas, de crear tu realidad. Un aplauso para Irina y su historia. Aún así, confieso, que me conmovió la falta de apoyo, aunque no sentí rechazo, es un poco triste ver a un niño sin guía.

    Un abrazo.

    1. Yo también quisiera parte de ese empuje y de esa fuerza que ella tiene.
      A lo mejor tenía apoyo en otros momentos y de ahí salía su coraje. O no, eso no lo sé.
      Muchas gracias por la lectura, Kadannek.
      Otro abrazo!!

  10. ¡Vaya! Me encanta Irina . Al leerte se liberan los sentimientos hacia la protagonista de la historia.
    Escribes de maravilla, de verdad, tendrían que estar publicados.
    Besos, Paloma. Te admiro.

    1. A mí también me encantó cuando la conocí 😉
      Muchas gracias, Maite, de verdad.
      Yo también te admiro a ti por todo lo que sabes de libros y por lo sol que eres. Y encima coses !!!
      Besos

  11. Cuando llego tarde a leerte, solo puedo suscribir lo ya dicho. Así, que diré, como Toro: «Me emociona, Paloma».

  12. Es una historia preciosa, tanto que me han entrado ganas de tener cerca a Irina para cuidar de ella, si me la prestan, mientras llegan sus padres. Ahora que los hijos están lejos la mayor parte del año. Resulta que echo de menos cuando eran pequeños. Un besazo.

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