Coco. Así se llama la jefa de Uñas Ming. No sé si tendrá algo que ver con la famosa dinastía, supongo que no. Que sea la que manda no quiere decir que el negocio le pertenezca ni que ella haya escogido el nombre. Coco es una china alta y delgada, el resto de las empleadas, a las que ella dirige, no son orientales. Llevan camisetas ajustadas, son bajitas y culonas y se sujetan el pelo con unas diademas de niña, cada una de un color. Una de ellas, la de la diadema morada, me conduce hasta un sillón y me invita a sentarme.
Espera ahí, grita Coco desde lejos, moviendo un brazo, enseguida tú. Antes de irse, diadema morada me da un libro de tapas duras y me dice que elija un color. Me fijo en que en su camiseta está escrito el mensaje “It doesn,t matter” y debajo, el dibujo de una calavera. Pues tiene razón su camiseta.
Dentro del libro, un libro sin páginas y por lo tanto sin letras, hay falsas uñas de todos los colores posibles ordenados por gamas. Las uñas están sueltas, sin dedos y pegadas por dentro a las tapas.
Soy muy indecisa, no se me pueden dar tantas opciones porque me bloqueo. Con tres colores, como mucho cuatro, hubiera sido más que suficiente para desazonarme. Abro y cierro el libro varias veces, las tapas se quedan pegadas por un imán. Me gusta pegarlo y despegarlo y eso hago hasta que veo que Coco me mira con desaprobación. Su mirada impone, así que dejo tranquilo el libro lleno de uñas, qué grima, y por si tuviera que darle conversación busco en el móvil, “Dinastía Ming”.
Leo que fue la penúltima dinastía de China y que gobernó con gran esplendor entre 1368 y 1644 después de la caída de la dinastía Yuan. Todo el esplendor que quieras pero al cabo del tiempo fue sustituida por la dinastía Quing y ésta por la República China. A veces la historia me aburre por eso, porque ya sé, a muy grandes rasgos, qué va a pasar, una sucesión de subidas y bajadas, de ascensos y caídas, de aparta que me toca y si no te quitas, te mato. Se matan. Florecimientos y despachurramientos.
Aunque, claro, eso es quedarse en el principio y el final, entre medias algo ocurre, bastante ocurre, tres siglos bien aprovechados cunden y durante la dinastía Ming…lo que ocurrió no me da tiempo a leerlo porque la de la diadema morada ha venido a buscarme. Ven. Qué escueta. Pues voy.
El local es bastante grande, tiene una larga mesa corrida. De un lado se sientan las limadoras y de otro nos ponemos las limadas. Coco está en un lateral y desde allí, a la vez que lima, dirige su imperio con mano de hierro igual que el emperador Hongwu, salvando las distancias.En los ratos que le quedan libres se levanta para hacer estiramientos. Ocupa el centro de la sala y hace molinillos con los brazos, hombros delante, hombros detrás.
Las limadoras hablan entre ellas de sus cosas. No les importamos las limadas, ni nos miran, tampoco parece molestarles que nos enteremos de lo que dicen, somos meros objetos económicos. No me desagrada ese papel, esa invisibilidad. Una dice: tengo un buen trabajo, (se refiere a estar todo el día limando uñas y quitando durezas de los pies), un hijo de ocho años, tengo un piso y no necesito más.
Ay, pobrecita, que no tienes quién te quiera, le contesta su compañera. No se ha creído que pueda estar feliz sin un hombre. O es que es ella la que no puede y traslada su necesidad a la otra.
Que te he dicho que no quiero nada más, ¿eres tonta?, y este fin de semana me voy a la playa.
Por la cara que pone, la otra sigue sin creérselo.
Coco ha dejado ya de mover los hombros y agarrada a la barandilla de las escaleras de la entrada hace ejercicios de piernas, las sube las baja, las flexiona, las gira. Todos los movimientos posibles con un par de piernas los ejecuta en un momento. Deberían tener también un libro, igual que el de las uñas, pero con el muestrario de piernas pegado a las tapas.
Después se pone con la espalda, estira su columna vertebral y, ya repuesta, se pasea por la mesa dando una masaje rápido a sus empleadas. Estás gorda, le dice a una cuando le toca la espalda, mucha carne por aquí. Todas se ríen. Se ríen mucho sin dejar de limar, se ríen tanto que me están dando ganas de cambiarle el puesto a la de la diadema morada y tomar un papel más activo. Yo también me quiero reír con mis amigas pero entre las limadas no hay compañerismo y sí cierta desconfianza.
A Coco no paran de preguntarle cosas. Coco, esto, Coco, lo otro. Y ella dice, «Coco, Coco, Coco, parecéis gallinas, todo el día me molestáis, todas me molestáis. Todo el mundo me molesta». La comprendo que no veas. De nuevo se ríen mucho y ella también, hasta que se callan tan de repente como las chicharras en verano y solo se oye el rasgar de las limas sobre las uñas y los autobuses que pasan hacia el centro, pesados como elefantes, los coches, una ambulancia que se detiene muy cerca.
Mi mente catastrofista se inquieta, ¿para quién será?