Las Cristinas dormían en la habitación del final, allí donde el pasillo hacía un giro y formaba un recodo. Cuando a última hora de la tarde oían la puerta, gritaban al unísono, holaaaaa, ¿quién ha llegado?, ¿quién viene a ver a estas viejas? Y alguno de los numerosos chicos de la casa, que volvían de sus clases o de sus callejeos, entraban un momento a saludarlas.
Las Cristinas se regían por el horario solar así que, en cuanto se hacía de noche, se metían en la cama. No se dormían porque era pronto, en invierno estaban acostadas a las seis y media de la tarde, y en un par de horas se iban a levantar para cenar, pero se habían puesto los camisones de tira bordada con las batas a juego y escuchaban la radio. Charlaban entre ellas sobre lo que estaban oyendo, formando así un programa paralelo, como si fueran las tertulianas del fondo del pasillo.
Cuando alguno de los nietos o de los sobrinos nietos se pasaban por el cuarto del fondo a hacerles la visita de cortesía, se emocionaban mucho.
¡Qué bonita es la juventud!, ¿verdad?, le decía la Cristina verdadera a la otra, la que se llamaba Angelita.
Preciosa, de verdad que sí, ninguno tiene nada feo, contestaba Angelita. Lo que pasa es que no se dan cuenta , no le dan importancia a ser joven y no paran de sacarse pegas.
Y se creen que serán jóvenes por siempre y desperdician sus dones, se creen que eso de ser viejos solo les pasa…¡a las Cristinas!
¡La risa que les daba esa falsa creencia!, se reían tanto que temblaba la radio que tenían colocada en la mesilla y perdían la conexión.
Otra vez hemos perdido la onda- decía una de ellas- sintoniza, sintoniza, que ahora viene el concurso.
Las Cristinas tenían un coche pequeño con el que se desplazaban por las casas de otras Cristinas, de timba en timba. Sabían conducir pero no aparcar, así que cuando llegaban a su destino, se asomaban por la ventanilla y pedían a gritos, ¿quién aparca el coche a estas viejas? Casi siempre encontraban a alguien que les hacía el favor, de lo que deducían que el mundo no era tan malo y que la gente, en general, tenía ganas de ayudar. Solo una vez se quedaron dando vueltas por las calles de un barrio bastante alejado y poco poblado y por mucho que gritaron, nadie, porque no había nadie, las ayudó.
Qué mala gente, volvía protestando la Cristina mayor, la que daba el nombre a las dos. Nos hemos quedado sin partida hoy por culpa del egoísmo y el incivismo de esta gente.
Pero, Cristina, si eso era un páramo, se le ocurrió decir a la Cristina segunda.
Eres tonta, Angelita, estarían escondidos, con tal de no ayudar…
Las Cristinas tenían cada una un joyero, el de la Cristina verdadera era una caja musical, al abrirla, una bailarina sujeta por una sola pierna daba vueltas y vueltas mientras sonaba el inicio de un vals. Tenía además dos pisos entelados en raso rojo.
La caja joyero de la Cristina segunda era un poco más modesta, al abrirla, silencio, y dentro nada de telas brillantes, unos simples compartimentos cuadrados y unos cojincillos con hendiduras para insertar los anillos. Angelita tenía un poco de envidia del joyero musical. Algunas tardes, cuando se aburrían de su tertulia paralela y mientras esperaban que algún sobrino nieto se acercara a visitarlas, sacaban los joyeros y comparaban su contenido.
No digo que la tuya no sea más bonita, pero en la mía cabe más. Y Angelita la movía haciendo ruido.
No es tanto lo que quepa como la calidad de lo que cabe, le contestaba la Cristina mayor, muy digna.
La puerta, la puerta, avisaba cualquiera de las dos ,-ya estaban empezando a aburrirse de su competición de cajas- he oído la puerta. Y guardaban deprisa sus tesoros porque de momento no entraba en sus planes hacer el reparto de la herencia.
¿Quién ha llegado, quién viene, quién viene a saludar a estas dos viejas?
Me encanta leer tus historias.
Un abrazo.
Me alegra muchísimo, Isabel.
Otro abrazo
Las Cristinas me saben a esas tías de la infancia, que se sentaban en las sillas de la cocina, mientras alisaban sus faldas con las manos hasta el cansancio. No sé si hablaban entre ellas, si llenaban el día de sonidos sin sentido… No lo sé, pero las recuerdo esperando que algún sobrino las llamara desde la reja de la casa, para ir a recibirlos con una enorme sonrisa. Quizás la visita les dejaba tema de charla para la extensa noche que las esperaba…. Se llamaban Carmen y Valentina.
Gracias, Paloma, por este viaje al recuerdo…
Me gustan tu Carmen y tu Valentina y ese alisar de faldas 🙂 Las he visto en la cocina
Gracias a ti, Marta
Qué habrá sido de ellas.
Seguirán vivas o ya no?
Si han ido al cielo ya deben haber atropellado a doscientos ángeles…(fijo que conducía Angelita) eso sí, son tan entrañables que les deben perdonar todo.
Besos.
Jajaja, qué bueno, ¡me las estoy imaginando!
O las ayudan a aparcar o adiós corte celestial.
Besos
Inocente y tierna historia, que trae recuerdos, momentos vividos, te saca una sonrisa y te las imaginas en su auto, a los gritos para que se lo aparquen. Linda muy linda y con mucha dulzura. Un abrazo
Qué bien que te hayan gustado las Cristinas y te hayan recordado, tal vez, a alguien que tú conociste.
Un abrazo, Themis
Ma-ra-vi-llo-so…!!! 😊😘✌️
Muchas gracias, Manolo 🙂 🙂
Genial!!! Y ese final que las delataba en parte sorprendente… Yo consevo una vajilla de unas amigas de la abuela de Cristina mi mujer que entre su familia las llamaban Las Marinas… MARINA Y Chon, y una vez qué fui a verla me agasajaron con Jabon de tajo… La vajilla es fea, de los años sesenta o setenta, pero tuvieron a gala poner nuestro enlace en letras doradas todo un detalle
¡Qué majas las Marinas!, no importa que sea fea la vajilla, lo que cuenta es el detalle.
Jabón de tajo no sé qué es, pero si fue un regalo estaría bien.
Ayer fue Santa Cristina, aunque mi mujer ya se ha cansado de ser santa y prefiere leer tus relatos más laicos y cercanos… Le gusto mucho!!!
Espero qué funcione la fórmula para hacer jabon de tajo, abstenerse niños!!!
Gracias, Vidal!!
Y me alegro que el relato le gustara a tu mujer. Se llama como mi mejor amiga.
Ay…me han entrado ganas de aparcarles el coche,me da mucha pena que se queden sin su partidita…
Besos,Paloma!
Hay buenas personas: Carmen , por ejemplo.
Ya de paso me lo aparcas también a mí que en eso soy un poco como las Cristinas y doy vueltas y vueltas hasta que encuentro un hueco fácil, jajaja.
Besos
: )
Jajjajajaaj pues voy y te lo aparco!
A mí me gusta poco conducir.Me gustaría si no hubiera más coches que el mío…jajajajjaja
😎
Muy entrañable, Evavill. Las Cristinas me han recordado a unas caseras que tuve hace tiempo, cuando compartía piso con unos amigos. Cada mes acudía puntualmente a su casa a pagar el alquiler, recuerdo que todo era muy antiguo (como ellas); agradecían mucho la visita, quiero pensar que más por mi compañía que por el dinero, jajaja. Tu relato también me ha recordado a una amiga, que sólo aparcaba en batería. Saludos.
Me han gustado tus caseras, seguro que apreciaban tu compañía y les entretenías el día. El dinero también lo apreciarían, claro.
¡ Qué bien me cae esa amiga tuya que solo aparca en batería!
Saludos, Raúl
No, Paloma, deja de escribir sobre la viejez, lo escribes tan natural que yo me imagino una de las Cristinas , me pongo nerviosa y empiezo a comer para calmar la ansiedad. Un relato más sobre Cristimas y me cogeré dos kilos como minimo.
Paloma, excelente! Un abrazo.
Tú no te pareces en nada a las Cristinas, así que tranquila. Además el proceso de cristinización es paulatino, poco a poco, no de golpe.
Gracias por tu humor, Tatiana.
Besos
Gracias por aportar tanta ternura a la vejez Paloma. Un beso.
Gracias a ti por ponerla en tu lectura.
Otro beso, Carlos
Muy bueno el giro final, del relato costumbrista al policíaco…o quizás de terror, en un relato una puerta que se abre puede hacerlo hacía cualquier lado.
Las cristinas, creo que adoptaré ese nombre para todas las que conozco.. un punto tierno, un punto mezquino, en un mundo que no llegan a entender del todo pero en el que chapotean con alegría…
Me gusta, me gustan tus relato..
Está bien “las Cristinas” como nombre genérico, me gusta.
En el misterio de la puerta la verdad es que no había caído pero ahora que lo dices, oigo la llave girando y…
Gracias, Beauseant 🙂
Cuando has visto algo de Hitchcock una puerta ya no es una puerta 😉
Pues yo no he tenido Cristinas, pero me las he imaginado perfectamente con tus maravillosas descripciones.
Qué importante es la buena compañía, como la que se hacen la una a la otra ya en el ocaso. ¿Son familia? ¿Amigas? ¿Amantes encubiertas? Me inclino por lo último, me ha hecho pensar en la cantidad de “amigas” que vivían juntas a pesar de tener marido, hijos, etc. Una especie en extinción, espero, porque podrán dejar de esconderse.
Un besote
Es posible esa interpretación que tú le das, seguro que hubo muchas así y tenían que vivir de tapadillo.
Pero creo que estas Cristinas eran hermanas.
Besos, Luna
Vaya, pues si tú lo crees así será. 😁
Un besote y buena semana
Entrañables tus Cristinas. Nos hacemos mayores, y todo va quedando atrás. Una forma de vida y también de relacionarse quizá también va quedando atrás. Nosotros mismos vamos quedando atrás… Es hermoso no desoír a la gente mayor, a sus experiencias y sabiduría. Y hacerles compañía.
Gracias, What.
Todo va quedando atrás, tanto esas personas como la manera de relacionarnos entre nosotros. Todo queda atrás pero algo nuevo aparece siempre por delante .
Tienes razón, mientras alguien está vivo tiene algo que aportar, no hay que despreciar los años vividos, al contrario.
Besos!!
Me encantan las Cristinas, son mayores y tiernas, pero hubo un tiempo en que fueron jóvenes y modernas, no olvidemos que se ponen al volante como aquellas chicas ye-yé que fueron en el pasado.
Un beso.
Y es que todo viejo fue jóven y puede que hasta moderno, como lo fueron las Cristis.
Otro beso, Ilduara