“No nazcas, no nazcas”, se lo dije al niño esta mañana, me salió así de repente, pero nada más cruzar de acera ya me había arrepentido, “perdón, perdón, no me hagas caso”. Todo esto fue sin palabras mientras atravesaba una de esas calles de mi barrio que están llenas de talleres de coches. A la puerta de esos talleres se forman charcos oscuros, son restos de aceites o de otros líquidos, arcos iris flotan encima.
Pienso que todo el mundo tiene que notarlo, el que yo vaya a tener un hijo, estoy muy rara, me siento extraña, un poco mal a ratos. El embarazo no es una enfermedad, te tomas el ácido fólico y vienes a control cada trimestre, vida normal, vida normal, me ha dicho el médico.
Supongo que el niño no ha entendido nada, cómo va a entender mi pensamiento, eso espero. A veces no quiero que nazca y otras sí quiero, a veces tengo miedo y otras estoy emocionada. Pero todo el tiempo tengo esa sensación rara y me parece que todos con los que me cruzo por la calle lo saben, me lo notan, no porque haya engordado, todavía no, es por lo que yo siento por dentro y por el asco que me da todo, hasta la colonia, sobre todo los perfumones, vomito. Y el olor de los talleres de coches, por eso me cambio de acera pero como están por los dos lados, tengo que estar a cada momento cambiándome de acera.
Y el sueño que tengo, podría quedarme dormida hasta de pie, cualquier día me duermo apoyada en el palo de la fregona. Tampoco es fácil dormirse con Mari al lado, se pasa el día cantando.
Mari, que esto es una biblioteca, canta bajo, la gente está estudiando. Estudiar es lo que tendrías que hacer tú en cuanto puedas, dice ella, me quiere ayudar, creo que le doy pena, odio dar pena, yo no me doy pena, soy fuerte, siempre lo he sido y no me voy a quedar limpiando toda la vida como ella, no por nada, pero no, en cuanto pueda voy a estudiar trabajo social, me quiero especializar en ayudar a las madres solteras. En esta biblioteca estoy solo de paso.
A Mari le hubiera gustado ser cantante de teatro y hacer musicales pero no parece de esas amargadas, al contrario, siempre la veo contenta, cantando y bailando, “el que canta su mal espanta”, más amargadas me parecen otras de las que trabajan aquí, empezando por Ana María, la jefa. Como se ha metido relleno en los labios parece que está siempre haciendo pucheros. Hay una que habla mucho de su hijo y que nos trae tartas, le llama corderito, espero que no me dé a mí por ahí, todavía no les he dicho a ninguno que estoy embarazada, solo a Mari. Me trata muy bien, me deja limpiar lo más fácil y cuando ya llevamos un rato coloca los conos amarillos que indican, “cuidado, suelo mojado”, aunque no esté mojado, y me dice, “venga, en un rato no nos molestan, vamos a airearnos que falta nos hace.”
Se está muy bien entre los árboles, tengo ganas de enseñárselos al niño, ¿qué cara tendrá?, y también la luna. Hoy había luna diurna, la he visto mientras venía andando por el paseo del centro, es un camino muy bonito, aquí no me tengo que cambiar de acera.
Esta noche me desperté nerviosa, estaba soñando que ya no podía salir del embarazo y era angustioso, al despertarme me di cuenta de que es verdad, ya no puedo salir de esto, solo me queda ir hacia delante, así que hacia delante voy.
A veces, cuando Mari se queda callada, cosa rara que Mari no hable o no cante, dice después de ese silencio, “lo que es la vida”. No sé bien lo que quiere decir con eso y al mismo tiempo sí lo sé. No me gusta esa frase. Me parece que a ella tampoco porque enseguida vuelve a cantar.