Mes: marzo 2020
Un poema de Emily Dickinson
Es siempre la esperanza un ser de plumas
que en el alma se posa
y canta su tonada sin palabras
interminablemente.
Suena muy dulce sobre el temporal.
Terrible habrá de ser esa tormenta
que abata al leve pájaro
que nos dio su calor.
La he escuchado en la tierra más helada
y en el mar más extraño,
y en los peores trances
ni un pedazo de pan pidió de mí.
A tomate
He salido a pasear con Marina, hoy un poco más tarde porque me he enredado con otras cosas, me he enredado tanto que he estado a punto de dejar el paseo para otro día pero, no sé, si no voy a buscarla cuando le he dicho que iba a ir, me siento mal, me siento culpable, así que he ido. Me pregunto por qué hacemos a veces lo que hacemos, si por ayudar a otros o por descargarnos de culpa y después poder sentirnos bien o porque ayudar a otros nos hace sentir bien. Sea lo que sea todo desemboca en el sentirse bien, los considerados buenos comportamientos y los considerados malos.
Las aceras de su calle, López de Hoyos, estaban llenas pero llenitas de pétalos de flores, pequeños y rosas , es que por toda la calle están plantados esos árboles que no sé si son cerezos o almendros pero que quedan muy bonitos cuando florecen. Duran poco, eso sí, ya había más flores por el suelo que en las copas de los árboles y sobre todo alrededor de las alcantarillas se habían quedado muchos atrapados, parecía un bordado o un adorno. Al lado de los pétalos también he visto dos pimientos morrones fritos y una babucha con unas letras escritas en árabe. Variado.
Marina como siempre, arreglada, muy bien conjuntada de colores, no como yo que no sé qué me pasa pero me hago unas mezcolanzas…antes me sabía coordinar mejor, ahora me pongo lo primero que pillo y si pega bien y si no, también. Ella llevaba hasta un anillo a juego con el pañuelo y con los ojos, que los tiene verdes, muy bonitos, ha sido guapísima, ahora ya no, ahora ya no somos guapas ninguna, nos hemos igualado todas. Somos eso que yo llamo señoras oscuras, está la calle llena de nosotras, las señoras oscuras, nadie nos mira, como no sea algún borracho o algún pirado, como el pakistaní de la frutería. Ese está enamorado de mí pero desde el primer día que me vio, de eso una se da cuenta, yo me di cuenta. Qué manía le tengo, debería estar agradecida, pero no, le tengo manía, me cambio de acera para fastidiar y desde la de enfrente veo cómo se asoma para mirarme por encima de los cajones de las frutas, por encima de esos plátanos grandes y negros que es lo que pone delante, lo más feo, qué poco márketing, ¿plátanos macho se llama eso? Y a mí qué me importa. No sé por qué le gustaré, hay cada maníaco.
Marina y yo hablamos, aunque parezca mentira. Me imagino que después de tantos años de hablar de verdad se nos ha formado como un patrón de conversación. Yo digo lo que siempre he dicho, con las diferencias propias de cada momento, y ella me contesta a todo “a tomate”. Esto, que puede parecer un problema insalvable, no lo es tanto, recurro a mi plantilla mental y es muy fácil deducir lo que me ha querido decir y si la plantilla estándar no me funciona, me vuelvo a los recuerdos y pienso, ¿qué hubiera contestado aquí Marina? Esto y lo otro, tal y cual y con eso sigo la conversación. A ella le gusta que le hable como si no pasara nada, no sé si me entiende, supongo que a veces sí y otras no pero mantiene el tipo, sabe seguirme.
En el paseo de hoy, por ejemplo, estábamos pasando por delante de la parroquia Sagrado Corazón, en el muro está escrito, “Jesús tiene sed de ti” y luego unos puntos suspensivos como diciendo…tú verás lo que haces con esa sed, si le dejas al hombre sin beber o qué. He dicho yo, “Mira, Marina, que Jesús nos quiere beber” y ella ha dicho “a tomate” pero medio riéndose y negando con la cabeza. A mí que no me beban, he interpretado yo. Y cuando me he reído, ella se ha reído más.
Me sorprende que de entre todas las palabras posibles de nuestro vocabulario, le haya dado por escoger esas dos, una “a” y precisamente “tomate” y no patata o nube o zapato, y que de ahí no la saques. Como mucho le añade algún número, “a tomate uno, a tomate dos y tres y cuatro” Cuando le añade números mueve las manos como si estuviera colocando algo en estanterías, los “a tomates”, y luego resopla muy cansada, como diciendo, esto de colocar es agotador.
En la plaza estaban desperezándose los mendigos y los borrachos de siempre, les han fastidiado bastante con esos bancos partidos que ponen para que no se tumben, también es mala idea. Uno de ellos había cogido, vete a saber de dónde, una ristra de luces de Navidad y las tenía colocadas encima de su montón de ropas y trastos. Le gustará lo que brilla o lo que reluce, le habrá parecido un tesoro bonito, todos tenemos derecho a tener algo que no sirva para nada pero que nos guste.
Digo, bueno, Marina, ¿y qué tal los hijos? El mayor, ¿sigue trabajando en esa empresa tan lucida? A tomate uno, me ha contestado ella. Como he supuesto que eso sería un sí, le he dicho que qué bien y ella me ha respondido moviendo la cabeza, tranquila.
¿Y la chica?, ¿está contenta fuera? No le tenía que haber preguntado por ella, parezco tonta, no me he dado cuenta, ha empezado a mover las manos y a colocar con mucho ímpetu los “a tomates” en las estanterías esas, con mucho resoplido y luego se secaba la frente, como si hubiera sudado. Con la chica siempre ha tenido sus más y sus menos, ha sido muy guerrera, y de todo eso se ha tenido que acordar.
Para distraerla le he señalado una sábana que se ha debido de caer de algún piso y estaba enganchada en un árbol, el viento la estaba moviendo haciéndole formas, oye, que parecía que había alguien dentro, alguien con sueño inquieto dando vueltas y revueltas.
¡A tomate!, ha exclamado ella con cara de sorpresa. Pues un buen rato nos hemos quedado mirando la sábana, si eso la entretiene y la tranquiliza…yo me estaba aburriendo y eso que solo íbamos por la mitad de la calle. En la casa de apuestas Codere, Marina ha querido entrar y no me extraña, ponen una luz que ilumina media calle, casi que te atrapa la luz esa, cómo para no verla y no seguirla. Lo que era el cine Royal, ahora es un bingo, se han empeñado en que nos gastemos los dineros que no tenemos. Pues a buena parte van. A mí no me abducen, a Marina sí, al bingo también ha querido entrar pero no la he dejado.
Venga, venga, no te pares tanto que nos tenemos que ganar con un poco de ejercicio el café y la tostada del final. Eso es lo que más le gusta y a mí la verdad es que también.
A tomate, ha dicho ella como aliviada cuando por fin nos hemos sentado en una mesa. Más bien estábamos…se veía la calle y todo su jaleíllo. La tostada buenísima. Hemos seguido hablando, ya me he dado cuenta de que unas chicas jóvenes nos miraban como con susto y después con risa. Claro, damos una imagen rara, yo hablando con normalidad y ella venga y dale con sus “a tomates” pero significado tienen, por lo menos para mí que la sé entender. Hay que hacer el esfuerzo, hay que hacer el esfuerzo por las amigas. Yo lo hago y luego me siento muy bien.
La cantidad de pétalos rosas cayendo que se veían por la ventana, era bonito, como confeti en una fiesta. Pero el viento, el viento era como si quisiera ahogar a los árboles o estrangularlos, los zarandeaba y con qué rabia. Daba miedo eso.