Mes: julio 2020

Nada es para siempre, dijo el inmortal

A Gilgamesh no le quitaban sus ideas de la cabeza a la primera argumentación ni a la segunda. Los héroes en general y este en particular son cabezotas. Todo lo que le había dicho Siduri le pareció muy  bien pero él, a la suya, «y ahora dime, ¿cuál es el camino que conduce a Ut-Napishtim?» Ut y lo que sigue era el señor inmortal.

Ya le advierte Siduri que el camino no tiene nada de fácil pues ha de atravesar las aguas de la muerte. Un barquero le puede llevar pero a éste le acompañan «los de piedra» que por el nombre muy simpáticos no le debieron de parecer a Gilgamesh. Por si acaso y sin investigar más… blande el hacha, saca el puñal y como una flecha, cae sobre los de piedra y los quiebra.

El barquero, que se llama Urshanabi, le pregunta qué quién es y qué le pasa ya que, aparte de los modales  un poquito bruscos,  muy buena cara no le vio.  Gilgamesh, que era un poco plasta, de esos que les preguntas, ¿qué tal? y te lo cuentan, aprovechó  para narrarle sus hazañas y sus penurias, también. La más grande de ellas, la  muerte de Enkidu, su amigo, y el miedo que tiene desde ese momento a que le pase lo mismo.

Ya se ve que no era un hombre introvertido, de los que se guardan sus cositas, y de esta manera tan contradictoria pero muy humana expresa su penar, «quiero ir lejos, por la llanura, muy lejos ¡No sé cómo callar, no sé cómo gritar! (me encanta esta frase tan

de no hallarse),  mi dilecto amigo no es  más que fango, ¿no me acostaré, como él, para no volver a levantarme jamás?»

El barquero, que psicólogo no era pero que a lo mejor algo sabía sobre la terapia de exposición,  hace lo que puede ante tamaña ansiedad, lo monta en la barca y navegan durante un mes y  medio por las aguas de la muerte.

Y aquí se interrumpe la tablilla y queda oculto lo que pasó si es que pasó algo. La narración continúa cuando Gilga se encuentra con Ut y, bien porque fuera verdad o  porque quisiera conmoverlo,  le dice esto, «he recorrido todos los países, he atravesado los escarpados montes, he cruzado todos los mares y no he encontrado nada que fuese feliz. Me he condenado a la miseria y mi cuerpo ha sido un saco de dolores» Si de algo no se le puede acusar es de beber en las tazas de Mr. Wonderful.

Ut mucho caso no le hace y le suelta la siguiente parrafada sobre la fugacidad de todo para que se vaya haciendo a la idea y abandone la queja, «¿acaso construimos casas para siempre y para siempre sellamos lo que nos pertenece?, ¿acaso los hermanos comparten para siempre?, ¿acaso para siempre divide el odio?, ¿acaso la crecida del río es para siempre?, ¿acaso el pájaro Kulilu y el pájaro kirippu suben para siempre al cielo mirando al sol? Los que duermen y los que están muertos se asemejan. el noble y el vasallo no son diferentes cuando han cumplido su destino. Los dioses deciden sobre nuestra muerte y nuestra vida pero no revelan el día de nuestra muerte»

A lo que le contesta, Gilga, disimulando el mosqueo, «te admiro, Ut, pero no te veo tan diferente a mí, en nada te veo distinto de mí»

O sea, que no entiende por qué Ut, que tanto habla de fugacidad, tiene la inmortalidad y él no.

Te voy a contar mi secreto,  escucha, majo, escucha, le dice Ut-Napishtin.

Pero  para conocer el secreto de Ut tendréis que esperar a la próxima entrada. No vayáis a mirarlo a la wikipedia estropeando la intriga o Gilgamesh blandirá el hacha. Pues menudo es…

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La vida que persigues no alcanzarás

Así de claro se lo dijeron a Gilgamesh, héroe protagonista de la epopeya más antigua que se conoce, pero podría servir casi para cualquiera, para cualquiera que no se quiera morir, como le ocurría él. El hombre no hacía más que penar de un lado para otro en busca de la inmortalidad,  nada menos. Pero mejor empiezo la historia por el principio.  Gilgamesh era el rey de Uruk y se portaba fatal, en especial con las féminas. Mujer que le gustaba, -y le gustaban unas cuantas-, mujer que se beneficiaba sin pedirle permiso ni entender el «no es no».  Su pueblo estaba harto de tanto abuso, por lo que elevaron una protesta a los dioses para que hicieran algo.

Lo hicieron, a su original manera. Crearon con barro a un hombre llamado Ekidu para que fuera su contrincante.  Ekidu salió peludo y salvaje,  vivía con los animales y comía hierbas. Gilgamesh lo soluciona a su estilo, le envía una prostituta durante siete noches. Una vez conocidos los placeres sexuales, Enkidu se  vuelve humano. Ya civilizado o algo así,  luchan,  pero al poco rato se hacen íntimos, sellan su amistad con un beso y se marchan en busca de aventuras. Quieren ser famosos y alcanzar la gloria y para ello qué  mejor sistema que cargarse a unos cuantos.

Parten hasta un bello paraje llamado Bosque de los Cedros y se detienen un  momento a mirar su belleza. «estaban allí admirando el bosque, contemplaban la montaña de los cedros. En la ladera, el cedro levanta su ramaje, su sombra es benéfica, llena de delicias», se narra en la tablilla V, porque esta historia se escribió sobre tablas de arcilla, doce, en concreto,  en escritura cuneiforme.

Si escribís en tablillas o en cualquier otro material puede que descubran vuestro relato dentro de dos o mil o tres mil años, como ocurrió con este,  no desesperéis que los lectores terminan por llegar.  Pero volviendo a la historia,  ahí acaba el momento lírico y de comunión con la naturaleza porque la pareja de amigos íntimos iba a lo que iba, a por el guardián del bosque, llamado Humbaba. Le cortan la cabeza y tan contentos que se quedan. Hala.

Esta hazaña, llamémoslo así, entusiasma a la diosa Isthar, vaya usted a saber por qué y le hace a Gilgamesh la siguiente propuesta: «eh, Gilgamesh, sé mi amante», está escrito cuneiformememte así, con ese desparpajo, no invento. Y luego le hace promesas de riquezas y demás. Pero él no se fía, y le responde con los siguientes piropos, «no eres más que una ruina que no da abrigo, una puerta que no resiste la tormenta,  un palacio que los héroes han saqueado, pringue que ensucia a quién la toca, una sandalia que hace tropezar a quien la calza….»  pues no era borde ni nada el amigo. También le acusa de haber tenido muchos amantes, precisamente él, si te digo yo que si hay algo ancestral es el machismo. En fin, sigamos.

Como os podéis imaginar, la diosa se enfadó un poquito y se subió a los cielos a chivarse a sus padres. Les pide que creen un Toro Celeste para que se enfrente a Gilgamesh y éste sepa lo que es el miedo. No voy a entrar en detalles sobre lo que le hacen Gilga y su amigo al toro porque roza lo gore y la casquería. Después, y como esto es una epopeya, les suceden más peripecias o las provocan ellos, en tantos líos se meten el Gilga y el Enki que los dioses, otra vezlos dioses, planean dejar a Gilgamesh tan solo como estaba antes de conocer a Enkidu. O más solo todavía porque no es lo mismo haber estado solo siempre, con lo cual uno no puede comparar, que tener un amigo y perderlo, eso duele y mucho. Enkidu muere. Momento trágico donde los haya:

«Gilgamesh le pone la mano sobre el pecho: el corazón ya no late: abraza a su amigo como a una novia, ruge de dolor como un León, como una leona a la que se ha quitado su cachorro, vierte lágrimas, rasga sus vestidos y se despoja de sus adornos»

Está muy triste y también tiene miedo pues la muerte de su amigo le hace pensar en la suya propia.  A partir de ese momento lo de la fama y la gloria ya no le interesa, lo que quiere es conseguir la inmortalidad, ha oído hablar de un hombre inmortal y va en su  busca. Por el camino se encuentra, casualmente, con Shiduri, la diosa de la cerveza, sí de la cerveza, que le da este sabio consejo en la tablilla X :

«¡Oh Gilgamesh! ¿Por qué vagas de un lado a otro? No alcanzarás la vida que persigues. Cuando los dioses crearon a los hombres decretaron que estaban destinados a morir y han conservado la inmortalidad entre sus manos. En cuanto a ti, Gilgamesh, llénate la panza, parrandea día y noche; que cada noche sea una fiesta para ti; entrégate al placer día y noche, ponte vestiduras bordadas, lávate la cabeza y báñate, regocíjate contemplando a tu hijito que se agarra a ti, alégrate cuando tu esposa te abrace…»

Pero él sigue empeñado en que no se quiere morir, que no y que no y después de tomarse unas birras con Shiduri, se marcha a buscar a ese señor inmortal.

(Continuará)

«Odio la mentira, odio la impertinencia, odio el engreimiento…»

Y odio a mi tío, podría haber añadido Luciano de Samósata sin faltar a la verdad, cuestión esta que le preocupaba bastante, como luego se verá.

Sus padres le mandaron de bien joven al taller de escultura del citado pariente para que aprendiera el oficio pero aquello…tanta piedra, tanta piedra y tanto tío, tanto tío, no le gustó a su espíritu libre y más bien aéreo.

Imaginad la escena:  pásame el cincel, Luciano, ese no,  hombre, ese no, el dentado, que no te enteras, torpe, y no será porque no te lo haya explicado veces. A  ver, repite conmigo, ¿para qué se utiliza el trépano? Para hacerte un tercer ojo, tal vez pensaría Luciano mirando la obtusa cara de su robusto y sudoroso tito.  Poco duró allí, la escultura no era lo suyo y que le dieran órdenes, tampoco.  Probó de abogado una temporada en Antioquía pero aunque labia no le faltaba, todo lo contrario, tampoco en ese oficio encontró acomodo. Esto sucedía en el siglo II entre Siria, Turquía y Grecia. Ya sé que la ubicación no es muy precisa pero mucho han cambiado las fronteras desde entonces.

Lo que le atraía de verdad al muchacho eran las letras, así que se matriculó en las escuelas de retórica de Jonia donde estudió la literatura griega.  Escribir le gustaba y mucho, pero también andar de acá para allá, así que se hizo conferenciante, una especie de monologuista  de la comedia, culto y de la antigüedad. De este modo se ganaba la vida  y además bastante bien, combinando sus dos pasiones.

Después de una temporada circulando él y haciendo circular sus burlones pensamientos, se instaló en Atenas donde se dedicó a escribir durante unos diez años casi toda su obra,  ya más quieto de cuerpo, que no de mente. Luciano fue un hombre muy crítico con la sociedad de su tiempo y escéptico como era, de todo o casi todo hacía sátira. Lo mismo  criticaba la religión y sus dogmas, que la filosofía y sus escuelas,  que la  corrupción de los ricos y poderosos. Una técnica que le venía muy bien para sus  críticas humorísticas eran los diálogos. En su » Diálogo de los muertos» aparecen en el infierno  los que en vida fueron ricos corruptos que, ya en el otro barrio,  tienen que sufrir las burlas de todos los pobres y marginados que no han perdido apenas nada con la muerte.

También reparte caña a los dioses, a los falsos filósofos,  a los impostores y a los historiadores a los que tenía una especial manía por su falta de veracidad.  Debido a que no se callaba y decía lo que pensaba tuvo unos cuantos enemigos, situación que a él no le incomodaba demasiado. En su libro «El sueño o vida de Luciano», una especie de autobiografía de ficción, dijo de sí mismo, » odio a los impostores, pícaros, embusteros y soberbios y a toda la raza de los malvados, que son innumerables. Pero conozco también a la perfección el arte contrario a éste, el que tiene por móvil el amor. Amo la belleza, la verdad, la sencillez y cuanto merece ser amado. Sin embargo, hacia muy pocos debo poner en práctica tal arte, mientras que debo ejercer con muchos el opuesto. Corro así el riesgo de ir olvidando uno por falta de ejercicio y de ir conociendo demasiado bien el otro» Queda claro, Luciano.

Uno de sus libros más conocidos es «Historia verdadera» o «Relatos Verídicos» que no tiene nada de verdadero, tal como él mismo aclara en la introducción. En aquel tiempo estaban muy de moda los libros de aventuras o historias de viajes, supuestamente veraces, en los que el autor hablaba sobre países a los que nunca había ido. Todos estos libros comenzaban con una aclaración inicial en la que se aseguraba que todo lo allí contado era verdad de la buena.

Copiando ese mismo formato y haciendo burla del mismo, tal como después haría Cervantes con las  novelas de caballería, dice Luciano, «al menos diré una verdad al confesar que miento. Escribo sobre cosas que jamás vi,  traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello mis lectores no deben prestarles fe alguna». Y a continuación narra un fantástico y disparatado viaje a la luna.

A no ser que antes hubiera habido otro escritor fantástico y lunático del que nada se sepa, Luciano de Samósata fue el primer literato conocido en escribir sobre un viaje al espacio y por eso se lo considera un precursor de la ciencia ficción.

Y aquí dejo a Luciano por hoy, a orillas del río Eúfrates donde nació, remojándose los pies, que hace calor.

 

 

 

 

Zapatos azules

Cada vez que los zapatos azules salen de casa, el campito se echa a temblar.

Ya vienen, ya llegan los zapatos azules, se gritan con alarma las espigas, ya se oye el arrastrar azul que pronto nos pisará.

Las alcantarillas inician su canción fétida acompañando los pasos azules, huyen las urracas hacia los tejados vecinos,  huyen los verderones, los gorriones y los mirlos. Abandonan las copas de los sauces y de los  chopos, abandonan los matorrales y los matojos.

Ya se acercan los zapatos azules desde el fondo de la calle, desganados y polvorientos, a pisar con desidia el campito, sisean las culebras, revolotean con inquietud mariposas grandes y pequeñas,  blancas, amarillas,  negras, marrones mariposas, sin atreverse a quedar posadas. El jazmín de la valla retiene sus dulces efluvios.

Los zapatos azules bajan por el sendero sembrando el agreste campito de desesperadas semillas, de desesperanzados  brotes. Las hormigas paran su afanosa hilera, las flores salvajes inclinan sus corolas, escondiendo su  belleza, derrumbándose.

Un llanto blando de luna, un llanto pétreo de monte.

Y ya  suben de vuelta los zapatos azules con sus suelas gastadas y sus costuras a punto de reventar. Ya se  van, ya se van, se dicen  las espigas, rozándose, aliviadas. Regresan los pájaros, regresa la voz  risueña del secreto arroyo.

Si hubiéramos sido zapatos rojos…o verdes o blancos,  pero somos azules , de un azul desvaído, de un azul mortecino que no es el del cielo ni el de las flores que crecen en los  bordes.

Tirados en la entrada, tras la puerta de la casa, sollozan abrazados a sus cordones.

Y cuando la vuelvas a mirar acuérdate de Luciano

Me refiero a remirar la luna (por si no leistéis la entrada anterior). Resulta que también está el nombre de Luciano en uno de los cráteres, no Pavarotti, no, Luciano de Samósata,  un escritor del que ya apenas se acuerda nadie y mira que fue original y divertido.

Pero antes de hablar de él  tengo que publicar en este blog de mi propiedad intelectual (hasta que  me la usurpen)  un desmentido. O un desdecido.  Este es:  ya no quiero que ningún cráter de la luna lleve mi nombre. Pero qué vulgaridad es esa, si hasta el último gato tiene cráter asignado. Os digo unos cuantos para que veáis,  por la A: Abbot, Abel (¿el de Caín?), Adams (¿de la familia?), Amundsen (el explorador), los filósofos Anaximandro, Anaxágoras y Anaxímenes,  los tres juntitos como las tres mellizas por aquello de que  no se tengan envidia, Aristóteles, Armstrong (todo hace suponer que el astronauta y no el músico) y Atwood (¿Margaret?, no lo sé). Hay muchos más y solo es la primera letra del abecedario, imaginad lo apretados que están. Quita, quita, cuánto personal.

Y lo que es peor, algunos fueron unos piezas  nada recomendables. Ahí estaban también,  cobijados en los huecos lunares, dos científicos amiguitos de Hitler e impulsores del antisemitismo en la ciencia. Pero, ¿esto qué va a ser?, ¿qué clase de gentuza estáis poniendo en la luna, personas que ponéis  nombres a los cráteres? Cierto es que los han eliminado pero, ¿y si hubiera más nombres feos infiltrados? No quiero ya el cráter Esme, no me postuléis.

De pequeña me gustaba ir a postular, nos daban en el colegio una hucha del Dómund y nos mandaban por parejas a pasar la mañana por la calle.  Había que agitar con mucha furia la hucha de tapa azul en las  narices de los viandantes, para intimidar. Si nos daban algo, les poníamos una pegatina. Algunos ya salían con la pegatina puesta de casa para no soltar la guita, que lo sé yo, la tendrían guardada del año anterior.

Volviendo precisamente a lo anterior, qué bonita profesión por si todavía alguno no sabe qué quiere ser de mayor o le da por hacer eso que algún ocurrente llamó «reinventarse», qué bello oficio el de ponedor de nombres a cráteres lunares. Si os interesa, tenéis que mandar vuestro currículo a la IAU ( Unión Astronómica Internacional), a la atención de Charles Wood, responsable de los  nombres en la luna. El puesto es de ayudante pero por algo hay que ir empezando, tampoco querrás llegar y quitarle el sitio a Charles.

Ya  no  me da tiempo a hablar de Luciano de Samósata, según mi intención inicial. Es algo frecuente que se desvíen las intenciones iniciales y acabe uno en otro lugar al previsto. Otro día os contaré sobre una novela suya que trata precisamente de un  viaje a la luna ¡Y dale con la luna! Pero es normal, es nuestro único satélite. Si tuviéramos más no la marearíamos tanto, pero solo está ella para todos nuestros ojos.  Pobre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando mires la luna acuérdate de Demónax

Buenos días o tardes o noches, os habla la nueva dueña de este blog, Esmeralda primera de España y quinta de ya me lo pensaré. Hoy no hay cuento propiamente dicho pero sí os hablaré de un chiquillo que nació en Chipre en el siglo II a. de C  (parece mentira que ya  nacieran las personas hace tanto tiempo)  y al que sus padres llamaron Demónax o Demonácte. Estaría de  moda, qué quieres que te diga. La familia era adinerada pero Demónax abandonó las riquezas familiares (digo yo que con algo se quedaría) para dedicarse con total libertad a la filosofía.

«La felicidad se encuentra en la libertad»,  esto no lo digo yo, lo decía él. Y también  esto otro que os dejo aquí escrito para cuando tengáis un día de esos malos,  pero malos de llorar, «solo es libre el que ni teme ni espera ya que todas las cosas humanas no son dignas de miedo ni esperanza pues todas, agradables o molestas, son sin excepción caducas».

Verdad es, pero que te consuele o te dé rabia ya es cosa tuya y del momento. Si estás feliz te va a hacer menos gracia que si todo lo contrario.

Demónax dijo lo que tenía que decir, pensó lo que le vino en gana,  hizo mucho deporte porque le gustaba estar fuerte y cuando ya de viejo notó que el cuerpo empezaba a fallarle, dejó de comer y adiós muy buenas.

Un cráter de la luna lleva su nombre  (bastante le importará eso a él a estas alturas).  A mí sí me gustaría que le pusieran Esme a un cráter lunar pero mientras esté viva, para poder dar envidia a mis a amistades y enemistades. Muerta ya no lo quiero, no le veo utilidad.

No estoy muy segura de que este filósofo del que os hablo existiera, de él habla Luciano de Samóstana, En su libro  «Vida  de Demonacte», pero pudiera ser que se lo inventara porque fue un escritor muy imaginativo. Si es que fue un personaje me sentiría muy feliz y hermanada y tendría la esperanza de que alguna de las frases que aquí voy soltando pase a la posteridad en un libro titulado, «Vida de Esme». La posteridad no es un barrio aunque lo parezca.

Y todo para que en un lejano futuro algún desequilibrado hable de mí en un blog cualquiera sin dominio propio.

Cuando miréis la luna, acordaos de él, existiera o  no. Y ya de paso de mí, que aunque no existo sí que existo y os cuento historias y  pongo citas fusiladas de la wikipedia que es un primor.

Hasta la próxima.