Día: 20 de julio de 2020

«Odio la mentira, odio la impertinencia, odio el engreimiento…»

Y odio a mi tío, podría haber añadido Luciano de Samósata sin faltar a la verdad, cuestión esta que le preocupaba bastante, como luego se verá.

Sus padres le mandaron de bien joven al taller de escultura del citado pariente para que aprendiera el oficio pero aquello…tanta piedra, tanta piedra y tanto tío, tanto tío, no le gustó a su espíritu libre y más bien aéreo.

Imaginad la escena:  pásame el cincel, Luciano, ese no,  hombre, ese no, el dentado, que no te enteras, torpe, y no será porque no te lo haya explicado veces. A  ver, repite conmigo, ¿para qué se utiliza el trépano? Para hacerte un tercer ojo, tal vez pensaría Luciano mirando la obtusa cara de su robusto y sudoroso tito.  Poco duró allí, la escultura no era lo suyo y que le dieran órdenes, tampoco.  Probó de abogado una temporada en Antioquía pero aunque labia no le faltaba, todo lo contrario, tampoco en ese oficio encontró acomodo. Esto sucedía en el siglo II entre Siria, Turquía y Grecia. Ya sé que la ubicación no es muy precisa pero mucho han cambiado las fronteras desde entonces.

Lo que le atraía de verdad al muchacho eran las letras, así que se matriculó en las escuelas de retórica de Jonia donde estudió la literatura griega.  Escribir le gustaba y mucho, pero también andar de acá para allá, así que se hizo conferenciante, una especie de monologuista  de la comedia, culto y de la antigüedad. De este modo se ganaba la vida  y además bastante bien, combinando sus dos pasiones.

Después de una temporada circulando él y haciendo circular sus burlones pensamientos, se instaló en Atenas donde se dedicó a escribir durante unos diez años casi toda su obra,  ya más quieto de cuerpo, que no de mente. Luciano fue un hombre muy crítico con la sociedad de su tiempo y escéptico como era, de todo o casi todo hacía sátira. Lo mismo  criticaba la religión y sus dogmas, que la filosofía y sus escuelas,  que la  corrupción de los ricos y poderosos. Una técnica que le venía muy bien para sus  críticas humorísticas eran los diálogos. En su » Diálogo de los muertos» aparecen en el infierno  los que en vida fueron ricos corruptos que, ya en el otro barrio,  tienen que sufrir las burlas de todos los pobres y marginados que no han perdido apenas nada con la muerte.

También reparte caña a los dioses, a los falsos filósofos,  a los impostores y a los historiadores a los que tenía una especial manía por su falta de veracidad.  Debido a que no se callaba y decía lo que pensaba tuvo unos cuantos enemigos, situación que a él no le incomodaba demasiado. En su libro «El sueño o vida de Luciano», una especie de autobiografía de ficción, dijo de sí mismo, » odio a los impostores, pícaros, embusteros y soberbios y a toda la raza de los malvados, que son innumerables. Pero conozco también a la perfección el arte contrario a éste, el que tiene por móvil el amor. Amo la belleza, la verdad, la sencillez y cuanto merece ser amado. Sin embargo, hacia muy pocos debo poner en práctica tal arte, mientras que debo ejercer con muchos el opuesto. Corro así el riesgo de ir olvidando uno por falta de ejercicio y de ir conociendo demasiado bien el otro» Queda claro, Luciano.

Uno de sus libros más conocidos es «Historia verdadera» o «Relatos Verídicos» que no tiene nada de verdadero, tal como él mismo aclara en la introducción. En aquel tiempo estaban muy de moda los libros de aventuras o historias de viajes, supuestamente veraces, en los que el autor hablaba sobre países a los que nunca había ido. Todos estos libros comenzaban con una aclaración inicial en la que se aseguraba que todo lo allí contado era verdad de la buena.

Copiando ese mismo formato y haciendo burla del mismo, tal como después haría Cervantes con las  novelas de caballería, dice Luciano, «al menos diré una verdad al confesar que miento. Escribo sobre cosas que jamás vi,  traté o aprendí de otros, que no existen en absoluto ni por principio pueden existir. Por ello mis lectores no deben prestarles fe alguna». Y a continuación narra un fantástico y disparatado viaje a la luna.

A no ser que antes hubiera habido otro escritor fantástico y lunático del que nada se sepa, Luciano de Samósata fue el primer literato conocido en escribir sobre un viaje al espacio y por eso se lo considera un precursor de la ciencia ficción.

Y aquí dejo a Luciano por hoy, a orillas del río Eúfrates donde nació, remojándose los pies, que hace calor.

 

 

 

 

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