A los dioses les dolía la cabeza. La culpa la tenían sus muñequitos los humanos, eran demasiados y hacían mucho ruido. Descartado el paracetamol por no ser medicina de su gusto, la solución estaba bastante clara: cargárselos y empezar de nuevo.
Reiniciemos, a ver si esta vez nos sale mejor. Para ello seleccionaron a una pareja humana de su preferencia (Ut Napihstin y su señora esposa) y les mandaron derribar su casa, construir una nave, meterse en ella y llevar también muestras reproducibles de todo ser vivo existente. Como método de destrucción ( tenían un buen surtido) escogieron un diluvio.
¿ Os recuerda ligeramente esta historia a la de Noe y su famosa arca? Pues no seré yo la que acuse de plagio a la Biblia pero el diluvio universal que aparece en Gilgamesh es mil años anterior.
Ut se lo está contando a Gilgamesh que escucha con gran atención. Cuando termina el relato, igual al de la Biblia salvo que aquí se cambia la paloma del final por un cuervo, Ut le explica que debido a lo bien que cumplió con la misión encomendada, los dioses le concedieron la inmortalidad pero que eso no le va a pasar a él, que se vaya olvidando, lo suyo fue una excepción.
Tal debió de ser la cara de desilusión de Gilga que Ut se compadeció de él y como premio de consolación, le reveló la existencia de una planta pinchosa y espinosa en el fondo del mar con propiedades rejuvenecedoras. Inmortal no le iba a hacer pero sí le podía quitar unos cuantos años de encima.
Fue oírlo y entró Gilga en acción otra vez, qué impulsividad , hijos míos. Se ató unas gruesas piedras a los pies y hasta el fondo de los mares que se hundió, arrancó la planta hiriéndose las manos, cortó los lazos que ataban las piedras a sus pies y ascendió lleno de rasguños y medio ahogado pero más contento que unas castañuelas.
Además de valiente, Gilga era generoso porque le dijo al barquero, (el mismo que lo condujo por las aguas de la muerte y que ahora le va a llevar de vuelta), «esta es una planta famosa, gracias a ella el hombre renueva su aliento de vida, la llevaré a Uruk, haré que todos coman de ella, la compartiré con los demás, su nombre será «el viejo se vuelve joven», comeré de la planta y volveré a los tiempos de mi juventud»
Que te lo has creído, Gilgamesh.
Una serpiente que pasaba por ahí, también es casualidad y mala suerte, la huele, le gusta y se la lleva. Gilgamesh llora un rato de la rabia que le da, se lamenta otro poco y, ya llorado y lamentado, regresa a Uruk. Después de tanto periplo y tantas aventuras ya sabe que va a morir y que va a envejecer y parece que lo acepta ¡Qué remedio le queda al hombre!
Intentarlo lo he intentado pero no ha podido ser, se dice a sí mismo entrando en su amurallada ciudad.
La historia podría terminar aquí, con el héroe resignado, lo que pasa es que Gilgamesh tenía un punto liante y no podía dejar de enredar.
Ya que se iba a morir quería saber qué pasa después, así que en la tablilla número 12, la última, le da por convocar a los espíritus con una serie de rituales de lo más extraños y logra que se «abra el agujero del mundo de las sombras» y que por él se cuele su difunto amigo Enkidu. Aunque falta el final, lo que Enkidu le cuenta no es muy alentador.
– Dime, amigo mío, dime la ley del mundo subterráneo que conoces, le pide Gilga.
-No, no te la diré, si te la dijera te vería sentarte para llorar, le previene Enkidu
-Está bien, quiero sentarme para llorar. (Cabezota como él solo)
-Lo que has amado, lo que has acariciado y lo que placía a tu corazón, como un viejo vestido, está ahora roído por los gusanos, está hoy cubierto de polvo, todo está sumido en el polvo», le desvela Enkidu en plan sincericidio.
Pero al momento se ve que se arrepiente o es el autor de la epopeya (anónimo) el que se arrepiente de terminar con un final tan crudo y matiza un poco.
¿Te acuerdas de aquel que se murió? (le cita a un vecino suyo) pues está tendido sobre el lecho y bebe agua fresca, ¿te acuerdas de…? (otro vecino de Uruk), lo abrazan su padre y su madre, a otro más el que lo abraza es su mujer, otro, sin embargo, no haya reposo y otro más se está comiendo las sobras de unos platos y de unas ollas.
Vaya, qué faena, tablilla rota o perdida.
Y de esta manera, con el vecino comedor de sobras, se interrumpe el poema de Gilgamesh, el héroe que no quería ser mortal. Si que lo recuerden a uno es una forma de supervivencia, Gilgamesh consiguió de alguna manera vencer a la muerte.