Mes: septiembre 2020

El vergel de Toñín

Como el ayuntamiento no retiraba el muñón de árbol que había talado ni plantaba otro en su lugar, uno de los vecinos , Abdelkader Slimani, Toñín para amigos y conocidos, se animó a intervenir. Con un destornillador vació uno de los anillos del tronco, el central y de menor diámetro, arrancó una rama de la acacia de al lado y la introdujo en el hueco taponándolo con un poco de tierra que sacó de una maceta de su casa.

No estaba muy seguro de que aquello fuese a prosperar, de jardinería no tenía ni idea, pero sí disponía de un luminoso pensamiento mágico y acababa de ver con toda claridad cómo la rama incrustada viajaba hacia abajo, se transformaba en raíz y se amigaba con las raíces primigenias insuflándoles vida. Eso para empezar. Para continuar, la rama crecía hacia arriba y de alguna manera misteriosa, (por algo el pensamiento era mágico), se transformaba en tronco y de él nacían nuevas ramas. Ya estaba solucionado.

Del portal salió el profesor de matemáticas, bolsa en bandolera y cara de logaritmo neperiano, se llevaba bien con Abdelkader, Toñín para los amigos.

¿Qué haces?, le preguntó.

Para el próximo verano tenemos sombra, te lo juro, dijo Toñín palmeando al aire con gozo de creador.

Al profesor le dio la risa. Cuando se reía ya no parecía un logaritmo. Seguro que sí, dijo alejándose. Antes de torcer en la esquina giró la cabeza para mirar otra vez, incrédulo pero divertido ,el ingenio arbóreo.

Tralará, tralarí, tus ojos son dos estrellaaassss, canturreó Toñín admirando su lo que fuera aquello.

Lo que fuera aquello no le gustó a la Planchá, apodo con el que era conocida, por su estiramiento postural y mental, la del quinto C. ¡Qué porquería es esta, por Dios bendito!, dijo ella. Lo único que nos faltaba, no basta con tener siempre un contenedor lleno de basura en la puerta y ahora esto.

Tus ojos son dos lucerooosss, siguió cantando Toñín. Lo mismo le daba que le daba lo mismo la opinión ajena. Sabía que hiciera lo que hiciese, incluso si no hacía nada, tendría detractores, adversarios y tal vez, porqué no, admiradores y partidarios. O, lo que también podía suceder, sería ignorado. Por eso, qué más daba.

Ha quedado bien, se dijo mirando su rama árbol futuro, un poco torcida pero esto lo enderezo yo ahora mismito.

Y en ello estaba cuando apareció la pareja que había alquilado el sótano interior con derecho a patio individual. Les gustó, ellos también hacían intervenciones imaginativas para mejorar su entorno. En el patio habían colocado una alfombra azul y un sillón blanco, habían colgado una ristra de bombillas para simular estrellas y algunas noches salían a tomar la brisa de los no árboles bajo las coladas que se agitaban como alas de no pájaros.

¡Qué zafarrancho es este!, si parece un puticlú, había clamado por la ventana la Planchá. Si cada uno nos ponemos a hacer lo que queremos dime tú a mí en qué se va a convertir esto. Como nadie le dijo nada, dio un golpe de ventana y se metió en su casa. Nunca estaba conforme.

A la chica del sótano le ocurría al revés, todo le parecía bonito y así se lo dijo a Toñín sonriendo y mostrando sus dientes desparejos. El chico, larguirucho y blanquecino también se interesó por el procedimiento rodeando el injerto y doblándose para estudiarlo. Puede que sí, dictaminó por todo dictaminar.

Toñín repitió su optimista predicción: este verano vamos a tener una sombra buenísima, os lo juro, y volvió a palmear el aire otoñal con alegría.

Si bien con el paso de los días la rama no daba muestras de desarrollo, más bien parecía haberse resecado, Toñín no desistió. Con una tetera la regaba y con unas pequeñas tijeras que había rescatado del mismo contenedor que odiaba la Planchá, hacía sus podas mágicas.

Tal vez algún envidioso arrancó una noche la rama, tal vez algún repartidor que necesitaba descansar un rato y a falta de bancos eligió el tronco cortado como asiento, previa eliminación de aquello, tal vez fue el hombre en chancletas que mantenía larguísimas conversaciones telefónicas durante las madrugadas. Había podido ser cualquiera.

Toñín no se desanimó pero como se conocía el percal, intuyó,( además de pensamiento mágico tenía mucha intuición), que si colocaba una nueva rama se la arrancarían otra vez. Asumió sin problemas que nunca saldría de ahí un nuevo árbol pero sí podría tener algo verde y hermoso, vida brotando de lo muerto.

Tus ojos son dos estrellaaaasss, cantó mientras ampliaba el hueco y lo rellenaba con más tierra. A poco que cayeran cuatro gotas algo aparecería por su propia cuenta. Lo había visto, incluso de las más oscuras alcantarillas nacían plantitas y hasta delicadas flores.Por adornarlo un poco más y que se entendiera la intención del proyecto, colocó alrededor un círculo de piedras

¡ Un jardín zen!, exclamó al pasar la chica del sótano. Eso mismo, contestó él, apuntándose el tanto, de aquí al verano tenemos en esta acera un vergel, te lo juro.

Y un huerto, me reserva los primeros calabacines, dijo la Planchá al pasar ¡Qué zafarranchos, por el amor de Dios, ¡qué putiferios! Quién pudiera vivir en un lugar normal, no te digo de lujo ni de nada, normal

¿Y el árbol?, preguntó el profesor de matemáticas que volvía de sus clases con la ropa muy descolocada, como si le hubieran vapuleado sus alumnos, lo cual podía haber pasado.

Va a ser un jardín, le explicó Toñín extendiendo la mano como si acariciara sus hojas y flores. Para este verano tenemos un vergel, te lo juro. Toñín palmeó el aire y se puso a cantar. Tus ojos son dos lucerooooosssss, cuando la noche se acerca alumbran mi caminar.

Se acercó la noche con la luna a cuestas y la echó a rodar por encima de los tejados.

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Testigo de nada

Me llamó mi amiga Lourdes, que no me llama nunca, siempre tengo que llamar yo primero y me dijo, «Susi, te llamo para decirte que te van a citar para que testifiques en mi juicio» y un crujido que se oyó. Esta está comiendo pipas, me supuse yo. Cuando se pone nerviosa le da por las pipas.

No me hizo ninguna gracia la noticia y se lo dije, ¿pero cómo voy a ir de testiga si no vi los hechos? Los viste borrosos por ser corta de vista pero alli estabas y sabes lo que pasó porque yo te lo conté, ¿o es que no me eché en tus brazos recién atropellada, llorando a todo llorar?

Ya, eso sí, pero yo no lo vi, yo no vi presencialmente cómo el de la moto te aplastaba un pie y luego se daba a la fuga, ya sé que es verdad que te pasó lo que te pasó, los hechos son muy verídicos, pero es muy violento tener que declarar y decir que has visto lo que no has visto.

Pero es que te van a citar, te llamará mi abogado para prepararte, no vayas a meter la pata. Clic, clic, clic, las pipas otra vez.

Y venga a insistir, si no tiene más misterio que decir que tú estabas esperándome en la acera de enfrente, yo crucé para ir a tu encuentro, el tipo se saltó el semáforo y lo que ya sabes después. Todo eso es verdad aunque no lo vieras, que sí lo viste, solo que borroso.

Si es que no sé decir que no, tengo que aprender, estoy entrenándome con unos podcast que escucho de mejora personal pero me voy por el cuarto y son cincuenta, todavía no me sale bien. Así que dije sí, pero por dentro…por dentro estaba maldiciendo a Lourditas, que no me llama nunca, siempre soy yo la que tengo que dar el primer paso.

¿Es posible no ir de testigo a un juicio, pueden no ir a declarar los testigos?, busqué en google. Nada, que no, que tenía que ir, era mi obligación como ciudadana, lo que una es, y ponían multas bien gordas si la incumplías y que sé yo que más amenazas. Me entró el canguelo.

La noche antes no pude dormir imaginando variantes de preguntas y respuestas. En algunas quedaba bien y en otras metía tanto la pata que mi amiga Lourditas perdía el juicio, no el de la cabeza, el de la ley y todo por mi culpa. Para asistir a los juzgados me puse la camisa de volantes, me veo yo bien con esa camisa, sexy pero sin exagerar y también elegante pero lo justo.

¿Pero de qué te has vestido?, pareces la Faraona. No contesté por no entrar en el » y tú más» pero ella iba hecha un desastre y con las raíces del pelo sin teñir. Se ve que me notó la mirada condenatoria, nunca mejor dicho, porque se puso a explicarme que era una estrategia para que se notara lo mal que lo está pasando tras el atropellamiento y lo raspada que anda de pecunio, lo cual es verdad y no está engañando nadie. Yo sí que voy a engañar, pensaba yo retorciéndome un volante. Una mentira bien gorda en toda la cara del juez.

Es una jueza y creo que muy seca, me dijo ella como si otra vez me leyera el pensamiento, cómo me conoce. Encima seca, qué nervios.

Estoy muy nerviosa, vamos entrar en ese bar a que me tome un café. No quería porque ella no sabe que a mí el café me da paz, como a ella las pipas, pero al final entramos, ella se pidió un agua con gas. Lo malo es que al rato nos hacíamos pis las dos y tuvimos que parar en otro bar y para poder usar los aseos, volver a consumir líquidos porque para sólidos no estábamos y así entrar en ese círculo de bebidas y expulsión de las mismas que no tiene fin y por experiencia lo sé.

Llegamos a los juzgados, en la puerta había muy buen ambiente, mucha gente formando corrillos y con papeles en las manos. Me animé bastante , como si me fueran a pagar o formara yo parte de algo importante. Por delante no hacía más que pasar una barrendera del ayuntamiento con el carrito y el escobón. Permiso, por favor, iba diciendo mientras atravesaba los corrillos , molestando para mí que aposta. Y total para barrer cuatro hojas secas. Me cayó bien, ese tipo de cosas me gustaría hacer a mí, molestar porque sí, pero no me atrevo, soy muy mirada, igual cuando me vaya por el podcast 25 ya sí . Llevaba unas florecitas pegadas al carro de barrer, lo que denota sensibilidad. Mirando estos detalles y otros se me pasaron un poco los nervios pero no del todo. Y otra vez la vejiga hiperactiva haciendo de las suyas.

Ese es mi abogado, ven que te lo presento, dijo Lourdes interrumpiendo mis observaciones.

Me lo imaginaba mejor, era feo, despeinado y con muy malas trazas. Sería también una estrategia o sería así de nacimiento. Recordé que me había dicho por teléfono, » cuando te pregunten si tienes interés en el juicio tienes que contestar que no», o sea que yo estaba desinteresada de lo que allí pasara. El de la otra parte, qué miedo, eso si que era prestancia, solo el brillo de sus zapatos ya me intimidaba. Ensayé por dentro posibles respuestas como «sí, no, no lo recuerdo, lo ignoro, lo desconozco, sí que sí, no entiendo la pregunta». El corazón empezó a latirme al descompás, saltándose latidos.

Es el tercer piso, sala 4, nos dijo el abogado de mala presencia y allá que fuimos. Tengo que ir al baño, le dije a Lourditas. Ahora ni de coña ¿has traído el dni? Esto solo me puede pasar a mí, por mucho que buscaba por todos los bolsillos y cremalleras no aparecía. Es que este bolso es como una boca gigante, deglute lo que le eches. Pues como todos, dijo ella ya con voz de mal talante. A lo mejor por eso no llevaba bolso si no una bolsa de tela con muchos ojos pintados cuyo significado no sé cual sería, lo mismo ninguno.

Entraron casi todos y empezaron a llamar testigos, me dio tiempo a encontrar el dni, menos mal. Los nervios me iban tan en aumento que pensé que no podría articular palabra cuando fuera mi turno. Ese tema del desinterés me inquietaba. Por suerte llegó un señor de Zamora, sé que era de ahí porque se lo estaba contando a los gritos a otro, y me distrajo con la narración de sus pormenores, lo que había cenado en un restaurante cerca de Callao y que ni tan mal. Pasaba el tiempo y ahí seguía yo, con el dni sudoroso entre las manos y escuchando los menús del de Zamora. Ya iba por el desayuno.

Empezó a salir gente de la sala. El abogado pintarra me dijo, no te llaman, no ha sido necesario tu testimonio, ya te dije que a lo mejor no te llamaban.

Nos fuimos por dónde habíamos venido previo uso de los baños. A la salida seguían los corrillos pero ya no me sentía parte de eso si no todo lo contrario. Lourdes se fue hacia arriba por unos asuntos que tenía pendientes o eso dijo y yo hacia abajo. El sol me daba en la cara y entrecerré los ojos para disfrutar de su calor. Me puse el podcast número tres » la presencia y la alegría».

No me concentraba, seguía dándole vueltas a lo mismo. Primero no quería mentir pero después me sentí un poco desinflada de no haber podido hacerlo, de haber sido testiga de nada. Si es que no sabemos lo que queremos. En general, digo.

Mi barrio pandémico

Mi barrio pandémico está lleno de gente, de ruido, de jaleo a todas horas. Mi barrio pandémico, visto desde fuera y sin profundizar, no se distingue tanto del anterior, cuando el coronavirus no existía o estaba muy lejos, allá por Wuhan y comentábamos, «estos chinos, qué cosas terribles les pasan»

Pero sí hay diferencias: los huecos de algunas tiendas que han tenido que cerrar y ese trozo de tela, de mejor o peor calidad, con mejor o peor estilo, bien o mal puesto, que llevamos casi todos pegado a la cara.

Otra novedad que he notado a mi vuelta es que las terrazas, en un intento por salvar los negocios de hostelería, han ocupado muchas calles, ya no solo las calles anchas, aptas por su espacio para colocarlas. También las estrechas por donde ya era difícil pasar, tanto para coches como para peatones, han sido invadidas por terrazas más o menos logradas. A algunas les ponen una alfombra debajo imitando césped o algún otro material de la naturaleza, unas flores artificiales que caen en cascada sobre las cabezas simulando imposibles paraísos, un biombo para que los coches no pasen literalmente por encima de las cañas y las patatas fritas y a correr.

A correr los que corren y corren muchos, tantos o más como los que ocupan las terrazas, que también son bastantes. La gente se relaciona y grita igual que antes y fuman aunque no esté permitido, la gente en esta ciudad es follonera y lo sigue siendo.

Sí se ve algún gesto de mal humor en los dependientes de las tiendas, que venden poco, que temen por sus empleos y que tienen que aguantar a los que entran solo a mirar, a gastar el gel desinfectante y con un poco de mala suerte a pegarles el virus.

Hay muchas obras y obreros que entran y salen y se dicen cosas entre ellos, a gritos también. Los obreros pasan de la mascarilla, se sientan en los bancos a comerse el bocadillo de media mañana, la mayoría son jóvenes y se ríen despreocupados. Entre algunos adolescentes está mal vista la protección de tela, si la llevan es colgando. Por las noches se sientan en la valla, donde hacen pis todos los perros del barrio, se sientan y ponen su música reguetonera, beben cerveza, fuman, se abrazan. De vez en cuando, no siempre, pasa un coche policial haciendo mucho ruido de sirena y los dispersan con desgana, pero son muy recalcitrantes, tienen querencia por esa valla meada donde la gente también se deshace de lo viejo. Desde hace semanas hay un cesto roto con juguetes de plástico rosa también rotos y una silla de oficina.

La gente mayor va a la farmacia a contarle su vida a los farmacéuticos, no necesariamente sus dolores o problemas físicos, que también, ya no pueden ir al centro de salud, así que aprovechan para charlar un rato de lo que sea y si se forma cola no les da vergüenza. A los jóvenes adolescentes desmascarillados les gusta asustar a los miedosos de la edad de sus padres. Me parece que tengo fiebre, tío, dice uno de ellos al pasar junto a una mujer de mascarilla blanca pico de pato.

Los niños han vuelto al colegio. Ya no entran por la puerta habitual, lo hacen por otra lateral, más grande, pero eso no impide aglomeraciones. La otra mañana oí cómo un padre estresado, que acababa de bajarse del coche en la acera de enfrente, les decía a sus hijos que ya corrían hacia la puerta, «¡que no vayáis donde todo Dios!, ¡os he dicho que no os pongáis donde todo Dios!». Pero es que se entra por ahí, respondieron los niños un poco desconcertados, deteniendo su carrera.

En mi barrio pandémico y supongo que en muchos otros de esta ciudad y de cualquier ciudad grande, no ir, no estar, no ponerse donde «tododios» es prácticamente un imposible. Los lugares vacíos no existen.

Ya casi no se oye la frase, tan recurrente, de «esto es como una película de ciencia ficción» o «parece mentira que esto esté pasando». Mal o regular, nos hemos acostumbrado a «esto». Esas frases han sido sustituídas por un resignado «hay que seguir viviendo» o por un receloso, «a ver qué pasa».

Una madre le dice a otra, «a partir del 21 tienen clase por las tardes pero no me fío». Nadie se fía del todo y cuando pasa una ambulancia se mira de reojo, con miedo.

Una niña pequeña, de no más de cuatro años años, con su mascarilla infantil de dibujitos, echa la capota al carro de bebé de su hermano que patalea dentro y le explica desde arriba, «así, para que no te entre el coronavirus.»

Patio con niños en la nueva anormalidad

Las señoras de los hilos

Mirad qué tres señoras tan simpáticas (en apariencia). Ahí las tenéis a ellas con sus costuras y sus charletas pasando el rato tan tranquilas y sin molestar a nadie. Pues fíate y no corras que son las Moiras. Os las presento.

Estas tres costureras son las encargadas de hacer el reparto, no de lo que te has comprado por Amazon, eso ya lo hacen otros, lo que ellas reparten sin empaquetar ni moverse del sitio y sin que nadie se lo haya pedido por internet, es la porción de la existencia que le corresponde a cada cual, la vida, el destino o como se quiera llamar.

La primera se llama Cloto, la que hila. Venga y dale a la rueca, gira que gira. Que dé vueltas es bueno, mientras la rueca se mueve, hay vida. Esto de la rueca sale mucho en los cuentos de hadas. Casi siempre la protagonista se pincha con el huso por andar distraída pensando en amores y cae en tremendos encantamientos de la que solo la pueden salvar los mismos amores con los que estaba soñando. Un lío. Esto a Cloto no le sucede, ella es más espabilada y bastante más pragmática, a pesar de que su herramienta de trabajo esté un poco desfasada.

La segunda Moira, de nombre Láquesis (la que da la suerte) lleva una vara de medir y con ella determina la longitud de la hebra, longitud que equivale a la duración de la vida. También elige los materiales. El hilo puede ser de oro o seda o tal vez utilice unas lanas roñosa que le sobraron de hacerse una bufanda muy fea. En ese caso, mal asunto. Lo más normal es que mezcle materiales, un ratito de hilo de oro ( los buenos momentos o los instantes felices), otra porción de lana vieja (las penurias) y a lo mejor un hilo de calidad intermedia para cuando ni muy bien ni muy mal.

La última se llama Átropos (lo inexorable) y su instrumento son las tijeras. Cuando lo considera y sin previo aviso, corta y se acabó lo que se daba. De ahí seguramente procede la expresión, «qué corte de rollo». Es un poco chunga Átropos aunque si uno se para a pensar tampoco tanto.

Como lo que están haciendo es un tapiz, para que les quede bonito y colorido y el dibujo tenga un cierto orden y sentido, tienen que cambiar los hilos y entrecruzar a unos con otros, no van a coser siempre con el mismo hilo, larguísimo y reviejo. El resultado sería horroroso y hasta el propio hilo, agotado de tanta puntada, gritaría, «corta de una vez, Átropos, por lo que más quieras».

Estas tres costureras se presentan al tercer día del nacimiento de los niños, camufladas entre las visitas pesadas, y comienzan con sus jaleos. Desconfiad si aparece alguien con el típico cuadro de punto de cruz en el que está bordado el nombre del bebé junto a dos ositos (nunca he entendido la relación bebé/oso), pues pudiera tratarse de una de estas señoras aficionadas a darle a la aguja.

Las Moiras, que son griegas, tienen unas primas romanas, las Parcas, que se dedican a lo mismo y con las que a veces quedan para intercambiarse patrones. Con las que ya se ven menos, debido a la lejanía, es con las Nornas, las primas rubias del norte de Europa pero mantienen el contacto a través de las redes sociales.

Todas ellas son muy poderosas, ningún dios puede inmiscuirse en sus asuntos ni ver sus telares ni intervenir en sus decisiones.

Las Nornas me gustan en especial porque viven bajo las raíces de un fresno, Yggdrasil, el árbol del centro del cosmos, nada menos. Pero su función, aparte de cuidar del árbol, es la misma que la de las otras señoras de los hilos: tejer el tapiz de los humanos destinos.

Fresno donde no vi ninguna Norna, no debe de ser Yggdrasil.