Como el ayuntamiento no retiraba el muñón de árbol que había talado ni plantaba otro en su lugar, uno de los vecinos , Abdelkader Slimani, Toñín para amigos y conocidos, se animó a intervenir. Con un destornillador vació uno de los anillos del tronco, el central y de menor diámetro, arrancó una rama de la acacia de al lado y la introdujo en el hueco taponándolo con un poco de tierra que sacó de una maceta de su casa.
No estaba muy seguro de que aquello fuese a prosperar, de jardinería no tenía ni idea, pero sí disponía de un luminoso pensamiento mágico y acababa de ver con toda claridad cómo la rama incrustada viajaba hacia abajo, se transformaba en raíz y se amigaba con las raíces primigenias insuflándoles vida. Eso para empezar. Para continuar, la rama crecía hacia arriba y de alguna manera misteriosa, (por algo el pensamiento era mágico), se transformaba en tronco y de él nacían nuevas ramas. Ya estaba solucionado.
Del portal salió el profesor de matemáticas, bolsa en bandolera y cara de logaritmo neperiano, se llevaba bien con Abdelkader, Toñín para los amigos.
¿Qué haces?, le preguntó.
Para el próximo verano tenemos sombra, te lo juro, dijo Toñín palmeando al aire con gozo de creador.
Al profesor le dio la risa. Cuando se reía ya no parecía un logaritmo. Seguro que sí, dijo alejándose. Antes de torcer en la esquina giró la cabeza para mirar otra vez, incrédulo pero divertido ,el ingenio arbóreo.
Tralará, tralarí, tus ojos son dos estrellaaassss, canturreó Toñín admirando su lo que fuera aquello.
Lo que fuera aquello no le gustó a la Planchá, apodo con el que era conocida, por su estiramiento postural y mental, la del quinto C. ¡Qué porquería es esta, por Dios bendito!, dijo ella. Lo único que nos faltaba, no basta con tener siempre un contenedor lleno de basura en la puerta y ahora esto.
Tus ojos son dos lucerooosss, siguió cantando Toñín. Lo mismo le daba que le daba lo mismo la opinión ajena. Sabía que hiciera lo que hiciese, incluso si no hacía nada, tendría detractores, adversarios y tal vez, porqué no, admiradores y partidarios. O, lo que también podía suceder, sería ignorado. Por eso, qué más daba.
Ha quedado bien, se dijo mirando su rama árbol futuro, un poco torcida pero esto lo enderezo yo ahora mismito.
Y en ello estaba cuando apareció la pareja que había alquilado el sótano interior con derecho a patio individual. Les gustó, ellos también hacían intervenciones imaginativas para mejorar su entorno. En el patio habían colocado una alfombra azul y un sillón blanco, habían colgado una ristra de bombillas para simular estrellas y algunas noches salían a tomar la brisa de los no árboles bajo las coladas que se agitaban como alas de no pájaros.
¡Qué zafarrancho es este!, si parece un puticlú, había clamado por la ventana la Planchá. Si cada uno nos ponemos a hacer lo que queremos dime tú a mí en qué se va a convertir esto. Como nadie le dijo nada, dio un golpe de ventana y se metió en su casa. Nunca estaba conforme.
A la chica del sótano le ocurría al revés, todo le parecía bonito y así se lo dijo a Toñín sonriendo y mostrando sus dientes desparejos. El chico, larguirucho y blanquecino también se interesó por el procedimiento rodeando el injerto y doblándose para estudiarlo. Puede que sí, dictaminó por todo dictaminar.
Toñín repitió su optimista predicción: este verano vamos a tener una sombra buenísima, os lo juro, y volvió a palmear el aire otoñal con alegría.
Si bien con el paso de los días la rama no daba muestras de desarrollo, más bien parecía haberse resecado, Toñín no desistió. Con una tetera la regaba y con unas pequeñas tijeras que había rescatado del mismo contenedor que odiaba la Planchá, hacía sus podas mágicas.
Tal vez algún envidioso arrancó una noche la rama, tal vez algún repartidor que necesitaba descansar un rato y a falta de bancos eligió el tronco cortado como asiento, previa eliminación de aquello, tal vez fue el hombre en chancletas que mantenía larguísimas conversaciones telefónicas durante las madrugadas. Había podido ser cualquiera.
Toñín no se desanimó pero como se conocía el percal, intuyó,( además de pensamiento mágico tenía mucha intuición), que si colocaba una nueva rama se la arrancarían otra vez. Asumió sin problemas que nunca saldría de ahí un nuevo árbol pero sí podría tener algo verde y hermoso, vida brotando de lo muerto.
Tus ojos son dos estrellaaaasss, cantó mientras ampliaba el hueco y lo rellenaba con más tierra. A poco que cayeran cuatro gotas algo aparecería por su propia cuenta. Lo había visto, incluso de las más oscuras alcantarillas nacían plantitas y hasta delicadas flores.Por adornarlo un poco más y que se entendiera la intención del proyecto, colocó alrededor un círculo de piedras
¡ Un jardín zen!, exclamó al pasar la chica del sótano. Eso mismo, contestó él, apuntándose el tanto, de aquí al verano tenemos en esta acera un vergel, te lo juro.
Y un huerto, me reserva los primeros calabacines, dijo la Planchá al pasar ¡Qué zafarranchos, por el amor de Dios, ¡qué putiferios! Quién pudiera vivir en un lugar normal, no te digo de lujo ni de nada, normal
¿Y el árbol?, preguntó el profesor de matemáticas que volvía de sus clases con la ropa muy descolocada, como si le hubieran vapuleado sus alumnos, lo cual podía haber pasado.
Va a ser un jardín, le explicó Toñín extendiendo la mano como si acariciara sus hojas y flores. Para este verano tenemos un vergel, te lo juro. Toñín palmeó el aire y se puso a cantar. Tus ojos son dos lucerooooosssss, cuando la noche se acerca alumbran mi caminar.
Se acercó la noche con la luna a cuestas y la echó a rodar por encima de los tejados.