Mes: noviembre 2020

Tiriti tran tran tran

En el mismo centro de la Arcadia, lugar que se ha mitificado pero que en realidad era una zona bastante cutre del Peloponeso,  había un lago siniestro a cuyas aguas no llegaba la luz. Lo único que en aquellas aguas se reflejaba era un amasijo de plumas y picos y un devenir de alas en movimiento. Nada se escuchaba allí, salvo graznidos.

El lago se llamaba Estínfalo y estaba habitado por tal cantidad de pájaros que tapaban el azul del cielo. Las aves del Estínfalo, de gran tamaño, tenían picos, alas y garras de bronce y con esas armas mataban. Todo en ellas estaba hecho para la destrucción, sus excrementos venenosos arruinaban los cultivos, y como eran carnívoras , atacaban al ganado y a la población, devorando tanto animales como humanos, sin hacer distingos.

Aquello era insostenible y no se podía aguantar. Para solucionar la situación los del Olimpo anunciaron que iban a crear un comité de expertos y a elaborar un protocolo de actuación. O dos o tres o cuatro, los que hicieran falta, será por protocolos ¡ Qué tranquila y aliviada se quedó la población tras escuchar estas palabras! Lo cierto (lo cierto en esta historia, no lo cierto, cierto) es que se reunieron y tomaron la decisión de encargar la misión de acabar con  las aves al más bruto que conocían, un psicópata  con amplia experiencia en exterminios de todo tipo y un largo historial delicitivo a sus fornidas espaldas.  La citada joyita se llamaba Heracles o Hércules, como más gustéis.

Ya desde sus más tiernos años apuntaba maneras. De bebé había estrangulado en la cuna a dos serpientes y jugaba con ellas cual si fueran sus sonajeros.  Por qué habían llegado esas sierpes a su cuna es otra historia pero no la cuento por no embarullar la ya de por sí embarullada trama.  De niño, junto a un hermano gemelo que tenía,  recibió educación musical de un tal maestro Lino, pobre señor, no sabía dónde se había metido. Como  Heracles era desobediente y no prestaba atención al compás de cuatro tiempos,  Lino le regañaba mucho, así que el chiquillo, siguiendo sus burdos instintos, le atizó con la lira y lo mató.

 En su juventud,  se cargó al León de Citerón, fiera que acosaba a los rebaños locales y se vistió con su piel. Por el camino de vuelta se encontró con los emisarios de un rey, llamado Ergino de Ocórmeno que había derrotado a los tebanos y les hacía pagar anualmente un impuesto muy oneroso. Hércules les cortó las narices y las orejas, se las ató al cuello y les mandó así de guapos para su barrio  con el mensaje de que eso era todo lo que el rey iba a recibir. No se descarta que la mafia se haya inspirado más de una vez en los métodos de Heracles.

Esto de las narices y orejas cortadas le gustó mucho al rey tebano y  más todavía no tener que pagar impuestos a su homólogo abusón,  así que le entregó como premio a a su hija Megara, con la que tuvo varios hijos.

Mal, muy mal hecho, rey tebano. No solo entregas a tu hija, que no es tuya ni de nadie ni suya siquiera, es que encima se la das a un loco peligroso. Heracles no estaba nada bien de la cabeza y tenía unos arrebatos violentos de echarse a temblar.  En uno de ellos mató a toda la familia: a su mujer, a sus hijos y a dos sobrinos que habían ido a merendar chocolate con churros.  Cuando ya se le había pasado la furia,  se arrepintió, se sintió muy avergonzado (a buenas horas) y se fue a vivir a tierras salvajes. Al parecer,  su hermano gemelo le convenció para que fuera a visitar al Oráculo de Delfos y la Sibila délfica le encargó, como penitencia, unos cuantos trabajitos a cual peor.

Así que cuando le comunicaron lo de las aves dijo que no, que ya estaba pluriempleado en once trabajos y que buscaran a otro, con la de gente que está en el paro, a él no le daba la vida para más. Pero los dioses se empeñaron, tú vas y vas porque lo dice el protocolo protocolario, faltaría más.

Y fue. Supo que se estaba acercando al lago por el hedor que empezó a notar y también porque según iba avanzando hallaba  restos de cuerpos en descomposición, huesos, calaveras y otros signos que denotaban que allí se cometía a diario una masacre. En cuanto escuchó el primer graznido lanzó a ciegas una flecha al cielo y abatió a una de las aves. Pero solo a una y eran cientos.

Mira, yo me me vuelvo que no estoy para estos trotes, se dijo Héracles dándose la media vuelta más deprisa que despacio. Pero en esto que se apareció Athenea, la diosa de la guerra, sabiduría, estrategia y otros cuantos negociados más, y le entregó unas castañuelas de bronce. Prueba a hacer música con ellas, dijo en plan misteriosa, y desapareció entre la espesa niebla.

Pues sí que…¿qué hago yo ahora con las castañuelas?, ¡Ay si hubiera prestado más atención en las clases del maestro Lino! Se ve que junto a los palillos le llegó una inspiración divina porque se arrancó por alegrías y dándole a las castañuelas como si fuera la mismita Lucero Tena, empezó a cantar esta de Camarón, “tiriti tran tran tran, tiri tri tran tan tero, que con la luz del cigarro yo vi el molino, se me apagó el cigarro perdí el camino” (cuanto más se acercaba al lago menos se veía). Castañuela va y cante viene, siguió adentrándose, “yo pegué un tiro al aire cayó en la arena, confianza en el hombre nunca la tengas, nunca la tengas prima, nunca la tengas, (sobre todo, prima, si el hombre se asemeja a Heracles).

En esas estaba cuando escuchó un estruendoso movimiento de alas de bronce, si nunca lo has escuchado no puedes saber el nivel de decibelios que tiene pero ya te digo yo, que tampoco lo he escuhado, que sobrepasa con mucho la normativa estipulada, y, tapándose los oidos y alzando los ojos al cielo contempló cómo las estinfálicas aves salían en estampida. Eran pájaros, además de malvados, muy siesos y desaboríos, odiaban el flamenco con todas sus plumas.

El lago se quedó tranquilo, recobró su color, volvieron los patos, las ocas y los cisnes, crecieron flores en sus orillas y la gente se entretenía mucho haciendo fotos al atardecer y colgándolas en sus cuentas de Instagram para envidia del vecino de enfrente.

A Heracles tuvieron que quitarle las castañuelas, no porque quisiera matar con ellas a nadie, no, es que le había cogido gusto al instrumento y era un no parar de dar la brasa.

¿Ave del Estínfalo o cormorán avistado en el Retiro? Lo segundo, lo segundo.

Fin

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Ni tan mal, Hefesto

Aquí está de nuevo el dios artesano donde lo dejé, en su taller, trabajando y a punto de recibir la mala nueva. No sé qué estaría haciendo el día de autos, tal vez unas castañuelas de bronce para Heracles, un collar para Harmonía o un hombro para Pélope ( el suyo original se lo habían comido en una cena de dioses, sí, tal cual) cuando se presentó por allí Helios, el dios del sol y le soltó la siguiente bomba:

 -Espabila, bonito, que Afrodita se ha liado con Ares, ¿cómo se te queda el cuerpo? Hasta luego que tengo prisa.

El disgustazo que se llevó fue tremendo, le temblaban las piernas y como tenía una más larga que la que la otra, casi se derrumba, menos mal que lo sujetaron sus ayudantes. De verdad que no se lo esperaba, así de ingenuo era.  Lo primero que se le vino a la cabeza fue el cinturón que él mismo le había hecho a su mujer para que ciñera y resaltara su esbelto talle, ¿tendría la culpa el mágico accesorio? En la Ilíada se dice del tal cinturón, “allí habían sido encerrados todos los encantos, allí estaba la ternura, allí el deseo y allí las palabras seductoras que arrebatan la mente de los más sensatos”.

No creo, el cinturón tal vez ayudó un poco pero no era lo esencial, la bella diosa era como era, no tuvo infancia, nació ya adulta, deseable y deseadora, estaba en su naturaleza tener muchos amantes y para colmo la habían casado a la fuerza. Lógico que se rebelara a su afrodítica manera.

También a su artesana manera ejecutó Hefesto su venganza. Construyó una red invisible e irrompible y la colocó sobre la cama de los amantes, de tal modo  que cayera sobre ellos dejándolos atrapados cuando estuvieran en plena faena. Así sucedió.  El engañado llamó a todos los dioses para que contemplaran la escena y se burlaran de la pareja pero en eso le fallaron las previsiones. Los del Olimpo se pusieron a comentar, entre codazos, cual si estuvieran en el típico bar con palillos por el suelo y callos revenidos tras el mostrador, lo macizorra que estaba Afrodita y la suerte que tenía Ares y la víctima de las burlas fue, una vez más, el dios  tullido.

Como la situación muy cómoda no era para los amantes, Afrodita le rogó que les dejara salir y le hizo unas cuantas promesas de amor y devoción que luego no cumpliría. Una vez liberados echaron a correr y ahí se quedó el cojo, como en el tango: solo, fané y descangallado.

Volvió a su taller pero la rabia le bullía por dentro, por algo su otro nombre es Vulcano. Athenea se presentó, muy inoportuna ella, para hacerle un encarguito y a Hefesto no se le ocurrió mejor manera de aplacar su ira que violarla. Ella estuvo hábil y le rehuyó, el semen de Hefesto solo le llegó al muslo, se lo limpió con repugnancia con un trozo de lana, cayó a la tierra ( diosa Gea) y la fecundó .  De esa mezcla nació Erictonio, mitad niño, mitad serpiente.

Athenea se apiadó de él y se lo quedó para criarlo. Lo metió en un cestito y para poder conciliar se lo entrego a tres hermanas pero les pidió que no levantaran la tapa del cesto, (otra vez con el «no mires ahí» que tan mal resultado da), ellas miraron y al ver el cuerpo de serpiente del niño  se horrorizaron tanto que se despeñaron por la Acrópolis de Athenas.

Qué cosas, de verdad, ¿era necesario en esta historia el despeñamiento de estas tres? Para rellenar huecos, pensaría el que la escribió, no sea que se aburran los lectores por falta de acontecimientos.

¿Y Hefesto?, ¿qué fue de él? Pues hizo lo que mejor podía hacer, concentrarse en su trabajo y dedicarse a la creación, que era lo suyo. Además de objetos materiales también creó seres vivos o casi vivos, al estilo de Geppeto. Hizo a Talos, un gigante de bronce, a las doncellas doradas, dos autómatas de oro con apariencia de mujeres jóvenes que poseían inteligencia, fuerza y el don del habla y a la primera humana, Pandora.

Además, tuvo tiempo de unirse a otras dos mujeres,  Aglaya (la belleza), una de las tres Cárites o Gracias y la ninfa Cabiro. Con ellas dejó una larga descendencia. Así que, después de todo, no fue tan mala su suerte. Ni tan mal, Hefesto.

Si de pequeño no te querían, te tiraron por la ventana y de la caída te quedaste cojo, si en el colegio te marginaban y tu pareja te puso los cuernos, no te cebes con el primero que pase por delante, como hizo Hefesto. Mejor copia la segunda parte, concéntrate en tu don, que alguno tendrás, y piensa que a la mala suerte le pasa como a la buena: no es para siempre.

El dios marginado

¡Qué niño tan feo! Y pensar que ha salido de mí…no lo quiero, lo voy a tirar por la ventana. Y el  niño, de nombre Hefesto, fue lanzado por una de las ventanas del Olimpo porque nació poco agraciado. Su madre, Hera, diosa del matrimonio (que no de la maternidad, visto lo visto),  no quiso saber nada de él.

Nueve días estuvo cayendo Hefesto. Por las noches también caía, no se quedaba acostado en una nube a descansar, no. Con luz y con sombra, con sol y con luna, el niño abandonado y despreciado caía y caía sin saber a dónde ni por qué. Estremece imaginar el miedo, la angustia y el vértigo que tuvo que pasar la criatura.

Aterrizó en el mar y del golpetazo que se dio contra su superficie  se quedó cojo. Además de feo y rechazado por su propia madre,  lisiado. Una nereida que vivía por esa zona se apiadó del niño y lo adoptó, era Tetis, la madre de Aquiles. Entre ella y la oceánida Eurinome lo criaron. Como había ido a caer cerca de la isla de Lemnos, que tiene muchos volcanes, sus madres adoptivas le buscaron  un oficio relacionado con el fuego, el de metalúrgico.

Hefesto se daba mucha maña como artesano, era muy habilidoso y de ese don suyo se aprovecharon  los del Olimpo.com. Aunque se reían de él por sus defectos físicos, no paraban de hacerle encargos, que si unas sandalias para Hermes, que si un arco para Artemisa, que si unos rayos para Zeus, que si un carro para Helios. Hasta tuvo que contratar a unos ayudantes, unos cíclopes, (esos señores que solo tienen un ojo en mitad de la frente, cuestión de ahorro),  para que trabajaran con él en la fragua.  Hefesto sabía que estaba siendo utilizado, pero decía a todo que sí porque no le quedaba más remedio que ganarse el sustento. Estaba resentido, él era un dios, pero un dios marginado, currante, sudoroso, sucio y despeinado. Un dios que tenía que trabajar muy duro, todo el día inclinado sobre el yunque,  para  surtir de material a los miembros de la elitista sociedad que lo había rechazado.

Un día (todo lo que ocurre se asienta en un día) le llegó el encargo de hacer un trono para Hera, la madre que lo había parido y lanzado al vacío a continuación. Hefesto, cuya herida aún sangraba y hasta supuraba ( hay heridas que no se curan jamás), decidió vengarse. Construyó un trono con un mecanismo que atraparía a quién en él se sentara. Hera se sentó y atrapadita se quedó.

Los dioses llamaron a Hefesto para que subiera a liberarla pero se negó. Insistieron pero nada, él que ni hablar, que  al Olimpo no subía, que tenía muy mal recuerdo de ese sitio, estrés post traumático de por vida y ninguna intención de liberar a su cruel madre.

Solo con la intervención de Dionisio, que se pasó por su taller con unas botellas de vino, lograron que regresera a su lugar de nacimiento.  Hizo una entrada triunfal montado en un burro y con una buena curda pero ni borracho consentía en liberar a Hera. Después de que le insistieran y presionaran mucho, Hefesto dijo que de acuerdo, que la soltaría, pero solo si le entregaban a cambio a la diosa más guapa de todas, a Afrodita, la diosa del amor,  para casarse con ella. Zeus  accedió y Hefesto regresó a su volcánica isla muy alegre y satisfecho.

Afrodita ni lo uno ni lo otro, para qué nos vamos a engañar. Hefesto le daba asco y no tenía ni la más mínima intención de serle fiel. Estaba ofendida de que la hubieran emparejado a la fuerza con semejante mostrenco, consideraba que se merecía una pareja mejor, a la altura de la diosa sensual nacida del mar que ella era. Por eso, mientras su feo marido seguía dale que dale al yunque construyendo el tridente de Poseidón, ella se entrenía con el apuesto y fornido Ares, dios de la guerra.

Y Hefesto sin enterarse de nada hasta que alguien fue a chivarse a su taller.

No es la sangre de Afrodita que llegó al río sino el reflejo de un árbol rojo en un estanque.

La historia sigue pero no hoy.

Todo iba muy bien hasta que una cotilla miró

A los humanos les gusta pensar que hubo un tiempo  en este nuestro planeta en el que todo era alegría y alborozo. No había guerras, enfermedades ni miserias y la gente vivía muy contenta y despreocupada. Como en el paraíso terrenal que se narra en la Biblia, pues lo mismo. “Otrora vivía en la tierra el género humano, lejos y libres de males, libres de la dura fatiga y de las enfermedades dolorosas que dan la muerte”, narra Hesiodo en “Los trabajos y los días”. Hasta que…

Hasta que llega alguien y lo fastidia.  Todo este sufrimiento tiene que tener un culpable y si ese culpable es del género femenino, mejor me lo pones, o mejor se lo pones al que lo escribió que casi, casi seguro que fue un hombre. En la Biblia la culpable fue Eva por comerse la famosa manzanita e incitar a comer a Adán y en la mitología griega, la culpable fue la prima hermana de Eva,  Pandora, por abrir una cajita que le habían dicho que no abriera, ¡cotilla!

La historia empieza donde terminó la anterior, Zeus estaba iracundo y rabioso porque Prometeo le había quitado el fuego y había prometido venganza. Llamó a Hefesto, dios del fuego y de la forja, de los herreros, artesanos y escultores y le dijo, “me vas a hacer con arcilla la figura de una encantadora doncella y luego le das vida. Entre todos repartís los atributos, que sea muy guapa por fuera pero no por dentro”. Y a ello se puso Hefesto que, por cierto, era muy feo y cojo y sin embargo estaba casado con Afrodita. Si cuando yo digo que al autor de todo esto se le ve el plumero…

Ya estaba hecha la figurita y se pusieron a tunearla. Afrodita le dio la gracia y la sensualidad, Atenea le ajustó un cinturón, otros le colgaron collares de oro, guirnaldas con florecillas primaverales, diademas de purpurina y  cuando ya estaba la chica más cursi y recargada que una tarta nupcial, (sería la moda de la época) llegó el dios Hermes y le infundió, “espíritu de perra y corazón ladino”, describe Hesiodo para que quede claro lo malísima que era la hermosa.

Cuando ya la tenían hecha a su gusto pasaron a la segunda parte del plan que consistía en entregársela al hermano empanao de Prometeo, Epimeteo, que estaba en su casa haciendo el «nini». A mí esta parte de la historia me parece rara pero se ve que a ellos no, que para ellos era normal que llamaran a la puerta, “toc, toc, su paquete de Amazon” y que de él saliera una novia para el chico.

Como se iban a casar les hicieron un regalo de bodas, esto tampoco me cuadra mucho pero voy a dejar ya de sacar pegas al argumento. El regalo en cuestión era una tinaja en algunas versiones y en otras una caja, (ya hay que ser cutre).  Sea tinaja o sea caja llevaba  una tapa bien cerrada y a Pandora le dieron la instrucción de que no la abriera bajo ningún concepto. O sea, que te hacen un regalo pero te dicen que no lo abras nunca, pues vaya porquería de regalo.

Pandora, como es lógico, o por lo menos yo lo encuentro bastante lógico, será que también soy una cotilla, en cuanto se quedó sola, abrió la caja y armó una gorda. Dentro no había bombones, como ella esperaba,  sino todas las desgracias humanas, que se esparcieron y dispersaron por el mundo. Pandora, al ver aquello tan terrorífico que salía en tromba,  se asustó y cerró la tapa de golpe dejando dentro lo único un poco pasable: la esperanza.

Otra versión de la apertura de la tapa dice que dentro había muchos bienes y que, al levantar Pandora la tapa, volaron cual pajarillos o cual hojas otoñales en día ventoso hacia la morada de los dioses. Los dioses se quedaron con los bienes y dejaron a los hombres solo con la esperanza.

“Y ahora innumerables penas revolotean entre los hombres”, dice Hesiodo. Y todo por culpa de Pandora a quién también llaman “el bello mal” o “la ruina del hombre”.

Anda que…