Ni falta hace decir que los dones del mundo están mal repartidos. En lo que a ojos respecta, si el gigante Argos tenía cien, las tres hermanas Grayas solo tenían uno o, mejor dicho, un tercio del mismo, ya que el único ojo era compartido. Y lo mismo les pasaba con la dentadura; para las tres, un solo diente. Comían por turnos y miraban por turnos y así se apañaban estas míseras mujeres sin pasado que recordar ni futuro que esperar.
Las tres hermanas habían nacido ya ancianas, sin pasar por la infancia ni transitar por la juventud y la madurez. Sus nombres eran Dino, “ Mari temor”, Enio, “ Mari Horror” y Penfredo, “ Mari alarma”. Vivían en una cueva en el país de la noche rara donde nunca luce el sol, ( eso no es raro tratándose de una noche), pero tampoco la luna (eso ya sí).
Su vida, si es que a lo que tenían se le puede llamar así, acabó cuando Perseo, que se dirigía a matar a Medusa, se topó con ellas para que les indicara el camino que llevaba hasta las Gorgonas, otras tres señoras de muy mal pelaje. Mientras las Grayas se pasaban con ansia el ojo de una a la otra para comprobar si el muchacho estaba tan bueno como les había dicho Dino (la que lo llevaba puesto en ese momento), Perseo se lo robó y lo arrojó al lago Tritonis. A orillas de este lago nació la diosa Atenea y por él pasaron también los omnipresentes Argonautas, (pesaditos eran).
Al perder el ojo, las Grayas se quedaron dormidas por siempre jamás.
Venga usted al mundo para esto, para ser siempre vieja, para vivir sin ver la luz y para pelearte a todas horas con tus dos hermanas o bien por el ojo o bien por el diente.
Como eran hijas de dos dioses marinos, Ceto y Forcis, y habían nacido con el pelo gris se las considera la personificación de la espuma del mar. Por consideraciones poéticas que no quede. Tal vez fue un bonito regalo que quisieron hacerles para resarcirlas de tan mala fortuna o para acallarlas si es que les daba por quejarse. Anda, anda, pero de qué protestáis tanto si sois iguales que la espuma del mar. Ya, pero es que solo tenemos un diente. Suerte que habéis tenido, la espuma no tiene ninguno.
La única ventaja que veo a su condición es que como nunca habían sido jóvenes no tenían añoranza de los tiempos de su mocedad ni podían verse en fotos pensando “pero qué mona era yo, pa lo que hemos quedao”. Por otro lado, como vivían solas y en un lugar oscuro, sin relacionarse con nadie más y sin cuenta de Instagram, tampoco se comparaban con otros ni padecían del terrible mal de la envidia.
No se veían ni feas ni guapas ni jóvenes ni viejas, eran ellas, las Grayas, las que siempre habían sido, iguales a sí mismas. No podían comer kikos ni turrón de Alicante ni cantar Forever Young ni ponerse a escribir una obra del estilo de “En busca del tiempo perdido” porque hacia atrás no tenían nada que buscar. Y como hacia delante tampoco les esperaba nada, más de lo mismo y lo mismo, no les daba por hacer planes ni por consultar a videntes. Estas sí que sabían vivir el momento presente. En eso eran sabias. A ver, qué remedio.