Mes: junio 2021

Una leve brisa

Lo bueno de la consulta de la doctora Durán es que por las mañanas es muy tranquila, hasta te aburres. Ella no viene, pero nosotras sí tenemos que estar, a poner orden en las citas, en los volantes, a llevar lo que es el papeleo administrativo. Ni me gusta ni me deja de gustar pero es un trabajo y quiero hacerlo bien, conservarlo. Por las mañanas he podido dedicar algún rato a la observación, una vez que Fátima me ha ido enseñando los mecanismos. Ella dice protocolos.  

De esa observación he deducido que a la doctora Durán le debe de gustar mucho la naturaleza, las flores y los pájaros y el medio ambiente en general, lo digo porque todo está decorado con esos motivos. Los sofás de la sala de espera, por ejemplo, son de una tela con pájaros estampados, cada uno de una forma y de un color, representando la variedad de la fauna avícola,  no vuelan, están posados, quietecitos ahí, cada uno en su puesto.

En la pared de enfrente cuelga la fotografía de una flor de almendro en blanco y negro. Tres, para ser exacta, es la misma flor pero desde tres puntos de vista, desde arriba, desde el frente y desde abajo, como si hubiera cometido un delito y estuviera fichada.  Por el resto de paredes  hay cuadritos de más flores, estas son pintadas, muy coloridas, parecen dibujadas por un niño. Y sobre una ventana, falsa, porque detrás de la cortina no hay nada, solo el mismo muro,  una hilera de macetas con plantas verdes que de lejos parecen naturales pero si te acercas a tocarlas, lo cual he hecho, ves que no. Además la consulta no tiene luz natural,  es un bajo y da a un patio interior,  ninguna planta verdadera prosperaría.

Hay más detalles de la naturaleza, ramas secas en un jarrón muy estilizado, un centro de mesa en forma de cáliz floral, lámparas que imitan hojas, cualquiera diría que estamos en el bosque animado. Eso era un libro, ¿no? Lo leí pero no me acuerdo.

Lo que no me parece que venga muy a cuento es la pantalla de televisión de la esquina, que siempre está encendida en un programa de música. En los bosques no hay pantallas, de momento, que todo se andará. Además es inútil, si nadie la mira, la gente se enfoca para abajo, para sus teléfonos y ahí se quedan, anclados y bien anclados.

Pero si la otra tarde vino un señor que no sacó su móvil y me resultó sospechoso. Pensé, este tío raro, ¿qué hace? El hombre miraba primero nada y después la pantalla sin apartar la vista ni un milímetro ¡ Acabáramos!,  es que salía una mujer contoneándose mucho, pechos por un lado, nalgas por el otro, vuelta por aquí, vuelta por allá, pero luego hacía gestos amenazantes como si dijera, esto es lo que tengo pero aquí mando yo y te lo daré si quiero y no voy a querer. El hombre no se la perdía de vista, de media vista porque era tuerto, hay cada situación…

Tenemos ratos muy aburridos, como si el tiempo se hubiera quedado detenido, harto de su pasar y pasar, pero otros, para compensar, se nos acumulan los pacientes, se le acumulan a la doctora Durán, nosotras solo los organizamos.  Empiezan a entrar uno detrás del otro y el teléfono se pone a sonar con más gente que quiere cita y hay que tener mucho temple para llevarlo todo a la vez sin ponerse nerviosa.

Yo quiero hacerlo bien, tengo interés en este trabajo así que digo, “gabinete de oftalmología de la doctora Durán, ¿en qué puedo ayudarle?” y si el que está delante del mostrador me mira mal, con cara de “venga, atiéndeme ya que estaba yo antes que el de la llamada”, me lo tomo con calma, sin perder la compostura.

Me gusta darle un poco de entonación a eso del gabinete de oftalmología, un poco de ritmo. Fátima me dice que no pierda el tiempo en esas tonterías con la que está cayendo, le gusta mucho decir eso de “con la que está cayendo”

¿Y qué es lo que está cayendo?, le pregunté yo la otra tarde, más por hacerme la graciosa que porque esperase respuesta.

Pues gente, ¿no ves cómo tenemos la consulta? Voy a avisar a la doctora Durán. Y la oigo que se asoma a la puerta y le dice, “doctora, se lo advierto, tiene la consulta hasta los topes” También son ganas de poner nerviosa a la otra, no se anda con tonterías Fátima, por momentos  parece que ella es la jefa y la doctora Durán una doña nadie a su cargo que solo piensa en flores, ramas y trinos y en salir corriendo  de la consulta en cuanto se lo permitan los muchos pares de ojos.

Fátima sabe mandar, si ve que el atasco sobrepasa la puerta de entrada, me pega un medio empujón y me dice, simpática pero dominante, “esto déjamelo a mí”, con esto se suele referir a los que no se aclaran, son lentos y provocan retenciones.

A ver, prenda, dice Fátima, nombre, dni, volante y tarjeta. En un momento se los liquida, en el buen sentido de la palabra liquidar, pero a mí me parece que no son formas, que por mucho lío que tengamos no hay que perder los papeles ni los buenos modales, ni dejar de contestar con cierta elegancia al teléfono, por muy cansando que resulte repetir siempre lo mismo y que corto no es, porque lo de oftalmológico tiene sus letras.

Gabinete de oftalmología de la doctora Durán, ¿en qué puedo ayudarle?, dije yo con esa entonación un poco musical que primero sube y luego baja.

Con la que está cayendo, oí decir a Fátima pateando enérgica el pasillo con sus zuecos de goma.

Es raro, pero algunas tardes me ha parecido, ya sé que no puede ser porque no hay ventana, pero me ha parecido que la cortina se movía, se inflaba un poco impulsada por algún tipo de brisa.

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La oferta

Fue a la cocina a mirar el reloj. Le gustaba mirar ese  porque tenía los números grandes. Era un reloj hecho expresamente para estar colgado en una cocina, en cada hora había un alimento o un utensilio relacionado con el comer o el cocinar. A las doce había una tetera, a la una unos espárragos, a las cuatro un tenedor, a las ocho una cazuela, a las siete una manzana y así. Además la esfera era un plato. Ese reloj estaba predestinado.

Todavía no eran las cinco, faltaban diez minutos. Isaías dudó si tomarse ya el café o esperar para después de la llamada. Eligió esperar para que no se le acumularan los momentos buenos, primero uno y luego otro con su correspondiente disfrute. Alberto era muy puntual, ya lo venía comprobando y si había dicho le llamo mañana a las cinco, estaba seguro que a las cinco clavadas iba a llamar. El chico tenía su agenda y la cumplía a rajatabla.

Se lo imaginaba rubio, delgadito, con un cinturón sujetándole los pantalones y una camisa de manga corta con algún tipo de estampado, se lo imaginaba inquieto, se imaginaba que tenía una abuela más bien robusta y que comía con ella algunos días y se imaginaba que tenía novio. Al novio ya no se lo podía imaginar, tampoco el lugar desde donde le llamaba y eso que había hecho esfuerzos pero no le salía ningún lugar físico donde ubicarlo, así que el chico flotaba en el espacio. Estaba claro que desde donde le llamaba  habría muchas mesas pegadas y teléfonos y cada cual llevaría puestos auriculares,  pero eso no se lo había imaginado, es que lo había visto en un reportaje de la televisión.

Sonó el teléfono ¡Digame!, dijo exclamativamente, ya sabía quién era pero había que mantener el disimulo.

Buenas tardes, Isaías, soy Alberto, ¿ya ha reflexionado sobre la oferta que le hemos hecho?

Reflexionar he reflexionado, Alberto, majo, pero es que yo de estas cosas no entiendo mucho y como mañana o pasado va a venir mi hijo he pensado que mejor se lo voy a consultar antes a él, ¿te parece?

Por supuesto, cuatro ojos ven más que dos, consúltelo y yo le vuelvo a llamar, ¿cuándo le viene bien que le llame?, ¿mañana o pasado?

Pero que si quieres explicarme otra vez la oferta, a ver si me aclaro, tampoco estaría mal.

Yo de usted no la dejaría pasar porque es una oferta muy buena, le regalamos un teléfono y la tarifa se le queda igual que estaba, lo único a lo que tiene que comprometerse es a la permanencia.

Sí, sí, yo permanezco, por eso no te preocupes tú, permanecer, permanezco.

No le va a suponer más gastos, lo comido por lo servido, dijo el chico.

Esas frases le gustaban mucho a Isaías, seguro que se las había oído a esa abuela con la que comía y luego las repetía para fomentar la cercanía con los clientes mayores, como él.

Le dio un poco de pena estarle mareando tanto porque desde el primer día ya sabía que  no iba a aceptar la oferta, no necesitaba otro teléfono y no estaba él para líos con ninguna compañía de esas pero es que le gustaba que le llamara cada tarde, puntualmente y el chico también le gustaba, era muy simpático y alegre y ¿quién no quiere oír una voz alegre?

Mejor llámame mañana que ya lo tendré decidido.

Eso le iba a decir, dijo el alegre, que se dé prisa porque la oferta expira en unos días.

Bueno, bueno, pues hasta mañana a las cinco.

Ahora se iba a tomar el café, tranquilamente. Luego, ya vería lo que hacía para ir pasando sobre la tarde. Mañana le diría que no a Alberto, no habría más llamadas, eso era lo malo.

Alguien había puesto música por el patio de la cocina, una canción que decía, “menos mal que tú llegaste,  menos mal que no era tarde. que conseguiste darle la vuelta a este desastre”. Bah, dijo dando un manotazo al aire, apartando nada.

Quedan avisados

«Queridos amigos, esta película destila emociones por sus cuatro costados. Solo tengo una palabra para definirla: joya.» Se rascó pensativo una ceja y antes de subir la crítica a internet bajo el seudónimo de Olmo, la repasó una vez más y se sintió satisfecho. Era buena, mejor que buena, era como la misma película que reseñaba: una joya. Pequeña, cierto, pero reluciente.

¿Puedes hacer  caso a la niña un rato? gritó ella desde el otro cuarto.

Samuel no contestó, le molestaba que le hablase a través del tabique.  Se asomó a la ventana, en la acera de enfrente había un taller de coches y al lado un solar en el que habían colocado un cartelón enorme, “Vicopal, familiarízate”, se leía. Vicopal debía de ser una constructora. De momento, el solar estaba lleno de margaritas y otras flores silvestres. En el cartel aparecía una familia compuesta por un hombre y una mujer, ambos jóvenes y guapos, con un niño y una niña de la mano.  Paseaban plenos de felicidad por un campo de verdad.

Samuel se volvió a sentar para releer la reseña, le gustaba que quedara perfecta y aunque antes ya le había parecido que no había nada que corregir quería darle el último vistazo y añadirle su coletilla habitual. «No les dejará levantarse de la silla, quedan avisados»

Que si puedes hacer un poco de caso a la niña, te he dicho.

Esta vez ella no le estaba hablando a través del tabique, asomaba su cara por la puerta, la niña venía detrás, dando saltos.

¿Te peino, papá? Llevaba en la mano un peine de plástico de color rojo, el que usaba para sus muñecas.

Ahora no, cariño, papá está terminando una cosita pero después jugamos al escondite.

No, después, no, jugáis ahora, tengo una conferencia, ¿puedes levantarte de la silla?

A Samuel esa frase le sobresaltó, ¿es que acaso ella leía sus críticas cinematográficas y se trataba de una ironía? Mucho lo dudaba, el archivo tenía una clave y él siempre firmaba como Olmo, habría sido una coincidencia.

La niña le pasó el peine por el pelo y luego, sin querer,  se lo metió en un ojo.

¿Te has hecho daño?, te curo ahora con una tirita.

Samuel se temió que quisiera ir a por su maletín de médico de juguete y aplicarle todos los remedios.

No, mejor salimos a dar un paseo, ¿quieres?

Fueron caminando hasta el pequeño parque del barrio. Mientras su hija iba cosechando piropos y simpáticos saludos a los que respondía sonriente y moviendo su pequeña mano como una mini diva, él iba pensando en la siguiente película que pensaba reseñar.

“Es una radiografía de sentimientos encontrados, presenta una visión descarnada de la vida en pareja”, parecía, por cómo a veces le caían del cielo, que alguien le dictaba esas frases pero no, se le ocurrían a él solo.Ya sabía que si no las apuntaba en el momento, volarían. La anotó en las notas del móvil aprovechando que se acababan de parar en un semáforo.

En el parque se encontró con el padre de otro niño con el que a veces hablaba o más bien era el otro el que hablaba. Era simpático y parecía un buen tío, pero Samuel sabía que no tenían nada en común, así que nunca le había contado que hacía críticas de cine, en realidad no se lo había dicho a casi nadie, era su pasión secreta. Y las pocas veces que lo había contado se había arrepentido, como si se estuviera traicionando y estropeando esa parte de su vida que tanto le gustaba.

Mientras los niños jugaban, el otro padre comenzó a hablarle de una casa que se estaba construyendo en el campo. He puesto en ella muchos sueños, dijo. Va a tener chimenea, futbolín y un barra de bar. Muchos sueños tengo en esa casa, mucha ilusión, repitió. Los columpios subían y bajaban, unos gorriones picoteaban unos restos de patatas fritas.

“Ante tan buen hacer cinematográfico, el espectador termina por sucumbir. No exagero si digo que esta puede ser la propuesta visual más hermosa de la historia del séptimo arte”, tenía que apuntarlo como fuera.

Perdona, le dijo al de la casa llena de  sueños, tengo que contestar a un mensaje.

Nos tienen fichados, ¿eh?, todo el día conectados queramos o no. Cuando esté en la casa del campo voy a esconder el móvil y demás dispositivos electrónicos debajo de la piedra más grande que encuentre.

Samuel hizo un gesto de asentimiento con la cabeza aunque él no deseaba prescindir de la tecnología, al contrario, y se  apartó un poco para escribir la frase en sus notas. Estaba deseando llegar a casa para sentarse frente al ordenador y ponerse a redactar la nueva reseña.

¡Ya estamos aquí!, se anunció al entrar. Ella salió del cuarto y le hizo un gesto brusco pidiéndole silencio,  llevaba puestos los pantalones del pijama y por arriba una camisa azul de vestir, se había pintado los ojos.

Estoy en una conferencia, dijo en voz baja, estresada.

¿Jugamos a las tiendas, papi?

Vale, dijo él.

Ese juego era soporífero, la niña se sentaba en una silla de su cuarto y él tenía que entrar y simular que compraba algo, hacían pagos imaginarios y ella le daba artículos también imaginarios. Por algún motivo extraño, era una tendera  seria, taciturna y muy poco amable, como si en el juego sacara la parte contraria de su personalidad que en la realidad era alegre y expansiva.

 Entró y salió varias veces interpretando a distintos compradores pero su mente no estaba ahí, la voz del crítico se había embalado y acababa de soltarle, “es capaz de combinar el drama y la comedia a velocidad vertiginosa, rodada con brío y soltura resulta una maravilla de principio a fin. Uno de los grandes regalos que los dioses nos han hecho a los mortales”

¿Plátanos o mandarinas?, le dio a escoger la antipática niña frutera

Fingió que hacía la compra, que salía de la tienda y abrió el portátil. Se sentó a escribir, “lograr todo esto no es tan fácil, no se crean, se quedarán pegados al sofá, quedan avisados”.

Uno baña a la niña y otro hace la cena, dijo ella, irrumpiendo con su extraño conjunto de teletrabajo. Samu, reacciona, ¿puedes aterrizar y despegarte del sofá? Estoy agotada.

Vicopal, familiarízate, le vino tontamente a la cabeza.