Sonia ha bajado a comprar yogures antes de que se acaben, que lo han dicho en la tele. Lleva puesto su abrigo de peluche imitando la piel de algún animal selvático indeterminado o de varios animales mezclados. En el portal se ha encontrado con un poco de jaleo, vecinos hablando a la vez, aglomerados. Ha pensado que se trataba de alguna junta y por eso se ha escabullido por un costado. Aunque ya no es morosa, lo fue durante un tiempo y no quiere que se lo recuerden, la gente tiene mala idea. No todos, el chico del supermercado se porta con ella divinamente, hace poco le sopló en un ojo porque se le había metido una mota de algo, también es simpática la cajera y la de la farmacia.
Con la de la farmacia tiene mucho trato, ya le avisó que iba a poner en la puerta una caja de cartón con el rótulo “medicamentos para Ucrania”, así que ha traído unos antibióticos que le sobraron de cuando la muela. Si pudiera dar más, lo haría encantada, pero no puede, ya vive con muchas penalidades. En casa, eso no lo sabe nadie, pero sí ella y también sus huesos, no se quita el abrigo de peluche hasta el mes de mayo. Es un bajo y hace frío, también tiene humedades que le dibujan retratos en las paredes.
Para no ver esos cuadros tan feos sale mucho a la calle, antes con la perrita tuerta, pero desde que se ha muerto sale sola y da vueltas por aquí y por allá. No es lo mismo. Ahora parece una que no tiene dónde ir y no la señora que pasea al perro. A la vuelta, el portal está despejado, solo queda Toñín asomado a la calle. Le explica que no ha habido junta ninguna, es que estaban viendo a una cigüeña que se había posado en el tejado del edificio de enfrente.
¿Aquí cigüeñas?, pero si eso es de los pueblos, ¿aquí, al lado del Corte Inglés?
Pues sí, ¿no ve que están pasando cosas muy raras?, el virus, la guerra, el volcán, la lluvia negra… Los animales se trastornan también.
Es verdad, pero todo no pasa en el mismo sitio, ha contestado ella levantando la cabeza hacia donde le indicaba. Nunca sabe si Toñín habla en serio o en broma. Esta vez es en serio porque la ha visto sobre una de las chimeneas. Ha desplegado las alas un par de veces, agitándolas como si fuera a alzar el vuelo y luego se ha quedado ahí, quieta, contemplando el panorama de la calle mojada, el tráfico atascado, la gente bajo los paraguas.
¿Sabe lo que creo? que esta iba para otro sitio y le ha caído tal chaparrón encima que se ha parado aquí a secarse.
Pues mucho no se va a secar porque todavía está lloviendo.
Pero va a parar, cuando el humo de las chimeneas va hacia el norte, es que va a parar.
Sí, claro, ha dicho Sonia sin creer en la teoría de la dirección de los humos. Y también ha estado a punto de decir, «vamos Luci», como si todavía llevara a la perrita sujeta de la correa. Le venía muy bien cuando quería cortar una conversación decir, “vamos Luci” o “que sí, Luci, que ya nos vamos”.
Me voy para casa, ha soltado sin más, me gusta cenar a mi hora, con las noticias.
¡Con las noticias!, no haga eso, se le va a atragantar el yogur, le ha advertido Toñín. Mírala ahí a la cigüeña, primera vez que veo algo así por aquí, en pleno centro.
Esto no es el centro, el centro es está más para ese lado, más para el centro, yo cuando quiero ir al centro me subo al autobús, esto es un lateral, ha dicho Sonia echándole una última visual a la cigüeña.
Ciconia, ciconia, ha pronunciado el profesor de matemáticas asomando su cara delgada y macilenta desde detrás de los buzones.
Este hombre, ¿vivirá en un buzón? Siempre lo veo salir de ahí.
Esta cigüeña nos va a traer buena suerte. Niños no, pero buena suerte sí, en el pico nos la trae. Y palmeando al aire Toñín se ha reído de su propia gracia, los bigotes rezumando voluntarioso optimismo.
Sí, claro, si usted lo dice…
Poco convencida de tales augurios baja Sonia las escaleras, los dos yogures de coco en la mano.
Ciconia, ciconia oye que repite el profesor. Las cigüeñas crotorean, añade después.
Tú sí que cotorreas, Ciconio, dice ella arrebujándose en su peluche polvoriento.