Mes: marzo 2022

Ciconia, ciconia

Sonia ha bajado a comprar yogures antes de que se acaben, que lo han dicho en la tele. Lleva puesto su abrigo de peluche imitando la piel de algún animal selvático indeterminado o de varios animales mezclados. En el portal se ha encontrado con un poco de jaleo, vecinos hablando a la vez, aglomerados. Ha pensado que se trataba de alguna junta y por eso se ha escabullido por un costado. Aunque ya no es morosa, lo fue durante un tiempo y no quiere que se lo recuerden, la gente tiene mala idea. No todos, el chico del supermercado se porta con ella divinamente, hace poco le sopló en un ojo porque se le había metido una mota de algo, también es simpática la cajera y la de la farmacia.

Con la de la farmacia tiene mucho trato, ya le avisó que iba a poner en la puerta una caja de cartón con el rótulo “medicamentos para Ucrania”, así que ha traído unos antibióticos que le sobraron de cuando la muela.  Si pudiera dar más, lo haría encantada, pero no puede, ya vive con muchas penalidades. En casa, eso no lo sabe nadie, pero sí ella y también sus huesos, no se quita el abrigo de peluche hasta el mes de mayo. Es un bajo y hace frío, también tiene humedades que le dibujan retratos en las paredes.

Para no ver esos cuadros tan feos sale mucho a la calle, antes con la perrita tuerta, pero desde que se ha muerto sale sola y da vueltas por aquí y por allá. No es lo mismo. Ahora parece una que no tiene dónde ir y no la señora que pasea al perro. A la vuelta, el portal está despejado, solo queda Toñín asomado a la calle. Le explica que no ha habido junta ninguna, es que estaban viendo a una cigüeña que se había posado en el tejado del edificio de enfrente.

¿Aquí cigüeñas?, pero si eso es de los pueblos, ¿aquí, al lado del Corte Inglés?

Pues sí, ¿no ve que están pasando cosas muy raras?, el virus, la guerra, el volcán, la lluvia negra… Los animales se trastornan también.

Es verdad, pero todo no pasa en el mismo sitio, ha contestado ella levantando la cabeza hacia donde le indicaba. Nunca sabe si Toñín habla en serio o en broma. Esta vez es en serio porque la ha visto sobre una de las chimeneas. Ha desplegado las alas un par de veces, agitándolas como si fuera a alzar el vuelo y luego se ha quedado ahí, quieta, contemplando el panorama de la calle mojada, el tráfico atascado, la gente bajo los paraguas.

¿Sabe lo que creo? que esta iba para otro sitio y le ha caído tal chaparrón encima que se ha parado aquí a secarse.

Pues mucho no se va a secar porque todavía está lloviendo.

Pero va a parar, cuando el humo de las chimeneas va hacia el norte, es que va a parar.

Sí, claro, ha dicho Sonia sin creer en la teoría de la dirección de los humos. Y también ha estado a punto de decir, «vamos Luci», como si todavía llevara a la perrita sujeta de la correa. Le venía muy bien cuando quería cortar una conversación decir, “vamos Luci” o “que sí, Luci, que ya nos vamos”.

Me voy para casa, ha soltado sin más, me gusta cenar a mi hora, con las noticias.

¡Con las noticias!, no haga eso, se le va a atragantar el yogur, le ha advertido Toñín. Mírala ahí a la cigüeña, primera vez que veo algo así por aquí, en pleno centro.

Esto no es el centro, el centro es está más para ese lado, más para el centro, yo cuando quiero ir al centro me subo al autobús, esto es un lateral, ha dicho Sonia echándole una última visual a la cigüeña.

Ciconia, ciconia, ha pronunciado el profesor de matemáticas asomando su cara delgada y macilenta desde detrás de los buzones.

Este hombre, ¿vivirá en un buzón? Siempre lo veo salir de ahí.

Esta cigüeña nos va a traer buena suerte. Niños no, pero buena suerte sí, en el pico nos la trae. Y palmeando al aire Toñín se ha reído de su propia gracia, los bigotes rezumando voluntarioso optimismo.

Sí, claro, si usted lo dice…

Poco convencida de tales augurios baja Sonia las escaleras, los dos yogures de coco en la mano.

Ciconia, ciconia oye que repite el profesor. Las cigüeñas crotorean, añade después.

Tú sí que cotorreas, Ciconio, dice ella arrebujándose en su peluche polvoriento.

Anuncio publicitario

La vida mágica de Marianne

¿Por qué habrá vidas tan desgraciadas y otras tan afortunadas? No lo sé. Algunos lo atribuirán a la suerte, al azar, al tan nombrado karma, a la disposición personal o a una mezcla de todos estos factores juntos. Luego hay muchas vidas normalitas, sin demasiados relieves, ni muy trágicas ni de tirar fuegos artificiales al final. Entre estas últimas no se encuentra la de Marianne North: viajera, pintora, científica, aventurera, suertuda y feliz. Lo de feliz no es una opinión mía, lo dijo ella y no en un libro sino en dos. Tenía tantos recuerdos venturosos escritos en sus diarios que no tuvo bastante con un primer tomo de “Recuerdos de una vida feliz”. Su hermana, que se encargó de la publicación, necesitó editar un segundo volumen.

No creo que mintiera como una instagramer cualquiera, fue feliz porque encontró algo en lo que ocuparse con pasión, tuvo los medios económicos para poder hacerlo, salud suficiente y valentía de sobra. Al principio andaba un poco despistada torturando a los vecinos con sus cánticos, -empezó a estudiar para ser cantante-, pero no era lo suyo y desistió. O la obligaron a desistir y qué bien hicieron.

 Me la imagino un poco desconsolada, en su cuarto, poniéndose a pintarrajear en un papel por hacer algo, mientras pensaba, ¿y ahora a qué me dedico yo? Le salió una flor como sin querer y eso ya fue el no parar. No dejó de pintar flores, plantas y árboles ni de viajar. El mundo entero o casi se recorrió con sus pinceles retratando con todo detalle la flora de los lugares que visitaba y ,de paso, algo de fauna. Le gustaba situar a las plantas en su contexto, por eso en sus dibujos a menudo aparecen pájaros o mariposas, por ser seres muy vinculados a los árboles y flores, pero también otros animales que pasaran por allí y los ríos, cielos, nubes, montañas, rocas o llanuras que rodeaban a su modelo vegetal.

En el tiempo en el que Marianne habitó la tierra este trabajo o afición no era solo artístico. Como la fotografía apenas acababa de comenzar,- el primer dagerrotipo es de 1839 y ella había nacido en 1830-, sus pinturas tenían también una importancia botánica y científica. Otra originalidad es que pintaba al óleo, técnica muy poco utilizada por las mujeres pintoras, acuarelistas en su mayoría, y que sus plantas no aparecían aisladas con un fondo blanco, como en gran parte de las láminas botánicas. Al contrario, están llenas de colorido porque no las separaba de su entorno real. “El óleo es un vicio, como la bebida, casi imposible de abandonar una vez que se apodera de ti”, cuenta en sus diarios. De ella se apoderó totalmente.

En el primer capítulo de su libro de recuerdos escribe que durante mucho tiempo había soñado con ir a pintar a países tropicales para plasmar su peculiar vegetación tan exuberante y abundante. En cuanto pudo, vendió la casa familiar en Hastings, huyó del matrimonio, no tenía esta institución en muy buen concepto, y se marchó a Norteamérica en 1871. De allí se fue a Jamaica y estaba tan emocionada con tanta y tan nueva vegetación que no sabía ni por dónde empezar a pintar, después viajó a Brasil, allí vivió en una cabaña situada en la jungla.

Aclaro que había nacido en una familia rica y con muchas y buenas influencias. Su padre, que había sido parlamentario, conocía a embajadores, virreyes y gobernantes, era la época en la que los británicos tenían colonias por medio mundo, y estos contactos le facilitaban los desplazamientos y la alojaban si era preciso. Ella utilizaba esta ventaja para saltar a lo que de verdad le interesaba que no era precisamente la vida social de una clase privilegiada, “soy un pájaro muy salvaje y me gusta la libertad”, dijo.

Esta vida idílica (siempre que te gusten los viajes y no seas alérgico) no estaba exenta de penurias y malos momentos. Tuvo enfermedades, la atacaron los insectos, soportó climas adversos a los que no estaba acostumbrada y comió poco y mal, pero es que buscando flores, árboles y plantas y pintándolas, se le olvidaba todo lo demás. Fue su hermana Catherine, la que publicó sus diarios en forma de libros, la que dijo que Marianne llevaba una vida que parecía mágica.

Pasó una temporada en Tenerife, allí pintó los dragos, en California recreó a las secuoyas gigantes, en Japón retrató sus bellísimos crisantemos y los cerezos en flor, en Chile pintó el pehuén o araucaria, en Brasil la flor de la pasión, en India los rododendros y no sigo por no cansar con la enumeración. Hasta descubrió nuevas especies como una planta carnívora gigante en una jungla de Borneo que lleva su nombre, la «nepentes northiana». Darwin, que había sido amigo de su padre y luego lo fue suyo, está claro que tenía muy buenos contactos, la animó a viajar también a Australia para completar su catálogo.

 “Resulta descorazonador pensar que el hombre, el civilizador, echará a perder en pocos años los tesoros que los salvajes y los animales no han dañado durante años”, adivinó con acierto. Muchas de las especies que descubrió ya no existen. Si llega a prever la que iba a armar «el civilizador» lo mismo se deja devorar por la planta carnívora. A lo mejor sí que lo sabía y por eso pintaba y pintaba, para dejar constancia de las bellezas del mundo.

Todavía quedan, menos mal.

El poeta rebelde

Tarás, que me traigas las zapatillas, esas no, las de cuadros. Tarás, que tengo frío, aviva el fuego, Tarás que me apetece un té, prepara el samovar. Y Tarás, obediente por fuera, -qué remedio si había nacido siervo-, pero rebelde por dentro, iba y venía y, en los momentos de inactividad, se dedicaba a observar los cuadros de las paredes desde una esquina.  

Un nueve de marzo, igual que hoy, pero de 1814, nació en Mórintsi, un pueblo de Ucrania, el niño Tarás. Sus padres, los Shevchenko, eran siervos, condición que él heredó. Ambos murieron pronto, la madre cuando él tenía nueve años y el padre tres años después. Se quedó solo a las órdenes del amo, el señor Vasily Engerlhardt

 “Mis obligaciones consistían en guardar silencio y permanecer inmóvil en un rincón de la antesala hasta que resonaba la voz imperativa de mi amo pidiéndome un vaso de agua o una pipa que se hallaba frente a sus narices”, cuenta en su autobiografía.

Puede que durante esos momentos de inmovilidad y silencio se dedicara a estudiar con atención los cuadros que colgaban de las paredes de la casa. Y pronto, a escondidas, muchas veces en su vida tuvo que ocultarse para hacer lo que le gustaba, empezó él también a pintar.

Vasily lo descubrió y como comprendió que el chico valía, se trasladó con él a Vilna y después a San Petesburgo para que pudiera aprender y desarrollar su talento. No sé si albergaba alguna intención de lucrarse a través del arte de su siervo o es que era un buen hombre interesado en el progreso de los demás. Vamos a pensar bien y lo dejamos en la segunda opción, aunque no sé yo…

Empezó a aprender en el estudio de un par de pintores hasta que uno de ellos le presentó a Karl Briulov, un pintor ruso de moda entonces, al que le gustó el trabajo de Tarás y quiso que fuera su alumno en su estudio en la Academia de Arte. Había un impedimento, los siervos no tenían permitido ingresar.

 Entre varios de sus amigos, (por lo que deduzco de la lectura de su vida era muy sociable) pintaron el retrato del poeta ruso Vasili Zhukovski que luego subastaron, así se ganaron 2500 rublos con los que compraron la libertad de Svechenko. Tenía veinticuatro años, ya era un hombre libre, al menos en el papel, y pudo entrar en la Academia. Además de pintar también escribía, había escrito bastante poesía durante sus años de servidumbre, aunque su primera colección de poemas la publicó en 1840. Se titulaba Kozbar.

 El Kozbar era un contador de leyendas, un juglar o trovador que acompañaba sus narraciones orales y canciones con un instrumento parecido al laúd llamado kozba, muchos de ellos eran ciegos. Tal vez por ser una tradición típica de Ucrania, los soviéticos, deseosos de borrar cualquier seña de identidad de sus vecinos, los prohibieron en la década de 1930. No sólo eso, muchos de estos trovadores fueron detenidos, algunos ejecutados y otros enviados a los campos de trabajo del Gulag.

Estos primeros poemas de Svechenko están escritos en ucraniano, algo muy raro y original en esa época, pues ni siquiera era considerada una lengua, solo la utilizaban los siervos. En ellos  habla del sufrimiento de su pueblo, del de los campesinos, de sus pésimas condiciones de vida.  Además de poemas escribió otras obras, algunas en prosa. Como pintor había ganado varias medallas y aprovechando ese prestigio pidió permiso a la Academia de Artes para viajar por Ucrania y pintar sus paisajes y monumentos. Durante este viaje también escribió varios poemas satíricos y muy críticos que no le publicaron.  La colección se llamó Tres años y contenía poemas como «Sueño», una sátira sobre el régimen despótico de Nicolás I, «La Gran Mazmorra» o «Cáucaso».

En 1841 apareció su poema Los Haidamaki, eran campesinos que se habían levantado contra los señores feudales polacos. Como se ve, la opresión no venía solo de un lado, lo que indica que no tiene tanto que ver con una determinada nacionalidad sino con la tendencia, no sé si humana o inhumana, de que el fuerte aplaste al débil. En él narraba la miseria del pueblo, su falta de derechos, de libertad. Sus penosas vidas y cómo se resignaban a ellas, indignaban y entristecían al poeta. Lo que pretendía era retratar la crueldad del sistema de servidumbre, abrir los ojos a aquellos esclavos y que se opusieran, rebelándose, a aquel sistema injusto.

Se fue a vivir a Kiev donde se unió a un grupo de jóvenes científicos, entre ellos el historiador ruso Mikola Kostomáriv. Con ellos y otros más formaron la Hermandad de los santos Cirilo y Metodio, una sociedad clandestina que tenía la intención de convertir los países eslavos en una federación de repúblicas independientes. Su idea era librarse de la esclavitud que el imperio ruso les imponía. Svechenko y otros miembros de la hermandad fueron detenidos, se prohibió la sociedad y  a él le mandaron de vuelta a San Petesburgo, pero cuando la policía encontró su poema “El sueño” en el que criticaba y se burlaba del gobierno zarista, lo mandaron al exilio cerca de los Urales y le prohibieron pintar y escribir.

Detuvieron a varios socios de la hermandad, a Svechnko le tocó en abril, volvió a San Petesburgo pero esta vez a la cárcel. Aunque lo interrogaron no denunció a sus compañeros ni renegó de sus ideas y continuó escribiendo poesía, se supone que en la clandestinidad. “El huerto de los cerezos al lado de casa” o “Me da igual si he de vivir”, son dos ejemplos. He buscado el primero, me gustaba el título, pero no lo he encontrado traducido al español.

Lo liberaron, pero al poco tiempo fue arrestado de nuevo por participar en movimientos revolucionarios. Como castigo lo reclutaron en el ejército y lo enviaron exiliado  esta vez más lejos, al oeste de Kazajstán y otra vez le prohibieron pintar y escribir, orden que no obedeció, como de costumbre. Hizo nuevos amigos en la tierra kazaja que le ayudaron a que pudiera seguir pintando y escribiendo. En la provincia de Mangystau existe hoy un museo dedicado al poeta. La mayor parte de su producción de esta época fueron obras en prosa, novelas, casi siempre sobre el tema de la rebeldía contra la servidumbre. Pasó diez años en este exilio y a su vuelta se dedicó a su arte, ya sin tenerse que esconder, pero la salud le fallaba y murió el 10 de marzo de 1861, tenía 47 años.

Toda la información la he sacado de distintas páginas de internet y también este poema titulado «Brama el poderoso Dnipro»

Brama el Dnipro y levanta

olas que rozan el cielo

doblando los altos sauces.

Aúlla con furia el viento.

La luna, de vez en cuando,

entre nubarrones negros

se asoma y desaparece

como un barco en el Mar Negro.

No cantó el último gallo;

la aldea sigue durmiendo

sólo los mochuelos chillan,

cruje sin cesar el fresno.

Brama el Dnipro y levanta

olas que rozan el cielo.

Doblando los altos sauces

aúlla con furia el viento.

El dios abominable

Si hay un dios en el Olimpo detestado por todos este es Ares, el de la guerra. Hasta a su propio padre Zeus le resultaba desagradable. Así cuenta Homero en la Ilíada lo que le dijo al volver Ares quejándose de sus heridas tras la guerra de Troya “no te lamentes sentado a mi vera, pues me eres más odioso que ningún otro de los dioses. Siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si siendo tan perverso, hubieses nacido de algún otro dios, tiempo ha que estarías en un abismo más profundo que el de los hijos de Urano”.

Pero es su hijo y aunque para librarse de culpa le larga la responsabilidad a su mujer -“tienes el espíritu soberbio y que nunca cede de tu madre Hera, a quién apenas puedo dominar con mis palabras, creo que cuanto ha ocurrido lo debes a sus consejos»- , se ablanda finalmente porque algo suyo es y lo cura y perdona.  

Mal hecho, Zeus, mal hecho.

Ares representa la brutalidad, la violencia y los horrores de las batallas. Por su personalidad sanguinaria y cruel era detestado por el resto de los dioses. No hay más que hacer un repaso de los epítetos con los que se define a esta joya. Brotoloigos (destructor de hombres), androfontes (asesino de hombres), teikhesipletes, (asaltante de murallas) Y Hesíodo,en su teogonía, lo llama el “perforador de escudos, el saqueador de ciudades”.

Solo durante trece meses fue posible librarse de la maldad de Ares, cuando dos gemelos gigantes, Efialtes y Oto asaltaron el Olimpo, metieron al dios en un caldero de bronce y allí lo dejaron encerrado por un año lunar. Hasta que llegó el dios Hermes y vete tú a saber por qué si se le suponía inteligente, lo liberó.

Ares, que era apuesto, musculoso y fornido, tuvo muchas amantes, pero su preferida fue Afrodita, con quién tuvo muchos hijos. Algunos, como Eros o Armonía, salieron a la madre, pero otros llevaban claramente los genes paternos y junto a él guerreaban. Así, en las batallas le acompañan siempre los gemelos Deimos (ira o pena), Fobos (pánico) y otra de sus hijas, Eris (conflicto).

En la versión de Homero de la guerra de Troya, Ares apoya a los troyanos. Se le describe como el asesino de hombres, el masoquista de la guerra y la maldición de la humanidad.  A pesar de todo esto, es débil cuando es él quién resulta atacado. Atenea, que era su hermana gemela y también encargada de la guerra, pero de su parte más estratégica y diplomática, y que iba en el bando de los griegos, le propina un lanzazo (aquí muy sutil no estuvo, en ocasiones no queda otra) y el grito de Ares herido fue tal que se describe como el proferido por diez mil hombres. Después subió al Olimpo a llorar a su papá.

Sobre su nacimiento existen varias leyendas, una de ellas dice que Cloris, la diosa griega de los jardines, entregó a Hera la flor más bonita de su jardín, esta se la puso en el regazo y de ahí nació Ares, ¿cómo es posible que tal espanto naciera de la más bella de las flores? No me gusta esta leyenda ni tampoco debió de agradar mucho a los griegos, así que le adjudicaron un origen tracio, como diciendo, “este engendro no es de los nuestros”. Tracia era considerada por ellos como un país atrasado, poco civilizado, muy belicoso.

Orfeo, en el himno a Ares lo describe así:

“Inquebrantable, de ánimo bronco, vigoroso, poderosa deidad que disfrutas con las armas, indomable, aniquilador de mortales, demoledor de murallas, soberano Ares que te mueves en medio del estrépito de la guerra, siempre manchado de sangre, disfrutas de la matanza, metido en el fragor del combate, terrible, deseas el tosco entrechocar de espadas y lanzas”

Y le pide que deje de destruir y dañar, que se entregue a los placeres de la vida como el amor y el vino, que se dedique a cultivar la tierra y no a aniquilarla, “contén la pelea rabiosa y deja ir la fatiga que causa dolor al alma, cede al deseo de Afrodita y a los alegres cortejos de Dionisio, cambia la fuerza de las armas por los trabajos de Démeter, ansía la paz que alimenta a los jóvenes y proporciona la dicha”.

Pobre cantor, ni caso le hizo, y eso que con su música amansaba a las fieras.

Pero a no a todas, por desgracia.

 Y tristemente así seguimos.