Allá en su país, una madrugada, no conseguía dormir y se levantó a beber un vaso de agua. Al acercarse al grifo que estaba junto a una ventana vio un resplandor que no era el de un relámpago ni tampoco las luces de algún coche al pasar, no eran cohetes de fiesta ni nada humano identificable. Daniela pensó que se trataba de una visita de habitantes de otro planeta, abrió la ventana y le pareció que algo se estaba marchando después de haber estado. Zarandeó a su hermana Sara pero a esa, ¡ay, a esa!, a la Sarita no había manera de despertarla. Sarita, Sarita, vi un ovni, le dijo, aquí, ahora mismo estuvo, recién se marchó. Sara se tapó con la manta y protestó, ya déjame dormir, mañana madrugo.
Eso fue hace mucho, ¿cuántos años serán?, reflexionó Daniela en voz alta llevándose la taza a la boca. El café se había enfriado y no le gustó. Puede que hubieran pasado diez años o más, pero lo que quería decir es que ayer lo volví a ver, también fue de madrugada, la misma luz, el mismo resplandor que no era de este mundo y esa sensación de que acababa de estar y también de marcharse. No quise despertarlas ni a Paula ni a usted porque una ya sabe que a los otros no les gusta que los despierten con cuentos en mitad de la noche, solo que no era un cuento, yo sé que no, no importa que no me crean. Me comí una empanadilla fría, de las tres que trajo Paula, y ya no me pude volver a dormir, por eso hoy estoy tan cansada, pero no me importa, prefiero haberlo visto, fue lo mismo que aquella primera vez.
Dora estiró los labios sin dejar salir la risa. Esta Daniela siempre andaba con historias raras. Se estaba acordando del perro que tenía en su pueblo y no quería dejar de acordarse de él por las historias de Daniela, no quería que sus relatos taparan a su perro, lo extrañaba, pedía que le mandaran fotos del Nuno y se las mandaban, pero esas fotos no aliviaban su añoranza, al contrario, se la avivaban. Y aunque lo sabía, no podía dejar de pedirlas. Entró en la galería del teléfono y lo contempló en diferentes poses y situaciones, era él, pero faltaba todo de él, no lo sabía explicar.
Mire al Nuno, acá está bañándose en el pilón, a la que ve agua, se mete, no lo puede remediar.
Porque será perro de aguas, cazador de aguas, son así esa raza de perros. Daniela ponía voz de sabihonda, como si supiera de todos los temas.
Bebió otro trago de café ya frío del todo, le molestaba que le interrumpieran con tonterías de perros sus relatos de fenómenos paranormales, ¿qué iba a ser más interesante, un simple perro, de los que había por cualquier lado que uno mirase, o ese resplandor venido de otros mundos? La respuesta estaba clara pero esa Dora no la quería ver, era una simple. Ahora andaba mirando una revista que había dejado Paula por ahí tirada y le leía en voz alta lo que le llamaba la atención.
“El amor entre máquinas pronto será posible”, leyó y empezó a reírse.
¿Te imaginas que se enamora la lavadora de una de nosotras o el secador de la tostadora?
Daniela fue a la cocina, quería volver al lugar de los hechos y de paso alejarse de las lecturas de Dora. Siempre estaba leyendo en voz alta, no leía seguido, solo a trozos lo que se encontraba, libros o revistas de Paula. Se cansaba y volvía al teléfono, a picotear de foto en foto.
Voy a ver si se secó la ropa, anunció desde allí. Abrió un poco la ventana, pero no para ocuparse de la colada sino para mirar el sitio exacto donde por la noche había visto lo que había visto. De día solo parecía lo que era, un patio normal, con sus prendas tendidas, cables surcando las paredes, rejillas de ventilación. Ni siquiera el aire vibraba de una manera especial, las huellas se habían borrado. Por detrás del edificio de enfrente se veía el pico de la montaña, blanco.
Dora, ¿has visto? Está nieve.
¿Qué? No te oigo, mira lo que dice aquí, en este libro, “el éxito te aleja de las cosas que conoces mientras que el fracaso te condena a ellas”, ¿tú crees? A mí no me parece que eso sea verdad, ¿y mi perro Nuno? Lo lejos que está, yo no tengo éxito y me alejé de él. En los libros ponen frases para que quede bonito nada más.
Daniela volvió al cuarto, tres plantas a las que nadie regaba agonizaban en la ventana.
Está nieve en la montaña, ¿quieres verla?
Dora estiró los labios para contener otra vez la risa. Esta Dani no sabía ni hablar. Estuvo a punto de corregirla, pero mejor se callaba, fue con ella a mirar el pico blanco, se veía lindísimo, el Nuno se lo hubiera pasado muy bien en la nieve rodando cuesta abajo.
Estaban ahí, dijo Daniela tocando una camiseta para comprobar si se había secado, por ahí detrás, más allá de las cuerdas, esa luz tenía un algo extraño, ahora no parece, pero así fue. Me desperté con sobresalto, raro en mí que duermo sin sentir.
El fracaso era no poder estar al lado de lo que quería, como su perro, y tener que convivir con la Daniela y sus visiones, lo que decía en ese libro no era verdad, pero Paula había subrayado la frase. Vio en un plato las dos empanadillas que quedaban y mordió una, estaba buena, se la comió mirando el pico de la montaña blanco, luminoso.
Está nieve, volvió a decir Daniela y acordándose de algo que solo ella sabía o ni siquiera ella, suspiró.