Al salir de la calle Constancia recorrí otras calles que no recuerdo porque dejé de prestarles atención, pero sí me fijé en un negocio marchito y ajado, con un cartel del color del humo en el que se leía, “Videoclub siglo XXII”. Por supuesto estaba cerrado, abandonado en mitad de una esquina cualquiera, y por el aspecto roñoso de su puerta debía de llevar en desuso mucho tiempo. Me hizo gracia la poca visión comercial del que fuera su dueño y también su optimismo. Con llamarlo siglo XXI hubiera sido suficiente, pero no, a por todas, siglo XXII, con grandeza el error. Está claro que poco o nada sabía del señor Negroponte, el que pronosticó en uno de sus libros que el mundo compuesto por átomos sería sustituido rápidamente por otro formado por bits.
En mi barrio, como en todos, también hubo un videoclub, lo llevaba una pareja con su bebé, el bebé también participaba en el negocio o más bien lo soportaba. Se pasaba los días en un pequeño cuarto, detrás de una puerta que se abría entre los estantes de películas, metido dentro de un corralito. A veces daba saltos agarrado a la barra, otras, cansado de ejercitar las piernas, chupaba los juguetes que le habían puesto dentro, lanzaba alguno para observar su trayectoria y comprobar que se caía. Como premio a su investigación sobre la fuerza de la gravedad le daban una galleta que mordisqueaba durante un rato, respondía con sonrisas a las gracias que le hacían los que entraban y salían. Era un bebé cabezón y paliducho, grandote y torpón. Resignado a que su mundo fuera ese o porque creía que era ese, puesto que no había conocido otro, casi nunca lloraba.
Se parecía bastante a la madre que también era grande y lenta, con una melena rizada o más que rizada, disparada en todas las direcciones, como si su pelo expresara un asombro asustado ante el mundo. El padre era pequeño y vivaz, inquieto, con una actividad más bien inútil, la que colocaba despaciosamente las películas en sus carátulas, las entregaba y cobraba era ella, él se ocupaba de las relaciones públicas y de pelearse soterradamente con la madre.
Después de un año, el bebé y la madre desaparecieron, aunque no el corralito que se quedó detrás de la puerta, vacío. Al padre se lo veía muy contento, más locuaz y vivaracho que de costumbre. Una mujer voluptuosa, de ceñida ropa y labios pintados de rojo entró como ayudanta, organizaba las películas con mucho meneo de trasero y se encargaba de cobrar. Con esa no se peleaba, al contrario, la miraba enamorado porque lo estaba, se había separado de la mujer de pelos espantados y la voluptuosa era su nueva pareja. Esa fue la etapa dorada del videoclub y del señor que vestía camisas de manga corta. Como ya tenía la suficiente clientela no necesitaba hacerse el simpático ni hablar tanto como antes, ya no recomendaba películas, se limitaba a decir ante cualquier elección, “te va a encantar, peliculón”. Parecía una máquina expendedora. La que pronto iba a poner en la entrada de la tienda para reducir horarios y costes.
En bastantes ocasiones el supuesto peliculón se paraba a la mitad y aparecía una niebla ruidosa y zumbona, pero al ir a reclamar manifestaba tal extrañeza ante lo que le decían y negaba el fenómeno con tal seguridad que hacía dudar a cualquiera de la niebla, la culpa era siempre del equipo de reproducción del cliente. La voluptuosa miraba para otro lado, sin querer saber nada de los manifiestos timos, con cara de esfinge. La esfinge sexi resultó ser una arpía porque tras robarle, desapareció para siempre.
La decadencia se instaló con comodidad en el negocio y la apatía en el señor de las camisas de manga corta, adelgazó mucho y la cara se le puso grisácea. Empezaban los malos tiempos, la piratería primero y después las plataformas de películas y series. Para sustituir a la traidora contrató a una señora diminuta que parecía una mariquita, llevaba vestiditos de lunares y diademas en el pelo, su cara era maliciosa y sus manos tan pequeñas que parecían de muñeca. En torno a la silenciosa y aviesa mariquita se congregaban a pasar las tardes tres personajes que parecían escapados de alguna de las películas de los estantes.
Uno de ellos vestía prendas de camuflaje, otro, más bien rollizo, llevaba un brazo vendado, no durante una temporada sino siempre, puede que debajo de la venda no hubiera nada, y el tercero era muy alto y lucía una pajarita y una elegancia pasada de moda y muy poco acorde con el lugar. Como si estuvieran expulsados de ese mundo tan cambiante de fuera, de ese mundo en el que los átomos empezaban a desvanecerse, se habían refugiado allí, en el video club a punto de sucumbir, donde se dedicaban a hablar de temas estrafalarios y de futuras catástrofes mundiales.
Mientras, Mariquita Maligna se limaba las uñitas como si conociera, además del futuro, todos los enigmas de la vida, todos y cada uno de sus misterios pero, en venganza por las reducidas dimensiones que le habían tocado en la rifa de esta tierra, no le diera la gana desvelarlos.
No me acuerdo qué nombre tenía el videoclub, en su lugar hay ahora una tienda de extensión de pestañas que se llama «Lashes & go», en inglés, como las panaderías que ahora se llaman bakery, te cobran más pero el pan sigue siendo el mismo, atómico, por el momento.
Que cosa los video clubs ! Que fauna, has pintado este con maestria y precision
En mi barrio anterior habia uno manejado , es un decir, por un griego experto en manosear a sus clientas pero, con tal astucia y disimulo, que paracia un gesto de lo mas natural, y si alguna se quejaba, era un marimacho segun su lengua.Le sobraban pestañas al griego y le faltaba pudor
Luego, lo remplazo su hijo, con veleidades de cineasta!!Amo leerte , despertas a mi creativa que medio abombada esta por la pandemia eterna
Yo veo a tu creativa muy despierta.
Me ha encantado la fauna del tuyo, ¡y en dos pinceladas¡
Besos, Edda
De los videoclubs odiaba a los jetas que no rebobinaban las películas…
Yo las rebobinaba todas y el del videoclub ni gracias.
En algún momento pensé, con el instinto comercial que me caracteriza, que los videoclubs eran un negocio eterno… en fin…
De todas formas prefiero los videoclubs y las tiendas de toda la vida que el mundo que vislumbro.
El mundo que nos espera: tiendas de uñas, de pestañas y de tatuajes.
Todo lo demás está cerrando.
Aquí hasta los chinos empiezan a cerrar algunos negocios.
No sé si es que no somos buenos en I + D… o qué pasa, yo diría que sí somos buenos, hay mucho IDiota mires donde mires.
Besos.
No me acordaba del rebobinado, es verdad, jajaja. Creo que yo también lo hacía.
Ya hemos descubierto hace mucho que eterno no hay nada. Por eso mismo las tiendas de uñas y pestañas también desaparecerán. A ver qué nuevo ID las sustituye.
Besos
Lo primero que me hizo mucha gracia es hablar sobre VIDEOCLUB . Ya casi lo hemos olvidado el significado de la palabra , los adolescentes de hoy seguramente no lo saben.
El texto es muy gracioso , pintoresco y nostálgico a la vez. Un placer leerte, Paloma, disfruto mucho. Un abrazo.
Seguramente no, tienes razón. Es un término ya olvidado y para muchos desconocido. Por eso me hizo gracia que le hubieran puesto «Siglo XXII».
Muchas gracias, Tatiana.
Abrazo!!
Estimada Paloma. Tal vez me repito demasiado, pero me da igual. Quiero decirte que, para mí, tu blog es una referencia obligada en esta blogosfera cuasi infinita donde, desgraciadamente, lo que abunda es la mediocridad. Yo suelo hacer bastante zapping, y hasta ahora (no es coba), he encontrado muy pocos sitios en español con la emorme calidad que tiene el tuyo. Un abrazo.
P.s. – No hace demasiado tiempo que volví a España y me ha llamado la atención la referencia que haces a los ‘video-clubs’. ¿Podrías explicarme cómo funcionaban? ¿Te refieres tal vez a los Cine-Clubs? Gracias. 🙂
Estimado rb.z: ¡muchas gracias!
Me alegra mucho que valores tan bien lo que escribo.
¿De verdad no sabes cómo funcionaba un videoclub? No ha sido un negocio solo español. Muy simple: alquilaban películas para ver en casa. Sin tertulia posterior como en el cine club.
Gracias a ti 🙂
Bueno, tenía una ligera idea de cómo funcionaban pero, ignoro por qué razón, los relacionaba con los famosos cine clubs. Gracias por tu aclaración.
Respecto a tu escritura, nada más que añadir. 🙂
Genial texto.
Gracias, Azurea.
Del baúl del recuerdo surge esta historia bonita, sencilla y tan llena de remembranzas, me gustó leerla, irme para atrás en el tiempo y llegar al video club salía cargada de películas los fines de semana, eso sí no recuerdo ningún personaje en ellos, ¿será que no los miraba?, toda mi atención tal vez iba a las películas que me encantaban. Un abrazo grande y gracias por ella
Era divertido mirar entre los estantes a ver qué sorpresas encontrabas.
Lo mismo se puede hacer ahora en los menús de las plataformas, es más cómodo pero, no sé por qué, también me resulta más pesado.
Abrazo, Themis
Lo del siglo XXII me ha sorprendido, en mi antiguo barrio tenían mucha fe en el XXI, había de todo con ese nombre, ultramarinos (me encantaba ese nombre), ferreterías y, claro, su videoclub. Sospecho que esa reunión de freaks de la que hablas al final eran personajes de películas que quedaron atrapados ahí. El del brazo, sin ir más lejos, debería ser una versión primeriza del hombre invisible, en vez de invisible por completo, sólo tenía el brazo.
No te preocupes por el negocio, todo parece estar volviendo, así que dentro de poco volverán a abrir y se llenarán de milenials que quieren volver a sentir la sensación de tocar físicamente algo que es intangible…
Saludos
Se querría distinguir de alguna manera de los del «Siglo XXI» pero se le fue un poco la mano.
Jajaja, seguro que esos tres no eran reales ¿O sería al revés?
No te creas que soy nostálgica aunque me gusta recordar, no añoro los videoclubs aunque sí la posibilidad de observar a la gente o de interactuar, eso sí lo hemos perdido y lo lamento.
Pero es verdad lo que dices, pasa ya por ejemplo con los vinilos.
No he visto muy bien a esos personajes… Le had dado al trakking? Jeje.
Este relato a un milenial parecería de ciencia ficción. Todavía recuerdo esos videos… y la guerra de vhs y beta…
Como siempre me ha encantado. Un abrazo
Jajaja, ¿rebobino?
Pues yo creo que los milenials sí han vivido estos lugares, seguro que iban con sus padres a sacar pelis para el fin de semana.
Los siguientes, que ya van siendo muchos nombres generacionales y me pierdo, esos ya no.
Pronto lo que ahora les parece ultra moderno será una antigualla, ¡que se fastidien!
En esa guerra ganaron los vhs, ¿verdad?
Gracias, Manuel
Besos
Podrían haber revisado la supervivencia entre comercios bautizados como El Siglo cien años atrás, tras cuyos postigos cerrados sólo se perpetúan las obras de reacondicionamiento. Acá hubo uno denominado La Buena Voluntad, en el cual destacaba la mala leche de la dependencia a la hora de mostrar el catálogo de bragas y sujetadores. Un besazo.
Creo que, o no me veía con posibilidades de conquistar a mujer ninguna, o estaba osmotizada por envidia hacia nuestra felicidad.
Jajaja, muy acertado el nombre: la Buena Voluntad… de tratar mal al cliente.
Era eso, lo de la osmotización, seguro.
Besos, Carlos
Yo aún sigo teniendo un reproductor VHS, que a veces utilizo para digitalizar vídeos familiares. Tu relato me ha hecho recordar aquellos años de videoclub; fue como un negocio suflé, subió mucho, tuvo mucho éxito durante unos años y, después, se desinfló totalmente. Me ha gustado lo del final de los átomos. Besos.
Es cierto, eso le sucedió.
Tenía bastante razón ese señor cuando predijo que los bits sustituirían a los átomos.
No en todo, por suerte.
Gracias, Raúl
Besos.
No recuerdo el videoclub de mi barrio tan bien como tú, me ha gustado más el tuyo. 🙂 Pero me has traído recuerdos. 🙂
Un besote
Me acuerdo porque eran muy pintorescos 😉
Besos, Luna
¡Qué recuerdos!
Un gran relato, te felicito.
Besos
¿Verdad? Eso de ir a alquilar películas es ya como del plesistoceno.
Gracias de nuevo
Y más besos