Me voy a pilates, hasta luego.
Su mujer se había pintado los ojos con sombra azul y llevaba una mochila pequeña colgada por delante.
Hasta luego, que te diviertas.
Ella se giró y le contestó que no se trataba de divertirse, que iba a pilates porque lo necesitaba, se señaló la espalda.
Claro, mujer, bien que haces, ve y te estiras, yo me voy ahora donde el Sandu.
¿Otra vez? Pues si que te ha dado fuerte, ni que te pagara.
A Ernesto le molestaba ese mercantilismo, no todo tenía que hacerse por dinero, un trabajo no era menos importante porque no se cobrara. En realidad sí lo era, si no te pagaban no era trabajo, era otra cosa que no sabía cómo llamar.
No es un pasatiempo, es un servicio que yo hago de forma voluntaria, se decía a sí mismo para convencerse mientras esperaba al autobús. Las primeras lilas habían brotado detrás de una verja, pasó una pareja y se paró a arrancarlas, lo hacían con determinación, como si lo tuvieran planeado desde el día anterior.
No se arrancan las flores, no se roban las flores, dijo una señora.
La pareja la ignoró y siguió arrancando lilas con ansia, más deprisa, el autobús llegó antes de que terminaran y Ernesto los perdió de vista. Ahora habían colocado esas pantallas, en un lado aparecía en azul el recorrido, la parada en la que estabas y a la que ibas a llegar, en el otro daban informaciones o mensajes de entretenimiento.
No le gustaba la pantalla esa, imantaba sus ojos, la miraba sin querer, era molesto, tampoco le resultaba agradable que le fueran introduciendo en su cerebro cosas que no quería saber.
“El jabón de Marsella es respetuoso con el medioambiente, puro y natural”, la imagen de una pastilla de jabón.
«Jan el Jalili es uno de los bazares más interesantes de todo el oriente medio, se encuentra en la ciudad del Cairo». En la foto se veía una puerta en forma de arco ojival y a los lados un lío de cacharros que él no querría ni regalados.
“El mundo está lleno de pequeñas alegrías, el arte consiste en saber distinguirlas, Li Tai-Po». Eso lo había dicho ese hombre que no sabía quién era. Ya ves tú…
«La epicondilitis es una lesión del codo consistente en»…
Una conversación en voz muy alta le distrajo de la lesión, era una chica muy enfadada hablando por su móvil, ¿”tú te crees que me meto a ver al Rubi y me había bloqueado las historias?, me entraron los mil demonios, me enrabieté, me puse toda loca, ya le he dicho al Chicho que eso a mí no me lo hace, que eso a mí…”
La chica se bajó con su ira a cuestas por algo que él no entendía, le empezaba a pasar bastante lo de no entender.
El lado izquierdo de la pantalla le indicó que la siguiente parada era la suya, aunque no le hacía falta mirarlo porque se sabía el recorrido de memoria, ese había sido su antiguo barrio y desde que se mudaron tenía querencia, volvía y volvía y no solo porque le hubiera salido ese trabajo. O lo que fuera.
El barrio era feo, había que reconocerlo, y siempre había obras que más que arreglar parecía que destrozaban con ensañamiento lo ya viejo, como si odiaran el territorio. Subió por una calle estrecha evitándolas y después hizo su recorrido por las fruterías antes de llegar a la de Sandu. Ahí estaba, fuera, fumando.
Apunta, apunta, le dijo Ernesto a su amigo y también patrón o algo así.
Tú dime los números que a mí no me hace falta apuntar, se me queda todo aquí.
Sandu se señaló la cabeza, que tenía bastante voluminosa, acorde con su corpachón. La cara era casi tan roja como la de sus tomates.
A Ernesto que no quisiera apuntar le pareció poco profesional, pero no se lo iba a decir. Me he pasado por lo de los pakistaníes, por la tienda del rancio, por la de los hermanos moteros, y por el Carrefour, aquí tienes el listado de precios. A lo que te voy, puedes subir el kiwi amarillo, está a siete y hasta a ocho y de menor calibre que estos.
Mañana lo subo, eso te lo digo ya, hoy no porque tengo los precios puestos, pero mañana está subido.
Ernesto arrancó la primera hoja de su cuadernito de espiral y se la dio al otro, ya se imaginaba que la iba a tirar, pero a él le gustaba hacer las cosas bien. Desde que había empezado a colaborar con Sandu como asesor comercial y espía corporativo, las mañanas se le pasaban volando, no como antes, cuando no sabía que hacer y daba vueltas por la calle resignado ya a la inactividad total.
Era un desastre el Sandu, no tenía sentido del negocio, menos mal que se dejaba aconsejar, que aceptaba sus ideas.
Estas judías, hombre, poca vista tienes, le dijo Ernesto acercando su nariz bulbosa a la bandeja de judías verdes, ¿por qué tienes las más feas en un lado y las bonitas en el otro? Júntalas todas y deja una capa de las bonitas encima, al que compre se las das mezcladas, ¿crees que lo van a notar?
Sandu comenzó a colocarlas, riéndose, se reía siempre. Qué mala suerte, la Georgeta acababa de aparecer, con ella no tenía entendimiento, ni siquiera le saludó. Habrá que comprar leche, habrá que recoger un poco antes a la niña, habrá que esto o lo otro. Habrá quería decir “haz esto o haz lo otro, Sandu”. Con la Georgeta no tenía confianza, las pocas veces que estaba en la tienda, Ernesto pasaba de largo con un leve saludo de mentón hacia arriba. Esa mujer de pelo tan negro, con esos pómulos tan marcados le imponía mucho respeto. Y no le gustaba su manera de hablar, como si cortase las palabras con la lengua. Era por el acento, poco amistoso a su parecer.
La Georgeta acababa de estropearle la mañana. Se despidió de Sandu y se dio media vuelta. Ya no tenía ocupación, podía volver andando, pero le dolía una rodilla, se la frotó mientras esperaba el autobús.
“La lluvia de estrellas de las Eta Acuáridas comenzó el 19 de abril y seguirá hasta el 28 de mayo, es una buena oportunidad para observar los meteoros”, le avisó la pantalla. En la imagen aparecía un hombre de espaldas pertrechado de telescopio, contemplaba unos cielos grandiosos, como él en su vida había tenido la ocasión de presenciar. Y pocas esperanzas tenía de poder ver eso alguna vez.
“La lactancia materna posee numerosos beneficios tanto para el bebé como para la madre y se recomienda…”, largaba incansable la pantalla. Miró por la ventanilla, harto.
Una mujer le decía a su acompañante, “¿por qué no crees en Dios, en Dios hay que creer porque siempre ha existido, si no quieres no creas en los curas, pero en Dios…”
Antes de bajarse se le coló en los ojos una cita de Nietzsche, “Si lo intentas, a menudo estarás solo y a veces asustado”, y la cara del filósofo con enormes bigotazos.
No sabía qué había querido decir, lo pensó mientras caminaba hacia casa, puede que no lo hubiera dicho así, en esa frase faltaba algo, se imaginó al encargado de rellenar la pantalla de contenidos, ¿quién sería? ese sí que era un trabajo idiota, pero si te pagaban…A él no le pagaba el Sandu pero gustosamente le asesoraba.
Su mujer ya había vuelto de pilates, la sombra azul de los ojos se le había extendido por media cara.
Poco has trabajado tú hoy, le dijo.
En mayo se puede ver una lluvia de estrellas, fue a decir, pero, pensándolo mejor, se calló.