Mes: junio 2022

Humana

Con las pestañas postizas que se ha puesto ya desde por la mañana, Sonia parece una muñeca antigua y rara. Paseando a sus perros prestados por aquí y por allá engancha una conversación con otra y para qué negarlo, los ánimos están revueltos. Ayer se incendió un cuadro de luces, hace dos días se cayó un trozo de cornisa de la casa que hace esquina y hoy hay avería en el alcantarillado y han cortado el agua. El portero del 30 ha dicho con sorna que no vendría mal asperjar la zona con agua bendita. «Paciencia, piojos, que la noche es larga», le ha contestado la señora venezolana adicta al agua de coco del Mercadona.

Alrededor del quiosco de prensa se ha montado una tertulia espontánea. Un señor opina que ha venido demasiada gente a la cumbre de la OTAN, “demasiados mandatarios de esos en demasiados aviones y todo el séquito que llevan, que no es poco, luego dirán que están muy preocupados por el cambio climático, menuda juerga que tienen montada”

“¿Y eso qué tiene que ver?, ¿no ve usted que dan dinero con todo lo que comen y beben?, publicitan la ciudad y llenan los hoteles”, le rebate una señora.

El quiosquero, que hace dos meses llevaba la patilla derecha de las gafas pegada con cinta adhesiva blanca, hoy estrena cinta también en la patilla izquierda. Se está tomando el café matutino en su taza de la abeja Maya, ignora a los tertulianos espontáneos y al mundo entero que se le ponga delante. El viento de la mañana mueve las ristras colgantes de boletos de la suerte abanicando con suavidad su barba blanca de profeta indiferente.

Sonia tuerce por otra calle, hoy no está interesada en los políticos, ni nacionales ni internacionales, tiene sus propias opiniones, pero no le apetece manifestarlas, todo lo que es expresado puede da lugar a malentendidos, claro que a veces le vencen las ganas de hablar y manifiesta lo que sea, hasta lo que no está muy segura de pensar, solo por el placer de articular palabras y echarlas a volar.

A lo lejos ve venir la Planchá con su vestido largo de verano, bien pintada, bien peinada y ahora que se acerca más, detecta que muy bien perfumada. Normalmente la Planchá no le da cancha, pero, cosa rara, acaba de echar el freno a sus tacones y le está dirigiendo la palabra.

¿Se puede creer lo que me acaba de pasar con la pobre de la esquina de arriba?, ¿sabe de quién le hablo? Esa que tiene un pañuelo en la cabeza y le faltan tres dientes. Yo siempre le doy algo y me intereso por su salud, son acciones que me salen de forma natural, por la educación que he tenido y por mis creencias religiosas. Le pongo su moneda en el vaso, le pregunto por su pierna, y va la tipa y me pide que le compre un billete de avión para irse a Rumanía en agosto. Que dice que el autobús es un trayecto muy largo y la pierna no le aguanta. Yo es que no doy crédito, eres humana, pero ellos piensan que eres idiota y quieren pegarte el timo.

Sonia abre y cierra los ojos pestañeando artificialmente, no sabe qué decir, esa mujer tan elegantona le da complejo de inferioridad.

En la tienda Humana tienen cosas que no están mal, si rebuscas, claro, se le ocurre de repente por asociación.

La Planchá da un respingo hacia el portal, arrepentida de relacionarse con quién no está a su nivel, no aprende, no aprende.  En la puerta lee el siguiente aviso, “Estoy en el tejado. Toñín”.

Como el violinista, murmura poniéndose la mascarilla antes de entrar al ascensor, ahora llamamos tejado al bar de enfrente y pensar que le he dado propina… No se puede ser buena persona, no se puede.

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Un nuevo mapa

El profesor de matemáticas está tan emocionado con el nuevo mapa de la Vía Láctea que no puede dejar de pensar en él. Lo que no entiende es porque no les pasa lo mismo a los demás, hasta el momento, todos sus intentos de llevar la conversación hacia ese terreno han sido abortados.

Se le han quedado grabadas las palabras de un astrónomo finlandés que ha dicho que antes de que la sonda Gaia explorara nuestro barrio en el Universo era como si estuviéramos dentro de un bosque y solo viéramos árboles, pero ahora estamos en el cielo y podemos contemplar todo a vista de pájaro.

 ¡Pero que estamos en el cielo!, ha tenido ganas de gritar a sus vecinos, a ver si así espabilan y se despegan un poco de las calles cotidianas, pero no se ha atrevido. Anselmo es de naturaleza discreta y un poco tímida. Por la mañana, durante la clase, ha tratado de explicárselo a sus alumnos, de despertar en ellos el asombro.  Escuchad, ha dicho en lugar de ponerse a explicar los polinomios, en las estrellas se producen terremotos, son pequeños movimientos en su superficie que cambian su forma, un poco como os está pasando a vosotros, en plena adolescencia. En el Universo nada es estático y tampoco es un lugar tranquilo, hay violencia en el Universo, sabed que la Gran Nube de Magallanes, una galaxia pequeña cercana a la nuestra, está devorando a la Pequeña Nube de Magallanes, se asemeja a lo que ocurre aquí en la Tierra cuando el fuerte abusa del débil.

Cree que le han escuchado, que le estaban escuchando con cierto interés hasta que uno, rompiendo el encanto, ha preguntado: profe, ¿esto entra pal examen?

Por la tarde, cuando ha salido de casa para hacer unas compras, no ha podido resistir la tentación de comentar algo al respecto con Toñín y otros secuaces. ¿Os habéis enterado de lo de la Vía Láctea? Y sacando el móvil les ha leído una parte de la noticia, más que nada para situarles.

“La Tierra y el resto del sistema solar viajan a 720.000 kilómetros por hora alrededor del centro de la Vía Láctea, donde hay un agujero negro supermasivo, Sagitario A. Pero incluso a esta velocidad tardarían 230 millones de años en dar una vuelta completa. A su vez, la Vía Láctea es una pequeña isla de estrellas que viaja por la inmensidad de un universo donde hay otros 100.000 millones de galaxias separadas por distancias siderales”.

Huy, hijo, qué cosas nos cuentas, ha dicho Sonia, que para celebrar por todo lo alto la entrada del verano se ha puesto una túnica amarilla, yo ya me he perdido, soy incapaz de entender esas cifras que nos das, me da como mareos, claro que soy propensa a los mareos ya de por mí, tampoco te digo que tenga que ver con lo que estás contando. Son las cervicales, ¿sabes? Ayer pasé un diíta…

Pa sideral, ha rematado Juanín el fontanero, la obra que tenemos montada en la calle, qué de polvo y qué de ruido y por si fuera poco nos plantan un rodaje, no hay cristo que aparque aquí, una hora me he tirado dando vueltas, te desesperas, oye, y ya vas todo el día de malas.

Los demás han cabeceado, comprensivos.

El profesor ha vuelto a la carga, esta vez con menos ímpetu pues la esperanza de ser escuchado se le ha ido desvaneciendo, ¿no os parece increíble que la lente de esa sonda espacial haya observado estrellas naciendo en una galaxia joven que fue devorada por la Vía Láctea hace 100.000 millones de años?

¡Josús!, ha exclamado Sonia deseando que terminara ese tema de conversación donde no puede meter baza.

 “Unos que nacen otros morirán, unos que ríen otros llorarán, la vida sigue igual”, se ha puesto a cantar Toñín. En la raíz de su árbol dos veces muerto ha brotado una diminuta flor.

Pues sí, eso es verdad, se ha reído el profesor, hasta luego que me cierran, y ha avanzado por la calle en obras, el bolso de falso cuero en bandolera golpeándole la flaca pierna, la cabeza a reventar de estrellas.

Esto no es na

En la calle todos hablan del calor y el calor también habla, pegándose a los cuerpos, invadiéndolos, sofocándolos. Ese es su lenguaje, pero en estos días se ha vuelto muy agresivo, como esas personas que quieren imponer sus ideas y opiniones y gritan y avasallan. El calor de estos días va sobrado de ego.

Sonia ha salido muy temprano con los perros y solo con dar tres vueltas a la manzana ya ha vuelto sudorosa y agobiada, así que se ha dicho que ya no salía más, pero a media mañana, aburrida del enclaustramiento y previendo un día largo, ha repetido expedición, esta vez sin canes, al infierno de la calle.

En la marquesina del autobús se ha encontrado con Emilia que hacía una foto con su teléfono al termómetro, “¿qué te parece? marca 40 y son las 11 de la mañana. Récord histórico, ¿sí o no?” Sonia ha pensado que viven en un mundo plagado de récords y de días históricos, pero no lo ha dicho por falta de tiempo, el termómetro ha saltado en menos de cinco minutos a los 41.

Hazle otra foto, acaba de superar su propia marca, ni el Rafa Nadal, hija mía.

Se lo voy a mandar a mi hermano que vive en Asturias y no se lo cree, dice que nos lo inventamos y que somos muy exagerados.

 Su broche, que hoy era el pétalo de una flor amarilla, refulgía, destellaba y seguramente también quemaba.

Sonia ha subido en el primer autobús que ha pasado, Emilia se ha quedado abajo, registrando los récords históricos bajo la marquesina. El aire acondicionado de la EMT es fantástico, es lo mejor que hay para refrescarse, ni playa ni nada, se va de lujo, va pensando.

Una mujer le ha preguntado si todavía sigue la Feria del Libro y cuando Sonia le ha respondido que no, que se acabó el domingo, la otra se ha puesto a mirar para otro lado sin hacer caso de su respuesta.  Al rato, esa misma mujer se ha quejado del calor, le ha contado que ayer casi se desmaya y que pasó una tarde muy mala. Ella, comprensiva, le ha dicho que era lógico, que las temperaturas son demasiado altas y eso que todavía ni es verano oficialmente y lo que te rondaré morena.

Bien porque la mujer fuera rubia o por otros motivos inexplicables, tampoco ha mirado a Sonia cuando ésta le estaba respondiendo, ha dirigido su atención a la ventanilla y luego al vacío haciéndole muy groseramente luz de gas.

Serán las redes sociales, ha pensado Sonia, la gente ya no sabe comunicarse, sueltan lo suyo y luego pasan de la respuesta. No le ha importado mucho, estaba sintiendo una oleada de felicidad en el interior de ese autobús tan fresco por donde entraban sin esfuerzo todas las imágenes de la calle, así que se ha ido hasta la última parada y después ha vuelto.

A su regreso, Toñín y el de la farmacia, un chico que tarda mucho en despachar porque los medicamentos se esconden de él, departían amistosamente en una esquina. Son muy amigos, Toñín le llama “el doctor” y él a Toñín, “mi general”. Toñín, con sus clásicas palmadas al aire, le ha anunciado con alborozo que “el doctor” va a ser padre. Una niña, ha contado él tras su mascarilla de color morado, vendrá en octubre y se va a llamar Desiré, que quiere decir, “la deseada”. Otro niño para el barrio, ha palmeado Toñín con alborozo, y luego dirán que se acaba el mundo, no se acaba nada, esto no se acaba, os lo juro.

41 grados a las 11, ha anunciado Sonia por aportar algo a la primicia.

Esto no es na, ha dicho Toñín estirando sus felices bigotes. Agua fresca, poco movimiento y solucionao, que nadie nos meta miedo.

Claro, ha dicho la Planchá abriendo una sombrilla japonesa y pisando la calle con la punta de su sandalia, como usted es de esas tierras de por ahí abajo, pues está en su salsa, en su hábitat natural, no me diga más.

Toñín, sin hacer caso, ha espantado con un trapo a las moscas que flotan en el portal, pero ellas, cual si fueran moscas boomerang, han vuelto al instante a levitar entre el frescor de los buzones.

Nada ni nadie tiene remedio, ha murmurado la Planchá observando con desconfianza un cielo muy turbio en cuya parte más alta los vencejos vuelan obsesivos, le parece que al acecho.

Mal de amores

 Sonia se ha ofrecido a pasear a los perros de otro y así tiene la excusa perfecta para estar todo el día en la calle. Es verdad que la calle puede ser incómoda. Hace frío, hace calor, hace viento, hay obras, hay muchas obras, todo está lleno de zanjas y máquinas y ruidos, también hay muchos coches y, como viene observando, cada vez son de mayor tamaño. Cuando salen de los garajes la asustan con esos volúmenes desmesurados, esas envergaduras descomunales. Y lo curioso es que, dentro, solo suele viajar uno. O una. En los semáforos miran sus cacharritos que les indican por donde tienen que ir. Y pitan porque se atascan, lo normal, con esos mamotretos. Esos son los inconvenientes. Y las ventajas, que todo está ahí, lo bueno y lo malo, en todo su color y diversidad, y no en su casa donde solo está ella y ese olor a humedad. Así que sale con los perros y mientras los pasea y mira la vida que pasa, habla con unos y con otros siempre que puede. O lo intenta.

No siempre es posible pegar la hebra, muchos tienen prisa y la esquivan o le dicen hasta luego, en vez de hola y eso quiere decir, no me paro y no se te ocurra pararte a ti. Ella camina despacio, agarrada a la correa de sus dos perros prestados, añorando a su perrita Luci, tan cariñosa. La añora y no se le pasa, tanto dentro como fuera de casa, todo se la recuerda. Al principio lo contaba y la gente era comprensiva porque Luci acababa de morir y le decían eso de “cuánto se quiere a las mascotas”, pero llegó un momento en que la miraban raro, porque la comprensión es limitada y dura lo que dura y si ella siguiera diciendo que todavía está triste y que aun echa de menos a Luci la tomarían por loca y le mandarían que tomara antidepresivos porque eso no es normal. Normal o anormal la extraña y se siente sola muchas veces.

Por suerte, durante sus paseos también se encuentra con personas que están dispuestas a pararse y charlar un rato, como Emilia, la de los broches. Ya le ha visto un avión de papel, una nube y una serpiente con su lengua bífida y todo. Hoy lleva la nube.

¿De dónde sacas tú esto, Emilia?, le pregunta.

Los hace mi hija que es artista.

¡Tomá!, ha exclamado Sonia sin saber qué más decir. El arte le impone mucho. Admira a los artistas, pero también los teme un poco, no sabe por qué. No le parece que Emilia sea de la rama del arte.

Mira qué brazos más blandos se me han puesto, le está diciendo la del broche de nube.  Por eso no me gusta el verano, porque hay que ir enseñando las carnes y por mucho que te quieras recatar cuando llegan los treinta y cinco y los cuarenta, no años sino grados, te lo quitas todo y enseñas lo que más te gustaría llevar tapado.

He estado pensando, ha dicho luego apoyándose en uno de los contenedores de basura, que hacerse viejo es ir poniéndose blando, como las frutas, ¿sabes? Primero estás en el árbol y eres una flor más bonita que un san Luis, después te haces fruto y ahí también muy bien, estás apetitosa y todos te quieren comer, llegan los pájaros y te picotean, eso ya no me gusta tanto porque te hacen agujeros y por ellos se cuela la pudrición, malo si te cogen para venderte y comerte y malo también si te caes al suelo hasta que te haces papilla, puré de lo que sea y ahí te quedas, disolviéndote, tierra eras y en tierra te convertirás.

Sonia a esas cosas no sabe qué contestar, así que suelta, “nos ha jodío mayo” y luego se arrepiente de ser tan poco fina, pero dicho está y no lo puede borrar.

En eso están cuando se cruzan con la chiquita flaca que vive en el sótano derecha, se ha puesto un vestido de rayas rojas con el dibujo de un faro estampado en su centro y unas zapatillas rojas de correr.  Los ojos están del mismo color que las rayas del vestido y que las zapatillas. Como le han preguntado, ha dicho que es alérgica y que era tal la picazón que se los acaba de refrotar con mucha violencia, aunque ya sabe que no debería hacer eso porque se le irritan más.

Pero a Sonia no la engaña, esa se ha pegado una panzada a llorar, que no es que llorar sea malo, al contrario, llorar te deja más suave que la piel de un bebé, llorar te relaja, está comprobado por la ciencia del lloramiento. Pero si lloras, aunque sea bueno, es porque algo te pasa, que bueno no es. Seguro, seguro, que es por el chico que vivía con ella, tiene mal de amores la criatura. El mal de amores es bonito, aunque eso no se le pueda decir a uno que lo sufre, es bonito cuando eres joven. Después ya no se llama mal de amores, se llama desamor o soledad y eso sí que no tiene gracia.

Anda ya, le dice Sonia, anda ya que con lo guapa que vas no tardarás mucho en encontrar a otro que te quiera y tú a él. Si el mundo está lleno de hombres, será por hombres, que les zurzan a todos los hombres, sal con tus amigas y diviértete que la vida es breve y después, mírame a mí, te duele la espalda, se te cae el pelo, se te muere la perrita y yo qué sé qué más.

Que te ablandas, suelta Emilia moviéndose con una mano la carne del brazo de la otra.

Pero si yo solo he dicho que tengo alergia, dice la esmirriadita con cara de susto, abriendo mucho los ojos rojos.

Calle arriba se aleja  más veloz que una libélula con su vestido marinero.

El muñón

Merodea Toñín en torno a lo que fue su creación de árbol, su proyecto de vergel en mitad del asfalto. Ya no está, nada queda. Los brotes que comenzaron a salir de la primigenia acacia talada y que él había cuidado y hecho prosperar ya llegaban  casi hasta el segundo piso. Para que no se desparramaran hacia los lados los había cubierto con una lona guiándolos hacia el cielo. Es verdad que no era del todo un árbol, el tronco era ficticio, pero era algo verde y vivo, algo verde y resucitado de entre los vegetales muertos.

 O de entre los asesinados, piensa él, porque a esa acacia de ancho tronco se la había cargado sin motivo justificado el Ayuntamiento. Alegó que estaba enferma y podía provocar una desgracia si le daba por aliviar su cansancio tumbándose de forma repentina. Alegó eso o más bien no alegó nada. Un día llegaron los operarios con sus grúas y sus máquinas de talar y la acacia desapareció dejando en su lugar un muñón anillado.

Toñín se encargó de revivirla, jugando con ella. Todos la conocían ya como su árbol. Pero ayer, cuando volvió del dentista con la gasa dentro del hueco de la ex muela, la resucitada ya no estaba. De nuevo los malignos del Ayuntamiento, esta vez alegaban que tal instalación, así denominaron a su renacido árbol, provocaba peligro de caídas pues se encontraba demasiado cerca del paso de cebra y de una valla de obras.

 Cuánta tristeza. El poder es el poder, el poder tiene el poder, dice Toñín, mirando con nostalgia en la galería de su móvil imágenes de su querida amiga, alegría y entretenimiento de sus tardes. Pero también os digo, ha asegurado burlón dirigiéndose a Sonia, la que tuvo una perrita tuerta que ya murió, y a Paula, una vecina que lleva un broche en forma de avión de papel en la solapa de la chaqueta, también os digo que ahora es cuando se está cayendo la gente, ya he visto dos caídas y tres o cuatro tropezones.

Ay, ay, ayyyy, se suelta por cante jondo Toñín desahogando así su malestar. Ya que  han colocado una valla para acotar la zona de obras, ha colgado ahí la alfombra de entrada al portal, para que se airee. «Ay qué dolor, hiciste la maleta, ¡ay!  Y sin decirme adiós tú amor me abandonó y solo me dejó, ay qué dolor , ay que dolor», canturrea por los Chunguitos sacudiendo la felpa marrón. Una nube polvorienta se une al polvo de las obras, deseosa de amistar con alguien.

El profesor de matemáticas recién brotado del portal, se lleva las manos a la boca y retrocede dos pasos con pasmo y susto, ¡el árbol!, ¿qué ha pasado?

El que tiene el poder tiene el poder, repite Toñín. Y con una mano corta el aire espeso, oloroso a pises caninos.

Así es, así es, cabecea el otro, resignado. Hacen y deshacen y todo les da igual, el bienestar ciudadano no es algo que les importe. Y ¿usted cómo está, Sonia?, le pregunta muy cortés a la mujer.

Comme ci, comme ca, responde ella, atusándose coqueta sus cuatro pelos muy lacados.

Y todos se quedan mirando el muñón de acacia.

 A su lado hay un charco con colillas y una rama solitaria flota encima.