Con las pestañas postizas que se ha puesto ya desde por la mañana, Sonia parece una muñeca antigua y rara. Paseando a sus perros prestados por aquí y por allá engancha una conversación con otra y para qué negarlo, los ánimos están revueltos. Ayer se incendió un cuadro de luces, hace dos días se cayó un trozo de cornisa de la casa que hace esquina y hoy hay avería en el alcantarillado y han cortado el agua. El portero del 30 ha dicho con sorna que no vendría mal asperjar la zona con agua bendita. «Paciencia, piojos, que la noche es larga», le ha contestado la señora venezolana adicta al agua de coco del Mercadona.
Alrededor del quiosco de prensa se ha montado una tertulia espontánea. Un señor opina que ha venido demasiada gente a la cumbre de la OTAN, “demasiados mandatarios de esos en demasiados aviones y todo el séquito que llevan, que no es poco, luego dirán que están muy preocupados por el cambio climático, menuda juerga que tienen montada”
“¿Y eso qué tiene que ver?, ¿no ve usted que dan dinero con todo lo que comen y beben?, publicitan la ciudad y llenan los hoteles”, le rebate una señora.
El quiosquero, que hace dos meses llevaba la patilla derecha de las gafas pegada con cinta adhesiva blanca, hoy estrena cinta también en la patilla izquierda. Se está tomando el café matutino en su taza de la abeja Maya, ignora a los tertulianos espontáneos y al mundo entero que se le ponga delante. El viento de la mañana mueve las ristras colgantes de boletos de la suerte abanicando con suavidad su barba blanca de profeta indiferente.
Sonia tuerce por otra calle, hoy no está interesada en los políticos, ni nacionales ni internacionales, tiene sus propias opiniones, pero no le apetece manifestarlas, todo lo que es expresado puede da lugar a malentendidos, claro que a veces le vencen las ganas de hablar y manifiesta lo que sea, hasta lo que no está muy segura de pensar, solo por el placer de articular palabras y echarlas a volar.
A lo lejos ve venir la Planchá con su vestido largo de verano, bien pintada, bien peinada y ahora que se acerca más, detecta que muy bien perfumada. Normalmente la Planchá no le da cancha, pero, cosa rara, acaba de echar el freno a sus tacones y le está dirigiendo la palabra.
¿Se puede creer lo que me acaba de pasar con la pobre de la esquina de arriba?, ¿sabe de quién le hablo? Esa que tiene un pañuelo en la cabeza y le faltan tres dientes. Yo siempre le doy algo y me intereso por su salud, son acciones que me salen de forma natural, por la educación que he tenido y por mis creencias religiosas. Le pongo su moneda en el vaso, le pregunto por su pierna, y va la tipa y me pide que le compre un billete de avión para irse a Rumanía en agosto. Que dice que el autobús es un trayecto muy largo y la pierna no le aguanta. Yo es que no doy crédito, eres humana, pero ellos piensan que eres idiota y quieren pegarte el timo.
Sonia abre y cierra los ojos pestañeando artificialmente, no sabe qué decir, esa mujer tan elegantona le da complejo de inferioridad.
En la tienda Humana tienen cosas que no están mal, si rebuscas, claro, se le ocurre de repente por asociación.
La Planchá da un respingo hacia el portal, arrepentida de relacionarse con quién no está a su nivel, no aprende, no aprende. En la puerta lee el siguiente aviso, “Estoy en el tejado. Toñín”.
Como el violinista, murmura poniéndose la mascarilla antes de entrar al ascensor, ahora llamamos tejado al bar de enfrente y pensar que le he dado propina… No se puede ser buena persona, no se puede.