Que la NASA se dedique a misiones de defensa planetaria contra potenciales colisiones de meteoritos no convence a Anselmo, el profesor de matemáticas. En su teléfono ha leído que es la primera vez en la historia de la humanidad que se intenta cambiar la trayectoria d un cuerpo celeste para proteger a la tierra de asteroides como el que hace 66 millones de años provocó la extinción de los dinosaurios. Proteger a la Tierra de lo que viene de fuera, será posible… pero si el verdadero peligro lo tenemos dentro, va mascullando escaleras abajo.
Escucha esto, le lee a Toñín, seguro de que le va a interesar:
“Nos estamos embarcando en una nueva era para la humanidad, una era en la que tendremos la capacidad de protegernos a nosotros mismos de algo tan peligroso como el impacto de un asteroide. Eso es algo increíble. Nunca antes hemos tenido esa capacidad”, esto lo dice Lori Glaze, la directora de la División de Ciencias Planetarias de la NASA, ¿no crees que deberían de dejar de gastarse el dinero en desviar pedruscos? Ese no es el verdadero peligro para la humanidad, el verdadero peligro para la humanidad es ella misma, su modo de vida, ¿sí o no?
Los bigotes escurridos y lacios de Toñín indican a las claras que no pasa por su mejor momento, ni siquiera ha modificado su postura, parece cavilar algo con mucha concentración y hasta obsesión, algo que poco tiene que ver con meteoritos pero sí con sus personales cataclismos.
Para buscar la mirada de su amigo, que hoy le evade, Anselmo se ha inclinado hacia abajo y el bolígrafo que suele llevar en el bolsillo de la camisa se le ha caído al suelo, ha rebotado dos veces contra el asfalto y se ha quedado ahí, encima de una de las rayas verdes que delimitan las plazas de aparcamiento. Acaban de asfaltar y huele mucho a alquitrán. Se tapa la nariz con dos dedos y vuelve a preguntar con voz gangosa, ¿no crees que deberían desviarnos a nosotros, a nuestra trayectoria, y no a la piedra?
En un lado los buenos y en este otro, los malos, dice Toñín, que no está para NASAS. Le han llegado noticias de que el señor Pintiparado va difundiendo rumores sobre él, rumores que no solo atentan a su honor, lo cual ya le duele, sino que ponen en peligro su puesto de trabajo. Apoyado en la fachada de la casa , ahí donde la pintura se ha descascarillado y muestra sus entrañas blancas, ha dedicado buena parte de la mañana a tratar de desmentir esos rumores interceptando a los que salen y entran del portal, pero no todos le escuchan y otros, sospecha, no le creen.
¿Sabes lo que te digo?, dice alzando la cabeza, que voy a arreglar yo esta pared rota y gratis, si ya lo he hecho muchas veces, yo miro por la comunidad, no me importa trabajar, es lo que siempre he hecho, recojo los paquetes de todo el mundo, tengo la casa llena de paquetes y duermo en un rinconcito, taponado por paquetes y paquetes que no son míos y al día siguiente los reparto, ¿cobro yo por eso?
Claro que no, y no me importa, te lo juro, no me importa, pero luego que no vengan a decirme que no cumplo, que cobro de más. Es la maldad, me ha cogido manía y quiere que me vaya, me quiere echar porque no le caigo bien pero yo les voy a preguntar a todos, ¿se va Toñín o no se va?
Anselmo ve perdidas todas sus esperanzas de criticar a la NASA y de hacer ver a Toñín y a cualquier otro que pase por delante cuál es nuestro principal y acuciante problema. Para colmo acaban de hacer su aparición Sonia y Emilia, con esas dos es imposible hablar de nada serio, ya va a agacharse a por el boli con la intención de marcharse cuando Sonia detiene su movimiento de un brusco manotazo en su pecho.
Tú, a ver, tú que eres profesor de matemáticas y más listo que los ratones coloraos, ¿con quién estás? Porque como me digas que estás con el psicólogo, te mato. Tú tienes que estar con Toñín, nosotras somos del bando de Toñín a muerte, ¡a muerte!, ¿sabes lo que hizo por mi amiga Alicia que en paz descanse? Cuando se le rompió la puerta, se quedó a su lado esperando al cerrajero hasta las cuatro de la madrugada, los dos sentados en la mesa camilla mano a mano. Solo por acompañarla y que no se quedara sola con una puerta abierta. Eso quién lo hace, ¿tú lo haces? Venga hombre ya, qué asco de tío ese que ha venido a fastidiar con sus zapatos de ante de borlas. Y los calcetines a juego, me he fijado, será cursi…
Hay gente muy mala en este mundo, apunta Emilia frotándose la herida del rayo. Estoy preocupada, me noto muy irritable, hay momentos que, os lo digo de verdad, me parece que vaya a explotar. Ayer leí en un libro, cuando me aburro leo, si no me aburro, no, pues leí que existen los rayos latentes, se quedan dentro del árbol y lo van quemando por dentro. Parece que no ha pasado nada y de repente eso se incendia de golpe y provoca la mundial. Mira que si yo tengo un rayo latente y dentro de dos días, fushhhhh, fashhhhhh, estallido, combustión y adiós Emilia. Si ves un montón de cenizas en el tercero D no las barras, Toñín, que puedo ser yo. Me metes en una caja de cartón de esas del Amazon, en la esquina del contenedor tienes todas las que quieras, y se las das a mi hija y que haga un broche o lo que quiera.
¿Con las cenizas un broche, pero eso se puede?, no me parece a mí un material consistente, recela Sonia.
El arte lo puede todo porque no juega con lo real, ¿me entiendes? Y si no, pues que las tire, no sé dónde elegir que me tiren, si es que ya no quedan sitios para estar tranquila sin que te pisoteen los turistas o te meen los perros, está la cosa muy achuchá.
Los buenos en un lado y los malos en el otro, insiste Toñín marcando una línea imaginaria con el canto de la mano.
Nosotras estamos con los buenos y este también. Sonia le pega otro manotazo al profesor, esta vez en el brazo.
Vente pacá, no nos vayan a confundir.
Los cuatro se quedan quietos viendo los coches pasar, unas nubes sucias y traposas cubren sus cabezas.
Antes había gorriones, ahora no se ve ninguno, dice melancólico el profesor.
Están detrás, en el árbol del colegio, por aquí ya no se pasan, como para venir a esta calle con la de ruido que hay, no son poco listos los pajarines. Mira, le voy a decir a mi hija que haga un broche de gorrión.
Sonia se ríe por lo bajo y mientras nadie las mira, las Perejilas, obedeciendo al oscuro mandato de la vida, crecen y crecen.