Había quedado con Lina en una plaza que está a medio camino de su casa y de la mía. Yo llego desde el oeste y ella desde el este. Solemos vernos una vez al año. Podríamos quedar con más frecuencia, pero nos resulta difícil ajustar el día y la hora o puede que sea que tampoco queramos estar juntas más de lo que lo hacemos. Cuando nos volvemos a encontrar después de un año sin habernos visto, a veces ha sido mayor el intervalo, es como si ese tiempo entremedias no hubiera existido, por eso que tardemos en reunirnos no tiene tanta importancia.
Yo soy con Lina como soy con Lina y con nadie más, eso no tiene nada de particular, todos lo hacemos, no es que Lina sea especial, es que hay una parte de mí que solo puede ser así cuando está con ella, es mi yo de estar con Lina, que se ajusta a lo que ella piensa de mí y a cómo se comporta conmigo y viceversa.
Lina, por ejemplo, cree que yo tengo mucho sentido del humor y corea casi cada una de mis frases con unas carcajadas muy ruidosas y expansivas. Esto a mí me sorprende y aunque siempre responda así, sigo sorprendiéndome en un principio, porque no estoy tratando de ser ocurrente y ni siquiera creo que lo que digo tenga gracia alguna. Luego ya sí, una vez que me doy cuenta de lo divertida que le resulto empiezo a esmerarme y trato de mejorar el repertorio, lo cual, aunque satisfactorio, me resulta muy cansado.
Lina a mí también me parece graciosa, lo es, tiene mucho desparpajo y ninguna vergüenza y suelta unas verdades por su boca totalmente incorrectas. Lo malo es que te hace esperar porque tiene un sentido del tiempo un poco más dilatado que el mío, así que mientras la espero y me voy poniendo un tanto nerviosa pensando, ¿vendrá o no vendrá? Y consulto el móvil por si me ha puesto un guasap avisándome de que se atrasa o, peor, de que no viene, me dedico a observar el panorama.
Un día no apareció. Esperé bastante tiempo en esa misma plaza, observé mucho el panorama, pero de aquel día solo recuerdo que había muchos gorriones picoteando restos de patatas fritas por encima de las mesas de las terrazas, eso es lo único que puedo contar del panorama de aquel momento. Le puse un guasap, “¿te ha pasado algo?”, me contestó cuando ya me había ido. Le habían llamado para una entrevista de trabajo, llevaba mucho tiempo en paro, que la perdonase, pero se le había olvidado o no había podido avisarme o ambas situaciones a la par. Le guardé un ligero rencor durante unos días, una semana más o menos, y luego se me olvidó y cuando volvió a llamarme para repetir la cita en la plaza habitual, fui de nuevo y esa vez sí estaba y todo transcurrió como siempre transcurre. Ella riéndose mucho de todo lo que yo decía y yo asombrándome, solo al principio, y luego cogiendo carrerilla humorística. Creo que no le parezco tan graciosa a nadie más. Pero lo que de verdad pienso no es que lo sea sino que ella es muy alegre y de risa fácil y que se quiere reír, le pone voluntad a la risa.
Había quedado con ella en nuestro encuentro anual, llegué a la hora convenida y me puse a observar el panorama mientras la esperaba. De este sí me acuerdo porque fue hace muy pocos días. Al lado de la tienda de camisones feos vi un sitio nuevo de comida llamado Aziz Istambul, en la puerta aparece dibujado el que se supone que es Aziz, le han pintado una nariz típicamente turca, o lo que el dibujante ha considerado que debe ser una nariz turca, se lo ve corriendo detrás de un pollo, que se supone que es el que luego te vas a comer si entras ahí. También hay unas letras muy grandes que señalan, “cien por cien natural”. Creo que se refiere al pollo, que no es de plástico. De Aziz Istambul sale olor a metro, a túnel suburbano, pero es lo contrario, es el olor a metro el que entra en Aziz Istambul y luego, como no le debe de agradar mucho el local, se vuelve por donde ha venido arrojándose sobre los viandantes. Pero la sensación que da es que el olor proviene de dentro, que es el propio del lugar. No creo que Aziz exista, si existe me gustaría ver si se parece al que corre detrás del pollo.
En estas cuestiones tan interesantes estaba pensando mientras a la vez observaba cómo el chino que regenta el bar Antonio miraba su teléfono bajo una pata de jamón y cómo los vendedores de pisos, chicos jóvenes y trajeados, en su tienda de venta de pisos, se dedicaban a dar vueltas en sus sillas con ruedas hasta quedar mareados. Dentro de la colchonería, un único empleado bostezaba una y otra vez, conducta bastante normal si se trabaja en una tienda de colchones, y en una peluquería de hombres con las paredes pintadas de negro, estaban cortando el pelo a un señor que parecía que iba morir en ese mismo instante. El peluquero se estaba esmerando mucho para que entrara guapo donde quiera que se entre tras la vida o para que pudieran contemplarlo sus parientes, si es que los tenía, mientras le durase la guapura. Los neones de un local de apuestas me estaban cegando con su parpadeo verde chillón, así que me giré hacia el lado contrario y por eso no vi llegar a Lina que me tocó el hombro y gritó mi nombre con esa simpatía suya y esa animación que le pone a todo.
Le conté lo que había estado observando mientras la esperaba, el panorama le conté y ella se rio muchísimo, aunque en realidad lo que yo había querido transmitirle era lo sórdido que me parecía todo, pero no lo iba a confesar. Mira mis zapatos, ¿te gustan?, ¿a que son monísimos?, dijo después ella. Te tienes que comprar unos así, vente un día para mí zona y te acompaño a la tienda, vamos juntas. Las dos sabíamos que yo no iría nunca, que volveríamos a quedar al cabo de un año o un poco más, puede que hasta dos años después, y que siempre sería en esa misma plaza.
Tal vez para entonces Aziz Istambul haya ya cerrado su negocio cien por cien natural y deje de perseguir pobres pollos con su nariz supuestamente turca, tal vez, pero lo esencial permanecerá.
Lo esencial es que Lina y yo seguiremos siendo amigas, distantes pero cercanas, a pesar de que una vez no viniera y ahora yo asocie los gorriones a que me den plantón. Cien por cien natural, pero no tanto. Hay pensamientos y sentires que no le contaría nunca porque sé qué ahí no podría colocar detrás su risa. Eso lo estropearía todo.