Desde la casa sin tejado mirábamos al cielo.
Al otro lado se extendía el campo amarillo.
Salíamos a correr con los brazos abiertos.
Veloces lagartijas recorrían los muros,
libélulas suspendidas en el aire,
mariposas borrachas de sol,
un rumor de hierbas secas,
tu mano
y el cielo libre de aquel agosto.