Mes: febrero 2021

Vaya tres simpaticonas

Vengativas y sin piedad, así eran las  tres hermanas Erinnias. Su misión: perseguir a los culpables de crímenes, atormentarlos, volverlos locos y no concederles ni un momento de paz. Tanto las temían los antiguos griegos que no se atrevían a llamarlas por su nombre verdadero, no fuese que se ofendieran y se desatara su cólera, y lo sustituyeron por otro de significado contrario. Por eso también se las  conoce como las Euménides o Benévolas y en plan ya más pelota, venerables diosas. Todo por evitar su ira y su rabia.  En la mitología romana, por lo visto más valientes,  no se andan con tanto remilgo y las denominan las Furias o  las Terribles.

Si el nacimiento de uno influye sobre cómo será después, no es de extrañar que estas tres fueran tan cariñosas, comprensivas y  simpáticas.  Crono, harto de la maldad de su padre Urano que, solo por fastidiar,  no dejaba salir a los hijos del vientre de su mujer, Gea, le cortó los genitales y los lanzó por ahí, lo más lejos posible. Algunas gotas de sangre cayeron sobre Gea, y de esa mezcla de sangre y tierra nació este trío.  Se las considera divinidades del inframundo por oposición a las deidades celestes.

Recuerdan un  poco a las Harpías, también son tres, no tienen buena cara y  cuando se aparecen no es para entretener ni alegrar a nadie,  pero hay entre ellas una diferencia sustancial. Las Harpías hacían maldades porque sí, por sádico disfrute, las Erinnias no, ellas solo incordiaban si había un motivo que castigar. Ejercían un cierto tipo de justicia primitiva, más parecida a la venganza, ya que no atendía a razones ni a la razón.

Son Alecto, la implacable, encargada de castigar los delitos morales, Megera, perseguidora de los infieles y traidores y Titífone , que vengaba los asesinatos o delitos de sangre.

Para no perder las buenas costumbres llevaban serpientes enroscadas en los cabellos, (ya se sabe que cuando querían poner a alguien feo o terrorífico este truco siempre funcionaba), portaban látigos y antorchas encendidas, apagadas no hubiera tenido sentido, y de sus ojos manaba sangre en lugar de lágrimas. A veces también se las representa con  alas de pajarraco o de murciélago pegadas a  cuerpos de perro y ya tienes a las tres beldades dadivosas, alabadas sean por siempre jamás.

Vivían en el Érebo, la oscuridad, la negrura o sombra que llenaba todos los agujeros del mundo. (Ya intuían la materia oscura los griegos,  ¡qué genios!)  Solo se personaban en la tierra para castigar a los criminales. Como de criminales nuestro mundo siempre ha estado bien surtido me parece a mí que estas tres no estaban mucho en el Érebo, pobrecillas, cuánta trabajera,  todo el día apatrullando la tierra cual míticas Torrentes.

Eran justas pero no se conmovían ante nadie ni intentaban comprender los motivos de las malas acciones, desconocían el perdón, como en las películas del oeste, el que la hacía, la pagaba. Ningún rezo, ruego,  sacrificio o petición desesperada  las inmutaba ni les hacía variar de idea, de los atenuantes no querían ni oír hablar. Atormentaban a los que habían hecho el mal persiguiéndoles incansables con sus voces gritonas y estropajosas, recordándoles una y otra vez, de noche y de día, su crimen, hasta hacerlos enloquecer. Como sacrificio se les ofrecían lo que para ellas eran manjares: ovejas negras  y libaciones de nephalia, miel con agua. 

En el ciclo de la Orestiada de Esquilo aparecen en la última tragedia, las Euménides, en la que se describe el acoso que de estas tres  recibe Orestes  por haber matado a su madre, Clitemnestra. Dicho así parece que Orestes se lo merecía pero hay que tener en cuenta que estaba vengando a su padre,  Agamenón, que a su vez había sido asesinado por su mujer y el amante de ésta. Un lío de cuidado.

En este caso intervienen los dioses, se celebra un juicio y se falla a favor de Orestes, pero no era lo habitual, las Simpáticas no perdonaban a nadie, incluso seguían persiguiendo y atormentando a los que consideraban culpables más allá de sus vidas, ni muertos se las quitaban de encima.

Pueden ser estas tres un símbolo del sentimiento de culpa que tortura al que ha cometido un acto atroz sea o no castigado por la justicia. Lo que ocurre es que no todos los criminales poseen ese sentimiento, algunos tienen cerebros de verdad benévolos que se encargan de borrar de su memoria el mal cometido permitiéndoles vivir en paz o de hacerles creer que estuvo bien lo que mal estuvo.

En estos casos no sería mala idea que las tres hermanas negras despeinadas, como las llama en una de sus composiciones Garcilaso de la Vega, se acercaran a esas cabezas despreocupadas y bien pegadas a sus oídos aullaran con sus terribles voces. No digo yo que eternamente, no quiero ser  Erinnia,  pero sí, al menos,  por un buen rato durante unos cuantos días o meses o hasta años.

Casas de sueños

Cuando en la antigua Grecia alguien enfermaba  podía acudir, en vez de a un centro de salud,  a un Asclepeion o templo de curación.  El tratamiento básico, muy agradable,  consistía en soñar. El enfermo entraba en un cuarto que consideraban sagrado y practicaba lo que ellos llamaban la “incubatio” que no era otra cosa que dormir con el objetivo de producir sueños. Al despertar, relataba su sueño a alguno de los sacerdotes del templo, conocidos como latromantis, una especie de chamanes capaces de interpretar el significado de las narraciones oníricas, traducir sus símbolos y dar con la solución a los males del soñador.

 Algunos se curaban, muestra de ello es la cantidad de relieves votivos que se han encontrado en las diversas casas de sueños, en estos relieves aparece tallada en piedra la parte del cuerpo curado, -una pierna, un ojo, un brazo-, y se agradece a  Asclepio, el dios de la medicina al que estaban consagrados estos templos, el servicio prestado. Los que no se curaban tampoco se molestaban demasiado, lo atribuían a los designios divinos o consideraban, al igual que ahora, que la medicina no es una ciencia perfecta y seguían su camino arrastrando la pierna pocha o lo que fuera que tuvieran defectuoso.

Algo de trampa o ,digamos mejor de astucia, había en este asunto de la curación durmiente y es que a los enfermos muy graves o con riesgo de morir no les dejaban pasar a los templos. Ya sabían ellos que en determinados casos sanar era imposible y eso hubiera desprestigiado el buen hacer del dios Asclepio y los métodos de sus esotéricos sacerdotes, precursores de Freud y Jung.

A este dios  se lo representa con un bastón en el que lleva enrollada una serpiente. Los griegos gustaban mucho de enrollar sierpes a lo que fuera, tanto para simbolizar lo bueno, como es este caso, como para lo malo, como ya se ha visto en otros aderezos serpentinos cuyo fin era aterrorizar o repugnar.

Dentro de los cuartos del templo destinados a la incubatio, estos reptiles recorrían sinuosos el suelo mientras el durmiente hilaba sus sueños. Cómo es que lograban dormirse con esa compañía es algo que no me explico.

Asceplio era hijo de Apolo y de Coronis (nombre que no  trae muy buenas asociaciones pero no creo que tenga nada que ver),  fue educado por un centauro llamado Quirón quien le enseñó a reconocer y emplear plantas medicinales. No es lo mismo haber tenido como profesor de ciencias naturales a un señor llamado Abelardo, pongo por caso, por muy simpático y buen docente que sea, que al centauro  Quirón. Pero que ni punto de comparación. Tanto aprendió Asceplio de Quirón que, con el tiempo,  no solo curaba a los enfermos sino que también resucitaba a los muertos,  pero esto fue antes de morirse él mismo, luego ya perdió esa capacidad.

Así, más o menos, sucedió: a Zeus (qué cargante me resulta el jefe) no le estaba gustando tanta resurrección, le trastocaba su organización y estaba dejando el  inframundo más despoblado que El Matarraña (pueblo de Teruel). Mientras, en el sector de los vivos, encontrar vivienda empezaba a ser un problema y había que caminar dando codazos, entre otras muchas y variadas molestias derivadas de la aglomeración.  Además, si seguía perdiendo personal, Hades, el dios de los muertos se iba a enfadar por falta de competencias y Zeus no quería líos con su hermano de los barrios bajos.  Así que cortó por lo sano, sacó uno de sus rayos y se lo lanzó a Asceplion que murió. Electrocutado, supongo.

 Una vez muerto no se supo resucitar a sí mismo ni a nadie más, el que se moría ya era para siempre y sin remedio, como siempre había sido. Vuelta al orden, al equibrio entre la vida y la muerte y  se acabó el desmadre. Otra cosa es que se pudiera retardar el momento, en eso sí seguía siendo eficaz el señor de la serpiente enrollada en un bastón.

Para ayudarle contaba con su familia. Su mujer, Epíone, calmaba el dolor, su hija Higea se dedicaba a la prevención,  descargando así de trabajo a su padre, su otra hija, Panacea, repartía tratamientos a cual mejor, otro de  sus hijos, Telesforo, se encargaba de supervisar la convalecencia y los otros dos, Macaon y Podalirio eran expertos cirujanos.

Me resultan bastante curiosos los sacerdotes intérpretes de sueños de los Ascepliones, o lo que de ellos se cuenta. Algunos, como Hermótimo, Abaris o Aristeas, podían abandonar su cuerpo mientras dormían, lo dejaban tan ricamente acostado en la cama y se iban a dar vueltas por otros lugares no terrenales hasta que se cansaban de vagabundear y regresaban a sus fundas. De Abaris se dice que volaba por el mundo subido en una flecha, que curaba enfermedades mediante cánticos y que libró al mundo de una plaga. Ya podría resucitar y darse una vuelta por aquí a lomos de su flecha mágica.

Mejor jamón que acelgas

Los humanos siempre nos estamos haciendo preguntas, algunas transcendentales como ¿para qué he nacido o qué sentido tiene esta vida mía?, otras más mundanas como ¿elijo ciencias o letras, Netflix o HBO? Y otras de lo más cotidianas ¿qué me pongo? Puede que para resolver algunas de nuestras dudas o indecisiones recurramos a google o algún otro buscador, que los hay aunque parezca mentira,  y dejemos caer un ¿qué pasa si…?   “Si no pago una multa, si una universidad se incendia, si te mueres”, son las primeras consultas que me han salido con esa introducción.  Si  la pregunta comienza con  ¿qué hago..? las dudas más consultadas son, ¿qué hago con mi vida, qué hago  si me aburro, qué hago para cenar, qué hago si estoy embarazada o qué hago si he estado en contacto con un positivo en covid. (que a esta alturas no lo sepan todavía…)

Como no hemos cambiado tanto por muchos siglos que hayan pasado, más o menos lo mismo les pasaba a los antiguos griegos. Ellos también dudaban, querían orientación antes de decidir para no equivocarse y anhelaban  saber más de lo que sabían de esta vida y su sentido en ella.   Internet y buscadores  no tenían, pero sí adivinos  a montones y unos cuantos oráculos.

Los adivinos utilizaban métodos muy variados para sacar sus conclusiones, algunos eran tan poéticos como escuchar el sonido que hacía el viento agitando las ramas de los árboles o detenerse a mirar el vuelo de los pájaros y luego estaban los  gore, también muy utilizados,  que consistían en degollar a un animal y observar sus vísceras, en especial el hígado les daba muchas pistas sobre los designios de los dioses.

Oráculos también había muchos, el más famoso y potente era el de Delfos, consagrado al dios Apolo y considerado el centro del mundo o su ombligo. El mito cuenta que Zeus puso a volar dos águilas desde los dos puntos opuestos del Universo y que allí donde se juntaran, ese era el centro. Resultó ser Delfos, mira por dónde. A Delfos acudían  particulares de todo rango social, siempre que pudieran pagar sus tasas ya que la adivinación no era gratuita, pero  también pedían consejo e inspiración ciudades enteras, sobre todo para decidir sobre cuestiones políticas o de organización.

La encargada de ponerse en contacto con la divinidad era la sibilia o pitia, ayudada por unos sacerdotes que traducían como buenamente podían las respuestas.  La pitia estaba sentada sobre una banqueta de tres patas, (qué incómoda estaría), unos humos ascendentes comenzaban a envolverla, entraba en trance y hablaba. En el siglo XX unos arqueólogos descubrieron que el Oráculo de Delfos estaba situado sobre unas fallas y por debajo  encontraron etileno, un psicoactivo que altera las percepciones y el ánimo. De ahí, tal vez, el trance de la sibilia que más que iluminación mística era un colocón en toda regla. O a lo mejor todo era una puesta en escena de lo más lograda.

Las respuestas del oráculo eran ambiguas, el que las recibía se las ajustaba como mejor le parecía, esto a veces beneficiaba al consultante y otras le perjudicaba. Un ejemplo es lo que le ocurrió a  Creso, el último rey de Lidia. Cuenta Herodoto y también Ciceron en “sobre la adivinación” que este rey consultó al oráculo para saber cuál era el momento más adecuado para invadir el territorio persa. El oráculo le respondió, más o menos esto, ”Creso, si cruzas el río Halys, (hace frontera entre Lidia y Persia) destruirás un gran imperio” El rey, de alta autoestima,  interpretó el vaticinio a su favor, suponiendo que se refería a los persas pero el imperio que se destruyó fue el suyo y Lidia pasó a poder de los persas.

Se puede sospechar que este lugar no era más que un negocio muy fructífero manejado por unos cuantos que sabían aprovecharse de  esta necesidad tan humana de reducir al mínimo la incertidumbre, a ser posible consultando a otros para no tener que pensar ni decidir. Y sí, seguramente tuvo algo o mucho de negocio. Lo que hay que admitir es que tampoco engañaban del todo a los consultantes pues en el frontón del templo estaba escrita la máxima “conócete a ti mismo” que luego desarrollarían tantos filósofos griegos y se instaba al consultante a que antes de entrar a marear a la pitia con sus preguntas investigase en su interior donde de verdad encontraría las respuestas.

Imaginad que ponéis en google, ¿qué pongo de cena? y te contesta, “primero conócete a ti mismo y averiguarás que mejor jamón que acelgas, so pesao”.

Y todo por salir a dar un paseo

Un hombre normal y corriente se estaba dando un paseo por el bosque, en los alrededores del monte Cilene. Iba observando el paisaje y pensando en sus cosas, algunas veces la contemplación del panorama le borraba sus propios pensamientos y otras era su mente la que le apartaba del entorno. Esta vez algo externo llamó su atención, dos serpientes se estaban apareando en mitad del camino. El caminante, de nombre Tiresias, las separó con su bastón. Al darles el golpe para romper la unión mató a la hembra y en ese mismo instante dejó de ser un hombre para transformarse en mujer.

No sé si este cambio repentino de sexo le agradó mucho o poco o le resultó indiferente, tampoco sé cómo se lo explicaría a su familia al regresar a casa ni cómo reaccionaron ellos, de todo esto no habla el mito. Lo que sí dice es que  pasó siete años siendo mujer, cambió algunas de sus costumbres pero mantuvo la de pasear  por el bosque del monte Cilene. Al cabo de esos siete años, en  uno de esos paseos, volvió a encontrarse con dos serpientes en plena cópula y repitió la gracia de separarlas. Sucedió lo mismo que la vez anterior pero a la inversa, se transformó en hombre.

Mientras tanto, en el Olimpo, los dioses se aburrían con tanto tiempo por delante y por detrás, así que discutían mucho y polemizaban por todo. Zeus le estaba diciendo a Hera, ¿quién crees tú que siente mayor placer sexual, el hombre o la mujer? Yo digo que la mujer. Pues no Zeus, es el hombre. Que te digo yo que no, que sois vosotras. Te equivocas, chato, sois los hombres. Eres una cabezota, Hera. Y tú siempre quieres ganar todas las discusiones, no te digo…mira, por ahí abajo pasa Tiresias que vuelve de su paseo, vamos a preguntarle a él, ya que ha sido hombre y mujer.

Tiresias dijo sin dudar que era la mujer la que sentía mayor placer sexual, como diez veces más, añadió. La respuesta no le gustó nada a Hera, ya se sabe que los dioses tenían muy mal carácter, sintió que había desvelado un secreto que ella, por el motivo que fuera, prefería tener guardado. Por eso, vengativa la señora, castigó a Tiresias con la ceguera. Zeus, para contradecir a Hera una vez más o por compensar al pobre hombre, le dio a cambio el don de la videncia y le otorgó una vida mucho más larga que la del resto de los mortales.

Otra vez Tiresias a dar la sorpresita en casa, “hola, familia, esta vez no veo, me he quedado ciego, pero al mismo tiempo veo lo que está oculto, soy vidente, ¿cómo se os queda el cuerpo?”

Pero, ¿eres hombre o muje?, le preguntaron sus hijas.

Lo que a mí me vaya dando la gana sobre la marcha, les contesto Tiresias tanteando la puerta para no darse un golpazo.

Le había cogido el gusto a no quedarse siempre anclado en la misma identidad de género y se cambió de sexo por voluntad propia unas cuantas veces más.

Ejerciendo sus dotes de adivino aparece en muchas de las epopeyas y tragedias griegas. Una de las más impactantes es Edipo Rey, donde tuvo que jugar un papelón nada agradable.

La ciudad de Tebas estaba siendo arrasada por la peste y, como era la costumbre, para saber las causas no mandaron a un grupo de científicos a investigar los posibles orígenes allí donde se produjo el primer caso, sino que fueron a preguntar al oráculo de Delfos, el google para todo de la antigüedad.

 Oráculo, oraculito, ¿quién es el responsable de esta plaga tan horrible?

El oráculo dijo: esto se debe a un problema moral que tenéis sin resolver, el asesino del rey Layo no ha sido detenido ni condenado

¿Y quién es el asesino, oráculo, oraculito?

Yo ya no digo más que bastante he dicho ya, contestó, muy cuco, el oráculo. Preguntad a un adivino que para esto están.

Y aquí entró en acción Tiresias. Edipo, rey de Tebas, lo llamó  a su palacio para que le desvelara el nombre del culpable. Al principio, el adivino se escaqueó como pudo pues sabía que la verdad era demasiado fuerte para ser revelada, pero ante la insistencia de Edipo, habló.

Eres tú, Edipo, el asesino del rey Layo y además tengo que decirte que igual que mataste a tu padre sin saber lo que hacías,  te has casado con tu madre.

Ante semejante noticia Edipo se enfurece, llama ciego a Tiresias, niega lo que está oyendo y lo expulsa del palacio aunque, ya a solas, medita, comprende toda la verdad y se arranca los ojos con los broches del vestido de su mujer y madre. Tremendísimo culebrón.

Aun así, Sófocles, su autor, se atreve a escribir, “ayudar a los demás con lo que uno sabe es el más dulce de los trabajos”. No es por contradecir a Sófocles, cierto que es necesario conocer la verdad o dársela a conocer a otros, pero el proceso no siempre es dulce y sí más bien amargo.

En una de las obras de Luciano de Samosata, “Menipo o la nigromancia” le preguntan a Tiresias, ¿cuál es la mejor manera de vivir? Y él responde que hacerlo como un individuo corriente. Muy corriente no fue la vida de este hombre mujer, el ciego que todo lo veía.