Vengativas y sin piedad, así eran las tres hermanas Erinnias. Su misión: perseguir a los culpables de crímenes, atormentarlos, volverlos locos y no concederles ni un momento de paz. Tanto las temían los antiguos griegos que no se atrevían a llamarlas por su nombre verdadero, no fuese que se ofendieran y se desatara su cólera, y lo sustituyeron por otro de significado contrario. Por eso también se las conoce como las Euménides o Benévolas y en plan ya más pelota, venerables diosas. Todo por evitar su ira y su rabia. En la mitología romana, por lo visto más valientes, no se andan con tanto remilgo y las denominan las Furias o las Terribles.
Si el nacimiento de uno influye sobre cómo será después, no es de extrañar que estas tres fueran tan cariñosas, comprensivas y simpáticas. Crono, harto de la maldad de su padre Urano que, solo por fastidiar, no dejaba salir a los hijos del vientre de su mujer, Gea, le cortó los genitales y los lanzó por ahí, lo más lejos posible. Algunas gotas de sangre cayeron sobre Gea, y de esa mezcla de sangre y tierra nació este trío. Se las considera divinidades del inframundo por oposición a las deidades celestes.
Recuerdan un poco a las Harpías, también son tres, no tienen buena cara y cuando se aparecen no es para entretener ni alegrar a nadie, pero hay entre ellas una diferencia sustancial. Las Harpías hacían maldades porque sí, por sádico disfrute, las Erinnias no, ellas solo incordiaban si había un motivo que castigar. Ejercían un cierto tipo de justicia primitiva, más parecida a la venganza, ya que no atendía a razones ni a la razón.
Son Alecto, la implacable, encargada de castigar los delitos morales, Megera, perseguidora de los infieles y traidores y Titífone , que vengaba los asesinatos o delitos de sangre.
Para no perder las buenas costumbres llevaban serpientes enroscadas en los cabellos, (ya se sabe que cuando querían poner a alguien feo o terrorífico este truco siempre funcionaba), portaban látigos y antorchas encendidas, apagadas no hubiera tenido sentido, y de sus ojos manaba sangre en lugar de lágrimas. A veces también se las representa con alas de pajarraco o de murciélago pegadas a cuerpos de perro y ya tienes a las tres beldades dadivosas, alabadas sean por siempre jamás.
Vivían en el Érebo, la oscuridad, la negrura o sombra que llenaba todos los agujeros del mundo. (Ya intuían la materia oscura los griegos, ¡qué genios!) Solo se personaban en la tierra para castigar a los criminales. Como de criminales nuestro mundo siempre ha estado bien surtido me parece a mí que estas tres no estaban mucho en el Érebo, pobrecillas, cuánta trabajera, todo el día apatrullando la tierra cual míticas Torrentes.
Eran justas pero no se conmovían ante nadie ni intentaban comprender los motivos de las malas acciones, desconocían el perdón, como en las películas del oeste, el que la hacía, la pagaba. Ningún rezo, ruego, sacrificio o petición desesperada las inmutaba ni les hacía variar de idea, de los atenuantes no querían ni oír hablar. Atormentaban a los que habían hecho el mal persiguiéndoles incansables con sus voces gritonas y estropajosas, recordándoles una y otra vez, de noche y de día, su crimen, hasta hacerlos enloquecer. Como sacrificio se les ofrecían lo que para ellas eran manjares: ovejas negras y libaciones de nephalia, miel con agua.
En el ciclo de la Orestiada de Esquilo aparecen en la última tragedia, las Euménides, en la que se describe el acoso que de estas tres recibe Orestes por haber matado a su madre, Clitemnestra. Dicho así parece que Orestes se lo merecía pero hay que tener en cuenta que estaba vengando a su padre, Agamenón, que a su vez había sido asesinado por su mujer y el amante de ésta. Un lío de cuidado.
En este caso intervienen los dioses, se celebra un juicio y se falla a favor de Orestes, pero no era lo habitual, las Simpáticas no perdonaban a nadie, incluso seguían persiguiendo y atormentando a los que consideraban culpables más allá de sus vidas, ni muertos se las quitaban de encima.
Pueden ser estas tres un símbolo del sentimiento de culpa que tortura al que ha cometido un acto atroz sea o no castigado por la justicia. Lo que ocurre es que no todos los criminales poseen ese sentimiento, algunos tienen cerebros de verdad benévolos que se encargan de borrar de su memoria el mal cometido permitiéndoles vivir en paz o de hacerles creer que estuvo bien lo que mal estuvo.
En estos casos no sería mala idea que las tres hermanas negras despeinadas, como las llama en una de sus composiciones Garcilaso de la Vega, se acercaran a esas cabezas despreocupadas y bien pegadas a sus oídos aullaran con sus terribles voces. No digo yo que eternamente, no quiero ser Erinnia, pero sí, al menos, por un buen rato durante unos cuantos días o meses o hasta años.