La abuela gorda y la abuela flaca se mecen debajo del porche. Delante de ellas zumban los abejorros, estallan en colores las hortensias, juegan los niños a dar vueltas con las bicis en torno al castaño enfermo, se esconde la perra Luna debajo de una mesa.
La abuela gorda se mece y se abanica, tiene calor. La abuela flaca se acurruca en su chaqueta huyendo del aire que levanta el abanico de la otra. La abuela gorda se mece y se ríe satisfecha, la flaca encoge la piernas porque no le gusta enseñar sus palos secos.
Falta media hora para la comida. La abuela gorda ha ido ya dos veces a la cocina a olisquear el guiso, a morder una punta de pan, a probar la salsa con la cuchara y ya se está relamiendo. La abuela flaca ha pasado junto a la ventana de la cocina y se ha tapado la nariz con el pañuelo que lleva siempre dentro del bolsillo de la falda.
La abuela gorda termina rápido su ración y pide repetir pero no le dejan, se enfada. La abuela flaca trocea la comida, dibuja formas, organiza diseños en su plato, mastica y mastica y mastica y una bola de comida se le atraganta.
Después de comer vuelven al porche, a las mecedoras. La abuela gorda se queda dormida en la sombra y sueña que es flaca, que tiene frío, que lleva chaqueta. La abuela flaca, que nunca consigue dormir la siesta, pone las piernas al sol, le gusta sentir el calor ardiente de las cuatro de la tarde y contempla con envidia el plácido sueño de la abuela gorda. Los niños han encontrado a la perra Luna y la están tirando por el tobogán.
(Cuaderno de doña Marga)