Creía yo que lo que buscaba Rosi el pasado atardecer por el desmochao eran materiales para una nueva creación artística, pero no, me equivoqué, lo que andaba buscando en penumbras y con los primeros murciélagos dando tumbos por el cielo era al propio Arte, con mayúsculas. Al parecer, tras una temporada de llamadas continuas y constantes, tras una temporada que hasta se podría considerar de acoso artístico, sin dejarla hacer sus trabajos cotidianos, perturbando su sueño y teniéndola completamente absorbida y hasta abducida, el muy desgraciado (son sus propias palabras) ha desaparecido y ni llama ni se presenta de noche ni quiere saber nada de ella.
-Estoy desesperada y puede que me quede corta, siento un vacío, un descoloque, un no saber qué hacer con mi vida misma que, de verdad, esto no se me hace. Vengo cada día y cada noche al desmochao porque aquí fue donde me llamó la primera vez hace ya…¿cuatro años hará?, por ahí, por ahí. Lo recuerdo a la perfección, estaba paseando al perro que no tengo, es decir, paseándome a mí misma con cierto sentimiento de culpa porque, ¿quién pasea hoy en día tan tranquilamente y sin pulsera que te cuente los pasos? Es raro, lo sé. Estaba haciendo el raro, lo admito. Buscaba un poco de silencio porque tantas horas en la peluquería escuchando la cháchara de la gente me pone toda loca, me buscaba a mí misma entre los hierbajos estos y entre las basuras y también miraba hacia el suelo porque un día me encontré un billete de veinte euros y qué bien me vino, guapas, es un decir.
El caso es que oí con toda claridad, pero meridiana la claridad, una voz de fumador que me decía, “Rosi, agarra ese tetrabrik de vino y crea, que tú puedes”. La verdad es que me dio un poco de asco porque estaba bastante pegajoso pero hice caso y en un momento, casi como por magia, tenía una lámpara. Me entró un subidón… y desde ese día, un no parar. Podría ponerme a enumerar la cantidad y cantidad de objetos artísticos que han salido de aquí pero no quiero abrumaros ni que os entre complejo. No tengo mérito, el Arte me vino a buscar. Lo que no entiendo es este abandono repentino, es que yo ya no puedo vivir sin él, me aburro muchísimo sin el Arte, se me hacen los días eternos, no les encuentro el sentido ni la gracia.
Y dicho todo esto de carrerilla y casi sin respirar, se sentó en una piedra y se echó a llorar.
Anda, dijo, Petronila, (desde que lee no hay quién la aguante), como la Elisabeth Smart, solo que en vez de en Gran Central Station, en una piedra de un descampado madrileño. Se refería mi prima a un famoso libro poético titulado, “En Gran Central Station me senté y lloré”.
Pero no llores, Rosi, mujer, traté de consolarla, si el Arte solo ha dejado de venir un par de días, hace nada estabas con el ciervo ese tan, tan, tan original, no te sofoques que volverá. Además, ten en cuenta que si te pones así, posesiva y controladora, vas a provocar el efecto contrario, déjalo libre.
No me da la gana, dijo ella limpiándose los mocos con la manga de la chaqueta, voy a mirar fijamente a ese árbol y a concentrarme mucho y este vuelve. Cuando era una jovencilla es lo que hacía mirando fijamente al teléfono para que llamara el que me gustaba, “llama, llama, llama, le decía mi pensamiento con toda la fuerza que da la concentración en el punto medio de la frente o tercer ojo”.
¿Y te funcionaba?, le preguntó Petronila, porque si es que sí, podría hacer lo mismo o parecido con mis hijas Hildergarda y Cunegunda mirando fihamente las puertas de sus cuartos, “dejad de tocarme las narices, dejad de tocármelas…”
Pero no pudimos saber si le había funcionado o no porque en ese momento vimos acercarse a una figura masculina, alta y desgarbada, vestido con unos extraños calzones que le llegaban por debajo de las rodillas, corría con muy mal estilo y también resoplaba, ¡Ceferino haciendo el runner!
¡Qué raro y qué mal trota!, es tan apuesto en su estilo…dijo por lo bajillo Rosi dejando de mirar el árbol y olvidándose por un instante de la desaparición del Arte. Después suspiró como si se quisiera vaciar por dentro y puso de nuevo la vista en el árbol.
Curioso, pronunció Petronila rascándose la coronilla, el libro de la Smart trata de un apasionado amor infiel, ¿suspirará Rosi por el Arte o por…? Buah, y a mí qué, ¡que les den morcilla!