Desde que el paquete con la Misteriosa llegó a su vida, lo primero que hace Petronila cada mañana es mirar por la ventana y comprobar, con disgusto y desconcierto, que el mundo sigue a su bola. Si el disgusto y el desconcierto son mayores de lo que puede soportar, me llama para contármelo, como ayer.
-La luna está en su sitio, el sol está en el suyo, las aceras estiradas, las farolas tiesas, los perros hacen sus necesidades y marcan territorio, los niños van al colegio, los adultos con trabajo van a trabajar, los coches van a su atasco, los autobuses a su carril bus, los pájaros vuelan de árbol en árbol, los árboles tan tranquilos como de costumbre, los viejos van al centro de salud o a marear por las rebajas, los taxistas a la huelga, los…
Ahí la tuve que cortar para que no siguiera con la crónica insulsa de la mañana, ya había entendido que el día estaba en marcha, que el botón nuclear todavía no ha sido pulsado y que los seres de otras galaxias siguen sin hacernos la visita.
-Escúchame, por favor, te llamo para que sepas que me siento muy desesperada porque todo está en su lugar menos yo, he sido expulsada de la corriente general y desde la ventana, miro. Es lo único que puedo hacer, mirar ese decorado del que ya no formo parte. Estoy en los márgenes, marginada. Nunca antes le había visto utilidad a una ventana como no fuera la de dejar pasar la luz o la de ventilar pero ahora no podría vivir sin ella aunque al mismo tiempo la odio, quisiera saltar a su través y salir por patas. Hablando de salir por patas, no desprecies tu nueva misión. Ya sabes lo que decía Eduardo Galeano, «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo»¿Ya estás es Sol?
Sí, sí -mentí- , justo al lado de la estatua del oso y el madroño. Qué ambientazo manifestante hay por aquí. Te voy a tener que dejar, que me arrolla la muchedumbre, hay mucho ruido, me roban la cartera y se me va la cobertura. Todo a la vez. Ciao.
Fue ver mi cara de mentirosa reflejada en la cafetera y al momento llegaron ellos, los animalejos punzantes y rabiosos, para recriminarme, «¿cómo puedes ser tan falsa y egoísta?»
Ay, vale, remordimientos, que ya salgo a la calle. Son más insistentes que la propia Petronila. Al metro que me fui, pero sin pancartas, por ahí sí que no paso.
En el interior del vagón, mientras contemplaba las caras de los pasajeros, todos ellos con la testa cabizbaja en dirección sus móviles, (en breve los terráqueos nacerán ya con chepa y papada como modo de adaptación al medio) pensé que la humanidad de cerca no me gusta demasiado.
Por no ver tan crudamente sus defectos y porque soy parte de ella y no estoy libre de pecado, saqué mi móvil, incliné mi cabeza cual sierva contemporánea y dejé que los algoritmos me llevaran por donde ellos creen que más me conviene.
Decidieron que me conviene saber que se casan Rafa Nadal y Xisca, las mejores ofertas de Lidl para la semana, la unión de Venus y Júpiter en el cielo al amanecer y cómo realizar estiramientos de la fascia lata. Con todo ese revoltijo mantuve atontado al cerebro, así no se subleva, hasta llegar a la estación de Sol, donde me bajé, ahora de verdad.
Y como los preliminares me han quedado un poco largos, tendré que dejar para otro día los tremendos sucesos que allí acontecieron.
Bueno, vale, tampoco tanto.