Mes: enero 2019

Dirección Sol

Desde que el paquete con la Misteriosa llegó a su vida,  lo primero que hace Petronila cada mañana es mirar por la ventana y comprobar, con  disgusto y  desconcierto, que el mundo sigue a su bola.  Si el disgusto y el desconcierto son mayores de lo que puede soportar, me llama para contármelo, como ayer.

-La luna está en su sitio, el sol está en el suyo,  las aceras estiradas, las farolas  tiesas, los perros hacen sus necesidades y marcan territorio,  los niños van al colegio, los adultos con trabajo van a trabajar, los coches van a su atasco, los autobuses a su carril bus, los pájaros  vuelan de árbol en árbol, los árboles tan tranquilos como de costumbre, los viejos van al centro de salud o a marear por las rebajas, los taxistas a la huelga, los…

Ahí la tuve que cortar para que no siguiera con la crónica insulsa de la mañana, ya había entendido que el día estaba en marcha, que el botón nuclear todavía no ha sido pulsado y que los seres de otras galaxias siguen sin hacernos la visita.

-Escúchame, por favor,  te llamo para que sepas que me  siento muy desesperada porque todo está en su lugar menos yo, he sido expulsada de la corriente general y desde la ventana, miro. Es lo único que puedo hacer, mirar ese decorado del que ya no formo parte. Estoy en los márgenes, marginada. Nunca antes le había visto utilidad a una ventana como no fuera la de dejar pasar la luz o la de ventilar pero ahora no podría vivir sin ella aunque al mismo tiempo la odio, quisiera saltar a su través y salir por patas. Hablando de salir por patas,  no desprecies tu nueva misión. Ya sabes lo que decía Eduardo Galeano, «mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo»¿Ya estás es Sol?

Sí, sí -mentí- , justo al lado de la estatua del oso y el madroño. Qué ambientazo manifestante hay por aquí. Te voy a tener que dejar,  que me arrolla la muchedumbre, hay mucho ruido, me roban la cartera y se me va la cobertura. Todo a la vez. Ciao.

Fue ver mi cara de mentirosa reflejada en la cafetera y al momento llegaron ellos, los animalejos punzantes y rabiosos, para recriminarme,  «¿cómo puedes ser tan falsa y egoísta?»

Ay, vale, remordimientos, que ya salgo a la calle. Son más insistentes que la propia Petronila. Al metro que me fui, pero sin pancartas, por ahí sí que no paso.

En el interior del vagón,  mientras contemplaba las caras de los pasajeros, todos ellos con la testa cabizbaja en dirección sus móviles, (en breve los terráqueos nacerán ya con chepa y papada como modo de adaptación al medio)  pensé que la humanidad de cerca no me gusta demasiado.

Por no ver tan crudamente sus defectos y porque soy parte de ella y no estoy libre de pecado, saqué mi móvil, incliné mi cabeza cual sierva contemporánea y dejé que los  algoritmos me llevaran por donde ellos creen que más me conviene.

Decidieron que me conviene saber que se  casan Rafa Nadal y Xisca, las mejores ofertas de  Lidl para la semana,  la unión de Venus y Júpiter  en el cielo al amanecer y cómo realizar estiramientos de la fascia lata. Con todo ese revoltijo mantuve atontado al cerebro, así no se subleva, hasta llegar a la estación de Sol, donde me bajé, ahora de verdad.

Y como los preliminares  me han quedado un poco largos, tendré que dejar para otro día los tremendos sucesos que allí acontecieron.

Bueno, vale, tampoco tanto.

 

¡Grita! , tú que puedes

Si el orden de una casa refleja el de la mente de su poseedor, Petronila está como una regadera. Pero si el desorden  lo que  refleja es una pensamiento de altas miras que sobrevuela las nimiedades cotidianas, Petronila se merece un premio Nobel. En qué categoría, no lo sé todavía.

Con los pies, (a patada limpia),  iba apartando cosas esparcidas por el pasillo, trazando así un camino por el que poder transitar. Por ese sendero fuimos mientras ella se excusaba, “esto han sido los gatos, no los puedo dejar solos porque mira tú”.

Tiene dos gatos machos, o tenía, ahora lo que tiene son dos gatos eunucos. Según ella, no ha quedado más remedio,  ha sido por su bien, para evitarles riesgos, todo el que tiene mascotas lo sabe. Pero a mí, que no tengo,  me parece una crueldad. Los gatos me  dan alergia, así que cuando voy los encierra en un cuarto. Ahí se quedaron los pobres castrati, tras la puerta, arañándola.

En este armario está el regalo que te voy a dar, me dice muy ceremoniosa. Me hizo pensar en nuestra abuela que cada cierto tiempo nos convocaba a todas las nietas para hacer el reparto de su joyero. Sacaba con mucho teatro las cuatro joyas que tenía y nos las iba entregando con parsimonia y cara de «más generosa no puedo ser ya, bonitas, tenéis una abuela que no os la merecéis». A la media hora  echaba muchísimo de menos sus riquezas y  nos perseguía para que se las devolviéramos. El joyero regresaba a su cajón, lleno de nuevo,  hasta el próximo arrebato  ( corto) de desprecio por lo material.

Se lo recordé: a ver si vas a tener el gen de la abuela que primero nos daba y al rato nos quitaba, lo que me des que sea de verdad.

De verdad va a ser, pero si más adelante lo puedo usar porque me recupero, te lo pediré,  es como un préstamo, dijo abriendo el armario y provocando un alud. Todo lo que allí había, y había mucho, escapó en tromba de su encierro: una escalera, un tendedero pleglable,  abrigos variados, mochilas, zapatillas de correr,  un saco de dormir,  una taladradora y unos palos con unos trapos enrollados.

Atrapó al vuelo dos de esos palos y me los colocó amorosamente sobre los brazos como si quisiera que los acunara.

Este es tu regalo, te estoy pasando el testigo, ¿te emociona? Confío en que no te comportes como cuando éramos pequeñas y jugábamos a carreras de relevos, siempre te caías y perdíamos por tu culpa. Nada de caerse que esto es serio. Tengo muchas más pero te doy estas dos al azar para que vayas empezando.

Por si todavía no lo has adivinado son mis queridas pancartas, quiero que ocupes mi lugar en el activismo social. También te he preparado un calendario de manifestaciones y protestas. La primera la tienes mañana a las once en la puerta del Sol. Es para reclamar la renta mínima.

Y por favor, por favor,  no repitas esa conducta tan tuya de irte a mitad del juego y ponerte a perseguir mariposas, a  oler flores  o a abrazar árboles. Tienes que involucrarte, llegar hasta el final,  formar parte. Hazlo por mí, hazlo por el mundo. Y si algo se tuerce, no llores. Ahora, adiós, la Misteriosa me está diciendo que me quede quieta en el sofá, que me tome un analgésico y que lea poesía.

Ya voy, Misteriosa, ya voy. Gatos,  os libero, que mi prima la alérgica ya se va.

Mucho os libero pero bien que los ha capado, si eso es liberar que baje el dios gatuno y lo vea.  Ya en la calle Bremen, no muy emocionada, me senté en  una pequeña plaza y desplegué las pancartas para ver qué mensajes iba a tener que portar en beneficio del mundo.

Es muy grande el mundo y me da miedo, ahora que mi prima no me oye.

El primero decía, “dignificación de esta profesión”. Muy genérico,  vale para todas, a ver qué trabajo no necesita ser dignificado.  El otro era más expresivo y bastante más concreto.   Unas letras muy grandes y de color rojo gritaban más que decían «estamos hasta las tetas de haceros las croquetas».

Qué vulgarcita me has salido, prima Petro.

Desde su peluquería, Rosi levantó el pulgar no sé si en señal de adhesión al mensaje  o porque tenga ella ese tic nervioso.

Enrollé de nuevo las pancartas y  me encaminé hacia donde la luna me quisiera llevar, que fue la boca de metro más cercana

En ella me metí cual si fuera la del lobo con muy pocas  ganas de hacer lo que Petronila me había encomendado, más me apetecía hacer lo que le había encomendado a ella la Misteriosa.Tenía la esperanza de que, al igual que nuestra abuela, se arrepintiera  y me pidiera que le devolviera  su cutre regalo.

En casa las metí debajo de la cama y me puse a hacer la cena. Croquetas no, me dio no sé qué.

Un mensaje de guasap interrumpió mis  artes culinarias: «no te olvides, mañana a las once y media en la Puerta del Sol  ¡Grita!, tú que puedes.

Con lo que odio gritar y la Puerta del Sol. Ya veremos, Petronila.

 

 

 

El paquete equivocado

Voy a tener que darle la razón a  Petronila, el «todo llega» no es más que una frase hecha. Todo no llega, al menos no todo lo que queremos que llegue ni a su debido tiempo. El encargado de  los repartos se distrae mucho por el camino y para cuando recibes el paquete ni te acordabas de que lo habías pedido y lo más seguro es que  ya no te interese. Eso por no mencionar la de veces que se equivoca entregando envíos no requeridos, muchos de los cuales no solo no  quieres sino que te disgustan o hasta repugnan.

Mi prima, por ejemplo, lleva gran parte de su vida esperando una revolución en condiciones con la que cambiar el mundo. «No es locura ni utopía, es justicia», dice ella. También lo dice una pintada en un muro  muy cercano a su casa,  así que no sé si ha plagiado al muro o ha sido el muro el que ha plagiado a Petronila de tanto oírla al pasar. Porque antes de recibir el paquete equivocado pasaba mucho por ahí delante,  rumbo a toda protesta o manifestación que se convocara. Es que ni una se perdía.

En una de esas se hallaba cuando le cayó el regalo no solicitado. Dentro,  la enfermedad misteriosa. El caso es que entre el jaleo de gritos, palmas, batucadas y silbatos, escuchó una voz muy antipática que le decía, «a casita que llueve, Petronila». Un poco desconcertada miró hacia ese cielo de Madrid que de cerca parece puro azul,  pero que de lejos es un borrón marronoso, y aunque no vio a nadie, contestó por si acaso, «¿tú eres idiota o te lo haces?, ni llueve ni me pienso ir a casa. Sa-ni-dá-pu-bli-cá-nosevende sedefiende».

Al terminar de decir «sedefiende», la Misteriosa utilizó  otro tipo de lenguaje más  violento y contundente. A Petronila no le quedó más remedio que doblegarse ante el dolor y se arrastró hasta la calle Bremen con su pancarta de retirada barriendo el sucio suelo.

Pero antes  de confinarla de forma definitiva, la Misteriosa se le apareció más veces, todas ellas mientras estaba entre gentíos protestando a los gritos pelaos por alguna justa y necesaria causa. En todas las ocasiones oyó la misma vocecilla odiosa, “a casita que llueve” y después, para que viera quién mandaba,  le arreaba  una buena dosis de dolores surtidos.

La última de esas veces,  Petronila, derrotada ya, abandonó  la manifa (así las llama ella), pero antes de meterse en casa se dejó caer (literalmente) en “Ponte guapa”, la peluquería de su calle. Derrumbándose sobre uno de los sillones, le dijo a la peluquera Rosi, “córtame el pelo todo lo contrario a como ahora lo llevo y que sea rápido porque creo que me estoy muriendo”.

Ya, objetó  Rosi, sin apresurarse lo más mínimo, (no es mujer a la que le impresione la muerte súbita de ninguna clienta), pero es que lo llevas corto y todo lo contrario sería largo, de corto a largo no puedo pasar, me pides un imposible.

«No es locura ni utopía, es justicia social», contestó mi prima sin saber ya ni qué decía.

Vale, dijo Rosi, pues te pongo unas extensiones.

Desde entonces, Petronila ha pasado de ser una mujer  de pelo corto con un rostro rozagante y plena de salud y energía, a ser una mujer exactamente igual pero con el pelo largo y sin salud ni energía.

En la peluquería de Rosi hay un cartel que dice, “cuando una mujer se corta el pelo es que quiere cambiar de vida”

Ni lo uno ni lo otro me ha pasado a mí, dice mi prima. El pelo me lo he alargado y en cuanto a cambiar de vida, sí, pero  no ha sido queriendo, ¿te puedes creer que estoy tan desesperada que hasta leo poesía, como tú?

La verdad es que me cuesta creerlo,  más allá del “ito, ito, ito, que se caiga el pajarito”, en referencia al helicóptero que vigila las protestas o el «un bote, dos botes, corrupto que el que no bote»,  nunca había oído yo salir rima alguna de sus labios.

Y sin embargo, el otro día, en uno de nuestros paseos por el Desmochao, Petronila se sacó un libro de la manga del abrigo y me leyó este poema:

“Estás enferma, ¡oh rosa! El gusano invisible que vuela, por la noche, en el aullar del viento, descubrió tu lecho de alegría escarlata, y su amor sombrío y secreto consumió tu vida”.

Mira, Petro, solo un gradito, dije yo señalando los números rojos del alto edificio por desviar la conversación de tan siniestro poema agusanado.

Qué pocos, dijo ella, tengo frío y escalofríos.

Brliiii, bri  brlriiii, añadió uno de los mirlos.

Sube un momento a casa que te quiero hacer un regalo, me ofreció Petronila guardándose el libro  de nuevo en su manga.

Esta me va a dar la ropa que ya no se pone, qué bien, tan contenta subí en el ascensor haciéndome mis conjuntos mentales. Pero no era eso, no era eso lo que quería darme.

Mi prima Petronila (2)

La calle Bremen no le gusta a mi prima ni tampoco el barrio en el que está situada.
No sé por qué no te gusta, le digo cuando se queja, si tienes de todo. En la misma puerta una palmera, chuchurría, pero palmera al fin, un pino, también chuchurrío, para que haga juego con la palmera y un árbol de especie desconocida que da unos frutos amarillos, gordos y raros. No son limones. Es conocido como el árbol de los globos. En esta época del año está todo el suelo lleno de esos frutos despachurrados.
Petronila los odia, “qué asco me dan y el árbol me entristece, es como un artista muy prolífico pero de una obra inmunda, mira dónde ha acabado su producción, tirada por el suelo. La verdad es que se lo merecía”
Como Petronila padece una enfermedad que le impide trabajar y se cansa mucho, raras veces sale de su barrio, algunos días ni siquiera sobrepasa la calle Bremen. Si alguien la acompaña puede que llegue, impulsada por la conversación, hasta la calle Boston. Cuando voy a verla casi siempre llegamos a Boston y, después, para que descanse, entramos a tomar algo en un bar que se llama “El Mirador” y desde el cual no se ve nada excepto una pantalla enorme de televisión. Anteayer vimos mucho rato la cara de Emanuel Macron.

Sin embargo, por detrás de esas dos calles, sí hay panorama, un terreno baldío al que Petronila llama “el desmochao”, feo como él solo, pero donde viven algunos mirlos bastante agradables que siempre tienen algo que decirnos. Son mensajes cifrados y lanzados a tal velocidad que hemos sido incapaces de traducirlos. Yo creo que son mensajes importantes que nos pueden servir de guías en este momento de nuestras vidas en los que estamos un poco perdidas

¿Y cuándo no hemos estado tú y yo perdidas?, reflexiona ella apartándose el flequillo del ojo izquierdo. Detrás del desmochao se ve un edificio alto y moderno con una señal roja luminosa en su cima en la que se informa de la hora y la temperatura. Nos gusta que marque algo extremo, para poderlo comentar.

La enfermedad de Petronila es misteriosa, se diagnostica por descarte de otras enfermedades que no lo son. Si después de mucho analizar y estudiar comprueban que no tienes ninguna de las dolencias conocidas, pero los síntomas persisten, es que tienes la misteriosa. Me ha pedido que no precise para no ser conocida mundialmente como Petronila la de la «…», eso que tiene.

La suerte es que de la «…» no te mueres, pero la desgracia es que te da mala calidad de vida y también te provoca ganas de estrangular a otros, a muchos otros, y sobre todo a aquellos que no comprenden qué te pasa porque los síntomas, como la procesión, van por dentro, y sospechan que te lo estás inventando ya que tienes mejor cara que todos ellos juntos.

Es verdad, Petronila tiene un rostro rozagante como pocos.No conozco a ninguna persona de rostro tan rozagante como el de mi prima Petronila.

Y aquí me he detenido para no superar la extensión requerida por el taller literario. He puesto rozagante al final para que el profesor vea que mi vocabulario es rico y tal. Me estaba imaginando que me iba a hacer una crítica demoledora del texto pero que al final me diría, “menos mal que has elegido la palabra rozagante para terminar, eso salva esta porquería de retrato donde apenas se ve al retratado». Nada de eso ha sucedido porque no he tenido ocasión de leerlo. Ni yo ni nadie. Luis Buñuel nos ha leído un texto suyo y luego otro y otro más. Quería jugar al juego, ¿de qué está hablando el autor?, pero en en vez de elegir a un autor cualquiera, se ha elegido a él mismo, ¡qué salao!

Por seguirle el rollo y porque todavía no nos atrevemos a montarle una rebelión en el aula, hemos dicho unas cuantas cosas, “habla del paso del tiempo, habla de la poesía, habla de la muerte, habla del amor, habla de su planta sansiveria”. Estaba disfrutando mucho con esa disección de sus propios escritos, mucho me temo que de eso va a ir el taller, pero todavía no me atrevo a asegurarlo, solo a temerlo.
Nos hemos vuelto a casa sin saber a qué se refería, (ni ganas).

Petronila está muy decepcionada y dice que siente deseos irrefrenables de estrangular a Luis Buñuel por robarle su momento de protagonismo. Le he dicho que no se preocupe porque pienso seguir escribiendo sobre ella. LB nos ha dicho que vayamos haciendo una segunda parte.

Todo llega, Petronila.

¡Y un cuerno va a llegar todo!, me ha contestado.

Mi prima Petronila

En un taller literario al que me he apuntado, no sé por qué me ha dado por ahí con lo atea que soy de este tipo de cosas, nos han mandado como primer trabajo escribir sobre alguien que conozcamos muy bien, alguien cercano a nosotros, con total verismo, igual igual que si le estuviéramos haciendo una foto sin filtros ni retoques ni modos belleza.
Dice el profesor, que se llama Luis Buñuel, (nada que ver con el cineasta famoso), que a explorar territorios nuevos iremos luego, si acaso, pero que, por el momento, es preferible que nos quedemos en nuestro campamento base. Habla un poco metafórico Luis Buñuel, como corresponde a su cargo.

En la foto que vi de él en internet parecía mucho más joven que en persona, pero ya se sabe que todo el mundo tiende a elegir una foto de cuando todavía no había nacido para que sea su nonato el que le represente. A poco que vivas, te estropeas.
Lo que sí lleva igual que en la foto es la vestimenta,  va de negro de arriba abajo con unas camisolas sueltas que le dan un aspecto de pintor bohemio. No me fío ni un pelo de que sea bohemio de verdad y viva, como quiere aparentar, en una buhardilla sin calefactar donde escribe de noche y con mitones, pero no quiero juzgar todavía, me voy a esperar un poco. Y lo mismo haré con el resto de mis compañeros de taller.

Me pregunto si ellos también se habrán apuntado siendo ateos de los talleres literarios o por lo menos agnósticos y pensando mientras se decidían ,“aprendería más si me quedara en casa leyendo, seguro que está lleno de gilipollas pero voy a probar, es gratis, si no me gusta, me voy”.

Que sea gratis es bueno, es muy bueno, de lo mejor, pero al mismo tiempo es un mal asunto. Nada de escritores de reconocido prestigio en el profesorado ni siquiera de prestigio sin el reconocido delante. Y espérate que el profesorado, en nuestro caso Luis Buñuel, sea escritor como dice que es, además de filólogo y traductor.

El último día, en la clase antes de Navidad, le dije a mi compañera de mesa, que se llama María Prado, “oye, ¿tú te crees que Luis es escritor?
-¿Y qué va a ser si no? A mí me encantan Rosa Montero y Juan José Millas, ¿y los tuyos preferidos?

Ahora no sabría decirte de entre tantos como existen, le contesté yo con esa gracia que tengo en los primeros encuentros.
María Prado (Prado no es apellido, es nombre) no me lo tuvo en cuenta, parece buenísima persona. Fuimos juntas andando hasta el metro después del taller y hablamos un poco. No me apetecía nada que me hiciera la pregunta de por qué me había inscrito en ese taller, pero basta que no quieras…
«Por hacer algo», respondí. Le dije la pura verdad, no tanto por sinceridad como porque no se me ocurrió nada mejor que sustituyera a la pura verdad. Pareció desilusionada de mi simpleza , hasta yo misma me desilusioné un poco cuando me oí , pero dicho estaba y no tenía ya remedio.
Ella me contó que se había inscrito porque a pesar de llevar con esto de la creación literaria desde su vida embrionaria, el primer micro relato se le ocurrió en el útero materno, piensa que le falta algo, que no acaba de cuajar su propia voz.

-Ya, ya, lo normal, dije yo, sacando el abono transporte y ahí nos despedimos.

A mí, en realidad, me pasa al revés, que tengo la voz tan cuajada que siempre es la misma. Eso es un problema.
María Prado se fue en dirección Barrio del Pilar y yo en dirección Artilleros. Tengo ganas de llegar un día hasta el final de la línea, Arganda del Rey, y bajarme ahí a ver qué me encuentro. Una especie de aventura menor porque para aventuras mayores creo que no doy la talla.
El caso es que nunca lo he hecho por falta de tiempo, por pereza y por esa voz que siempre me fastidia los planes antes de que los haga. Esa voz que me dice, “pues qué va a haber ahí, en la última parada. Nada, lo que hay en todas partes y encima te vas a hacer pis y todos los bares van a estar sucios”. Así me habla y por su culpa me moriré sin pisar Arganda del Rey. A lo mejor se lo tengo que agradecer y todo.
¿De quién escribo, de quién puedo escribir?, empecé a darle vueltas en el mismo metro, ¿quién tengo yo en mi campamento base?, que diría mi profesorado, Luis Buñuel. Pero, hombre, si está clarísimo, ¡ mi prima Petronila!, qué bien, ya tenía la presa.
Primera duda que me surgió, ¿es ético escribir sobre alguien que conoces sin su permiso y sin camuflar? No me lo pareció, más bien se me asemejó tal conducta a un robo y, lo que es peor, a un robo en el que la víctima no sabe que está siendo atracada.
La llamé en cuanto salí a la calle para preguntarle si no le importaba que escribiera sobre ella y luego lo leyera en alto en el taller literario. Me dijo que encantada de la vida, pero que le cambiara el nombre no fuera a ser que algún conocido suyo, ya sería casualidad pero esas cosas pasan, asistiera al mismo taller, dado que es gratuito y ella tiene muchos conocidos amantes de lo gratuito y de las puestas de sol.
-¿Y qué nombre quieres que te ponga?

-Petronila, si te parece, me dijo muy farruquita

¡ Pues, toma Petronila!, nunca se me hubiera ocurrido a mí un nombre tan así, tan de novela chusca. Se van a morir de rabia mis compañeros y María Prado ya no va a poder pensar de mí que soy tonta del culo.

De entre todas las cosas que me gustan, y no hay tantas, soy muy limitada en gustos, una de ellas es dar rabia. Tampoco mucha, solo un poco.

Empieza así mi primer escrito para el taller:
Mi prima Petronila vive en la calle de Bremen.
«Como los músicos», dice siempre ella cuando da su dirección. Y se ríe sola.

Ahora a ver si no me atasco.

El recolector de desperdicios

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(Un poema de Manoel de Barros)

«Uso la palabra para componer mis silencios.
No me gustan las palabras
cansadas de informar.
Respeto más
las que viven con el vientre en el suelo
tipo agua piedra sapo.
Entiendo bien el acento de las aguas.
Respeto las cosas poco importantes
y a los seres poco importantes.
Aprecio a los insectos más que a los aviones.
Aprecio la velocidad de las tortugas más que la de los misiles.
Tengo en mí ese retraso de nacimiento.
Yo fui engendrado para que me gustasen los pájaros.
Por eso tengo abundancia de felicidad.
Mi patio es mayor que el mundo,
soy un recolector de desperdicios.
Amo los restos
como las buenas moscas.
Querría que mi voz tuviese un formato de canto.
Porque yo no soy de informática:
soy de invencionática.
Solo uso la palabra para componer mis silencios.»