Rrrruuggg, (onomatopeya de cremallera). He salido de mi funda de plástico y posteriormente del armario para contaros una historia tan antigua como bonita. Buenas tardes, os habla Esme. Por cierto, qué disgusto tengo, alguien ha suplantado mi personalidad en internet, si en vuestro diario navegar os encontráis por ahí circulando a una tal Esmeralda la adivina, no piquéis, es un timo. Si queréis saber el futuro solo tenéis que tener paciencia y esperar. Él solito llegará aunque cuando llegue ya será presente y puede que no sepáis identificarlo.
Esta historia que os voy a contar, si es que arranco de una vez, trata del primer autor conocido del mundo que resultó ser… ¡una autora!, mira tú por dónde. Se llamaba Enheduanna y hará como unos cinco mil años, en la ciudad sumeria de Ur, escribió los primeros textos firmados que se conocen. Utilizó lo que tenía más a mano, unas tablillas de barro. Si queréis que vuestros escritos perduren, escribid en barro que es un material muy resistente, visto lo visto.
En realidad, la más importante ocupación de esta mujer no fue la escritura sino el contacto con los dioses. Su padre, el rey Sargón de Acadia, la nombró sacerdotisa y a ella no le quedó más remedio que ponerse a escribir odas y versos para tener contentos a los seres supremos, misión nada fácil.
La mayoría de sus poemas están dirigidos a Innana, la diosa sumeria del amor y de la guerra, que lo mismo traía felicidad que desastres, según le viniera el punto o tuviera el día, siguiendo ese comportamiento tan veleidoso y poco de fiar típico de los dioses. Enheduana, en su Oda a Inanna, de 153 versos, empieza haciéndole bastante la pelota con la intención, me supongo , de que la diosa se porte bien. Así le dice cosas tan poéticas y bellas como estas, «Reina de todos los poderes concedidos, desvelada cual clara luz. mujer infalible vestida de brillo, cielo y tierra son tu abrigo. Guardiana de los orígenes cósmicos y esenciales, exaltas los elementos, átalos en tus manos».
Un poco después, ya harta de tanta loa, reconozcamos que eso no hay quien lo aguante, le canta unas cuantas verdades, «escupes cual depravado dragón, con tu veneno llenas la tierra, aúllas como el dios de la tormenta, cual semilla languideces en el suelo». Ni pensar quiero el cabreo que tendría la diosa a esas alturas de poema. Pero, Enheduana, que era muy lista, tras unas cuantas estrofas insultantes volvía a poner las cosas en su sitio, «eres Inanna, suprema en el cielo y la tierra». Y así durante cientos de versos alternando las alabanzas y sus contrarios.
Lo más seguro es que después de escribir por obligación y a la fuerza le acabara cogiendo el gusto y por eso empezara a intercalar en los himnos aspectos políticos, convirtiéndose en cronista de su época, y también personales como la pérdida de la belleza y el envejecimiento, cronista de sí misma. Una vez hecho esto, se diría, «pues ahora firmo, qué menos, que para eso me lo he currado», y escribió su nombre con toda inocencia. No sabía ella el lío que se iba a armar a partir de ahí con el autorazgo, que rima con hartazgo y por algo será.
Al problema de tener que ser original no tuvo que enfrentarse Enheduana ni tampoco le entraría el desánimo pensando, «para qué escribir si ya está todo dicho». Es lo bueno que tiene haber nacido pronto, la escritura solo tenía unos trescientos años y había mucho material sin tocar. Con lo que me hubiera gustado a mí ser la primera, en lo que sea, tampoco me voy a poner selectiva.
Os contaría más sobre la primera que echó la firma después de haber escrito pero lo podéis mirar por vosotros mismos en internet si es que tenéis interés y así abreviamos. A la Esmeralda de pega, ni caso. No se puede una marchar, enseguida te quitan el puesto, qué rabia!
Adiós