En el patio del colegio, a las cuatro de la tarde, había un obrero en completa soledad. Llevaba unos guantes naranjas y ha hecho las siguientes operaciones. Primero ha medido con los pies el largo de una furgoneta blanca, la suya. No le ha debido de convencer mucho esa medición por pasos porque se ha metido por una de las puertas laterales del edificio y ha reaparecido al rato con un metro. Ha medido, ha abierto la puerta trasera del vehículo, (vehículo es una palabra que me parece que solo utiliza la Dirección General de Tráfico), y se ha puesto a sacar muchas cosas, todas muy semejantes, eran como la misma cosa multiplicada. Tenían apariencia de cepos o de lámparas con candelabros o serían cepos lámpara. Ha sacado muchísimos de esos objetos incomprensibles, por lo menos para mí, para él seguro que tenían pleno sentido, y luego como unos toneles del mismo color metálico que los cepos lámpara.
A continuación ha metido la cabeza en la furgoneta y después el resto del cuerpo para extraer del fondo lo que estaba buscando. ¿Qué estaría buscando y por qué si lo iba a necesitar lo tenía tan alejado y difícil de alcanzar? Puede que no supiera de antemano que lo iba a necesitar o que no se pare a pensar cuando mete a toda prisa las cosas en la furgoneta a o vehículo, que diría la DGT.
Después de tanto esfuerzo, me esperaba algo más espectacular, pero no, era un objeto pequeño y naranja. Lo ha dejado en el suelo, se ha secado el sudor de la frente con el antebrazo y ha vuelto a desaparecer por la puerta lateral.
El patio se ha quedado vacío, hoy sí se mecían de verdad las hierbas del campito en miniatura, no era imaginación mía, las he visto moverse todas juntas hacia un lado y hacia otro, también las ramas de los árboles que ya están llenas de hojas verdes. Estaba mirando ese movimiento, que me gusta mucho, cuando ha aparecido una monja caminadora, no era la del poncho, era otra. Iba vestida con una falda gris por debajo de la rodilla y una chaqueta también gris pero de un tono más claro que la falda, el pelo corto y blanco. Llevaba la manos en la espalda y un buen ritmo caminador, un poco inclinada hacia delante, venga y dale por la pista de atletismo.
Ha vuelto a salir el obrero acompañado de otro, entre los dos llevaban una barra metálica y del objeto naranja, que ha resultado ser una bolsa de tela, han sacado unas gomas también naranjas, (se ve que es su color preferido), para atar la viga a la baca de la furgoneta. La monja de gris se ha parado a saludarles desde lejos y les ha hecho una demostración de lo en forma que está moviendo las piernas como si corriera y por si no hubiera quedado claro, ha hecho un par de flexiones de rodillas. Los obreros no hacían caso pero ella ha insistido , es posible que no se lleve bien con la del poncho ni con ninguna otra y desee nuevas amistades, o no se lleva mal pero está aburrida y harta de ver las mismas caras y las de los obreros, por nuevas y por masculinas, le estaban alegrando.
Como con la expresión corporal no obtenía atención se ha pasado al lenguaje hablado y les ha preguntado que qué tal estaban, ellos han dicho que bien, sin más detalles y ella que eso era lo más importante, estar bien, estar sano. Después ha seguido por la pista de atletismo con ese caminar suyo tan marchoso. Por encima de su cabeza ha planeado el halcón cernícalo que, definitivamente, se ha hecho con el control de la zona central, al menos a esa hora del día. Las urracas se quedan por las esquinas. Es lo mismo que cuando hay niños, los dominantes ocupan el centro, los tímidos o no integrados, relegados a los rincones.
Los obreros han seguido atando la viga con la cinta naranja y, mientras tanto, la bolsa de tela ha rodado por todo el patio, daba vueltas, iba hacia delante y hacia atrás, como si fuera un animal extraño de absurdo comportamiento, un animal de tierra que quisiera ser de aire sin conseguirlo. Un animal desesperado, deseoso de escapar.
En realidad, no, parecía lo que era, una bolsa de tela naranja movida por el viento.