Mes: abril 2020

Una bolsa naranja da vueltas

Ramas de la acacia que veo desde la ventana.

En el patio del colegio, a las cuatro de la tarde, había un obrero en completa soledad. Llevaba unos guantes naranjas y ha hecho las siguientes operaciones. Primero ha medido con los pies el largo de una furgoneta blanca, la suya. No le ha debido de convencer mucho esa medición por pasos porque se ha metido por una de las puertas laterales del edificio y ha reaparecido al rato con un metro.  Ha medido, ha abierto la puerta trasera del vehículo, (vehículo es una palabra que me parece que solo utiliza la Dirección General de Tráfico), y se ha puesto a  sacar muchas cosas, todas muy semejantes, eran como la misma cosa multiplicada. Tenían apariencia de cepos o de lámparas con candelabros o serían  cepos  lámpara. Ha sacado muchísimos de esos objetos incomprensibles, por lo menos para mí, para él seguro que tenían pleno sentido,  y luego como unos toneles del mismo color metálico que los cepos lámpara.

A continuación ha metido la cabeza en la furgoneta y después el resto del cuerpo para extraer del fondo lo que estaba buscando. ¿Qué estaría buscando y por qué si lo iba a necesitar lo tenía tan alejado y difícil de alcanzar? Puede que no supiera de antemano que lo iba a necesitar o que no se pare a pensar cuando mete a toda prisa las cosas en la furgoneta  a o vehículo, que diría la DGT.

Después de tanto esfuerzo, me esperaba algo más espectacular, pero no, era un objeto pequeño y naranja. Lo ha dejado en el suelo, se ha secado el sudor de la frente con el antebrazo y ha vuelto a desaparecer por la puerta lateral.

El patio se ha quedado vacío, hoy sí se mecían de verdad las hierbas del campito en miniatura, no era imaginación mía, las he visto moverse todas juntas hacia un lado y hacia otro, también las ramas de los árboles que ya están llenas de hojas verdes. Estaba mirando ese movimiento, que me gusta mucho, cuando ha aparecido una monja caminadora, no era la del poncho, era otra. Iba vestida con una falda gris por debajo de la rodilla y una chaqueta también gris pero de un tono más claro que la falda, el pelo corto y blanco. Llevaba la manos en la espalda y un buen ritmo caminador, un poco inclinada hacia delante, venga y dale por la pista de atletismo.

Ha vuelto a salir el obrero acompañado de otro, entre los dos llevaban una barra metálica y del objeto naranja, que ha resultado ser una bolsa de tela, han sacado  unas gomas también naranjas, (se ve que es su color preferido), para atar la viga a la baca de la furgoneta. La monja de gris se ha parado a saludarles desde lejos y les ha hecho una demostración de lo en forma que está moviendo las piernas como si corriera y por si no hubiera quedado claro, ha hecho un par de flexiones de rodillas. Los obreros no  hacían caso pero ella ha insistido , es posible que no se lleve bien con la del poncho ni con ninguna otra y desee nuevas amistades,  o no se lleva mal pero está aburrida y harta de ver las mismas caras y las de los obreros, por nuevas y por masculinas, le estaban alegrando.

Como con la expresión corporal no obtenía atención se ha pasado al lenguaje hablado y les ha preguntado que qué tal estaban, ellos han dicho que bien, sin más detalles y ella que eso era lo más importante, estar bien, estar sano.  Después ha seguido por la pista de atletismo con ese caminar suyo tan marchoso. Por encima de su cabeza ha planeado el halcón cernícalo que, definitivamente, se ha hecho con el control de la zona central, al menos a esa hora del día. Las urracas se quedan por las esquinas. Es lo mismo que cuando hay niños, los dominantes ocupan el centro, los tímidos o no integrados, relegados a los rincones.

Los obreros han seguido atando la viga con la cinta naranja y, mientras tanto, la bolsa de tela ha rodado por todo el patio, daba vueltas, iba hacia delante y hacia atrás, como si fuera un  animal extraño de absurdo comportamiento, un animal de tierra que quisiera ser de aire sin conseguirlo. Un animal desesperado, deseoso de escapar.

En realidad, no, parecía lo que era,  una bolsa de tela naranja movida por el viento.

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Dibujo de Olga Álvarez

Novedades del día : un poncho y dos flores

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Vencejo borroso

Estoy empezando a tener manía a la ventana y al mismo tiempo , ¡menos mal que tengo esa ventana! Ya no observo casi a los halcones, me aburren un poco, ella es una sosa, él está cada vez menos y cuando está, ya sabéis lo que hace. Soso no es pero simpático, tampoco.

Por el momento y hasta que me canse,  prefiero a los vencejos. Son muchos, vuelan muy rápido, cambian constantemente de dirección, se cruzan, hacen giros vertiginosos y aunque parece que van a chocar, nunca se chocan. Su vuelo tan veloz y cambiante es un antídoto contra el aburrimiento.

Mirar nubes también me gusta pero solo cuando se desplazan o transforman, cuando se deslizan y cambian de forma, no cuando están fijas y pesadas tapando el cielo.

La gran novedad del día en mi panorama ventanero es que la monja que pasea se ha puesto un poncho de rayas de colores. Por si esto fuera poco, a la acacia, único árbol cercano, le han salido dos flores blancas, las primeras. Cuando hay más huelen muy bien.

A lo lejos, en una especie de mini terreno salvaje en uno de los laterales del colegio, han crecido margaritas amarillas y otras plantas que me parecen espigas. Se ondulan con el viento como si bailaran. La verdad es que no lo veo desde aquí, me lo he imaginado,  no sé si se mecen  pero creo que sí.  O más bien quiero que lo hagan , así que lo van a hacer.

Nos gusta más mirar lo que se mueve que lo que no, lo que cambia, lo que ofrece a nuestros cerebros algún nuevo estímulo. Sin pasarse, porque si el cambio es excesivo nos estresa. Escuché en la radio, en un programa de música, que las melodías que más nos gustan son las que combinan sonidos previsibles con alguna novedad desconcertante. Si solo hay novedades desconcertantes nos hacen sentir incómodos pero si son totalmente previsibles nos aburrimos.

Una grúa gira a lo lejos. Un hombre se pasea arriba y abajo por una azotea, otro, que tiene  menos suerte, hace lo mismo  por lo que le da de sí el balcón, no mucho. Los dos llevan puestos auriculares y con ayuda de la música supongo que  se estarán moviendo más de lo que en realidad pueden. Introduciendo un desconcierto imaginario en su previsible rutina de confinados.

Lo mismo voy a hacer yo pero por el pasillo, ya tengo un poco de manía también al pasillo, me recuerda a una galería de topos o a un túnel de hormigas , ¡pero menos mal que tengo pasillo!

 

 

Los pajaritos cantan, pero no solo

 

Observando pájaros
Un dibujo de Olga Álvarez

 

No hay mucho que mirar por la  ventana ya que la calle está vacía a excepción de los paseadores de perros y algún que otro enmascarillado con carro o bolsas de la compra. El patio del colegio, antes lleno de niños corriendo, saltando, pateando balones, lanzando canastas, empujándose, bailando, haciendo el pino o tres volteretas laterales seguidas, pegándose, patinando o abrazándose, está desierto.

Por las ventanas de las clases se asomaban de vez en cuando caras distraídas o con ganas de armar lío. Han bajado las persianas, que son de color granate. Ojos cerrados, párpados enrojecidos. De lo que se han olvidado es de desconectar el timbre que avisaba sobre el fin del recreo. Sigue sonando para  detener unos juegos que no existen. De vez en cuando se pasea una monja solitaria, cruza el patio vacío, rodea las canastas de baloncesto y vuelve a la casa de la esquina donde  viven las pocas que quedan.

En esa casa, cubierta por un andamio, están haciendo una obra. Esta mañana he salido a comprar y me he encontrado con la cuadrilla de obreros, ninguno llevaba mascarilla y estaban hablando tranquilamente entre ellos, muy cerca unos de otros. Lo mismo he visto hacer a dos del servicio de limpieza del ayuntamiento. Me sorprende y preocupa esa indiferencia de algunos. Tampoco en el supermercado la gente se aleja demasiado, algunos sí pero no todos, he tenido que esquivar a unos  cuantos por los pasillos, me resulta tan estresante esa huida del congénere potencialmente contagioso que me olvido de la mitad de las cosas que iba a comprar. Estoy deseando salir a la calle,  pero  cuando salgo ya no me gusta, no es la calle que imaginaba desde casa, la normal, la de antes.

Pero no era de esto de lo que quería escribir.  Me cuesta hacerlo, si escribo del virus o de la pandemia pienso que nadie va a querer leer sobre lo mismo, es excesivo. Si hablo de otra  cosa creo que hago mal, me siento frívola. Y, sin embargo, voy a hablar de otra cosa: de los pájaros nuevos y también de los  viejos. Llevaba unos días sin prestarles atención porque una vez que descubrí de qué especie eran (halcones cernícalos) se me pasó la emoción de la novedad.

Tampoco se puede decir que sus hábitos  sean muy entretenidos.  La hembra está posada sobre la parte más alta del tejado y allí se pasa las horas, sin hacer a simple vista nada de particular, se atusa un poco las plumas o cambia de posición. Poco más. El macho es más activo y ruidoso, planea  por el  cielo emitiendo su sonido característico y vuela muy lejos, estará cazando o explorando el territorio. A veces vuelve y se abalanza sobre la hembra, ella no opone resistencia pero tampoco parece muy entusiasmada. Estos acercamientos son muy breves y rápidos, el macho vuelve e a irse dando gritos y ella se queda a  verlas venir, tan indiferente como antes.

En una de esas veces en las que ella estaba sola, tal vez meditando o qué sé yo, aparecieron cuatro urracas. También son aves habituales de la zona, asiduas del tejado y las antenas.  Con toda claridad presencié cómo acosaban a la halcona. Primero se acercó una por delante, después otra por detrás. La cernícala, fiel a su pasividad y carácter impertérrito, ni se movió. Una tercera urraca se colocó a su derecha y otra a su izquierda. Ya estaba rodeada. En ese momento, giró el cuello. Parecía la típica inocente que, aún acorralada, todavía cree que está haciendo amigos. O estaría empleando la táctica de la resistencia pasiva, tipo Gandhi.

Pero las urracas no estaban para resistencias pasivas ni para amistades. Nada que ver con esos vecinos tan simpáticos de las películas americanas que cuando llega alguien  nuevo al barrio llaman a su puerta con una tarta entre las manos. A las urracas la señora halcona les estaba tocando los picos, ¿quién era esa pájara y qué hacía en su territorio? No hacía falta preguntar: una intrusa. Se le acercaron al cogote las cuatro a la vez y con violentas formas le hicieron ahuecar el ala. Por si no le había quedado claro que no era bienvenida, la estuvieron  persiguiendo  un buen rato por el  cielo.

Pobre halcona, me dio pena. Durante un par de días no volví a ver a la pareja y pensé que las urracas habían conseguido expulsarlos,  pero ayer ya estaban otra vez en sus posiciones, ella mirando al frente, inmóvil como una estatua y él haciendo de macho alfa por los aires. Y bien alfa que es porque hoy, después de comer, que suele ser mi rato de mirar por la ventana, he presenciado cómo el cernícalo macho, (¿no había un crece pelo o una colonia  que se llamaba abrótano macho?),  casi mata de un certero picotazo a una urraca. Si se ha librado de la muerte es porque ha encontrado refugio en un hueco entre verja y ventana. El halcón, para no perder el impulso asesino y dejar claro quién manda a partir de ahora en estos predios, se ha puesto a atacar palomas.

Por si fuera poco el jaleo aviar, ya han llegado desde África  los vencejos, ¿se los querrá zampar también el halcón?

Los pajaritos cantan, pero no solo.

 

El vivir a todo se ha de preferir

El título de esta entrada es un refrán y me parece que lo mismo vale para los humanos que para nuestro mayor enemigo en este momento, no hace falta que lo nombre. He estado leyendo sobre los de su especie y mi gran conclusión, digna de premio,  es esta: ¡qué extraña cosa es un virus!

No digo qué extraño ser porque en realidad un virus no está vivo del todo y por lo tanto no entra en la categoría de ser, aunque sea, puesto que existe. Ya me estoy liando y acabo de empezar.

Los científicos los llaman «organismos al límite de la vida».  Son vivos en potencia o muertos con posibilidad de resurrección, ¿ como muertos  vivientes? Algo así.

Un  virus es un algo,( perdón, organismo),  muy básico. Por fuera tiene una apariencia de lo más simplona,  un núcleo  de material genético envuelto en una capa protectora de proteína o grasa. Ya está, si le pasas un trapo con lejía o agua y jabón,  se acabó el organismo al límite de la vida, cruzó la frontera.  Pero, aparte de que no es tan fácil eliminarlo dado que se multiplica y su minúsculo tamaño lo hace invisible, en ese núcleo hay contenida mucha inteligencia primordial y un impulso muy fuerte, el mismo que anima a todo lo que existe: vivir.

El virus quiere vivir  y para ello necesita de otros. Y no solo quiere vivir sino que también quiere multiplicarse. Su objetivo primero y último es crear copias de sí mismo para perpetuarse. Como esto no lo puede hacer sin ayuda se introduce en las células de otros organismos y las reprograma  para que en lugar de cumplir sus funciones cumplan las que a él le interesan: producir muchas copias de sí mismo.

Lo que ya no entiendo es por qué algo tan poco interesante tiene esa necesidad de seguir vivo y de hacer copias de sí mismo como un loco,  por qué es tan egocéntrico y ansioso, ¿qué placer obtendrá en ello, qué ganancia?  Tal vez tengan alguna utilidad que se me escapa pues solo soy capaz de ver el sufrimiento que nos está generando.

Puede que si es que existen seres mucho más complejos y sofisticados que los humanos piensen lo mismo de nosotros, en el caso de que se detengan a estudiarnos.

Y regresando así de golpe a mis vecinos,   monsieur y madame Cernicale, (me ha dado por pensar que son halcones franceses),  tengo alguna novedad de la que os hablaré otro día. Ellos también quieren vivir y reproducirse como todo bicho viviente pero tampoco lo tienen del todo fácil. Otros con las mismas intenciones les disputan los tejados.

 

 

 

 

 

Una pareja nueva en el barrio

Supongo que habréis leído, escuchado y hasta visto que desde que los humanos hemos desaparecido, los animales han tomado el relevo y se dejan ver en lugares donde no solían estar. Como pajarera que soy, siempre he mirado mucho por la  ventana de mi  casa,  atenta a los seres con alas. Aunque vivo en una zona céntrica de Madrid, mi edificio tiene delante un colegio con su correspondiente patio de juegos y un rincón con árboles. Me han contado que hace unos años había muchos más, que todo ese patio era un jardín pero debajo construyeron un parking y encima unas pistas deportivas.

Pese a ello sí que se ven y se oyen, entre el rugido del tráfico, pájaros. Los típicos urbanos. Muchas palomas, (son feas, ya lo sé), bastantes gorriones,  especialistas en sortear coches a toda velocidad, algún que otro mirlo, cada vez más, se ve que se van urbanizando atraídos por la comida fácil.

Los mirlos tienen un trino muy melodioso y en las mañanas de  verano, cuando no queda más remedio que abrir la ventana con la esperanza de que al amanecer entre algo de brisa,  son ellos los primeros en anunciar el día.

También he visto estorninos, esos negros brillantes, que parece que se han dado un baño de alquitrán o que se han puesto gomina. Suelen aparecer en enero, en grupos muy grandes, también tienen un bonito canto.  Después desaparecen, no sé dónde van.

Desde enero y hasta casi abril veo pasar muchas bandadas de aves migratorias, creo que son grullas. Vuelan al atardecer en dirección norte. Es todo un espectáculo mirar sus formaciones en uve que a veces rompen para hacer círculos estrellados,  como si estuvieran bailando en el cielo, al mismo tiempo que atardece.  Después llegan los locos de los vencejos alegrando los cielos del verano. Otro espectáculo sus acrobacias aéreas. Y hasta aquí toda la fauna avícola que había logrado ver y escuchar en los días normales, los de antes.

En estos días anormales, los de ahora, me asomo todavía más a la ventana, si es que no está ocupada, es un puesto muy solicitado. En una de esas asomadas para romper un poco la claustrofobia mirando el cielo, escuché un sonido de pájaro que no había oído nunca, un sonido agudo, estridente y que se repetía muchas veces. Estuve durante bastantes días siguiéndole la pista al sonido y por fin localicé al pájaro emisor.

Al principio no lo identifiqué, lo cual es lógico porque no se puede identificar lo que no se conoce,  ¿quién sería este, para mí,  nuevo volador?  Observando otros días sus detalles, no es fácil porque se mueve muy rápido, y su manera de volar y, claro, con la ayuda del buscador Google que todo lo sabe, creo que lo he descubierto : es un tipo de halcón, uno de los más pequeños que existen. No está solo, la hembra, mucho más tranquila y discreta y también menos colorida, se ha aposentado en uno de los tejados del colegio.

Tengo que reconocer que en estos días tan tristes, la aparición en el  barrio de esta nueva pareja me ha hecho mucha ilusión.

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Este es mi nuevo vecino, el halcón cernícalo. No es que le haya puesto ya un mote de bienvenida, es que se llama así. Y de apellido, primilla. La imagen la he sacado de Internet, de la página de SEO/BirdLife.