Rapaz

De madrugada, sin que nadie la vea, se abre la primera azucena. Los niños están desayunando en la terraza cuando entra Niki, todas las mañanas llega en el autobús de las nueve con un gorrito blanco de algodón que parece más propio de un bebé que de una señora mayor. Niki tiene la espalda un poco encorvada, ella llama a eso “mi cifosis”.

¡Una azucena!, exclama extasiada inclinándose sobre la flor.

Niños, ¿habéis visto la azucena?, ¡qué belleza de pétalos! y los pistilos, son maravillosos esos pistilos rojizos, tiene un aroma dulce embriagador, pronto se abrirán las demás, se llenará de abejorros ansiosos, os lo advierto.

Los niños desayunan sin prestar atención a la flor ni a su abuela Niki ni a la amenaza de los abejorros hambrientos.  Un milano real sobrevuela la terraza, su vuelo sí los atrae.

Una rapaz, dice el mayor, y al levantar el brazo para señalarla, vuelca el tazón de su hermano, la leche se derrama sobre el mantel, forma un charco que se va extendiendo hasta llegar al borde de la mesa y desde ahí empieza a resbalar hasta el suelo. Los dos observan la trayectoria del líquido con curiosidad, sin moverse, cuando la leche les salpica los pies avisan a la abuela que ha vuelto a inclinarse para observar la azucena.

Ya voy, ya voy, lo que no entiendo es porque no habéis enderezado antes la taza, se hubiera caído menos, no parecía que hubiera tanta leche dentro, se ha puesto todo perdido. Vuelve de la cocina con un rollo de papel, seca la mesa, el suelo, los pies de los niños. Los del mayor son ya muy grandes. Demasiado, piensa.

¿Qué haces ahí agachada, abuela? La niña se asoma desperezándose, alta, delgada, con un bañador naranja

¡Pero a quién tenemos aquí!, el rostro de Niki se ilumina, incluso más que con la visión de la azucena recién abierta.

Bajan a la piscina, el pequeño comienza a darse crema siguiendo las instrucciones que le ha dado la madre, lo hace con mucha dedicación y torpeza, despacio y embadurnándose demasiado. La abuela no interviene en el procedimiento, no siente afinidad con ese niño, no sabe de qué hablar con él. Lo observa por si se le ocurre algún tema de conversación pero lo único que se le viene a la cabeza es que es culón, como su padre.

El niño la escucha muy atento cuando rechaza tumbarse en la toalla y le explica el motivo, “si me tumbo, lo más probable es que no me pueda levantar”. Mientras sigue dándose crema la mira de vez en cuando con cierta aprensión, sintiéndose un poco responsable de ella.

Abuela, abuela, le grita cuando la ve meterse en la piscina con el gorrito blanco de tela puesto, no te has quitado el gorro. Ella camina por la parte que no cubre, es bueno caminar dentro del agua para fortalecer las piernas y para hacer circular la sangre, ve los aspavientos del niño, blanco de crema por algunas zonas, sin oírle se imagina lo que trata de advertirle. No hace caso. Las piscinas son muy aburridas, eso es lo que piensa cuando llega hasta la escalerilla y duda si salir ya o caminar otro ancho más.

Cuando sale, el chico mayor no está, tiene amigos y ha cambiado su toalla de sitio, la niña está tumbada boca abajo sobre la suya y el pequeño ha cogido del cesto unas gafas de buceo que ni se pone ni suelta. Está de pie, indeciso.

Qué pasmado es este niño, como no espabile…

¿Sabéis qué?, dice Niki colocándose de espaldas a la piscina, ayer estuve en la Gran Vía, hacía un calor que casi me da algo, pero es que después fui a la ópera, Tosca, ¿conocéis la historia?

¿Te has puesto crema, abuela?, pregunta el niño, asustado por la cantidad de sol sin protección que está recibiendo el cuerpo de la abuela. Puede que no le haya oído porque no le ha respondido a eso, se ha puesto a contarles un cuento.

“Trata de una princesa china que somete a unas pruebas a sus pretendientes, el que se equivoque, el que no resuelva el enigma, morirá, ese es el pacto” Cuando dice la palabra “morirá” pone cara de dramatismo, ninguno de los niños se conmueve ni emociona. La niña dice, “voy a bañarme” y se marcha de un ágil salto, el pequeño intenta ir tras ella porque teme que el cuento continúe, la niña echa a correr con sus largas piernas, en un momento ha llegado a la otra punta. El pequeño desiste, tira las gafas al césped y se sienta él también. Lleva unos pantalones cortos de camuflaje que le gustan mucho, se los mira, cuenta los círculos oscuros y los círculos claros, pero a mitad de conteo se lía y lo deja.

Marco, Polo, Marco, Polo, gritan desde dentro de la piscina. La abuela saca su teléfono y se pone a escuchar a gran volumen las arengas de un político, desde las toallas cercanas se giran a mirarla, a ella le da igual.

Hace poco que el niño se enteró del verdadero nombre de su abuela. Se llama Nicolasa. Lo pronuncia en voz baja y los círculos de sus pantalones tiemblan de risa nerviosa.

Cuando la niña vuelve, la abuela mira su cuerpo esbelto con admiración y se dirige a ella con una voz muy melosa, “me ha dicho tu madre que en lo que va de verano te has leído ya dos libros”

Tres, corrige ella, tirándose boca abajo. Tiene el cuerpo lleno de picaduras de mosquitos.

¿Y de dónde los sacas?, por la pregunta parece que la abuela Niki considera los libros objetos muy difíciles de conseguir, objetos extraños al alcance de unos pocos seres escogidos, entre los que se encuentra su nieta.

Me los dan, responde la niña con indiferencia, gente que ya los ha leído y no los quiere tener, me los dan mis amigas.

Otra vez planea por el cielo el milano real.

Una lapaz, dice el niño poniéndose la mano como visera para poder seguir los planeos del ave.

Se dice rapaz, con erre, corrige la niña sin levantar la cabeza de la toalla.

Son aburridísimas las piscinas, el verano en general es aburridísimo, piensa la abuela.

Las hojas de los álamos murmuran entre ellas como si le dieran la razón. O como si se la quitaran. Tratándose de álamos nunca se sabe.

El árbol mimado

Accionados por un mecanismo interno que, según parece, avisa al llegar el momento preciso, los árboles han brotado y también el hibisco. Sus hojas son muy pequeñas y parecen de juguete, él mismo parece un árbol de juguete, infantil y desvalido entre la hilera de viejas y resabiadas acacias.  Y, sin embargo, a pesar de la falta de agua, del calor impropio y de haber soportado una mudanza a un territorio no especialmente amigable, ahí está, en mitad del asfalto, con su copa nueva y verde  alegrando la entrada al portal.

Toñín, que no puede dejar de  intervenir en el crecimiento, desarrollo y embellecimiento del árbol, lo cuida a su extravagante manera. Como primer paso, y para preservar su delgado tronco de perros, borrachos y desaprensivos ha rodeado su base con un cajón de plástico azul que le han regalado en la farmacia. Antes contenía medicamentos, ahora contiene un hibisco. “Cofares”, se podía leer en el cajón como si fuera el nombre del árbol.  

Pero esas letras y ese nombre no agradaban a Toñín, le parecía que deslucían la gracia natural del arbolito,  así que estuvo dando vueltas a su alrededor varios días para idear cómo taparlas y se le ocurrió un ingenio vegetal. Agujereó el contenedor e hizo salir por ahí unas pequeñas plantas. Después, bastante satisfecho con el efecto, plantó sobre esa misma base tomillo, hierbabuena y esquejes variados que le regalaron, muy solícitas,  algunas de sus amigas del barrio.

Su relación con el árbol es como la de algunos artistas obsesivos y en exceso perfeccionistas, que no pueden parar de arreglar su obra,  de intervenirla, de hacerle añadidos o podados.

A la Planchá, desde luego, no le gustan nada tantas atenciones. Pero hombre, le ha dicho al pasar, ¿quiere dejar en paz al árbol? Mira que le gusta llenarlo todo de porquerías, ¿qué es eso que ha plantado alrededor, esos hierbajos medio mustios? Y ese cajón de plástico, por el amor de Dios, es espantoso, ¿había necesidad de colocar ese tiesto? Lo llamaremos así siendo benevolentes ¿Acaso ha visto algún árbol por la zona que tenga tantas guarrerías? Y otra cosa le digo, no  se tome tantas confianzas porque no es suyo, que yo sepa.

Pues sí que es suyo, ha intervenido Sonia, a la defensiva. Y luego se ha asustado un poco porque esa mujer tan fina y bien vestida le crea complejo de inferioridad, pero sobreponiéndose a sus temores ha seguido defendiendo a Toñín.

Es suyo porque lo trajeron gracias a él, tiene muchos amigos en el Ayuntamiento. Y por todas partes.

¡Hasta en el infierno hay que tener amigos! Ha exclamado alegre Toñín.

Y que él lo cuida como nadie. Estos esquejes se los he traído yo, cuando crezcan ya verá qué bonito, cómo se va a poner esto.

Precioso, los jardines de Babilonia en nuestra misma puerta, ya los estoy viendo. Lo que hay que oír.

Toñín, con la autoestima bien alta, se ha pronunciado, “es que  todo lo que toco lo convierto en verde, por donde yo piso van creciendo las plantas”

No me diga, como Atila pero al revés, qué suerte hemos tenido con usted, a ver si va a ser la solución al cambio climático y no lo sabíamos. De verdad, esto es inaudito. Pase usted la mano por este secarral y a ver qué pasa. O si no, podría pasar la fregona a la escalera en vez de dedicarle al arbolucho ese tantas atenciones innecesarias.

Verde que te quiero verde, verde viento, verde rama, canta feliz Toñín. O no entiende las ironías o no las quiere entender . En su portentosa imaginación se ve a sí mismo tocando cada esquina con su mano mágica reverdeciendo  y haciendo florecer hasta el rincón de los contenedores, siempre lleno de basuras y mal olor.

El búho

La Esmirriadita se ocupa un par de tardes a la semana de sus dos sobrinas, Maya y Violeta. Cuando ha vuelto con las niñas se han encontrado con Anselmo, el profesor de matemáticas. Estaba explicando con mucha emoción a Sonia y a Emilia que en el Retiro se ha instalado un búho real, lo cual es un acontecimiento extraordinario para todo amante de las aves.

Ahora que dices lo de aves, acaban de inaugurar aquí cerca un sitio de pollos asados y a la brasa que está fenómeno, de precio y de bueno, a mí es que el pollo asado con patatas fritas me vuelve loca.

 Hija, Sonia, qué burra eres, ¿no ves que Anselmo nos está hablando de otra cosa? No escuchas, tú a lo tuyo, a la manduca, tampoco va a ser todo comer, habrá que culturizarse también. Ese bicho nuevo es importante, no es cualquier cosa un búho real, ¿no has oído lo que nos acaba de contar? Que se le conoce también como el gran duque. Por algo será, es como el aristócrata de las aves, vas a comparar un pollo asado de la tienda, muerto y cocinado,  con un búho real en libertad y en un sitio que no es el suyo habitual, ahí está la gracia, que no es cosa vista.

Anselmo les ha seguido explicando algunas de sus características, entre ellas la de su gran tamaño y sus potentes habilidades cazadoras. Es un animal solitario y silencioso, con sus ojos naranjas observa a sus presas desde las alturas y, una vez localizado su objetivo, despliega sus alas y con un vuelo certero y sin hacer ni medio ruido, desciende, ataca y mata.

¡La leche con el búho!, ha exclamado Sonia observando cómo Anselmo desplegaba unas alas imaginarias y balanceaba el cuerpo como si estuviera planeando. ¿Y se puede ir a ver? Porque a lo mejor, guapa, ha dicho dirigiéndose a la Esmirriadita, tienes entretenimiento gratis para pasar la tarde con las niñas, entre que vais y venís, un ratito que miráis para arriba y otro para abajo, ya tienes las horas pasadas, que los niños son muy ricos pero muy pesados, también.

Pesado es lo contrario de ligero, ha dicho Maya, la mayor de las niñas, gran aficionada a las palabras. Su hermana Violeta, celosa de esos conocimientos a los que por edad y desinterés todavía no ha llegado, le ha pegado una patada.

Venga, que os acompañamos Emilia y yo, si total, no tenemos nada que hacer, Anselmo, danos la dirección del búho ese tan asesino y distinguido, que nos vamos las cuatro a verlo.

Localizarlo no les ha resultado difícil porque había un numeroso grupo de personas instaladas debajo de la morada del búho,  un pino alto y retorcido con ramas formando una horquilla. Hacia él apuntaban con cámaras y prismáticos.

Mira que si se cabrea y nos ataca…Anselmo ha dicho que come todo tipo de mamíferos y que le da lo mismo el tamañ, ha dicho Emilia con preocupación.

Anda, anda, que nos va a atacar a nosotras, en todo caso se comería a alguna de las niñas que están tiernitas y son de un tamaño que él puede digerir, así que, agarra a tus sobrinas, bonita, que no paran, esa es otra.

Alto es lo contrario de bajo, día es lo contrario de noche, joven es lo contrario de viejo, recita Maya balanceándose hacia delante y hacia atrás. Por cada antónimo recibe una patada envidiosa de su hermana Violeta.

Huy mirad, ha señalado la Esmirriadita, pero si hay dos búhos, uno es el macho y otro es la hembra.

El grupo de observadores de aves congregados abajo emite un muy largo y admirativo ohhhhhh cuando el macho se sube sobre la hembra.

Tampoco me parece a mí que eso sea para tanto, ha dicho Sonia. No le veo el mérito, si me dices que se ha puesto a leer filosofía en la copa del pino, ahí sí que ya me pongo yo también a aplaudir y a filmar, pero esto es de lo más corriente, lo normal en un búho y en cualquier bicho viviente, ¿y esta película es apta para la infancia?

¡Son novios!, ha gritado Violeta dando saltos, los calcetines se le han escurrido y la diadema le ha rebotado en las cejas. Maya la ha imitado y así han seguido todo el camino de vuelta, saltando y pegándose empujones.

Si lo sé me quedo en casa a buen recaudo, total, para lo que hemos visto… Si me dan a elegir, me quedo con los pollos a la brasa, diga lo que diga el profesor. Y oye, ese hombre, el Anselmo, me tiene alucinada, sabe de todo, lo mismo te habla de estrellas, que de números que de aves.

Bah, tampoco te creas que domina tanto, lo que pasa es que se prepara los temas, lo mismo que hace en clase pero en el portal. O será por hablar.

Hablar es lo contrario de callar, ha intervenido Maya.

Pues eso, niña, a callar.

Mi amanecer (un poema de Jeff Morley)

Nací en ninguna parte

Y vivo en un árbol

Nunca salgo de mi árbol

Hay mucha gente

Estoy pegado a un pájaro

Pero voy a salir de mi árbol

Todo está oscuro

¡Sin luz!

Oigo cantar al pájaro

Me gustaría poder cantar

Mis ojos se abren

Y alrededor de mi casa

El mar.

Lentamente me meto en el agua

El agua azul y fría

Oh y el espacio

Me río, nado y lloro de alegría

Este es mi hogar

Para siempre

(Del libro de Kenneth Koch, «Una hormiga es el principio de un nuevo universo»

Leer y escribir poesía con niños y niñas)

Se sueña y todo

La casa de Anatolia se caía a pedazos. Quizá no tanto como indica la expresión, pero sí es verdad que las puertas se habían hinchado a causa de la humedad y muchas no cerraban bien, que los azulejos de la cocina se tambaleaban como dientes flojos, que las tablillas del parqué subían y bajaban al pisarlas creando un efecto de piano mudo, que las persianas se atascaban y había que ayudarlas con la mano para que cumplieran su misión, que habían aparecido grietas y descascarillados en la pintura y que todo ese deterioro era parejo al suyo.

Ay, Anatolia, pa lo que has quedao, se decía la mujer cada mañana al poner los pies en el suelo y comprobar que su cuerpo, más que descansado, parecía vapuleado. Y todo esto sin que se hubiera dado cuenta o es que había estado mirando para otro lado. Una mañana neblinosa y fría de febrero comenzó una obra en la casa de enfrente con el consiguiente ruido, polvo y trajín de obreros entrando y saliendo. Pues lo que me faltaba, se quejó, voy a padecer la obra de otro mientras mi casa se va a quedar igual que estaba.

Cuando terminaron los trabajos ya era primavera avanzada, empezaron a meter muebles y a dar los últimos retoques y cada vez que la puerta se abría, los ojos de Anatolia se colaban para admirar el resultado, oiga usted qué maravilla de piso habían dejado. Reluciente y diáfano, parecía más grande que el suyo pese a ser del mismo tamaño, le daban ganas de cruzar en un descuido, cerrar la puerta y quedarse con el bueno. No lo hizo porque era un delito, porque no se atrevía y porque, en el fondo, le tenía cariño a su casa desastre y a sus cachivaches y se hubiera sentido incómoda y extraña en aquel lugar tan nuevo. Una tiene sus rincones, se decía como consuelo pisando sobre las inestables tablillas del suelo.

Lo único que no le gustaba de la casa era el llamador que le habían colocado a la puerta, tenía forma de mano sujetando un pomo con el que supuestamente se golpeaba, la mano era alargada y podría decirse que remilgada, como si le diera asco lo que estaba tocando. La vista de esa mano le causaba la impresión de que no iba a hacer amistad con los nuevos vecinos.

Esos nuevos vecinos resultaron ser una mujer extranjera y una perrita que se llamaba Betsy. Lo sabía porque la mujer la llamaba mucho, Betsy ven acá, Betsy, eso no se hace, vamos a la calle, Betsy y así. Como la perrita solo se comunicaba con su dueña ladrando, el nombre de la mujer lo desconocía, le parecía muy elegante aunque no hubiera sabido explicar en qué consistía su elegancia ya que iba vestida como casi todas, con zapatillas deportivas, un bolso cruzado en bandolera y una melena medio suelta medio recogida, como si no se hubiera peinado. Claro que a ella cuando de verdad no se peinaba no le quedaba el pelo así y cuando se peinaba tampoco. Bautizó a la elegante como Abigail, en recuerdo de una telenovela que le había gustado mucho.

La Abigail de la puerta de enfrente era educada pero no simpática, saludaba fría y cortés y se dirigía a sus quehaceres, fueran los que fuesen, marcando las distancias. Cuando Betsy se quedaba sola en casa ladraba mucho y también lloraba.

Que se fastidie, pensaba Anatolia, yo también estoy sola, al menos a ella la sacan de paseo, la llevan como un pincel y la miman con chuches y otras ridiculeces.

Pa lo que has quedado, Anatolia, tienes envidia de un caniche.

Una mañana, movida mitad por la compasión, mitad por el hartazgo, se puso a hablar con ella a través del tabique, venga Betsy, hija, no llores tú más que enseguida viene Abigail y te echa de comer, luego te vas a ir de paseo, mira  qué suerte tienes, de qué te quejarás tanto, so jodía, peor estamos otras y no nos ponemos así, tienes que aceptar las cosas como vienen, te ha tocado un ama que no para por casa, mucho mejor estarías conmigo que de aquí solo salgo a la compra y poco más, lo bien que lo íbamos a pasar, claro que yo comidas de esas de lujo no te iba a dar, eso que te quede claro y ahora a callar que con tanto ladrido y aullido me tienes la cabeza loca.

Chsssss, mira que llamo a la policía y te meten en la perrera, quita, que lo mismo te lo pasabas bien, allí hay otros perros y puede que te saliera novio. Un novio no me vendría mal a mí, pero, ¿sabes que te digo? Que los viejos no me gustan y a los jóvenes no les gusto yo. Natural. Así es la vida, Betsy, hermosa. Y cállate ya. Date un paseo por el piso que bien precioso está, se te cae la casa encima, ¿a que sí? Pero no de vieja como la mía, de que se aburre, de aburrimiento también se pueden caer las casas no te vayas tu a creer, es como las termitas el aburrimiento.

Días más tarde, mientras trasteaba por su cocina oyó un trino de pájaro y abrió la ventana. A ver quién es ese pajarito que viene a verme, ¿eres un mirlo, un gorrión o qué eres tú? Al pájaro no lo vio, pero sí la pequeña y rizada cabeza de Betsy que daba nerviosos saltos tras la ventana de enfrente al tiempo que ladraba tratando de atraer su atención.

¡Pero si es mi vecina! Ahora podemos charlar un poco de nuestras cosas, ¿empiezas tú o empiezo yo? Mejor empiezo yo porque tú no sabes hablar, mira que si te enseño…el susto que se iba a llevar Abigail cuando vuelva a casa o a lo mejor no quieres hablar con ella porque te deja sola, se va con Carlos Alfredo, estarás rencorosa, yo también lo estaría, mejor habla solo conmigo que estoy siempre, me siento en la banqueta y que pasen las nubes por el cielo, las miramos, total, no tenemos ni tú ni yo nada que hacer. La perrita se quedó callada mirando con sus ojos como botones al cielo que le señalaba Anatolia.

Mira cómo se mueven, ¿a qué te relaja? Me está entrando sueño, si me quedo dormida no me despiertes con uno de tus ladridos, dormir es bueno, no siempre pero, a veces, se sueña y todo.

Mariposario

Cuando el lunes a las siete de la mañana Maika Miraflores se fue a duchar, encontró aleteando por su bañera una mariposa. Era de color blanco con unas manchitas oscuras en las alas superiores, se posó con delicadeza sobre la pastilla de jabón, posiblemente atraída por su olor floral. Maika abrió la ventana que daba a un patio ruidoso y descascarillado y la mariposa se marchó, pero no por dónde había venido, ya que la ventana había estado cerrada durante toda la noche.

¿Por dónde habría entrado? Era raro ver mariposas en enero y en un lugar tan alejado de flores o plantas. Será el cambio climático que todo lo trastoca, pensó. No muy convencida se subió a una banqueta para mirar hacia los pisos de abajo y comprobar si algún vecino había colocado macetas con flores o plantas aromáticas. No vio nada aparte de los cables y los tubos y la ropa tendida y las bayetas puestas a secar en los poyetes de las ventanas, más bien sucios, y el polvo procedente de una obra abajo, en uno de los patios. Una de sus vecinas sí que tenía unos tiestos, pero eran artificiales, un adorno que también había cubierto el polvo. 

Más tarde, por pura curiosidad, escribió en el buscador del teléfono, “mariposa blanca con manchas oscuras”, resultó que su visitante se llamaba Blanquita de la Col.  De la Col le sonó a apellido aristocrático, aunque según explicaba la página a la que le había dirigido el buscador, el nombre se debía a la gran atracción que sentía la blanquita por comerse las coles de los cultivos. A los agricultores no les caía muy simpática.

El martes, en el mismo sitio y a la misma hora, otra mariposa se paseaba por su cuarto de baño. Dubitativa, como si  demasiadas opciones la estuvieran bloqueando,  no se decidía a posarse en nada, era de pequeño tamaño y de un bonito color azul. Maika tuvo la sensación de que sufría y aunque le hubiera gustado observarla un poco más, le abrió rápidamente la ventana para que pudiera escapar, pero, ¿ a qué lugar? Tal vez a algún parque cercano, sí, seguramente.  Y de nuevo la misma pregunta, por la ventana no había podido entrar, estaba cerrada. Quería saber su nombre y volvió a escribir la descripción en el buscador. Se llamaba Ícaro y solía frecuentar los lugares abiertos como praderas de leguminosas, bordes de campos, huertos, terrenos baldíos o jardines. De los cuartos de baño no decía nada. Raro, raro, rarito, dijo Maika Miraflores mirándose con fijeza en el espejo.

Durante toda la semana siguieron apareciendo mariposas, llegaban a diario, de una en una, y se comportaban de manera diferente, mostrando su especial personalidad. La del miércoles, con franjas rojizas, resultó ser alocada y temeraria, se posaba por todas partes como impulsada por un acuciante deseo de algo, no tenía miedo de la cercanía de Maika y aleteaba dando tumbos, el rumbo perdido. Después de investigarla, entendió el proceder de la llamada Atalanta, le gustaba tanto succionar los jugos alcohólicos de las frutas maduras que solía acabar borracha.

Por el contrario, la visitante del jueves era tan discreta y asustadiza que al principio no la vio, se había refugiado en el borde de la toalla y permanecía inmóvil con la esperanza de no ser descubierta. Pero lo fue, no era fácil ocultar el color anaranjado de sus alas punteadas de negro y bordeadas de blanco. A ella también le abrió la ventana, a todas se la abría, pero esta no quería ni quedarse ni marcharse, el cuarto de baño le daba miedo y trataba de buscar rincones donde esconderse, pero tampoco se atrevía a lanzarse al mundo exterior. La atrapó con la toalla y sacudiéndola, la soltó por la ventana. Sospechaba que un ser tan pusilánime no iba a sobrevivir ahí fuera, aunque quién sabía, tal vez la salvara su prudencia. No fue difícil de identificar, se llamaba Doncella tímida.

De una en una siguieron apareciendo hasta el sábado, pero el domingo no había solo una, sino muchas, un nutrido catálogo de especies, ninguna igual a la otra. A Maika Miraflores esa profusión de mariposas ya le resultó desagradable, brotaban de todos los rincones, se le posaban en el pelo, bailaban y hasta parecían reírse. Como si una legión de diminutas hadas chifladas se hubiera colado en su casa, ¿o serían almas a la deriva con ganas de jugar? Ella no creía ni en hadas ni en almas ni en la resurrección de los muertos. Uno vivía un tiempo aquí y luego…luego nada, se disolvía. Con la toalla de manos las fue espantando a todas, estuvo un buen rato hasta que, agotada, se aseguró de que no quedaba ninguna. Ahora les tenía miedo, la inquietaban, ojalá no se presentasen más.

El lunes siguiente abrió la puerta con cuidado y asomó la cabeza antes de entrar a ducharse, temía encontrarse con la banda de lepidópteras invasoras. Nada, ni muchas ni pocas ni dos ni una. No estaban. Y no volvieron. Primero sintió alivio pero después, con el paso de los días se fue instalando en su ánimo una especie de decepción, de caída brusca en el cotidiano aburrimiento. Le dio por recordarlas con nostalgia y no tuvo que hacer muchos esfuerzos porque las mariposas se habían ido, pero no de su cabeza, por su mente siguieron revoloteando ya para siempre, mezclándose con sus pensamientos, en general bastante prosaicos, dándoles luz, embelleciéndolos.

El mundo y sus misterios

La familia de griegos ocupaba un puesto en el mercadillo, debajo de un cinamomo. Vendían pájaros de cerámica. Al proceder del mismo molde, todos los pájaros eran de igual forma y tenían idéntica posición -las alas desplegadas como si fueran a volar-, solo se diferenciaban por la capa externa que los recubría.

Entre la madre y los dos niños se encargaban de pintarlos con colores muy llamativos. La madre, una vez cocidos y secos, enhebraba un cordel a través de un pequeño agujero que tenían en la cabeza. Del final de ese cordel colgaba, también engarzado en el mismo, un trozo de palo simulando una rama sobre la que se apoyaban los pajaritos.

Al cinamomo acudía a alborotar un grupo de pájaros de verdad, diminutos, como bolitas de plumas con una larga cola, se movían veloces entre las ramas, trinaban y armaban mucho jaleo. Esos pájaros verdaderos, de color pardo o grisáceo, se llamaban mitos, nombre que ignoraba la familia del puesto. Apenas se habían fijado en ellos, pues su principal preocupación era conseguir vender a sus hermanos artificiales, lo cual lograban a medias y según se diera el día.

El padre se llamaba Dimitris, de apellido Mitropoulos, algo emparentado con el nombre de los pájaros de verdad que revoloteaban entre las ramas y hacían acrobacias sobre su cabeza y exactamente igual que el de un famoso músico, pianista y director de orquesta de su misma nacionalidad, de quién jamás había oído hablar.

En el árbol también vivía un gato al que una mujer alimentaba, como tenía solucionada la subsistencia, se pasaba el día adormilado, tan enfrascado en sus propios sueños que ni siquiera se molestaba, aunque solo fuera por diversión,  en tratar de cazar a los pájaros.

Desde la comodidad de su rama abría un poco los ojos, contemplaba a través de dos finas rendijas la actividad de sus ruidosos vecinos y el puesto de los Mitropoulos donde se balanceaban, colgados de sus cordeles, todos aquellos otros incapaces de volar exhibiendo sus alegres colores. Y, como un filósofo cansado que por fin ha comprendido que jamás entenderá nada del mundo y sus misterios , los volvía a cerrar.

Cien por cien natural

Había quedado con Lina en una plaza que está a medio camino de su casa y de la mía. Yo llego desde el oeste y ella desde el este. Solemos vernos una vez al año. Podríamos quedar con más frecuencia, pero nos resulta difícil ajustar el día y la hora o puede que sea que tampoco queramos estar juntas más de lo que lo hacemos. Cuando nos volvemos a encontrar después de un año sin habernos visto, a veces ha sido mayor el intervalo, es como si ese tiempo entremedias no hubiera existido, por eso que tardemos en reunirnos no tiene tanta importancia.

Yo soy con Lina como soy con Lina y con nadie más, eso no tiene nada de particular, todos lo hacemos, no es que Lina sea especial, es que hay una parte de mí que solo puede ser así cuando está con ella, es mi yo de estar con Lina, que se ajusta a lo que ella piensa de mí y a cómo se comporta conmigo y viceversa.

 Lina, por ejemplo, cree que yo tengo mucho sentido del humor y corea casi cada una de mis frases con unas carcajadas muy ruidosas y expansivas. Esto a mí me sorprende y aunque siempre responda así, sigo sorprendiéndome en un principio, porque no estoy tratando de ser ocurrente y ni siquiera creo que lo que digo tenga gracia alguna. Luego ya sí, una vez que me doy cuenta de lo divertida que le resulto empiezo a esmerarme y trato de mejorar el repertorio, lo cual, aunque satisfactorio,  me resulta muy cansado.

Lina a mí también me parece graciosa, lo es, tiene mucho desparpajo y ninguna vergüenza y suelta unas verdades por su boca totalmente incorrectas. Lo malo es que te hace esperar porque tiene un sentido del tiempo un poco más dilatado que el mío, así que mientras la espero y me voy poniendo un tanto nerviosa pensando, ¿vendrá o no vendrá? Y consulto el móvil por si me ha puesto un guasap avisándome de que se atrasa o, peor, de que no viene, me dedico a observar el panorama.

Un día no apareció. Esperé bastante tiempo en esa misma plaza, observé mucho el panorama, pero de aquel día solo recuerdo que había muchos gorriones picoteando restos de patatas fritas por encima de las mesas de las terrazas, eso es lo único que puedo contar del  panorama de aquel momento. Le puse un guasap, “¿te ha pasado algo?”, me contestó cuando ya me había ido. Le habían llamado para una entrevista de trabajo, llevaba mucho tiempo en paro, que la perdonase, pero se le había olvidado o no había podido avisarme o ambas situaciones a la par. Le guardé un ligero rencor durante unos días, una semana más o menos, y luego se me olvidó y cuando volvió a llamarme para repetir la cita en la plaza habitual, fui de nuevo y esa vez sí estaba y todo transcurrió como siempre transcurre. Ella riéndose mucho de todo lo que yo decía y yo asombrándome, solo al principio, y luego cogiendo carrerilla humorística. Creo que no le parezco tan graciosa a nadie más. Pero lo  que de verdad pienso no es que lo sea sino que ella es muy alegre y de risa fácil y que se quiere reír, le pone voluntad a la risa.

Había quedado con ella en nuestro encuentro anual, llegué a la hora convenida y me puse a observar el panorama mientras la esperaba. De este sí me acuerdo porque fue hace muy pocos días. Al lado de la tienda de camisones feos vi un sitio nuevo de comida llamado Aziz Istambul, en la puerta aparece dibujado el que se supone que es Aziz, le han pintado una nariz típicamente turca, o lo que el dibujante ha considerado que debe ser una nariz turca, se lo ve corriendo detrás de un pollo, que se supone que es el que luego te vas a comer si entras ahí. También hay unas letras muy grandes que señalan, “cien por cien natural”. Creo que se refiere al pollo, que no es de plástico. De Aziz Istambul sale olor a metro, a túnel suburbano, pero es lo contrario, es el olor a metro el que entra en Aziz Istambul y luego, como no le debe de agradar mucho el local, se vuelve por donde ha venido arrojándose sobre los viandantes.  Pero la sensación que da es que el olor proviene de dentro, que es el propio del lugar.  No creo que Aziz exista, si existe me gustaría ver si se parece al que corre detrás del pollo.

En estas cuestiones tan interesantes estaba pensando mientras a la vez observaba cómo el chino que regenta el bar Antonio miraba su teléfono bajo una pata de jamón y cómo los vendedores de pisos, chicos jóvenes y trajeados, en su tienda de venta de pisos, se dedicaban a dar vueltas en sus sillas con ruedas hasta quedar mareados. Dentro de la colchonería, un único empleado bostezaba una y otra vez, conducta bastante normal si se trabaja en una tienda de colchones, y en una peluquería de hombres con las paredes pintadas de negro, estaban cortando el pelo a un señor que parecía que iba morir en ese mismo instante. El peluquero se estaba esmerando mucho para que entrara guapo donde quiera que se entre tras la vida o para que pudieran contemplarlo sus parientes, si es que los tenía, mientras le durase la guapura. Los neones de un local de apuestas me estaban cegando con su parpadeo verde chillón, así que me giré hacia el lado contrario y por eso no vi llegar a Lina que me tocó el hombro y gritó mi nombre con esa simpatía suya y esa animación que le pone a todo.

Le conté lo que había estado observando mientras la esperaba, el panorama le conté y ella se rio muchísimo, aunque en realidad lo que yo había querido transmitirle era lo sórdido que me parecía todo, pero no lo iba a confesar. Mira mis zapatos, ¿te gustan?, ¿a que son monísimos?, dijo después ella. Te tienes que comprar unos así, vente un día para mí zona y te acompaño a la tienda, vamos juntas. Las dos sabíamos que yo no iría nunca, que volveríamos a quedar al cabo de un año o un poco más, puede que hasta dos años después, y que siempre sería en esa misma plaza.

 Tal vez para entonces  Aziz Istambul haya ya cerrado su negocio cien por cien natural y deje de perseguir pobres pollos con su nariz supuestamente turca, tal vez,  pero lo esencial permanecerá.

Lo esencial es que Lina y yo seguiremos siendo amigas, distantes pero cercanas, a pesar de que una vez no viniera y ahora yo asocie los gorriones a que me den plantón. Cien por cien natural, pero no tanto. Hay pensamientos y sentires que no le contaría nunca porque sé qué ahí no podría colocar detrás su risa. Eso lo estropearía todo.

Habló Cara Sábana

Entre los vientos de ayer y las lluvias de hoy, al hibisco le ha entrado un ataque de otoño súbito. Primero se ha puesto amarillo, como aquejado de una grave ictericia, y después ha ido soltando de golpe casi todas sus hojas. Solo unas cuantas flores han sobrevivido en su copa. La Esmirriadita ha apoyado la mano en su delgado tronco queriendo consolarlo y consolarse a la vez de sus propias melancolías y, al hacerlo, ha notado que se movía como un diente a punto de caer.

Se mueve, ha dicho, se mueve demasiado.

Toñín también ha querido probar y de tres meneos vigorosos ha terminado con las pocas hojas que le quedaban. No está bien plantado, no ha prendido, ha sido su diagnóstico.

Pero tú no te apures, mujer, que esto lo arreglo yo, le voy a poner más tierra por aquí, y ha pegado tres pisotones para indicar por donde, y luego otro palo al lado atado con una goma, de esas de hacer gimnasia, ¿sabes cuáles?, de esas. También lo voy a rodear con una cerca pequeña para que no se meen los perros. Todo eso le voy a poner. Para que luego digan que Toñín hace poco.

Al oír la palabra perro, la señora Cara de Sábana, que normalmente no se pronuncia sea cual sea el tema de conversación, ha hablado y con mucha claridad, ¿estamos tontos con los perros o qué? Mi padre era pastor, siempre ha tenido perros alrededor, animales listos y buenos, pero nunca entraban en la casa, no como a estos que les ponen hasta tiendas. Que el otro día uno me lamió una pierna, ¿pero tú eres idiota?, eso se lo dije al amo.

Vaya porquería de árbol que nos han puesto, si ya está pa los arrastres y acaba de llegar, había en mi pueblo ¡unos robles!, ¡unas encinas!, ¡unos olmos!, unos fresnos! que eran la gloria bendita. Ahora ya no sé cómo estará porque no he vuelto, pero me gusta repensarlo.

Cuando la Esmirriadita se ha marchado, le ha dicho a Toñín que ella la vio llorar, estaba aquí abajo discutiendo o algo así con el novio ese que tenía, luego el chico se fue, ella lloraba como una descosida, tan mayor y llorando, luego el chico volvió y no sé lo que pasaría porque una tiene sus cosas que hacer, pero, entiéndame, que esos lloros en una muchacha que ya podría tener hijos…son cosas raras que se ven ahora, antes la gente era más recia, más recatada de sus sentimientos, no los iba aventando por ahí.

El que quiera llorar que llore y el que quiera reír que ría y el que quiera las dos cosas pues primero una y luego la otra. Mire para arriba, ¿no llora el cielo hoy? Y bien buenas que son sus lágrimas.

 Cara Sábana, después de tanto palabrear sin estar acostumbrada,  arrepentida y hasta asustada, se ha quedado muda, la cara blanca, lisa y quieta como cama recién hecha.

El hibisco

La primera en verlo fue la Esmirriadita, era temprano, aun de noche, y la luna, un poco abollada, descendía lenta sobre los tejados. Iba la chica arrebujada en su chaqueta, con los ojos entrecerrados de sueño y los pasos desanimados, trastabilló con una baldosa levantada y el impulso del tropiezo la volcó contra su tronco. Ahí estaba el nuevo vecino, pequeño y grácil, un poco esmirriadito también, pero con tres flores rosadas y una más despuntando, plantado en el alcorque de la fenecida acacia.

La Esmirriadita se llevó las manos a la boca para que no se le escapara la sorpresa. Es un árbol, ¡un árbol!, dijo para sí emocionada, ¡y tiene flores!, es un árbol con flores. Un árbol con flores, se fue canturreando hacia el metro, ¿cómo se llamará? Cuando se asomara a la ventana de su sótano no vería su copa pero sí su tronco y a lo mejor hasta alguna rama despistada a la que le diera por nacer un poco más abajo. Caminó más ligera y despejada, soñando con que ese árbol hubiera sido plantado para ella, como un símbolo de algo bueno por venir.

Un poco más tarde, Toñín, apoyado en la escoba, está haciendo las presentaciones a todo el que pasa por delante.  Tenemos árbol y la cosa ha sido así, baja la voz para darle emoción al relato, y narra: uno que vive tres casas más allá, uno que iba a ese gimnasio de ahí y que antes trabajaba en el ayuntamiento, así, moreno y cuadrado, ese pasó por aquí delante ayer por la mañana y como yo conozco a todo el barrio y hablo con todo el mundo, le dije, mira, hombre, que tenemos este hueco sin plantar desde hace años, nos quitaron el que había, luego yo puse otro, me lo volvieron a quitar, mira tú que tienes contactos, a ver si puedes hacer algo y hoy… ahí lo tenéis. ¿Qué? Hay que tener amigos hasta en el infierno.

Es un tipo de hibisco, me parece a mí, dice Anselmo, el profesor, rodeándolo mientras los observa, sí, sí, seguro, hibisco es y la flor se llama rosa de Siria.

¿Y por qué de Siria?, pregunta Sonia desconfiada. No le gusta que le den lecciones.

Digo yo que si ha nacido aquí será una rosa madrileña.

Bueno sí, ha nacido aquí, pero es de origen Sirio, eso quiere decir. O chino, el árbol es chino.

¿En qué quedamos? ¿Chino o Sirio?, ¿No nos habrá puesto tu amigo el concejal un árbol del todo a cien? Yo también he tenido amigos importantes, ¿sabéis quién? Ava Gardner, sí, la misma, cuando trabajaba en esa casa de alta costura que, en fin, nombres no doy, ahí se hacía ella alguno de sus vestidos. Y me decía, venga Sonia, vamos a tomar café. Y yo, Ava, es que no puedo ahora, no me deja el jefe. Era tan guapa que hasta las mujeres se enamoraban de ella, yo no, ¿eh?, no os vayáis a pensar.

El árbol no está mal, un poco flacucho pero lo mismo va engrosando, si se le cae alguna flor, no la tires, me la guardas que la pongo en un jarrón, lo que no consigas tú…y que luego el presumido ese vaya contra ti…mejor no digo lo que pienso, mejor no lo digo.

Todos barren para dentro, responde Toñín, pero yo, barro para fuera, mirad. Y da tres virtuosos escobazos en la acera empujando en dirección contraria a la casa.  Una nube de polvo se desplaza envuelta en su risa. Para fuera, vamos todo lo malo para fuera.

Hibisco, así se llama, insiste el profesor. La repetición es la madre de toda enseñanza.

Sisco, el sisco, tenemos un sisco, repite Toñín no muy convencido de haber acertado a la primera. Habrá que cuidarlo para que nos dure. A este lo cuido yo. Yo lo he traído y aquí se va a quedar, va a llenar esto de flores, ya lo veréis, vamos a tener la entrada más bonita de toda la calle.

“Yo soy la rosa de Sharon, el lirio de los valles”, recita el profesor. Es del cantar de los cantares, aclara para nadie.

Los inactivos, dictamina la Planchá pasando de largo. Así va el país, no trabaja nadie. Hoy ya tienen el día hecho mirando el árbol como tontos y mañana será otra cosa, el que quiere perder el tiempo, lo pierde. Me ponen de los nervios, como la peluquera, que nunca me entiende cuando le explico cómo quiero el corte.