Día: 9 de enero de 2018

Compañeras

Mi compañera María José se sienta entre la planta de plástico y la ventana. No me quiero parecer a ella, no por nada. O sí por algo, porque ella se empeña en que nos parezcamos. No me gusta tener que verla por obligación, su cara mi horizonte, pero está dentro de mi campo de visión y aunque no la enfoque, la veo. Lo mismo me pasa con la planta.  A las dos las tengo enfrente. Tampoco quiero verla,  no me gustan las plantas de plástico con polvo por encima, incluso aunque no tengan polvo no me gustan, si brillan casi peor. Es como si esas hojas brillantes fueran un reflejo de todo lo falso, de todo lo que por fuera parece bueno, hasta que te acercas y tocas y compruebas que no, que allí no hay vida, que allí no hay nada.

Tecleo muy rápido y con fuerza y sé que a mi compañera  le molesta porque  frunce la nariz, parece un conejo. Es un movimiento involuntario, una respuesta nerviosa de su cara a mi violento teclear. Cuando tengo la mañana considerada y compasiva suavizo el tecleado pero cuando no la tengo  sigo dándole a mi ritmo.  Si le molesta, que se aguante. A mí también me molestan otros comportamientos suyos, su carraspeo, por ejemplo. No tiene nada en la garganta,  carraspea por el puro afán de carraspear.

Yo muevo la pierna derecha. A veces muevo tanto la pierna que su ordenador tiembla, ¿tienes el baile de san Vito?, me dice ella. En ese momento sí la enfoco porque me está hablando y educada soy.  Veo sus rasgos con todo detalle, me los sé de memoria. Sus labios son lo que se denomina bembones, me hacen imaginarla comiendo chuletas pringosas y chupándose luego los dedos con un chasquido. Se  depila mucho las cejas, un arco perfecto enmarca sus ojos que son redondos y están juntos.  Se parece a un búho aunque cuando frunce la nariz es conejo, ¿me verá ella también a mí como algún animal, como a varios animales?

Me da mucha rabia cuando  me dice eso del baile de San Vito, no sé quién era san Vito ni por qué tenía un baile, pero la sola mención de su nombre me hace sentir más deseos de mover la pierna, no de pararla. Me ataco por casi cualquier cosa,  tengo que reconocerlo. Lo reconozco.

No quiero ser como María José y no lo quiero ser  sobre todo porque ella se empeña  en buscar puntos de coincidencia, en aunarse o hermanarse, en hacer conjunto como si fuéramos un mismo ente.  Esta mañana me ha dicho, ¿qué te duele hoy?, dando por hecho que me tenga que doler algo. La verdad es que ha acertado pero me he callado, a ti te lo voy a contar, María José de las narices, he pensado. Le ha dado igual mi silencio, ha pasado por encima y me ha contado que ella llevaba un mes con una tendinitis, se ha señalado el brazo por donde me ha parecido ver unas cuerdas muy estiradas y a punto de romperse   y luego ha añadido, “los cuerpos ya no son los que eran, el tiempo pasa, queremos abarcarlo todo pero no se puede, no se puede”.

Me ha fastidiado tanto que considerara que su cuerpo y el mío eran iguales, sujetos a la misma y penosa situación y que pensara que yo, al igual que ella, no me resigno y quiero abarcarlo todo,  que me he acordado de la estatua de la fuente,  la que veo cada mañana cuando paso por la plaza. Representa a una especie de demonio enfurecido que le mete la mano en la boca a un león, creo que le está arrancando la lengua. Le he arrancado la lengua a María José y ya más en paz he seguido tecleando.  Ella ha carraspeado unas cuantas veces y luego ha cantado por lo bajo, pero no tanto como para que yo no pudiera oírla, un anuncio de hace años, “Ajax pino, los poderes del pi-no»

Qué asquerosa, me lo ha pegado, no he podido dejar de canturrearlo en mi interior hasta la hora de salir. Y cuando ya nos íbamos, al retirar los abrigos de la percha que por cierto son los dos azules y de Zara, me ha dicho » ay, toma, te he traído un regalito. Es una muestra de mascarilla al aceite de argán, como las dos tenemos el pelo fosco…»

Gracias, pero nunca me pongo nada, ha sido mi respuesta. Es mentira, me unto todo tipo de potingues en el pelo con la intención de que se alise. La he visto fruncir la nariz de forma involuntaria y al verla así, con su pelo fosco, su desconcierto y su gesto de dolor al ponerse el abrigo a causa de la tendinitis, me ha dado mucha pena.

«Ajax pino, los poderes del pi-no»,  he vuelto a cantar ya en la calle hasta que me he colocado los auriculares. Ya bajo los efectos euforizantes de mi propia banda sonora he pensado que sí, que sí que nos parecemos en lo básico, las dos tenemos cuerpos biodegradables y mortales y estamos obligadas a desperdiciar gran parte de nuestra corta vida una enfrente de la otra con una planta artificial cerca de la ventana intentando darnos el pego, como si buscara una luz que no necesita.

He decidido conmovida que mañana iba a ser más simpática , que le iba a aceptar la mascarilla al aceite de argán y que iba a hablar con ella de los problemas del pelo fosco, que le iba a contar lo que me duele para lamentarnos juntas. Que iba a teclear más suave y a mover menos la pierna pero en mi fuero interno, esa especie de núcleo verdadero que todos tenemos dentro, he sabido que no, que volveré a ser la compañera habitual poco comunicativa, que me molestará tenerla delante con sus labios de comer chuletas, que me irritará su carraspeo y que cuando me diga, ¿tienes el baile de San Vito o qué? desearé arrancarle la lengua  como el demonio furioso al león de piedra.