Los tres felices

Ya he contado que buscar la puerta de salida es la principal ocupación de don Margarito y sus compañeros de clase y aunque es verdad que la mayoría dedican sus energías a intentar escapar hay tres que se mantienen al margen. No es porque lleven más tiempo y se hayan rendido, es porque son más desmemoriados y ni siquiera tienen la intuición de que hay otro mundo cruzando la puerta. Se encuentran cómodos donde están porque ya no tienen referencias con las que comparar y han encontrado un nuevo papel que desempeñar en esta vida que tienen ahora.

La primera es la mujer madre, siempre lleva un muñeco entre los brazos y lo acuna, arropa, besa y achucha como si fuera de verdad. A su lado se sienta la segunda, otra mujer, la que dice nueve. Nueve, nueve, nueve, recita con una voz muy grave y convencida de la importancia de su misión. Una mañana logró pasar al diez y se asustó tanto que le tuvieron que dar una tila por haber roto sus rutinas tan de golpe. Al cabo de un rato y tras tres nueves temblorosos volvió con seguridad a su número de siempre.

El tercero es el hombre bueno de los jerseys tejidos a mano. Nunca se enfada con nadie y obedece ciegamente a las cuidadoras, come cuando hay que comer, duerme cuando le mandan dormir, canta cuando le dicen que cante y trata de calmar a los inquietos buscadores de puertas llevándoles de la mano y con mucha paciencia hacia sus sillones.

No sé por qué me dan casi más pena que los desasosegados que buscan la salida, por qué los compadezco si ellos son felices, a lo mejor es porque pienso que para ser feliz de verdad hay que ser consciente de la propia felicidad o porque yo, que los observo, sé sobre sus vidas algo que ellos no saben. Pero eso tal vez nos pase a todos si nos miran desde fuera.

10 comentarios en “Los tres felices

  1. El hombre bueno de los jerseys tejidos a mano me recuerda al guardián entre el centeno (el concepto), pero el hecho de que cuide a hombres adultos de su misma condición lo hace todo demasiado inquietante como para considerarle «bueno».

  2. Todos tenemos modelos, conscientes de ello o inconscientes, de los seres que representan la felicidad. Y, claro, dudamos siempre de la nuestra. Pero, aún en el caso de que te consideres feliz en tu molde, ya se encarga la publicidad de hacerte patente todas las cosas que te faltan para serlo. Pero, con esos viejos de los que hablas, ya nadie puede. ¿Acaso sabemos dónde está su mente, por qué imaginamos que son infelices? Quizás ocurra todo lo contrario, que hayan encontrado todo lo que los demás buscamos y, ya, estén tan panchos.

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